Vida Trinitaria Mt 28,16-20 (TOB9-15) Santísima Trinidad

“Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra, no hay otro”. Así habla Dios a Moisés, Según el libro del Deuteronomio que hoy se lee en la misa  (Dt 4,32-34.30-40). Estas palabras no están aisladas. Hay que leerlas en el contexto de lo que las precede y las continúa.  
Antes de ellas está el recuerdo de tres maravillas que Dios ha realizado: la creación del mundo, los prodigios que llevó a cabo para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y la revelación de su voluntad en el monte Sinaí.
Lo que sigue a esta proclamación del Dios único corresponde al hombre: guardar los mandamientos de Dios. A esa fidelidad a lo que Dios prescribe seguirá la felicidad para la familia y la prosperidad en la tierra que Dios le concede. 
Como dice el Papa Francisco en su exhortación La alegría del Evangelio, los cristianos “creemos, junto con los judíos, en el único Dios que actúa en la historia, y acogemos con ellos la común Palabra revelada. (EG 247).

EL BAUTISMO

Pero, en el mismo documento, el Papa da un paso más para recordar lo específico de la fe cristiana: “El Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo,  transforma nuestros corazones y nos hace capaces de entrar en la comunión perfecta de la Santísima Trinidad, donde todo encuentra su unidad. Él construye la comunión y la armonía del Pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo es la armonía, así como es el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo (EG 117).
Esta fe en la Trinidad Santa de Dios hunde sus raíces en las palabras de Jesús que hoy se proclaman en el evangelio (Mt 28,16-20). Jesús resucitado había dado cita a sus discípulos en un monte. Desde allí los envía por el mundo a anunciar su palabra y a bautizar a las gentes “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Bien sabemos que el nombre significa, indica y revela a la persona. Así que hemos sido lavados, inmersos e incorporados en la bondad misericordiosa del Padre, en la cercanía y la salvación de Jesús, que es Camino, Verdad y Vida, y en la verdad y el amor que nos comunica el Espíritu Santo.

LA FE Y EL CAMINO

Nuestra fe en la Trinidad Santa de Dios no puede quedar  en una mera afirmación teórica. Nuestra fe en el Dios trino y uno es la fuente de nuestros valores, de nuestros compromisos y de nuestras esperanzas. 
El Papa Pablo VI sacaba ya cinco importantes consecuencias: “De aquí parte nuestro vuelo al misterio de la vida divina, de aquí la raíz de nuestra fraternidad humana, de aquí la captación del sentido de nuestro obrar presente, de aquí la comprensión de nuestra necesidad de ayuda y de perdón divinos, de aquí la percepción de nuestro destino escatológico”. 
 Es evidente que esta fe trinitaria ya ha tenido un comienzo en la profesión de fe bautismal. Pero ha de ir recorriendo un camino de oración contemplativa y de acción y testimonio diario. Y ha de alcanzar un día su culminación en la gloria eterna de Dios.

Parábolas para maestros

Educar es cosa del corazón y solo con esa sabiduría se pueden leer y entender estas líneas. Recordar quiere decir «sacar del corazón». Educar es contar una historia. Lo digo para que sepas que cada una de las parábolas las cuento «de memoria». Sacadas como pan tierno del horno del interior. Te las cuento para que aprendas a guardarlas también, para que puedas educar luego con el corazón. Un libro que enternece. Si te enterneces, es que tienes corazón de maestro. Puedes estar al frente de un grupo de jóvenes, quererlos y el amor les transformará. Dejarás huellas en su corazón.

Autor Pablo Iván Medina
Editorial CCS
72 páginas
ISBN 978-84-9023-250-7
7,65 euros

Fuego y audacia en Pentecostés Jn 15,26-27;16-12-15 (PAB8-15)

“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu Santo le sugería”. En esta fiesta de Pentecostés celebramos la presencia del Espíritu de Dios en la Iglesia (Hech 2, 1-11). Una presencia que nos zambulle en la intimidad con Dios y nos empuja también a acercar el Evangelio a nuestros hermanos..
La primera dimensión la subrayaba ya Santa Teresa con la imagen del fuego, cuando escribía  en sus Meditaciones sobre los Cantares: “El Espíritu Santo debe ser medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos que la hace entender con fuego soberano, que tan cerca está” (5,5).
La segunda dimensión la ilustra el papa Francisco, al afirmar que “en Pentecostés, el Espíritu Santo hace salir de sí mismos a los apóstoles y los transformará en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua. El Espíritu Santo infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (EG 1).

TRES ADVERTENCIAS

El Evangelio de esta fiesta nos sitúa en el  “primer día de la semana”. Al amanecer de aquel día, las mujeres que acudieron al sepulcro lo encontraron vacío. Ante el anuncio de las mujeres, los discípulos del Señor experimentaron sentimientos de asombro y de alegría. Pero  el miedo los había encerrado en una casa, cuando entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. (Jn 20, 19). He ahí tres advertencias para la Iglesia de todos los siglos.
• Vino Jesús al encuentro de sus discípulos. De él había sido la iniciativa de elegirlos y de llamarlos, para que le siguieran y estuvieran con él. El resucitado no los olvida. Y de nuevo toma la iniciativa de acercarse hasta ellos, aunque ellos le hayan abandonado.
• Se colocó en medio de ellos. Juan Bautista había dicho: “En medio de vosotros está uno  a quien no conocéis” (Jn 1,26). Ahora se coloca definitivamente “en medio” de sus discípulos el Maestro al que no reconocen. Ese ha de ser su puesto en la comunidad para siempre.
• Y les dirigió el saludo tradicional de la paz  Ese era su don personal, como había anunciado a sus discípulos en su despedida (Jn 14,27). Ese era el saludo que ellos habían de pronunciar al entrar en una casa (Mt 10,12). Y esa era la promesa del Señor para la eternidad. 

EL DON Y LA TAREA

 Después de su saludo, el Resucitado exhaló su aliento sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,23).  
• Recibir el Espíritu Santo. El autor de los dones es el don primero del Señor Resucitado. El aliento que exhaló desde lo alto de la cruz, es su propia vida. Una vida que ha entregado por nosotros. Una vida que comparte con nosotros para que nosotros la entreguemos como él.  
• Perdonar los pecados. Jesús no ha venido al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). Sus apóstoles son enviados a anunciar, como él lo hizo durante su vida, la gracia y la misericordia de Dios. 
• Retener los pecados. Dios respeta y siempre respetará la libertad de sus hijos. Pero los discípulos del Señor han de cumplir con la misión de gracia que se les confía, advirtiendo a los hombres de los obstáculos que ponen cada día a la salvación que se les ofrece.

Aprendizaje cooperativo

Con frecuencia no resulta fácil conciliar algunos de los retos educativos que plantea el mundo actual: educar-enseñar, competir-colaborar, autoafirmarse-solidarizarse… Este libro aporta una perspectiva de trabajo doblemente eficaz. Por un lado, dinamiza el potencial de los grupos para transmitir conocimientos y contenidos; por otro, favorece la riqueza de relaciones imprescindibles para trabajar en grupo. El reto que plantean las competencias es abordado en sus vertientes individual y social, de aprendizaje y de relación. La aparente separación enseñanza-educación queda así eliminada.

Autores Paloma Gavilán y Ramón Alario
Editorial CCS
260 euros
ISBN: 978-84-9842-446-1
Precio 15,50 euros (10,85 E-book)

La llama del deseo Mc 16,15-20 (PAB7-15)

“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse”. Los apóstoles contemplaban a su Maestro irse hacia los cielos. De pronto, una nube se lo quitó de la vista. Y dos hombres vestidos de blanco los increparon con esas palabras    (Hech 1,11).
A los cristianos nos condenan a veces por mirar a los cielos y despreciar este suelo. Al menos, eso dicen. Pero otras veces nos acusan de mezclarnos en los asuntos de esta tierra, en la que compartimos gozos y esperanzas con nuestros vecinos. La clave es el modo como vivimos la esperanza. El Señor no se ha ido de esta tierra. En ella esperamos su manifestación. 
 A los sesenta años de la muerte de Teilhard de Chardín,  recordamos una frase vibrante que nos dejó al final de su libro “El Medio divino”: “Cristianos, encargados tras Israel de conservar siempre viva sobre la tierra la llama del deseo, tan sólo veinte siglos después de la Ascensión, ¿qué hemos hecho de la espera?”. 

 EL EVANGELIO Y EL MUNDO

Jesús no quería que la espera se confundiera con la pasividad del aguardo. Con su ascensión a la gloria de Dios nos dejaba un encargo inesquivable.  El evangelio que se proclama en esta fiesta de la Ascensión del Señor nos recuerda el último encargo que Jesús nos dejó: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15). 
• La fe sólo se conserva cuando se comunica. Creer es crear. Proclamar el evangelio es la primera tarea del que cree que esa buena noticia de salvación es también el camino para la humanización de la persona y de la sociedad.
• La esperanza sólo se mantiene cuando se contagia y nos lleva a la acción. Esperar es operar. Y ponerse en camino hacia las últimas periferias de la tierra, como repite el Papa Francisco una y otra vez.
• Y el amor no puede ser verificado si no se traduce en gestos visibles y en obras concretas. El amor no es sólo un sentimiento. Es, sobre todo, un compromiso con toda la creación: con el ser humano y con la casa del mundo en el que vive.

LA FE Y LOS SIGNOS

 El evangelio de Marcos concluye con una anotación en la que se da cuenta de la fidelidad con la que los apóstoles cumplieron el último mandato del Señor: “Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban”.
• A lo largo de dos milenios, los discípulos del Señor han llevado el Evangelio de Jesús a todos los rincones de la tierra. Los discípulos actuales no podemos silenciar esta Palabra.
• Los evangelizadores no estamos solos. Y no estaremos solos al proclamar el Evangelio. El Señor nos precede y nos acompaña con su luz y con su fuerza.

• Algunos dicen que los discípulos de Jesús no hemos hecho nada por este mundo. No es verdad. Ahí están los signos de convivencia y de progreso en los que se ha manifestado la fe.  

10 criterios para hacer buen uso de Internet

Este libro recoge consejos para navegantes adultos expertos, como para aquellos que quieren saltar esa brecha tecnológica y generacional. También se ofrecen orientaciones precisas para ayudar a los hijos y alumnos a aprovechar de manera segura las muchas oportunidades que Internet ofrece.

Autores: Sebastián Cerro y Alfredo Caballero
Editorial CCS
116 páginas
ISBN 978-84-9023-283-5
Precio 7 euros

El amor y la alegría Jn 15,9-17 (PAB6-15)

“Está claro que Dios no hace distinciones: acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”.  Con esas palabras se presenta Pedro ante el centurión Cornelio, según se nos cuenta en la primera lectura de la misa de hoy   (Hech 10,25-48).
Seguramente hoy nos resultan bastante lógicas esas palabras. Pero hemos de preguntarnos qué asombrosa conversión ha debido operar el Espíritu de Dios en la mente y en el corazón de aquel pescador de Galilea.
De paso, podemos reflexionar sobre nuestras dificultades para aceptar a los demás y para anunciarles con gozo, respeto y esperanza el mensaje de Jesús. Un mensaje universal de salvación, de gracia y de justicia.
Evidentemente, todos necesitamos recibir la luz y la fuerza de un nuevo Pentecostés.   No  será posible la nueva evangelización  si no nos ayuda la gracia del Espíritu Santo. 

 EL PUENTE DEL AMOR

Esa visión universal es fruto del amor, al que se refiere la palabra de Jesús que se proclama en el evangelio de este domingo sexto de Pascua. (Jn 15,9-17). El texto sigue a la alegoría de la vid y los sarmientos, que hemos meditado el domingo anterior. El que hoy se nos propone es inmensamente rico.
• Jesús nos revela el amor que le une a su Padre celestial. Un amor que no le cierra en sí mismo, puesto que quiere comunicarlo a sus discípulos. Jesús se nos muestra como el puente por el que nos llega el amor del Padre. 
• A los discípulos Jesús les deja como don y como herencia un único mandamiento: el mandamiento del amor. Permanecer en el amor es la clave para saber que permanecemos en el amor de Dios. 
 • Pero el mandamiento del amor no puede ser concebido como un peso. Es una liberación. Es la clave de nuestra realización personal y de la construcción de una comunidad armónica. Es la fuente de la alegría que Jesús nos comunica.

EL AMOR MÁS GRANDE

 Ahora bien, de sobra sabemos que el amor es una palabra que puede significarlo todo y no significar nada. Hace falta una piedra de toque para conocer su verdad. Y Jesús nos la ofrece: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
• El amor más grande no se manifiesta en la compasión puntual y pasajera ante los desastres provocados por un terremoto o ante el drama espantoso de la inmigración reducida a un tráfico de esclavos.
• El amor más grande tampoco puede ser identificado con una ayuda voluntariosa y pasajera. Jesús no nos ha enviado para identificarnos con una “organización no gubernamental”, como advierte el Papa Francisco.
• Jesús manifestó el amor más grande al entregar su vida por nosotros. Pedro aceptaba ampliamente a Cornelio, el centurión romano. Y un día habría de entregar su vida a manos de los romanos. 

ERA, la web de Eugeni

Eugeni Rguez. Adrover, sacerdote mallorquín, es licenciado en Ciencias Religiosas y Catequéticas en el SAN PÍO X y ha cursado también un máster (entre otros) en "Discernimiento Vocacional y Acompañamiento Espiritual" en la UNIPSI COMILLAS. Su web es rica en materiales de pastoral que también pueden servir, con fácil adaptación, para la enseñanza religiosa escolar. Además de los vídeos, libros y recursos variadísimos, visitad especialmente el apartado referido a la inteligencia espiritual que tiene una aplicación vanguardista tanto en el aula como en la catequesis. 
Más que contar todo su gran potencial os invito a visitar ERA (ir ahora)

La Biblia para colorear y pegar

Un libro para aprender coloreando y colocando pequeñas pegatinas temáticas. Un buen entretenimiento que "oculta" una manera de conocer diferentes personajes y relatos bíblicos de manera amena y divertida. Sus dibujos bucean tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento dando mayor espacio a este último. Sencillos pero bien realizados harán las delicias de los niños de entre 5 y 9 años. Material de complemento a clases de religión y catequesis.

Texto de Isabel López
Ilustraciones de Eva María Gey
Susaeta Ediciones
ISBN 9788467738896
128 páginas
5,95 euros
9788467738896
9788467738896
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La vid y los sarmientos Jn 15,1-8 (PAB5-15)

“La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad del Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo”.  Así se refiere en uno de los “sumarios de los Hechos”, con el que se cierra la primera lectura de la misa de hoy   (Hech 4,11-12).
Es un panorama que rezuma la armonía de una vida cristiana fervorosa y consecuente. Lo cual no significa olvidar y negar las persecuciones que desde el primer momento se abatieron sobre los apóstoles, sobre Esteban.
Pero más que la paz exterior nos encanta esa nota sobre la armonía interior de una Iglesia que crece y se desarrolla. Es una comunidad que confía en la fidelidad que el Señor le muestra cada día. Y que trata de responder con fidelidad a la elección y a la vocación que ha recibido.
Claro que nada de eso habría sido posible sin la fuerza experimentada en Pentecostés. Tampoco hoy será posible crecer en la fidelidad si no nos ayuda la gracia del Espíritu Santo. 

 LA VIDA Y EL FUEGO

A ese recuerdo agradecido corresponde de alguna manera la palabra de Jesús que se proclama en el evangelio de este quinto domingo de Pascua  (Jn 15,1-8). En ella se nos recuerda la necesidad de ser fieles al que es la fuente de nuestra vida, 
• Jesús se nos revela como la verdadera vid. Era esta una imagen muy querida por su pueblo. Los profetas habían identificado muchas veces a Israel, con la viña plantada por Dios. Una viña de la que él esperaba los mejores frutos y de la que solo recibió agrazones. Jesús es la nueva y definitiva vid.
• Los discípulos de Jesús son comparados con los sarmientos. Cuando están unidos a la vid reciben de ella la savia de la vida y pueden producir los  frutos esperados. Si los sarmientos se separan de la vid, se secan, no pueden producir fruto por sí mismos y no tienen otro destino que arder en el fuego del hogar.
 La alegoría se aplica a todos nosotros. Sólo nuestra soberbia nos hace pensar que estar unidos a la vid, que es Jesucristo coarta nuestra libertad. Pero esa sería nuestra perdición. La fidelidad al Evangelio y a la Iglesia es la fuente de nuestra vida y la garantía de los frutos.  

EL PADRE  Y LOS DISCÍPULOS

 Este mensaje nos interpela. Sobre todo, porque la alegoría evangélica no se detiene en una amenaza de condenas y de fuego, sino que se abre a una hermosa perspectiva:
• “Con esto recibe gloria mi Padre”.  Jesús alude muchas veces a la gloria de su Padre. El Papa Francisco nos ha dicho que demasiadas veces buscamos nuestra propia gloria. Pero no es ese el deseo del Señor. No está en eso nuestra felicidad.  
• “Con que deis fruto abundante”. Demasiadas veces se acusa a los cristianos de una presunta esterilidad. Se dice que no contribuyen al progreso y la cultura. No es cierto. Jesús quiere que demos frutos de paz y de justicia, de verdad, de bondad y de belleza.  
• “Así seréis discípulos míos”. Jesús decía que la fe no consiste en meras palabras, sino en las obras concretas, en las que se manifiesta nuestra aceptación de la voluntad de Dios. Es decir, en la fidelidad que nos mantiene unidos a la vid.