Zaqueo y Jesús Lc 19,1-10 (TOC31-16)

“Señor, tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes; cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan”. Con estas palabras del libro de la Sabiduría, que se leen en la celebración de la Eucaristía de este domingo (Sab 11,23), se pregona la misericordia de Dios con los pecadores.
El texto continúa recordando que Dios ama a todos los seres y no odia nada de lo que ha hecho. Así que el perdón corresponde a su providencia, que abarca todo lo que él ha creado. Al corregirnos, Dios nos muestra su amor y nos revela la fuerza de su espíritu. 
Oportunamente el salmo responsorial nos recuerda que “el Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Sal 144,8).
Ni los recuerdos del pasado, ni el miedo a un futuro impensable podrán hacernos “perder la cabeza”, como advierte san Pablo a los cristianos de Tesalónica (2 Tes 2,2).

LA HOSPITALIDAD

El evangelio de Lucas, que tanta importancia concede a los pobres y a los pecadores, nos ha presentado también a algunos ricos insensatos. Hoy nos invita a presenciar el encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19,1-10). También él es un hombre rico. Y en cuanto publicano es considerado pecador. Pero Zaqueo rompe todos los esquemas.
• Zaqueo tiene curiosidad por conocer a Jesús. Ese deseo lo lleva a salir al camino y a superar esa dificultad de ser bajo de estatura. Como Dios buscó a Adán entre el follaje del paraíso, Jesús descubre a Lázaro entre las ramas de un árbol.
• Zaqueo desea conocer a Jesús, pero Jesús desea hospedarse en la casa de aquel pecador. Un encuentro de deseos, que lleva al publicano del “ver” al “acoger” con alegría. Si Zaqueo nos recuerda a Adán, también nos recuerda la hospitalidad de Abrahán.
• Zaqueo ha pasado una vida defraudando a los demás, pero decide ahora compartir sus bienes con los pobres. Y se aplica a sí mismo el castigo que David decretaba contra el malvado que se apropiaba de la oveja de su vecino.

LA SALVACIÓN

Las palabras que Jesús pronuncia ante el gesto de Zaqueo son un verdadero evangelio de la misericordia:
• “Hoy ha sido la salvación de esta casa”. El mismo evangelio ha presentado a otro publicano que bajó justificado del templo (Lc 18,14). La salvación no viene por los ritos, sino por la misericordia que el hombre recibe de Dios y por la misericordia que él mismo práctica. 
• “También este es hijo de Abrahán”. No basta con presumir de ser hijos de Abrahán según la sangre como pretendían los que escuchaban al Bautista (Lc 3,8). Hay que llegar a ser hijos de Abrahán, aceptando a Dios como Señor y practicando una hospitalidad generosa

• “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Jesús había dicho eso mismo, sentado a la mesa del  publicano Mateo o Leví, que había escuchado su invitación a seguirle (Lc 5,32). También el hijo pródigo se había perdido pero fue encontrado.

Los méritos y la miseria Lc 18,9-14 (TOC30-16)

“El Señor es un Dios justo que no puede ser parcial”. Así comienza el texto del libro del Eclesiástico, que se lee en la celebración de la Eucaristía de este domingo (Eclo 35,12). Con frecuencia la Biblia nos presenta a Dios por contraposición con las actitudes humanas que vemos a nuestro alrededor. Así pues, Dios no es parcial como nosotros.
Su imparcialidad se manifiesta sobre todo en la escucha. Dios presta atención a las súplicas de los marginados y oprimidos, de los pobres y los enfermos. Hermosamente se nos dice que “los gritos del pobre atraviesan las nubes”.
Con razón, el salmo 33 nos invita a repetir como estribillo un eco de nuestra experiencia histórica o, más bien, el testimonio de nuestra fe: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. San Pablo sabe que, aunque los hombres abandonen al apóstol, el Señor seguirá librándolo de todo mal (2 Tim 4,18).

ORGULLO Y HUMILDAD

Sabemos que el evangelio de Lucas insiste con frecuencia en la grandeza, la belleza y la necesidad de la oración. El texto que se proclama este domingo se refiere tanto a la oración de los hombres cuanto a la escucha con que Dios la acoge o la rechaza (Lc 18,9-14).
Hay que orar con humildad.  Jesús expone esta idea con una parábola en la que, una vez más, se contraponen dos personajes y dos actitudes. Ambos acuden al templo. Ambos hacen oración. Pero ¡qué diferencia entre uno y otro!
• En primer lugar, aparece un fariseo. Presenta a Dios sus méritos. Cumple fielmente la Ley y va más allá de lo prescrito. Da gracias a Dios, pero piensa que Dios tiene que estarle agradecido a él. Y su orgullo ante Dios lo lleva a despreciar a los hijos de Dios. Él se ve a sí mismo como el modelo de la santidad. A todos los demás los considera como pecadores.
• En contraste, aparece un publicano, un cobrador de impuestos. Solo puede presentar su miseria ante Dios.  No puede contar con méritos propios. Él se percibe a sí mismo como un pecador. Es despreciado por los hombres, así que solo puede contar con la misericordia de Dios. Su humildad es asombrosa.  
    
LA SUBIDA Y LA BAJADA

La subida a la casa de la oración une a dos creyentes. Su oración refleja la imagen que ambos tienen de Dios y de sí mismos. Dios no puede escuchar a los dos del mismo modo. Así que la bajada del templo revela su silueta humana y religiosa. Así lo dice Jesús:
• “El publicano bajó a su casa justificado y el fariseo no”. Dios es el único Justo. Es compasivo y misericordioso. Así que solo puede participar de su “justicia” y santidad quien está dispuesto a reconocerlo a él como la fuente de la gracia.

• “El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Esta idea responde a la experiencia humana. Ya se reflejaba en los Proverbios. Pero el seguidor del Mesías Jesús sabe que en él se ha hecho evidente ese cambio.

El castillo de diamante (Juan Manuel de Prada)

Acabamos de celebrar la memoria de Sta. Teresa de Jesús. Traigo aquí una sugerente novela del gran escritor español Juan Manuel de Prada que puede resultar muy sugerente.

Sipnosis:

Durante el reinado de Felipe II, dos mujeres -Ana de Mendoza, princesa de Éboli, y santa Teresa de Jesús- sostienen una batalla sin cuartel y se abren paso, cada una a su manera, en un mundo que pretende aplastarlas. La primera, en busca del triunfo mundano, trata de alcanzar la supremacía entre los grandes de España; la segunda, en busca de la unión plena con Dios, planta cara al fariseísmo religioso y burla las asechanzas del poder político.Deseosas ambas de hacer realidad sus anhelos interiores, acabarán enfrentándose cuando Ana de Mendoza requiera a Teresa de Jesús para que funde bajo su patrocinio un convento en Pastrana. A regañadientes, Teresa accederá a los deseos de la princesa, pero no tardarán en saltar chispas...

En El castillo de diamante, Juan Manuel de Prada narra con gran brío y donaire este enfrentamiento, a la vez que se adentra en el alma de dos mujeres singulares e irreductibles y nos ofrece una visión sorprendente y original de una época en la que las expresiones
más variadas de la fe religiosa libraban cortejo y combate con el poder político. Y todo ello con un estilo que bebe en las fuentes de la espiritualidad teresiana, la novela picaresca, el esperpento valleinclanesco y el humor cervantino. La aventura de la santidad y la disputa por el poder presentadas como una novela de caballerías a lo divino, en una obra que se inscribe en la mejor tradición de la literatura española.

Autor: Juan Manuel de Prada
Editorial Espasa
ISBN
456 páginas
Precio 21,90 euros (en papel)

Sal de tu tierra. Domund 2016 (23 octubre)

La jornada del Domund de este año nos ofrece un variado conjunto de materiales a los que debieramos dar cauce de conocimiento y trabajo. En este enlace DOMUND 2016 podréis encontrar lema y cartel explicados, materiales adaptados a distintas edades, mensaje del papa Francisco... Muy recomendable su utilización.

Gritar día y noche Lc 18,1-8 (TOC29-16)

“Mientras Moisés tenía en alto las manos vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec... Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado”. Este recuerdo legendario de la oración de Moisés constituye el punto central de la primera lectura en la celebración de la Eucaristía de este domingo (Ex 17,8-13).
El texto nos sugiere que la victoria de Josué, allá en el valle, se debe a la oración de Moisés, allá en el monte. Pero la oración de Moisés no sería posible sin el apoyo de Aarón y de Jur. Detrás de los fuertes, que piensan y proyectan, predican y construyen, está la oración silenciosa y cansada de los débiles. La oración es un esfuerzo comunitario.
Pero la predicación y la acción han de encontrar su fuente en la Palabra de Dios. La Sagrada Escritura nos da la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. San Pablo lo sabe por experiencia y puede recordarlo a su discípulo Timoteo (2 Tim 3,15).

ORACIÓN Y CONFIANZA

También el evangelio nos habla de la oración. Hay que orar sin desanimarse. Esa es la idea que encabeza el texto evangélico que hoy se proclama (Lc 18,1-8). Para apoyar esa idea Jesús cuenta una parábola en la que se contraponen dos personajes y dos actitudes.
• Por una parte, aparece un juez inicuo. Ni teme a Dios ni le importan los hombres. Esa conexión es tan impactante como actual. La indiferencia ante lo divino se refleja casi siempre en el desprecio de lo humano.
• Por otra parte, aparece una viuda que le reclama que le haga justicia frente a un adversario, que no deja de burlarse de ella. Al juez no le mueve su compromiso con la justicia, sino únicamente la insistencia y la perseverancia de la mujer. 
• La parábola da un salto para expresar la relación del hombre con Dios. Este juez corrupto termina por hacer el bien, aunque sea tan solo por egoísmo. Pero Dios es justo y nos hará justicia si le gritamos día y noche. La oración requiere esfuerzo y confianza.   

FE Y ORACIÓN

Terminada la parábola, nos encontramos de pronto con una frase de Jesús que parece fuera de lugar: “Cuando venga el Hijo del hombre encontrará esta fe en la tierra?” ¿Qué nos dicen estas palabras tan inquietantes? 
• En primer lugar, el cristiano no puede olvidar la invitación a vivir esperando la venida del Señor.  En la Eucaristía le decimos: “Ven, Señor Jesús” ¿Lo decimos de verdad?
• Además, la oración no puede separarse de la fe. Muchos nos piden oraciones. Pero ¿se atreven ellos a orar? Ora quien tiene fe. Y tiene fe quien se mantiene en la oración.

• Pero hay algo más. Muchas personas se preguntan y nos preguntan todos los días dónde está Dios. Pero Jesús se pregunta y nos pregunta dónde está nuestra fe. ¿Sabremos responderle?

María y el Rosario


Fuente: elrincondelasmelli y dibujosparacatequesis

Virgen del Pilar (12 octubre) Patrona de la hispanidad

Tres propuestas para trabajar esta fiesta de María bajo la advocación de la Virgen del Pilar para niños de 10-12 años (la primera), 8-9 años (la segunda) y 6-7 años (la tercera)




El fruto de la fe Lc 17,11-19 (TOC28-16)

“El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por la fe”. Así concluye el texto del profeta Habacuc que se lee en la celebración de la Eucaristía de este domingo (Hab 2,4). Como sabemos, el texto original venía a decir que el final del malvado es la muerte. Pero el justo alcanzará la vida por su “fidelidad”.
Para el profeta, la fe se entiende como la espera atenta del que confía en las promesas de Dios y no se desalienta ante su aparente silencio. No basta con creer que hay un solo Dios. En la carta de Santiago se nos dice que “también los demonios lo creen y tiemblan” (Sant 2,19). La fe ha de traducirse en la fidelidad diaria a la voluntad y al ritmo de Dios.
Se repite con frecuencia una célebre frase de la santa Madre Teresa de Calcuta: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”. Así es y así lo anunciamos.

LA ORACIÓN Y LA FE

 También en el evangelio que hoy se proclama reaparece el tema de la fe. Ahora son los apóstoles los que se dirigen al Señor para suplicarle: “Auméntanos la fe”  (Lc 17, 5). La fe no se pesa ni se mide. No es una realidad cuantitativa, sino cualitativa. Esta petición incluye algunas sugerencias que no deberíamos olvidar
• Con esta súplica, los apóstoles dan a entender que ya han comprendido que la fe es un don. Es un agua viva que mana de la fuente misma de Dios. Es un don que no se puede imponer, pero tampoco se debe impedir. Hay que suplicarlo con una oración persistente y confiada y hay que procurar mantenerlo con una dedicación agradecida y activa.
• Por otra parte, la petición de los apóstoles nos dice que en el camino de los seguidores del Señor, la fe es siempre poca. Jesús ha llamado a veces a sus discípulos “hombres de poca fe”. Por mucha responsabilidad que tengan los llamados, siempre habrán de reconocer que su fe es débil y manifiestamente mejorable.

EL SEÑOR Y LOS SIERVOS

Hay otra sugerencia en este evangelio. Jesús dice que basta un granito de fe para trasladar una montaña. ¿Es una exageración? No, es una imagen. Trasladar la montaña es dejar nuestro orgullo y convertirnos en siervos de los demás. Con la humildad de los que dicen: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10).
• “Somos unos pobres siervos”. Así pues, la fe no se manifiesta en nuestras proclamaciones ni en el ministerio que se nos ha confiado.. Ni siquiera en la exactitud con que practicamos los ritos sagrados o en la belleza de nuestras ceremonias. La fe se hace realidad en el constante servicio a los hermanos.

• “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ahora bien, tampoco el servicio puede convertirse en otro motivo para reclamar la gratitud y el reconocimiento social. Dios nos ha amado gratuitamente. Si nuestro servicio al prójimo es interesado ¿quién se va a creer que nuestra fe puede mover las montañas?

El fruto de la fe Lc 17,5-10 (TOC27-16)

“El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por la fe”. Así concluye el texto del profeta Habacuc que se lee en la celebración de la Eucaristía de este domingo (Hab 2,4). Como sabemos, el texto original venía a decir que el final del malvado es la muerte. Pero el justo alcanzará la vida por su “fidelidad”.
Para el profeta, la fe se entiende como la espera atenta del que confía en las promesas de Dios y no se desalienta ante su aparente silencio. No basta con creer que hay un solo Dios. En la carta de Santiago se nos dice que “también los demonios lo creen y tiemblan” (Sant 2,19). La fe ha de traducirse en la fidelidad diaria a la voluntad y al ritmo de Dios.
Se repite con frecuencia una célebre frase de la santa Madre Teresa de Calcuta: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”. Así es y así lo anunciamos.

LA ORACIÓN Y LA FE

 También en el evangelio que hoy se proclama reaparece el tema de la fe. Ahora son los apóstoles los que se dirigen al Señor para suplicarle: “Auméntanos la fe”  (Lc 17, 5). La fe no se pesa ni se mide. No es una realidad cuantitativa, sino cualitativa. Esta petición incluye algunas sugerencias que no deberíamos olvidar
• Con esta súplica, los apóstoles dan a entender que ya han comprendido que la fe es un don. Es un agua viva que mana de la fuente misma de Dios. Es un don que no se puede imponer, pero tampoco se debe impedir. Hay que suplicarlo con una oración persistente y confiada y hay que procurar mantenerlo con una dedicación agradecida y activa.
• Por otra parte, la petición de los apóstoles nos dice que en el camino de los seguidores del Señor, la fe es siempre poca. Jesús ha llamado a veces a sus discípulos “hombres de poca fe”. Por mucha responsabilidad que tengan los llamados, siempre habrán de reconocer que su fe es débil y manifiestamente mejorable.

EL SEÑOR Y LOS SIERVOS

Hay otra sugerencia en este evangelio. Jesús dice que basta un granito de fe para trasladar una montaña. ¿Es una exageración? No, es una imagen. Trasladar la montaña es dejar nuestro orgullo y convertirnos en siervos de los demás. Con la humildad de los que dicen: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10).
• “Somos unos pobres siervos”. Así pues, la fe no se manifiesta en nuestras proclamaciones ni en el ministerio que se nos ha confiado. Ni siquiera en la exactitud con que practicamos los ritos sagrados o en la belleza de nuestras ceremonias. La fe se hace realidad en el constante servicio a los hermanos.

• “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ahora bien, tampoco el servicio puede convertirse en otro motivo para reclamar la gratitud y el reconocimiento social. Dios nos ha amado gratuitamente. Si nuestro servicio al prójimo es interesado ¿quién se va a creer que nuestra fe puede mover las montañas?