El Hijo Amado Mc 9,1-9 (CUB2-24)

“Por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa” (Gén 22,16-17). En el primer domingo de cuaresma se recordaba el pacto de Dios con Noé. En este segundo domingo se nos presenta la alianza de Dios con Abraham.

Dios aprecia la obediencia de Abraham. ¿Pero es que Dios puede pedir a un padre que sacrifique a su propio hijo? ¿O habrá que leer el texto en su contexto histórico? Los cananeos sacrificaban a sus primogénitos ante sus dioses de la fertilidad. Pero el Dios de Israel no quiere la sangre de los hijos sino la obediencia de los creyentes.

En la generosidad de Abraham se refleja su fe en el Dios que va dirigiendo sus pasos. Nosotros nos hacemos eco de esa disponibilidad al repetir esta promesa: “Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor” (Sal 115).

  Evocando la disponibilidad de Abraham, san Pablo recuerda la generosidad del mismo Dios. “El que no se reservó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?” (Rom 8,31-36).

TRES INDICACIONES

Todos los años, en este domingo recordamos el misterio de la Transfiguración de Jesús en lo alto de un monte. De la nube que refleja la gloria y la cercanía de Dios bajó este mensaje: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo” (Mc 9,7). Al igual que los discípulos predilectos del Maestro, nosotros escuchamos esas tres indicaciones

• Jesús es el Hijo de Dios. En un mundo que desprecia tan escandalosamente la paternidad, nosotros sabemos que no estamos huérfanos. Gracias a la palabra y la fidelidad de Jesús, se nos revela que Dios es su Padre. Y es también el nuestro. 

• Jesús es el Hijo amado por Dios. En una sociedad que considera el amor como un mero sentimiento o una ocasión para el placer, nosotros descubrimos que Dios es amor. Gracias a Jesús se nos revela la cercanía, la compasión y la ternura de Dios.

• Jesús es el Maestro y el Profeta enviado por Dios. En una época en la que se escuchan las voces discordantes de los falsos profetas, nosotros descubrimos que Dios nos habla. Gracias a Jesús podemos escuchar la palabra de la verdad. 

DISCRECIÓN Y ANUNCIO

Al bajar de la montaña, Jesús ordenó a sus discípulos: “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Esas palabras nos invitan a la reflexión y suscitan en nosotros la esperanza.

• En primer lugar, Jesús exhorta a los suyos a la discreción. Gracias al llamado “secreto mesiánico”, tan característico del evangelio de Marcos, Jesús rechazaba los falsos mesianismos del poder y del dominio. 

• En segundo lugar, Jesús invita a los discípulos de entonces y de ahora a aceptar el misterio de su entrega y de su muerte y a prepararse para anunciar a todo el mundo su resurrección de entre los muertos. 

Caminar hacia la Resurrección Mc 9,1-9 (CUB2-24)

1. El relato de la Transfiguración de Marcos nos asoma a una experiencia intensa de Jesús con sus discípulos, camino de Jerusalén después de haber anunciado la pasión, para que esos discípulos puedan meterse de lleno en el camino y en la verdadera misión de Jesús. Los discípulos, o bien desean los primeros puestos del reino, o bien quieren quedarse en el monte de la gloria de la transfiguración, como Pedro. Jesús va al monte para orar y entrar en el misterio de lo que Dios le pide; desde esa experiencia de oración intensa puede iluminar su vida para saber que le espera lo peor, pero que Dios estará siempre con él. Es una escena importante y compleja que viene a ser decisiva en el desarrollo del evangelio y de la vida de Jesús que ahora ya mira a Jerusalén como meta de su vida. Tenemos que pensar que más que otra cosa, (aunque haya una experiencia histórica de Jesús y sus discípulos en un monte), esta escena es una construcción teológica del evangelista, con todas sus consecuencias. En Jn 12,28-30 encontramos una experiencia de este tipo. El relato, en una teofanía que abarca casi todo, tiene tres partes: a) vv.1-4 y b) vv. 5-8 y una conclusión c) vv. 9-10 sobre el "secreto mesiánico", que es muy propio de Marcos y la pregunta de los discípulos sobre la resurrección de entre los muertos.

2. Los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, están allí para respaldar precisamente la acción de Jesús. Y la voz misteriosa, entre las nubes, reafirma que, desde ahora, a quien hay que escuchar y seguir es a Jesús. Los elementos del relato nos muestran los símbolos especiales de las teofanías propias del AT. Pedro quiere quedarse, plantarse allí, haciendo tres tiendas, para Moisés, Elías y Jesús. El relato en sí es en el evangelio de Marcos el comienzo del viaje hacia Jerusalén. Y aunque no diga, como Lucas, que un profeta no puede "morir fuera de Jerusalén" viene a ser como el asomarse a la meta de la vida de Jesús: la resurrección. Pero a la resurrección a la nueva vida no se llega sino por la muerte. Una muerte que ya está sembrada en la vida del profeta de Galilea y casi decidida (Mc 3,6). Pedro no quiere bajar del monte porque esa vida nueva supone aceptar la muerte, y no una muerte cualquiera, sino la muerte en la cruz. La "gloria" divina que se ha experimentado en el monte está llamando a otro monte, el del Calvario, para que se viva como realidad plena. Jesús es el que tiene las ideas claras de todo ello, los discípulos no.

3. La decisión de Jesús de bajar del monte de la transfiguración y seguir caminando hacia Jerusalén, lugar de la Pasión, es la decisión irrevocable de transformar el mundo, la religión y la vida. Es verdad que eso le llevará a la muerte. Esa decisión tan audaz, como decisión de una misión que ahora se confirma en su experiencia con lo divino, con la voz del Padre, no le llevará directamente al triunfo, sino a la muerte. Pero el triunfo de la resurrección lo ha podido contemplar, a su manera, en ese contacto tan intenso con el misterio de Dios. Dios le ha revelado su futuro, la meta, la victoria de la vida sobre la muerte. Y ahí está su confianza para seguir su camino y hacer que le acompañen sus discípulos. Estos seguirán sin entenderlo, sin aceptarlo, preparándose o discutiendo sobre un premio que no llegará de la forma que lo esperaban. Del cielo se ha oído un mandato: "escuchadlo", pero no lo escuchan porque su mentalidad es bien otra. Jesús los ha asomado un poco a la "gloria" de una vida nueva y distinta, pero no lo han entendido todavía. El relato, desde luego, es cristológico, (no hay duda!, pero Marcos también quiere que sea pedagógico para la comunidad: la vida verdadera no se goza "plantándose" en este mundo, en esta historia, en nuestros proyectos. Está en las manos de Dios.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/25-2-2024/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

El juego de la oca en la Cuaresma ciclo B



Instrucciones:
SEÑALES: como las ocas "De señal en señal sigo el camino cuaresmal"
DOMINGOS: avanzo 3 casillas (número de Dios) "Con la alegría del domingo doy un brinco"
CRUCES nº 16 y 31: se intercambia la casilla, se avanza o se retrocede según en la que se caiga.
PARADA nº 24: Dos turnos sin tirar "Al encontrar a Jesús me paro a orar"
PARADA nº 37: Un turno sin tirar "Al mirar Jerusalén me paro a disfrutar"
ENTRADA nº 39: "Por no ir con cuidado me voy a la salida helado"

Las casillas se articulan según la liturgia dominical del ciclo B y los días de la Semana Santa:
Miércoles de ceniza (1)
Pan, los reinos y la adoración nos llevan al domingo de las Tentaciones (2-5)
Caminar, el monte Tabor, Pedro, Santiago y Juan nos llevan al domingo de la Transfiguración (6-12)
Templo, palomas, cruz, monedas y látigo nos llevan al domingo de la Purificación del Templo (13-19)
Tiniebla, serpiente de Moisés, el mundo, Jesús y la acogida nos llevan a ver a Jesús como la LUZ (20-26)
Escuchar, ver, la acción de Dios, la cruz y la vista al cielo nos llevan a ver la semilla del Amor (27-33)
La acción y la palabra de Jesús nos conducen a Jerusalén (34-40)
Lunes Santo, María ungió los pies de Jesús (41)
Martes Santo, Judas se marcha de la cena (42)
Miércoles Santo, los sacerdotes acuerdan la entrega de Jesús con Judas (43)

(Sólo tienes que imprimir y plastificar y ¡¡¡ A JUGAR !!!

La Alianza y el Encuentro Mc 1-12-15 (CUB1-24)

 ENCUENTRO

 “Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra”. Ese pacto que Dios establece con Noé después del diluvio es una alianza de paz (Gén 9,8). Con ella, Dios desea manifestar su voluntad de recuperar la armonía del paraíso.  

El paraíso no era tanto un lugar como una relación con lo otro, con los otros y con el Absolutamente Otro. Como en el principio de los tiempos, también ahora el pecado quebranta la deseable armonía del ser humano con esas relaciones que llevan a la felicidad.

Con el salmo responsorial agradecemos hoy aquel pacto de Dios con el hombre: “Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza” (Sal 24).  

En los domingos de cuaresma la primera lectura recuerda esa alianza que Dios fue sellando por medio de Noé, Abraham, Moisés, el rey Ciro y el profeta Jeremías. Al primero de esos pasos se refiere también la primera carta de Pedro que se lee en este día (1 Pe 3,18-22).

TRES PALABRAS CLAVE

Es necesario prepararnos para ir siguiendo con atención esta catequesis cuaresmal que nos lleva a descubrir y recorrer el camino de Jesús. Tres palabras nos dan la clave: 

• Según el evangelio que hoy se proclama, Jesús fue guiado por el Espíritu al desierto antes de iniciar su misión. El desierto era para Israel el lugar de la prueba. Para Jesús fue la afirmación de su identidad. Para nosotros es la ocasión para redescubrir nuestra propia verdad.

• El texto dice que Jesús permaneció cuarenta días en el desierto. Este número simbólico nos recuerda a Moisés y Elías. De hecho, sugiere una vocación, una misión y la plenitud de una vida de interioridad, de meditación, de aceptación del plan de Dios.

 • Además se mencionan las tentaciones. Durante su paso por el desierto, el pueblo hebreo sufrió diversas tentaciones. Jesús recorre un camino semejante. Y también nuestra fidelidad a Dios es puesta a prueba por las tentaciones que se nos presentan cada día.

TIEMPO DE GRACIA

El evangelio según Marcos dice que Jesús se dejó tentar por Satanás, pero no menciona las tres tentaciones. Sin embargo, incluye tres detalles muy importantes.  

• “Vivía con las fieras y los ángeles le servían”. Con ese dato se sugiere que Jesús es el nuevo Adán. Con él retorna la armonía original. Jesús trae la paz a toda la creación. Ante su dignidad se amansan las fieras y se inclinan los ángeles.

• Después Jesús se va a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Al igual que había hecho Elías, también Jesús deja la soledad y la aspereza del desierto para proclamar a los paganos la presencia del Dios único. 

• Jesús dice que ya se ha cumplido el tiempo de la espera y añade que Dios ofrece a la humanidad su realeza y su señorío. Como respuesta a su iniciativa, todos somos invitados a convertirnos y a creer. Con Jesús ha llegado la hora de la conversión y de la fe.  

Del desierto al evangelio Mc 1,12-15 (CUA1-24)

1. El evangelio, en todos los ciclos, el primer domingo de cuaresma, es el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Este de Marcos es el relato más sobrio de los sinópticos, sobre el que Mateo y Lucas construyeron un episodio cargado de insinuaciones teológicas. Que Jesús estuviera el desierto, como lo estuvo Juan el Bautista, no es un hecho del que debamos dudar. Pero, no obstante, el desierto está cargado de simbolismo en la teología de Israel: de la misma manera que es un tiempo de tentación, es también un tiempo de purificación. El número cuarenta, los cuarenta días, señalan, evidentemente, a los cuarenta días del diluvio (por eso se ha escogido en la liturgia de hoy el texto de Génesis sobre el diluvio), o a los cuarenta años del pueblo caminando por el desierto hacia la libertad.

2. Por lo mismo, debemos ponernos en esa clave simbólica para entender este momento previo a la vida pública de Jesús que se prepara a conciencia para abordar la gran batalla de su existencia, es decir, la proclamación de la llegada del Reino de Dios. Y es el Espíritu el que le impulsa al desierto (por consiguiente, no puede ser malo el desierto); pero allí se le presentan los animales adversos (alimañas) e incluso ese misterioso personaje, sin rostro y sin identidad, Satanás; aunque también los ángeles que son, por el contrario, la fuerza de Dios. Este es un relato tipo que quiere describir la actividad de Jesús en su pueblo, que vivía como en el desierto. Y es allí donde él debe aprender la necesidad que tienen los hombres del evangelio.

3. Señalemos también que el mismo Espíritu, después, le impulsa a Galilea para proclamar el gran mensaje liberador, como se puso de manifiesto en el tercer domingo de este ciclo B. Para vencer en el desierto, es necesaria la fidelidad a Dios por encima de todas las sugerencias de poder y de gloria. El simbolismo en el que debemos leer hoy nuestro relato nos permite ver que el desierto y los cuarenta días es el mundo de Jesús, el tiempo de Jesús con las fuerzas adversas (las de Satanás) y la de Dios (los ángeles). Eso es lo que está presente en la vida, en toda sociedad. )Qué hacer? Pues, como Jesús, proclamar que el tiempo de Dios, el de la salvación y la misericordia no puede ser vencido por el de la maldad, la injusticia o la guerra. Si Jesús estaba guiado por el Espíritu, eso quiere decir que es el Espíritu mismo la voz resonante del evangelio como buena noticia que llama a salir de lo peor que tiene el desierto: las fuerzas del mal.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/18-2-2024/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

Manos Unidad 2024

 



Más información en el siguiente enlace: MANOS UNIDAS

Leproso e integrado Mc 1,40-45 (TOB6-24)

 “El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba rapada y gritando: ¡Impuro, impuro! Mientras dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento” (Lev 13,1-2,44-46). Esa prescripción intentaba preservar al pueblo del contagio de la lepra. Para ello obligaba al enfermo a vivir en solitario, lejos de la familia y de toda la comunidad.

Realidades como la pandemia nos han revelado la soledad que puede afectar a los enfermos. Muchos de ellos podrían hacer suya esta confesión de confianza que recoge el salmo responsorial: “Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de liberación” (Sal 31).

Acosados por tantos escándalos, nosotros deberíamos recordar la advertencia que san Pablo escribe a los fieles de la ciudad de Corinto: “Ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Cor 10,31).

UNA CONFESION DE FE

 El encuentro de Jesús y el leproso, que hoy se lee en el evangelio, es una catequesis que no puede dejarnos indiferentes (Mc 1,40-45). 

• En primer lugar, escuchamos la humilde súplica del enfermo. No solo reconoce su enfermedad y su lamentable situación social, sino que manifiesta su fe: “Si quieres, puedes limpiarme”. El leproso reconoce la buena voluntad y el poder de Jesús. Esa confesión puede ser la nuestra. Todos sabemos de qué manchas y llagas puede librarnos el Señor.

• En un segundo momento, vemos el gesto de Jesús. Contra todas las normas del Levítico, extiende su mano y toca al leproso. Ahora como entonces, Jesús no se mantiene a una distancia de seguridad, sino que se expone al contagio de nuestro mal. De su ejemplo, la Iglesia y cada uno de nosotros habremos de aprender a acercarnos a las personas marginadas.

• En un tercer momento, escuchamos la palabra del Señor: “Quiero, queda limpio”. Esa declaración es la manifestación de la misericordia de Dios y de la compasión de su Enviado. El Señor desea nuestra limpieza integral. Nosotros hemos de reconocer nuestra enfermedad, nuestra vulnerabilidad, nuestras manchas y manifestar nuestra confianza en él.

LOS COMPROMISOS

El texto evangélico sugiere algunas actitudes y algunos compromisos que hoy pueden afectarnos a todos nosotros.

• Este leproso ha de presentarse a los sacerdotes y cumplir el ritual establecido. No es una mera norma burocrática ni una penitencia. En realidad, es el requisito necesario para que pueda integrarse de nuevo a la sociedad y no ser rechazado.  

• Por otra parte, el que ha sido leproso ha de guardar discreción sobre lo que Jesús ha hecho con él. Se trata de preservar la libertad de Jesús para anunciar el Reino de Dios. Pero el que ha sido librado de la lepra contribuye a la difusión del mensaje del Maestro.

Liberar a los marginados, praxis del Reino Mc 1,40-45 (TOB6-24)

1. Es el último episodio de la "praxis" de la famosa jornada de Cafarnaún, antes de pasar a las disputas (Mc 2,1-3,6). Quiere ser como el "no va más" de todo aquello a lo que se atreve Jesús en su preocupación por los que sufren y están cargados de dolor, de miseria y de rechazo por una causa o por otra. En cierta manera es un milagro "exótico" por lo que implica de que, quien fuera curado de una enfermedad como la lepra, tenía que presentarse al sacerdote para ser "reintegrado" a la comunidad de la alianza. Los leprosos son "muertos vivientes", privados de toda vida de familia, de trabajo y de religión. El leproso cae de rodillas delante de Jesús (genypetéô). Es verdad que nos encontramos ante un hecho taumatúrgico sin discusión, pero es mucho más que eso. Incluso en razón de las exigencias de Lev 13-14, no basta con ser curado, sino que este hombre debe ir al sacerdote, es decir, al templo para que de nuevo recupere la identidad como miembro del pueblo elegido de Dios. Pero Jesús, con su "acción", ya está haciendo posible todo ello; ha ido más allá de lo que le permitía la ley; se ha acercado a la miseria humana, la ha curado, pero sobre todo, la ha acogido.

2. El relato evangélico está planteado, con mucho acierto, al final de la actividad de Jesús en esa jornada de Carfarnaún que nos ha venido ocupando los últimos domingos. La narración sigue un proceso liberador, en el que se ponen de manifiesto las actitudes de los hombres y los pensamientos de Dios. Un leproso, como ya hemos dicho, estaba excluido de la asamblea del pueblo de la alianza y debía presentarse al sacerdote, en el templo, en Jerusalén, el centro del judaísmo y de las clases poderosas. Aunque todo comenzara siendo una "ley de sanidad", como en Israel todo se sacralizaba, se llegó a dogmatizar de tal manera, que quien estaba afectado por ella, era un maldito, pasando a ser una "ley de santidad". Ya hemos dicho que esta es una enfermedad de pobres y marginados. Nadie, pues, se acercaba a ellos: su soledad, su angustia, sus posibilidades )quién podía compartirlas? Es el momento de romper este círculo infernal.

3. Jesús, que trae el evangelio, va a enfrentar a los hombres de su tiempo con todo lo que significa marginar al los pobres en nombre de Dios. Jesús se acerca a él, le toca (expresamente se dice que extendió la mano y le tocó, lo que implicaría que desde ese instante Jesús también quedaba bajo la ley sagrada de la contaminación); pero le cura y, con una osadía inaudita, le envía al sacerdote (a los que representan lo sagrado y el poder) para que sea un testimonio contra ellos y contra todo lo que pueda ser sacralizar las leyes sin corazón. El evangelio es un escándalo y pone de manifiesto eso de que los pobres nos evangelizan. Dios, pues, se hace vulnerable. No encontramos, pues, ante la fuerza poderosa de un "sistema" que debe ser vencido por la debilidad del evangelio. Lo lógica del sistema que está detrás de esa ley de santidad-sanidad, es la de autoconservación, hasta el punto de ser inexorable. Con esas realidades se encuentra Jesús en su vida y tiene que hacer opciones como las que aquí se muestran. La fuerza del Jesús taumaturgo, o médico, pasa a un segundo plano frente a su opción por los que viven día a día la miseria a que son reducidos todo los desgraciados.

4. En este relato de Marcos no es menos sugerente el mandato de Jesús de que no diga nada a nadie y el poco caso que hace de ello el "leproso" curado. El "secreto a voces" lleva la intencionalidad de este evangelista, porque pretende poner de manifiesto que más importante que la aceptación por parte del sacerdote de su curación, es proclamar (se usa, incluso, el verbo kêrýssein, que es propio del anuncio del evangelio en el cristianismo primitivo) que ha sido Jesús, el profeta de Galilea, quien le ha llenado el alma y el corazón de gratitud y de acción de gracias a Dios. La ley, aquí, frente al evangelio, también queda mal parada y, en cierta forma, anulada. Y si queremos, podemos ver que el "leproso" curado, ni siquiera va al templo, al sacerdote (el texto, desde luego, no lo explicita y yo opino que intencionadamente); no le hace falta, porque el evangelio que Jesús trae en su manos es más que esa religión que antes lo ha marginado hasta el extremo.

Fray Miguel de Burgos Núñez

A través del desierto Dios nos guía a la libertad (papa Francisco y Cuaresma)

Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las diez palabras de la alianza en el desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos “mandamientos”, subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su pueblo. La llamada a la libertad es, en efecto, una llamada vigorosa. No se agota en un acontecimiento único, porque madura durante el camino. Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.

El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen.

En mi viaje a Lampedusa, ante la globalización de la indiferencia planteé dos preguntas, que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.

Quisiera señalarles un detalle de no poca importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien se conmueve y quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos.

Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.

Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.

Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.

La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo. Ay de nosotros si la penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a nosotros Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en cada comunidad cristiana.

En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen y arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto» ( Discurso a los universitarios, 3 agosto 2023). Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante.

Los bendigo a todos y a vuestro camino cuaresmal.

El evangelio “cura” las miserias Mc 1,29-39 (TOB5-24)

1. El evangelio de hoy es la continuación de lo que se había iniciado el domingo pasado con la actuación de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Y lo que quiere ponerse de manifiesto es que aquella enseñanza liberadora que se hizo en el ámbito del lugar sagrado y en el día del sábado, no puede quedar petrificado allí. En la vida de cada día, enfermedad, muerte, opresión -como ha entonado desesperadamente Job-, nos acechan continuamente, pero Jesús ha venido para traer el evangelio liberador. Con su actitud desafiante, que se relata aquí como un ciclo de actuaciones de su vida, está poniendo en su sitio lo que debe ser el mensaje liberador de las buenas noticias. La enfermedad no es consecuencia del pecado; lo más santo y sagrado no esta cegado para nadie; Dios mismo busca a todas estas personas para llevarles esperanza. Eso es lo que significa esta jornada, jornada teológica, por otra parte, de Jesús en Cafarnaún.

2. La enseñanza con autoridad (exousía) de la que se hablaba en la escena de la sinagoga ha salido, pues, de lo sagrado y llega a la vida de cada día. Lo sagrado, lo religioso, lo espiritual tiene que ser humano. A Jesús, con fama de taumaturgo, le llevan todos los enfermos. Ya se sabe lo que es la gente para estas cosas y más en aquella sociedad y con aquella mentalidad. Pero no se trata solamente de la pura milagrería, sino de la pasión por ser feliz que todos llevamos en nuestro corazón. Jesús rompe todas las normas, entra en las casas, toca a los enfermos, aunque sean mujeres, sale a las puertas de la ciudad. La fuerza irresistible, así lo ve Marcos, de evangelio ya no la pueden manejar las autoridades a su antojo. Las sanaciones de Jesús se explican en las coordenadas de aquella mentalidad popular. Jesús “enseña” que hay que sanar a los enfermos (hoy lo hace la medicina) y una sanación “milagrosa” no tiene por qué ser más importante que lo que Dios quiere que se haga por el conocimiento de la naturaleza. Pero Dios pide, para todos los curados y liberados de sus males una fe y una esperanza que es la fuerza del evangelio.

3. El evangelista Marcos sabe que Jesús tenía que buscar una fuerza poderosa en la oración y en la intimidad con Dios, para decir y hacer lo que hizo en aquella “jornada”: ir a las casas, a los lugares públicos como la puerta de la ciudad, para liberar a los hombres de sus males. Ese y no otro, es el proyecto de Dios. Y aunque Jesús aparezca aquí como un taumaturgo, o algunos lo confundan con un milagrero que busca su fama (sus mismos discípulos así lo entendieron al principio), Jesús sabe retirarse para buscar en Dios la fuerza que le impulse a llevar el evangelio por todos los pueblos y aldeas de Galilea. En definitiva, el evangelio está frente a las miserias de la vida. Se ha hecho notar, con razón, que Jesús viene de parte de Dios como solidario con nuestras miserias. Pero además, en una lectura más en profundidad se nos muestra a Jesús luchando contra un sistema de vida y de ideas: los enfermos, los pobres, los marginados nos evangelizan; a ellos se acerca Jesús y con ellos nos llega a nosotros el evangelio.

Fray Miguel de Burgos Núñez