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La correcta fraternidad Mt (TOA23-14)

“A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte”  (Ez 33,7). Con estas palabras se dirige Dios al profeta Ezequiel para hacerle responsable de la fe y de la moralidad de su pueblo.
El profeta es enviado a advertir de su maldad al malvado para que cambie de conducta. Si el profeta no transmite la palabra de Dios, el pecador será culpable de su pecado, pero el profeta será responsable de su propio silencio. Un silencio que puede nacer de su pereza o de su comodidad, de su miedo o de su cobardía.
Ahora bien, si el profeta transmite con fidelidad la palabra de Dios, puede ser que resulte molesto y sea perseguido, pero habrá salvado su dignidad y el sentido de la llamada recibida. Así han hecho todos los que han sido perseguidos por su fidelidad a la fe y a su misión.

TRES ACTITUDES

 El capítulo 18 del Evangelio según Mateo recoge un buen manojo de enseñanzas de Jesús sobre la comunidad y la responsabilidad de cada uno de sus miembros. En el texto que hoy se proclama se anotan tres actitudes imprescindibles.
• En primer lugar, Jesús nos recuerda que no podemos inhibirnos ante las faltas y los pecados de los demás. El otro es un hermano, pero puede llegar a actuar como un pagano. Pero no podemos considerar indiferente que actúe como hermano o como pagano. No podemos repetir la actitud de Caín que renunciaba a ser guardián de su hermano.
• Además, Jesús amplía a toda la comunidad la misión y la responsabilidad de atar y desatar: “Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo”.  En la comunidad cristiana nadie puede olvidar la dimensión universal y la resonancia eterna que tiene cada uno de sus actos y cada una de sus omisiones.  
• Finalmente, Jesús nos recuerda la importancia de la oración en común. Si dos hermanos se ponen de acuerdo para pedir algo, será porque han dejado de lado el egoísmo y el interés personal. Esa oración será fruto del amor. Y Dios, que es amor, no puede ignorar la petición que le llega desde el amor de sus hijos. 

EN EL NOMBRE DEL SEÑOR

El texto evangélico se cierra con una promesa del Señor: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20)”. Esta promesa suscita en nosotros al menos dos reflexiones importantes.
• Reunidos en el nombre del Señor. Hoy se dice que si el Señor no nos ve unidos, sí que nos encontrará reunidos. Pero, dejando de lado esta broma,  ya es hora de preguntarnos si nos reunimos “en el nombre del Señor” o en nombre de nuestros intereses particulares o grupales.
• La presencia del Señor entre los suyos. Es fácil cantar que “Dios está aquí”. Pero los que nos miran desde fuera ¿descubren que el Señor está presente entre nosotros? Esa presencia será fruto y manifestación del amor mutuo entre los miembros de la comunidad. 

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