“A ti, hijo de Adán, te he
puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca,
les darás la alarma de mi parte” (Ez
33,7). Con estas palabras se dirige Dios al profeta Ezequiel para hacerle
responsable de la fe y de la moralidad de su pueblo.
El profeta es enviado a
advertir de su maldad al malvado para que cambie de conducta. Si el profeta no
transmite la palabra de Dios, el pecador será culpable de su pecado, pero el
profeta será responsable de su propio silencio. Un silencio que puede nacer de
su pereza o de su comodidad, de su miedo o de su cobardía.
Ahora bien, si el profeta
transmite con fidelidad la palabra de Dios, puede ser que resulte molesto y sea
perseguido, pero habrá salvado su dignidad y el sentido de la llamada recibida.
Así han hecho todos los que han sido perseguidos por su fidelidad a la fe y a
su misión.
TRES ACTITUDES
El capítulo 18 del Evangelio según Mateo
recoge un buen manojo de enseñanzas de Jesús sobre la comunidad y la
responsabilidad de cada uno de sus miembros. En el texto que hoy se proclama se
anotan tres actitudes imprescindibles.
• En primer lugar, Jesús nos
recuerda que no podemos inhibirnos ante las faltas y los pecados de los demás.
El otro es un hermano, pero puede llegar a actuar como un pagano. Pero no
podemos considerar indiferente que actúe como hermano o como pagano. No podemos
repetir la actitud de Caín que renunciaba a ser guardián de su hermano.
• Además, Jesús amplía a
toda la comunidad la misión y la responsabilidad de atar y desatar: “Todo lo
que atéis en la tierra quedará atado en el cielo”. En la comunidad cristiana nadie puede olvidar
la dimensión universal y la resonancia eterna que tiene cada uno de sus actos y
cada una de sus omisiones.
• Finalmente, Jesús nos
recuerda la importancia de la oración en común. Si dos hermanos se ponen de
acuerdo para pedir algo, será porque han dejado de lado el egoísmo y el interés
personal. Esa oración será fruto del amor. Y Dios, que es amor, no puede
ignorar la petición que le llega desde el amor de sus hijos.
EN EL NOMBRE DEL SEÑOR
El texto evangélico se
cierra con una promesa del Señor: “Donde dos o tres están reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20)”. Esta promesa suscita en
nosotros al menos dos reflexiones importantes.
• Reunidos en el nombre del
Señor. Hoy se dice que si el Señor no nos ve unidos, sí que nos encontrará
reunidos. Pero, dejando de lado esta broma,
ya es hora de preguntarnos si nos reunimos “en el nombre del Señor” o en
nombre de nuestros intereses particulares o grupales.
• La presencia del Señor
entre los suyos. Es fácil cantar que “Dios está aquí”. Pero los que nos miran
desde fuera ¿descubren que el Señor está presente entre nosotros? Esa presencia
será fruto y manifestación del amor mutuo entre los miembros de la
comunidad.
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