“Cuando el malvado se
convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo
salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente
vivirá y no morirá” (Ez 18,27-28). Las
gentes murmuran contra Dios atribuyéndole un proceder injusto. Y el mismo Dios
responde por medio del profeta Ezequiel, El malvado muere por su propia maldad.
Pero alcanza la vida si se convierte.
Al leer estas palabras del
profeta, pensamos en nosotros mismos y en nuestros vecinos. Alguien dice que
está a punto de perder la fe en Dios a causa de los problemas que se le han
echado encima. Pero a veces basta un breve análisis de la situación para
comprobar que esos problemas han brotado de las decisiones equivocadas y hasta
pecaminosas que él ha tomado.
Al ser humano le cuesta
mucho hacerse responsable de sus propias acciones y omisiones. Le resulta más
fácil atribuirse a sí mismo sus logros y culpar a Dios de sus desgracias. Somos
injustos. O tal vez, demasiado infantiles.
LOS DOS HIJOS
El evangelio que hoy se proclama recoge otra
parábola de Jesús que nos evoca el mundo de las viñas y las faenas de la
vendimia (Mt 21,28-32). Un propietario
tiene dos hijos. A los dos los invita a ir a trabajar a la viña. El relato
juega con la diferencia entre la respuesta de los hijos y su comportamiento
ulterior.
El primer hijo rechaza bruscamente la orden de
su padre. El tajante “no quiero”, con que responde a su deseo nos recuerda los
modales y la aparente apostasía de una gran parte de nuestros contemporáneos.
Pero el hijo se arrepiente de lo dicho y se va a trabajar a la viña, O por
respeto y amor a su padre o porque comprende que la viña también le pertenece a
él.
El
segundo hijo se muestra obediente y obsequioso al responder: “Voy, señor”. Pero
luego no va a trabajar a la viña. El texto no nos dice que haya desobedecido
por despecho o por maldad. Tal vez se quedó solamente entretenido en sus
ocupaciones y distracciones habituales. Habría que ver si esa no es también la
actitud de muchos creyentes de hoy.
LOS BUENOS Y LOS MALOS
El evangelio sugiere que
Jesús trata de contraponer dos actitudes ante el mensaje de Dios. Dos actitudes
que se repiten a lo largo de los siglos.
• Los sumos sacerdotes y los
ancianos del pueblo, a los que se dirige, parecían en principio más cercanos a
la palabra de Dios. Eran oficialmente un modelo social y religioso. Pero no
aceptaron la invitación a la santidad y a la justicia que les dirigía Juan
Bautista.
•
Los publicanos y las prostitutas eran ciertamente marginados sociales. Eran
considerados como la imagen misma del pecado. Parecían ignorar la voluntad de
Dios, pero escucharon al Bautista y se convirtieron. Y eso es lo importante a
los ojos del Maestro.
La parábola habla del hombre. Nos pregunta
dónde ponemos nuestros intereses a la hora de escuchar a Dios. Y nos recuerda
el valor de la conversión. Pero la parábola nos habla, sobre todo, de Dios. Él
no espera de nosotros tan solo buenas palabras. Espera la seriedad de nuestro
compromiso. Y esa conversión que conduce a la vida, como decía el profeta
Ezequiel.
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