“Afirmaré
después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas y consolidaré el trono
de su realeza. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo”. Esa es la
promesa que Natán transmite a David de parte de Dios. Merece la pena leer toda
la profecía que hoy se proclama en la primera lectura de la misa (2 Sam 7).
David
ha manifestado su voluntad de construir una casa para el Señor. Pero, por medio
del profeta, Dios le comunica que es Él quien ha decidido elegir la casa de
David, protegerla y conservar a sus descendientes en el trono: “Tu casa y tu
reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”.
Junto
a
la alianza entre Dios y su pueblo, se establece ahora otra relación
especial
con David, que se manifestará en nuevas bendiciones. El hijo de David no
será
hijo de Dios por naturaleza. Nunca podrá ser divinizado. Pero será hijo
de Dios por elección y por una especie de adopción. Por eso habría de
ser un signo de
su gracia.
EL HIJO DEL ALTÍSIMO
En
el evangelio que hoy se lee (Lc 1, 26-38) el anuncio del ángel Gabriel a María
recuerda aquella profecía de Natán: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un
hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo,
el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”.
•
Jesús es heredero de la estirpe de David. Su realeza es hereditaria. Él viene a
remediar el fracaso de los reyes descendientes de David que no fueron fieles a
la alianza. Jesús viene, sobre todo, a renovar aquella alianza y a revelar su
sentido más profundo. La elección de Dios tiene una dimensión espiritual, un
destino universal en el espacio y perenne en el tiempo.
•
Jesús heredará el trono de David. Pero nunca tratará de reivindicar para sí
mismo un poder sobre las tierras y las cosas. Jesús no viene a imponer su
soberanía por la fuerza. Viene a proponer un camino de salvación y de gracia,
que poco tiene que ver con las apetencias humanas de interés, de gloria y de prestigio.
•
Jesús es en verdad el Hijo del Altísimo. No es tan sólo un hijo por elección.
Él mismo habrá de explicar su relación personal con su Padre. Él habrá de
repetir una y otra vez que el Padre y Él son una misma cosa, por decirlo con
palabras muy pobres. Comparten el mismo origen y la misma voluntad. Son un
mismo querer y un mismo proyecto.
PALABRA Y VIDA
En
este cuarto domingo de Adviento es muy importante el contenido del mensaje del
Ángel. Pero no se puede olvidar la figura de María, a la que se dirige el
mensaje. Sus palabras son un evangelio dentro del Evangelio.
•
“Aquí está la esclava del Señor”. El proyecto de Dios no se cumplirá por medio
de las altaneras pretensiones de los que buscan el poder a toda costa. La
humildad que caracterizaba a los siervos nos prepara para prestar atencion a la
voluntad del Señor sobre nosotros y sobre nuestro mundo.
•
“Hágase en mí según tu palabra”. Sin embargo, con no ser poco, no basta con
prestar atención a la voluntad de Dios. Es preciso acoger la palabra de Dios
con un corazón limpio y generoso, como el de María. Como escribió San Agustín,
“la Palabra de Dios se hizo vida en su vientre
porque antes se había hecho verdad en su mente”.
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