“Mirad
a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto
mi espíritu para que traiga el derecho a las naciones”. Este texto que hoy se
lee en la misa (Is 42, 1-4. 6-7) pertenece al primero de los cuatro “Cantos del
Siervo de Yahvéh”, que se encuentran en la segunda parte del libro de
Isaías.
•
El poema presenta a un misterioso personaje que parece identificarse a veces
con el pueblo de Israel. En primer lugar se nos dice que Dios lo ha elegido y
lo ama con predilección. Sobre él se ha detenido el Espíritu de Dios para que
se convierta en testigo y ejecutor de la justicia divina.
•
Por otra parte, se subraya que esa justicia se identifica con la misericordia
de Dios. Su Siervo es enviado para “abrir los ojos de los ciegos, sacar a los
cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas”. Al
Siervo le ha confiado Dios la misión de liberar a los pobres y a los
marginados.
LA PALOMA
No
es extraño que la tradición cristiana haya visto en este Siervo de Yahvéh el
anuncio del mismo Jesús. Él es el Hijo amado del Padre, su predilecto. Así lo
proclama la voz del cielo que se oye en el momento del bautismo de Jesús en el
Jordán, según lo recuerda el evangelio que se lee en esta fiesta del Bautismo
del Señor (Mc 1, 11).
Según
el texto evangélico, al salir de las aguas del Jordán en las que ha sido
bautizado, Jesús ve rasgarse el cielo y al Espíritu Santo bajar hacia él “como
una paloma”. Al Jordán habían bajado Josué y Elías, llenos de la fuerza de
Dios. El Espíritu de la nueva creación baja sobre Jesús para confiarle una
misión. La de revelar la presencia de Dios.
Así
pues, el Bautismo es el momento de la revelación de Jesús y de su misión en el
mundo. Su origen divino no le aleja de la tierra y de sus habitantes. La
paloma que baja sobre él recuerda la
otra paloma que indicó a Noé el fin del diluvio. Jesús es la tierra firme de la
nueva humanidad. La tierra de la esperanza y de la vida.
EL AGUA Y EL ESPÍRITU
La
visión de Jesús viene también a corroborar el anuncio de Juan el Bautista. Juan
reconocía no ser el profeta anunciado a Moisés. No era Elías. Ni era el Mesías
esperado. Su bautismo anunciaba el bautismo del Mesías:
•
“Yo os bautizo con agua”. Y no era poco. Por una orden del profeta Eliseo,
aquel agua del Jordán había limpiado de la lepra al general sirio Naamán. Por
el ministerio de Juan, el Bautismo era para su pueblo una llamada al
arrepentimiento y a la conversión. El
pecado era y es en realidad la verdadera lepra.
•
“Él os bautizará con Espíritu Santo”. Eliseo sólo tenía un deseo: heredar dos
partes del espíritu de Elías. Era como la herencia del hijo primogénito,
estipulada por la Ley. Pues bien, Jesús
es el Hijo primogénito, que recibe el Espíritu de Dios y lo derrama con
abundancia sobre los que creen en él y deciden seguirlo por el camino.
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