“Levántate
y vete a Nínive, la gran capital, y pregona allí el pregón que te diré” (Jon
3,1). Esa es la orden que el Señor
dirige a Jonás. No era un encargo fácil. Nínive era una potencia despiadada,
que sometía a esclavitud a todos los pueblos que iba conquistando. Exhortar a
Ninive a convertirse, de parte de un Dios al que despreciaba, parecía una tarea
imposible.
No
es extraño que Jonás trate de ignorar la llamada de Dios y de huir lejos,
exactamente en la dirección contraria de la ciudad a la que Dios le envía.
Jonas nos parece un profeta desobediente, pero otros podrían calificarlo como
un hombre realista y prudente. Nadie puede ser obligado a meterse en la boca
del lobo.
Sin
embargo, contra todo pronóstico, los ninivitas escuchan un mensaje en el que no
cree el mensajero. Y ante el arrepentimiento de Nínive, Dios se arrepiente del
castigo que pensaba enviar a la ciudad. Evidentemente, la misericordia de Dios
es mayor que la incredulidad humana.
LA LLAMADA
El
evangelio que hoy se proclama recuerda también una llamada. La escena nos sitúa
en las orillas del lago de Galilea. Jesús es todavía un desconocido en la
región. Al pasar, encuentra a Simón y a
su hermano Andrés enfrascados en su tarea habitual. Son pescadores y están
echando el copo en el lago.
“Venid
conmigo y os haré pescadores de hombres” (Mc 1,17). Hemos escuchado muchas
veces estas palabras. Hoy nos resultan familiares, pero tuvieron que suscitar
algunas preguntas en aquel momento. ¿Quién era aquel personaje que invitaba a
unos desconocidos a seguirle? ¿Qué podía significar ser pescadores de hombres?
La escena puede explicarse por el evangelio de
Juan. Andrés era discípulo de Juan Bautista, había tenido ya un encuentro con
Jesús y lo había comentado con su
hermano Simón. Y tal vez con Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, que eran
sus compañeros en las tareas de la pesca. También a ellos dirige Jesús su
llamada.
EL SEGUIMIENTO
Pero
la escena que se desarrolla junto al lago de Galilea es como una parábola en
acción. Nos indica que la llamada obedece a la iniciativa de Jesús. Y nos
recuerda la respuesta de los que han sido llamados por él:
•
Los cuatro pescadores dejaron sus aperos de pesca y a sus familiares y
compañeros. Abraham salió de su tierra y dejó atrás a su parentela. Moisés dejó
la tierra en la que había nacido y la alta posición que ocupaba. También Jonás
dejó su tierra y su comodidad. La llamada de Dios relativiza nuestra
instalación y posesiones y hasta nuestras relaciones personales.
•
Los cuatro pescadores del lago decidieron seguir a Jesús y se marcharon con él.
Abraham, Moisés y Jonás, siguieron la indicación del Dios que los enviaba a un
futuro difícil y arriesgado. La llamada de Dios exige de nosotros una generosa
disponibilidad para seguir los pasos de Jesús, acompañarlo por el camino y ser
testigos de su vida y su mensaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario