La última lección (Trinidad) por JR Flecha

No podemos vivir sin creer y si alguien no cree en nosotros. No podemos vivir sin esperar y si alguien no espera algo de nosotros. No podemos vivir sin amar y ser amados. En la misma estructura personal se encuentra la capacidad de creer y confiar en alguien, la necesidad de vivir en apertura confiada a un futuro que se percibe como plenificador, y la posibilidad y el gozo de descansar en una persona amada.

Esas virtudes son profundamente humanas. Por eso pueden ser divinas. Las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad son don de Dios. Y por eso son también revelación de Dios. Su sujeto y objeto primario es el Dios trascendente. El Dios Trinidad cree en el hombre que ha creado, espera su respuesta a la llamada que le ha dirigido por medio del Hijo y lo ama en el Espíritu de la verdad y la unidad.

Por otra parte, el hombre creado puede creer y confiar en el Dios Trinidad. Puede esperar la felicidad que es Él mismo. Y puede amarlo en el tiempo, amando a los hijos de Dios, con la confianza de vivir en la eternidad de una comunión gratuita y divinizante. Las tres grandes virtudes quedan así elevadas a la altura del Padre, según el modelo del Hijo Encarnado, gracias a los dones del Espíritu.

VOCACIÓN Y REUNIÓN

En esta solemnidad de la Santísima Trinidad se proclamar el texto final del evangelio según San Mateo (Mt 28, 16-20). Jesús se despide de los once discípulos. De entre ellos, unos se postran ante Él y otros vacilan. Es la última hora. Pero en el camino de la fe nada está garantizado. Siempre es posible la inseguridad.

Con todo, hay algo que nos llama la atención. Jesús confía en todos ellos, en los que creen y en los que dudan. No los ha llamado porque eran perfectos, pero espera que lo sean. A pesar de la resistencia y la debilidad de que han dado pruebas, Jesús sigue confiando en ellos.

A unos y a otros, Jesús los deja como continuadores de su misión y de su obra. A todos les encomienda una triple misión: hacer discípulos, bautizarlos y enseñarles a guardar lo mandado por Él. La evangelización, la celebración de la fe, y la catequesis sobre el comportamiento cristiano responden al envío del Señor.

En el centro del programa misionero está la referencia al Dios Trinidad. La vocación personal y la reunión de la comunidad nacen de ahí. Bautizar a las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo no es sólo una fórmula ritual. Es el resumen de la revelación del Maestro. Su última y definitiva lección.

EL MISTERIO DE SU PRESENCIA

El texto termina con una advertencia inolvidable: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Al principio del evangelio de Mateo, Jesús había sido anunciado como el Emmanuel, el Dios con nosotros. Al final del mismo evangelio Jesús promete estar con nosotros por siempre. Él es el Dios definitivamente cercano al hombre.

• “Sabed que yo estoy con vosotros”. Gracias al don de la fe, descubrimos entre la niebla esa presencia del Señor entre nosotros y vivimos con la serena confianza que nos da su cercanía.

• “Todos los días” . Gracias al don de la esperanza, recibimos la capacidad de mantener la vista fija en el horizonte de las promesas divinas y de prestar atención cada día a los signos de los tiempos.

• “Hasta el fin del mundo”. Gracias al don del amor que en Jesús se nos ha revelado, tratamos de verlo en el hambriento y el sediento hasta que Él examine nuestra responsabilidad.

Origen de la fiesta de la Trinidad

Buscando un buen artículo sobre el origen de la fiesta de la Trinidad lo he hallado en el blog de Indalecio, profe de reli de Secundaria en Almería -España-, extraído del "Nuevo Año Cristiano" en el tomo del mes de Junio. Un buen lugar para bucear en temas diversos. El blog se denomina jesushistorico.blogspot.com.es Queda dicho.
Para acceder a la información  sobre la Trinidad pincha JESÚS HISTÓRICO.

Teología básica sobre la Trinidad

Algunos me habéis sugerido que desarrolle algún tema de formación. Con motivo del próximo domingo he preparado esta "teología básica" sobre la Santísima Trinidad. Así desempolvo apuntes y materiales de la licenciatura. La sencilla línea expositiva puede orientar a aquellos que deseen profundizar en algún aspecto que le parezca más interesante.

Historia de Petrus.

Comparación entre la vida de dos niños, Petrus (vive en África) y Pedro (vive en Europa). Las imágenes de un día del primero se acompañan con la narración de lo que hace el segundo en ese momento.

Un viento recio (por JR Flecha)

Tres festividades marcan el ritmo del tiempo pascual como para desgranar las riquezas del misterio fundamental de nuestra fe: La resurrección de Cristo, su Ascensión a los cielos y la venida del Espíritu Santo. En esta solemnidad de Pentecostés leemos el texto del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-11).

Tras leer este texto admirable, solemos subrayar los tres hechos que en él se exponen: la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, reunidos junto a María la Madre de Jesús. El valor que el Espíritu infunde en los seguidores de Jesús. La comprensión universal del mensaje por parte de los peregrinos que hablan diversas lenguas.

Con todo, deberíamos prestar más atención a ese detalle inicial, que resume la causa de todos los hechos: “De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban”. Toda la vida de la comunidad cristiana, entonces y ahora, está motivada por la iniciativa de Dios: el ruido del cielo. Esa iniciativa recuerda el capítulo inicial de la Biblia y anuncia una nueva creación: el soplo del viento. El Espíritu de Dios libera a los discípulos de su encierro y conmueve las estructuras: la casa donde se encuentran.

EL PERDÓN DE LOS PECADOS

El evangelio que se proclama en esta fiesta de Pentecostés nos remite una vez más al primer día de la semana, es decir al día de la resurrección de Cristo (Jn 20, 19-23). Vemos de nuevo a los discípulos, reunidos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Pero de pronto llega Jesús. El inesperado. El muerto vivo.

No les reprende por haberlo abandonado en el Huerto de los Olivos. Al contrario, les concedes tres dones. El don de la paz como saludo, como don gratuito y como responsabilidad perenne. El don de sus llagas, es decir la certeza de su victoria sobre la muerte. Y el don de su Espíritu, que es Espíritu de perdón. Esos dones son los que hacen la Iglesia.

“Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Sólo el que perdonó a quienes lo abandonaron podía confiarles el don sagrado de perdonar a los demás. No podríamos perdonar, si no hubiéramos recibido del Señor su propio Espíritu. El Espíritu de la reconciliación.

LA CONFESIÓN DE LA FE

En esta fiesta de Pentecostés importa también recoger el mensaje de San Pablo a los fieles de Corinto: “Nadie puede decir ‘Jesús es Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor 12, 3). Es más que una tesis académica. Es más que una afirmación discutible. Es un mensaje que suena a confesión personal. Pablo sabe por experiencia lo que dice.

• “Jesús es Señor”. Ésa es la clave de nuestra fe cristiana. También los no creyentes pueden conocer a Jesús. Es más, muchos pueden reconocerlo como un maestro, como un asceta o como un místico. También como un benefactor social. Para confesarlo como el Mesías y el Señor hace falta el don de la fe.

• “La acción del Espíritu Santo”. Sería una arrogancia y una blasfemia arrogarse uno mismo el mérito de haber llegado a la fe o de haberla conservado fielmente. El don de la fe nos es concedido por el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios nos lleva a la verdad y nos guía en el amor. Gracias al Espíritu podemos confesar a Jesús como Señor y Salvador.

El cielo y la tierra. La Ascensión (PAB7-12) por JR Flecha

En un sermón pronunciado en la fiesta de la Ascensión, San Juan de Ávila decía que esta fiesta nos invita a la vez a la alegría y al llanto. “Nuestro deseo parece que se inclina a tener presente a Jesucristo en forma mortal, para que lo viéramos con ojos de carne y gozáramos de su conversación; mas Él a otra parte parece que tira”.

A veces tenemos la impresión de vivir abandonados. Se desvanece la certeza de la presencia de Dios en nuestra vida. Y todo nos parece un signo escandaloso de su ausencia. Es como si, de pronto, tuviéramos que experimentar el dolor de la orfandad. Y permanecemos mudos y desganados.

Lo dramático es que esta sensación no es el castigo de los incrédulos o los ateos. También los creyentes parecen obligados a pasar alguna vez por el valle de tinieblas. Dios se oculta y no se deja percibir en el horizonte de nuestra vida. Si somos “buscadores de Dios”, no lo somos por gusto. Como Magdalena, “no sabemos dónde lo han puesto”.

ENVÍO Y RESPONSABILIDAD

Nuestra fe confiesa que Jesús ha subido a los cielos en cuerpo y alma. Con esa expresión, de cuño semítico, se nos dice que toda su persona ha entrado definitivamente en el ámbito de la divinidad. El que se abajó y humilló tomando la forma de siervo, ha sido glorificado como Señor. Es más, la humillación parece reclamar para Él la gloria.

Pero la ascensión de Jesús a los cielos no puede ser para los cristianos el comienzo de una triste y quejumbrosa orfandad. Es la toma de conciencia de una gozosa y activa responsabilidad. El Señor ha dicho y dice siempre a sus discípulos: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.

Si Él vivió limitado a un rincón de la tierra, a sus discípulos se les abren todos los caminos del mundo. Si Él proclamó la buena noticia del Reino de Dios, sus discípulos han recibido el don y la tarea de completar aquella misión. Si Él era el Señor de la creación, sus discípulos se saben enviados a toda la creación.

EL SEÑOR Y LOS DISCÍPULOS

Es muy interesante el final del Evangelio según San Marcos (Mc 16, 15-20). Entre otras razones, porque concluye vinculando la misión de los discípulos a la misión misma del Mesías:

• “Después de hablarles, el Señor Jesús ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. Al principio fue la palabra. Al principio de la vida de Jesús. Y al principio de la misión de la Iglesia. Antes de subir al cielo, Jesús fue sembrando la semilla de su palabra

• “Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes”. Los discípulos de Jesús no fueron llamados para permanecer en la holganza. Su patria son los caminos. Y su trabajo, la proclamación de una buena noticia que nos salva y hace comunidad.

• “El Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban”. Jesús anunció a los discípulos que siempre estaría con ellos. Ahora sabemos que siempre estará en el mundo por medio de ellos.

La moral en la época de Jesús

Estoy leyendo en estos momentos esta obra que véis a la izquierda. Me llamó la atención más que el título la distribución de su índice y los temas que se tocan. Es un estudio que se salen de la línea común e interrelaciona "las morales" en la época de Jesús.
Esta es su estructuración:
PARTE I: Moral común griega y filósofos contraculturales
- Moral común en las sociedades agrarias antiguas del Mediterráneo y del Oriente Próximo.
- Moral común en la sociedad griega clásica
- Movimientos contraculturales de carácter filosófico: cinismo, epicureísmo y estoicismo. Rasgos comúnes y específicos.
PARTE II:Moral común judía y Jesús
- Moral judía en el postexilio.
- Moral judía en la Palestina helenístico-romana.
- Carácter contracultural de la conducta de Jesús.

Una recomendación para comenzar la semana. Su precio ronda los 20 euros.

Obispo, joven y al día

Interesante artículo sobre Mons. Xavier Novell y Gomà, el obispo más joven de España que el próximo día 20 de abril cumplirá 43 años

Del amor y la amistad (PAB6-12) por JR Flecha

La llamada “regla de oro” de todas las éticas establece una conexión entre el sujeto y las personas con las que entra en relación. Puede expresarse de forma negativa: “No hagas a los demás lo que no quieras que ellos hagan contigo”. Y puede también formularse en positivo: “Haz a los demás lo que quieres que ellos hagan contigo”.

La tradición de Israel había asumido esta regla, como se ve por la prescripción del libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,18). Este principio se manifiesta en numerosas aplicaciones, sobre todo cuando se pide a los israelitas que tengan piedad de los esclavos, puesto que ellos fueron esclavos en otro tiempo.

Es cierto que esta norma ética parece fundarse en el amor propio. Pero el amor a uno mismo no es un mal moral. Al contrario, sólo puede amar a los demás quien ha aprendido a amarse a sí mismo. Hay que ponerse en el lugar del otro. Y poner al otro en nuestro propio lugar. Necesitamos sabernos amados para aprender a amar.
EL PADRE Y LOS HERMANOS

En el evangelio que hoy se proclama en la liturgia encontramos un cambio significativo (Jn 15, 9-17). En otra ocasión Jesús había subrayado el valor de la norma tradicional del amor al prójimo como a uno mismo (Mc 12, 28-34). Pero en el contexto de la última cena, introduce una doble referencia en la relación del amor.

• La primera referencia nos lleva a volver los ojos al Padre celestial: "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn 15,10). Jesús puede hablar del amor a los hermanos porque ha permanecido en el amor del Padre y en el amor al Padre.

• La segunda referencia nos lleva a él mismo: "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12; Jn 13,34-35). El verdadero modelo del amor a los demás ya no lo encontramos en nosotros mismos, sino en el Señor y Maestro que ha dado la vida por nosotros.

Es importante ese “como”. Por dos veces se repite esa partícula de comparación. Somos invitados a amar a los demás como Jesús ama al Padre y como nos ama a nosotros. Ahí está él haciendo de puente entre el Padre y nosotros. Es esa doble orientación de su amor la que nos libera de la ramplonería y del egoísmo.

EL AMIGO Y LOS AMIGOS

El texto evangélico es muy rico. Baste recordar las dos frases de Jesús sobre la amistad. Es decir, sobre los amigos que somos y hemos de ser con relación a él.

• “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Jesús ha dado vida a nuestra existencia, con su palabra y con sus gestos. Y finalmente ha dado la vida por nosotros para que tengamos vida eterna.

• “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. La verdadera amistad requiere la concordia en las ideas y en los pensamientos, pero sobre todo, en las actitudes últimas y en los actos que las manifiestan.

• “Ya no os llamo siervos… os llamo amigos”. Así sólo puede hablar el que se ha hecho siervo, hasta lavar los pies a sus discípulos. Su amistad se manifiesta en los secretos que les ha revelado. En la vida que comparte con nosotros.