No podemos vivir sin creer y si alguien no cree en nosotros. No podemos vivir sin esperar y si alguien no espera algo de nosotros. No podemos vivir sin amar y ser amados. En la misma estructura personal se encuentra la capacidad de creer y confiar en alguien, la necesidad de vivir en apertura confiada a un futuro que se percibe como plenificador, y la posibilidad y el gozo de descansar en una persona amada.
Esas virtudes son profundamente humanas. Por eso pueden ser divinas. Las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad son don de Dios. Y por eso son también revelación de Dios. Su sujeto y objeto primario es el Dios trascendente. El Dios Trinidad cree en el hombre que ha creado, espera su respuesta a la llamada que le ha dirigido por medio del Hijo y lo ama en el Espíritu de la verdad y la unidad.
Por otra parte, el hombre creado puede creer y confiar en el Dios Trinidad. Puede esperar la felicidad que es Él mismo. Y puede amarlo en el tiempo, amando a los hijos de Dios, con la confianza de vivir en la eternidad de una comunión gratuita y divinizante. Las tres grandes virtudes quedan así elevadas a la altura del Padre, según el modelo del Hijo Encarnado, gracias a los dones del Espíritu.
VOCACIÓN Y REUNIÓN
En esta solemnidad de la Santísima Trinidad se proclamar el texto final del evangelio según San Mateo (Mt 28, 16-20). Jesús se despide de los once discípulos. De entre ellos, unos se postran ante Él y otros vacilan. Es la última hora. Pero en el camino de la fe nada está garantizado. Siempre es posible la inseguridad.
Con todo, hay algo que nos llama la atención. Jesús confía en todos ellos, en los que creen y en los que dudan. No los ha llamado porque eran perfectos, pero espera que lo sean. A pesar de la resistencia y la debilidad de que han dado pruebas, Jesús sigue confiando en ellos.
A unos y a otros, Jesús los deja como continuadores de su misión y de su obra. A todos les encomienda una triple misión: hacer discípulos, bautizarlos y enseñarles a guardar lo mandado por Él. La evangelización, la celebración de la fe, y la catequesis sobre el comportamiento cristiano responden al envío del Señor.
En el centro del programa misionero está la referencia al Dios Trinidad. La vocación personal y la reunión de la comunidad nacen de ahí. Bautizar a las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo no es sólo una fórmula ritual. Es el resumen de la revelación del Maestro. Su última y definitiva lección.
EL MISTERIO DE SU PRESENCIA
El texto termina con una advertencia inolvidable: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Al principio del evangelio de Mateo, Jesús había sido anunciado como el Emmanuel, el Dios con nosotros. Al final del mismo evangelio Jesús promete estar con nosotros por siempre. Él es el Dios definitivamente cercano al hombre.
• “Sabed que yo estoy con vosotros”. Gracias al don de la fe, descubrimos entre la niebla esa presencia del Señor entre nosotros y vivimos con la serena confianza que nos da su cercanía.
• “Todos los días” . Gracias al don de la esperanza, recibimos la capacidad de mantener la vista fija en el horizonte de las promesas divinas y de prestar atención cada día a los signos de los tiempos.
• “Hasta el fin del mundo”. Gracias al don del amor que en Jesús se nos ha revelado, tratamos de verlo en el hambriento y el sediento hasta que Él examine nuestra responsabilidad.