NOVIEMBRE: Personajes bíblicos, fin del Año Litúrgico, fichas, manualidades, actividades, libros, humor, juegos, cómics, resúmenes, fichas, lecturas, videoclips, música... ***Si bien los materiales propios del blog están protegidos, su utilización ES LIBRE (aunque en ningún caso con fines lucrativos o comerciales) siempre que se conserve el diseño integral de las fichas o de las actividades así como la autoría o autorías compartidas expresadas en las mismas.
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Abiertos como el Señor Mc 9,38-43.45.47-48 (TOB26-18)
“Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor”. Dios había pedido a Moisés que compartiera su espíritu con setenta ancianos. Y así lo hizo él, imponiéndoles las manos. Eldad y Medad no asistieron a aquel rito. Sin embargo, recibieron igualmente el don de profecía (Núm 11,25-29).
Ahí interviene Josué, para dar a Moisés un consejo que parece muy prudente. Según él, sería oportuno prohibir a aquellos dos ancianos que siguieran profetizando. Pero Moisés no comparte esa opinión. Su deseo es muy significativo: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor”.
A la intransigencia y el celo de Josué se opone la amplitud de miras de Moisés y su interés por el bien de toda la comunidad. Y, sobre todo, se nos revela la fuerza de Dios, que derrama su espíritu donde quiere y como quiere.
Del salmo responsorial tal vez habría que retener la última petición al Señor: “Preserva a tu siervo de la arrogancia” (Sal 18,14).
TAREAS PARA JUAN
También algunos discípulos de Jesús han caído en la tentación de la arrogancia En el evangelio que hoy se proclama (Mc 9,38-48) se recuerda un informe que Juan transmite a su Maestro. Los apóstoles han visto a uno que expulsaba demonios en el nombre de Jesús, aunque no pertenecía al grupo de sus discípulos. Y han tratado de impedírselo. ¿Qué implica para nosotros la noticia de ese comportamiento?
• En principio, Juan no ha comprendido que Jesús y su espíritu no son una propiedad exclusiva de un grupo de selectos. Su vida y su mensaje se ofrecen a toda la humanidad. En el nombre de Jesús se anuncia la salvación para todos.
• Además, Juan parece considerar que los que no pertenecen al grupo de los llamados por Jesús han de ser necesariamente sus enemigos. Necesita comprender que el Espíritu sopla donde menos se le espera.
• Y finalmente, Juan todavía no ha llegado a descubrir que los enfermos, los marginados y los esclavizados por el mal necesitan no sólo una ayuda institucional sino, sobre todo, el anuncio de la salvación.
TAREAS PARA TODOS
Tras oír el informe de Juan, Jesús se vuelve a sus discípulos diciendo: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Tres mensaje para la historia.
• Las prohibiciones. Con demasiada frecuencia pensamos que los grandes valores se defienden prohibiendo unas iniciativas que nos parecen inadecuadas. Mejor sería intentar el acercamiento y el diálogo
• Los milagros. Con mucha frecuencia creemos que los milagros son fenómenos de otros tiempos. Mejor sería abrir los ojos para descubrir que también hoy la providencia de Dios se hace presente entre nosotros.
• La concordia. Con excesiva frecuencia consideramos a los demás como adversarios y competidores. Mejor sería aprender a ver el mundo como el campo de una misión que nos ha sido confiada a todos.
Ahí interviene Josué, para dar a Moisés un consejo que parece muy prudente. Según él, sería oportuno prohibir a aquellos dos ancianos que siguieran profetizando. Pero Moisés no comparte esa opinión. Su deseo es muy significativo: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor”.
A la intransigencia y el celo de Josué se opone la amplitud de miras de Moisés y su interés por el bien de toda la comunidad. Y, sobre todo, se nos revela la fuerza de Dios, que derrama su espíritu donde quiere y como quiere.
Del salmo responsorial tal vez habría que retener la última petición al Señor: “Preserva a tu siervo de la arrogancia” (Sal 18,14).
TAREAS PARA JUAN
También algunos discípulos de Jesús han caído en la tentación de la arrogancia En el evangelio que hoy se proclama (Mc 9,38-48) se recuerda un informe que Juan transmite a su Maestro. Los apóstoles han visto a uno que expulsaba demonios en el nombre de Jesús, aunque no pertenecía al grupo de sus discípulos. Y han tratado de impedírselo. ¿Qué implica para nosotros la noticia de ese comportamiento?
• En principio, Juan no ha comprendido que Jesús y su espíritu no son una propiedad exclusiva de un grupo de selectos. Su vida y su mensaje se ofrecen a toda la humanidad. En el nombre de Jesús se anuncia la salvación para todos.
• Además, Juan parece considerar que los que no pertenecen al grupo de los llamados por Jesús han de ser necesariamente sus enemigos. Necesita comprender que el Espíritu sopla donde menos se le espera.
• Y finalmente, Juan todavía no ha llegado a descubrir que los enfermos, los marginados y los esclavizados por el mal necesitan no sólo una ayuda institucional sino, sobre todo, el anuncio de la salvación.
TAREAS PARA TODOS
Tras oír el informe de Juan, Jesús se vuelve a sus discípulos diciendo: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Tres mensaje para la historia.
• Las prohibiciones. Con demasiada frecuencia pensamos que los grandes valores se defienden prohibiendo unas iniciativas que nos parecen inadecuadas. Mejor sería intentar el acercamiento y el diálogo
• Los milagros. Con mucha frecuencia creemos que los milagros son fenómenos de otros tiempos. Mejor sería abrir los ojos para descubrir que también hoy la providencia de Dios se hace presente entre nosotros.
• La concordia. Con excesiva frecuencia consideramos a los demás como adversarios y competidores. Mejor sería aprender a ver el mundo como el campo de una misión que nos ha sido confiada a todos.
El rechazo al justo Mc 9,30-37 (TOB25-18)
“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo”. Así se confabulan los impíos para denunciar a quien, con su sola presencia, les echa en cara su impiedad. Esa actitud recogida por el libro de la Sabiduría (Sap 2,17-20), se ha repetido en el martirio del sacerdote Pino Puglisi, al que ha recordado recientemente el papa Francisco en la ciudad de Palermo.
Quien trata de vivir con honradez y coherencia, recibe acusaciones, calumnias y marginación, por parte de la mafia o de sus propios compañeros. El texto bíblico menciona tres acusaciones que se lanzan contra quien vive con rectitud: “Se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”.
El salmo responsorial recoge la oración del perseguido: “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder … porque unos insolentes se alzan contra mí” (Sal 53).
En la misma línea se colocan las advertencias que se nos transmiten en la carta de Santiago. Frente a las envidias y rivalidades del entorno, “los que procuran la paz, están sembrando la paz y su fruto es la justicia” (Sant 3,18).
.
LA MUERTE Y EL PRESTIGIO
Las acusaciones contra el justo, que recoge el libro de la Sabiduría encuentran un eco en las palabras con las que Jesús anuncia su propia muerte a los discípulos: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán, y después de muerto, a los tres días resucitará” (Mc 9, 31). El relato parece jugar con las contraposiciones:
• Jesús es muy consciente de que habrá de afrontar la muerte en Jerusalén y que después resucitará. Sin embargo, los discípulos que le siguen por los caminos no entienden de qué les está hablando. Es más, les da miedo pedirle una explicación.
• En realidad, el evangelio sugiere que los discípulos no han llegado a aprender la principal lección de su Maestro. Jesús habla de su próxima muerte, mientras que ellos se entretienen en discutir quién de ellos es el más importante.
• El que es la Palabra, también a nosotros nos pregunta qué es lo que nos preocupa mientras vamos “de camino”. Lamentablemente, a su palabra solo podemos responder con un silencio avergonzado, porque solo nos importa nuestro prestigio personal.
EL SIGNO DE LA ACOGIDA
El evangelio anota que Jesús se sentó, como hizo al iniciar el Sermón de la Montaña. También ahora quiere enseñar una lección importante: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. Evidentemente la actitud de “acoger” reflejaba su espíritu y dejaba en evidencia la altivez de sus discípulos: los de antes y los de ahora.
• Acoger a un niño era y es el signo más claro de la gratuidad. El niño todavía no realiza un trabajo ni recibe un salario. No es “productivo”, pero tiene toda la dignidad de la persona. Acoger a un niño significa reconocer la importancia del débil. Es decir del “in-útil”
• Acoger a Jesús era y es el signo más elocuente de la hospitalidad. El que no tenía donde reclinar la cabeza sigue hoy llamando a nuestra puerta. Nosotros decimos que mañana le abriremos… “para lo mismo responder mañana”, como escribió Lope de Vega.
• Acoger al que ha enviado a Jesús era y es el signo más evidente de nuestra fe en el Padre. Es reconocerlo como el enviado para nuestra salvación. Es aceptar su palabra y su estilo de vida. Quien cree en el enviado cree también en quien lo envió.
Quien trata de vivir con honradez y coherencia, recibe acusaciones, calumnias y marginación, por parte de la mafia o de sus propios compañeros. El texto bíblico menciona tres acusaciones que se lanzan contra quien vive con rectitud: “Se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada”.
El salmo responsorial recoge la oración del perseguido: “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder … porque unos insolentes se alzan contra mí” (Sal 53).
En la misma línea se colocan las advertencias que se nos transmiten en la carta de Santiago. Frente a las envidias y rivalidades del entorno, “los que procuran la paz, están sembrando la paz y su fruto es la justicia” (Sant 3,18).
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LA MUERTE Y EL PRESTIGIO
Las acusaciones contra el justo, que recoge el libro de la Sabiduría encuentran un eco en las palabras con las que Jesús anuncia su propia muerte a los discípulos: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán, y después de muerto, a los tres días resucitará” (Mc 9, 31). El relato parece jugar con las contraposiciones:
• Jesús es muy consciente de que habrá de afrontar la muerte en Jerusalén y que después resucitará. Sin embargo, los discípulos que le siguen por los caminos no entienden de qué les está hablando. Es más, les da miedo pedirle una explicación.
• En realidad, el evangelio sugiere que los discípulos no han llegado a aprender la principal lección de su Maestro. Jesús habla de su próxima muerte, mientras que ellos se entretienen en discutir quién de ellos es el más importante.
• El que es la Palabra, también a nosotros nos pregunta qué es lo que nos preocupa mientras vamos “de camino”. Lamentablemente, a su palabra solo podemos responder con un silencio avergonzado, porque solo nos importa nuestro prestigio personal.
EL SIGNO DE LA ACOGIDA
El evangelio anota que Jesús se sentó, como hizo al iniciar el Sermón de la Montaña. También ahora quiere enseñar una lección importante: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. Evidentemente la actitud de “acoger” reflejaba su espíritu y dejaba en evidencia la altivez de sus discípulos: los de antes y los de ahora.
• Acoger a un niño era y es el signo más claro de la gratuidad. El niño todavía no realiza un trabajo ni recibe un salario. No es “productivo”, pero tiene toda la dignidad de la persona. Acoger a un niño significa reconocer la importancia del débil. Es decir del “in-útil”
• Acoger a Jesús era y es el signo más elocuente de la hospitalidad. El que no tenía donde reclinar la cabeza sigue hoy llamando a nuestra puerta. Nosotros decimos que mañana le abriremos… “para lo mismo responder mañana”, como escribió Lope de Vega.
• Acoger al que ha enviado a Jesús era y es el signo más evidente de nuestra fe en el Padre. Es reconocerlo como el enviado para nuestra salvación. Es aceptar su palabra y su estilo de vida. Quien cree en el enviado cree también en quien lo envió.
Del siervo al Mesías Mc 8,27-35 (TOB24-18)
“Ofrecí la espalda a los que me apaleaban y la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos”. Es impresionante esa confesión del Siervo de Dios que resuena en el texto profético que hoy se proclama (Is 50,5-9). La misión que le ha sido confiada está expuesta a violencias de todo tipo.
Pero el elegido se mantiene firme en medio de la persecución. Bien sabe que su fuerza no viene de sí mismo: “El Señor me ayudaba, por eso no sentí los ultrajes”. La fe en la cercanía de Dios no nos exime de las burlas, pero nos da esa audacia que propone el papa Francisco en su exhortación “Gaudete et exsultate”.
Recogiendo esta certeza, el salmo responsorial proclama: “El Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas me salvó” (Sal 114). Nuestro aguante no nace de la fuerza de nuestra voluntad, sino de esa fe que genera y orienta nuestras buenas obras (Sant 2,14-18).
LA TENTACIÓN
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en la zona de Cesarea de Felipe, cerca de las fuentes del Jordán (Mc 8,27-35). Mientras va de camino, dirige a sus discípulos una pregunta sobre la idea que las gentes tienen de él. Pero no se detiene ahí y les interpela sobre su opinión personal. En realidad, les pregunta quién es él para ellos.
Pedro responde escuetamente: “Tú eres el Mesías”. Pero Jesús replica con una prohibición, una expliación y una reprension.
• Jesús prohíbe a sus discípulos que difundan entre las gentes que él es el Mesías de Dios. El título tenía implicaciones políticas que el Maestro trataba de evitar.
• Además, Jesús les explica que su mesianismo incluye un panorama de padecimiento y condena por parte de las autoridades y un destino de muerte y de resurrección.
• Y, ante la resistencia de Pedro a admitir ese futuro, Jesús lo reprende por tratar de apartarlo del fiel cumplimiento de su misión.
Evidentemente, se puede caminar con Jesús conservando en el fondo la forma de pensar que dicta la opinión pública, no la que nos inspira la fe en Dios. Esa es la gran tentación.
LAS DECISIONES
En ese contexto, Jesús dirige a la gente y a sus discípulos de todos los tiempos una lección inolvidable: “El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Acompañar al Maestro por el camino comporta tres decisiones radicales:
• Negarse a sí mismo. Es preciso salir del individualismo que de hecho niega la autenticidad de la respuesta a la llamada del Maestro. El discípulo ha de estar dispuesto a renunciar a sus proyectos y a sus intereses personales.
• Cargar con la cruz. La cruz era un horrible instrumento de suplicio. Por tanto, cargar con ella equivalía a reconocerse como un delincuente merecedor de una condena. Y disponerse a compartir en el futuro el destino del Justo injustamente ajusticiado.
Sordo y mudo Mc 7,31-37(TOB23-18)
“Decid a los cobardes de corazón: Sed fuertes, no temáis…Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Con estas palaras que hoy se leen en la misa, el profeta Isaías anuncia un futuro en que las capacidades humanas serán potencidas por Dios (Is 35,4-7).
Llega para el pueblo la hora en que será liberado de la esclavitud que había padecido en Babilonia. Además, la recuperación de los sentidos vendrá acompañada por un sorprendente cambio en el paisaje. En el desierto brotarán manantiales de agua y el páramo se convertirá en un estanque. Todo demuestra que Dios es el Señor del hombre y de su mundo.
Claro que para que la liberación traiga la armonía hay que escuchar la palabra de Dios y no hacer discriminación de personas. Ese es el mensaje de la carta de Santiago que se proclama en la segunda lectura (Sant 2,1-5).
LOS GESTOS Y LA PALABRA
El evangelio se hace eco de las promesas de Isaías. En tierra de paganos, a Jesús le presentan un sordo que apenas puede hablar. Son otros los que lo llevan hasta el Señor y suplican que le imponga las manos. Como se ve, el enfermo depende de los demás. Un aviso para nuestra autosuficiencia. Necesitamos que alguien nos acerque al Salvador
El texto anota que Jesús aparta de la gente al sordomudo. Es cierto que la persona necesita la ayuda de los demás para llegar hasta el Maestro, pero sólo de él puede venir la salvación. Jesús, que es la Palabra de Dios, es el único que puede capacitarnos para oír su mensaje y para poder transmitirlo a los demás.
Es interesante ver que los que acompañan al enfermo piden a Jesús que le imponga las manos. Ese gesto se convertiría en tradicional entre los creyentes. Pero no puede reducirse a un gesto mágico. Con él reconocemos la gratuidad de la bendición y los dones del Señor.
Jesús metió sus dedos en los oídos del sordo y con la saliva le tocó la lengua. Esos eran precisamente los gestos que podían llevar a aquel enfermo a comprender el don que Jesús le concedía. Sin embargo, los gestos fueron acompañados por una palabra, que la comunidad quiso conservar en la lengua original: “Effetá”, esto es “ábrete”.
ESCUCHAR Y PREGONAR
El relato evangélico recoge el comentario de las gentes que conocieron aquella curación: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Nos alegra comprobar que Jesús suscitaba la admiración de las gentes.
• Jesús hace oír a los sordos. A los de antes y a los de ahora. No quieren oír la voz del Maestro quienes no están dispuestos a ajustar su conducta a sus propuestas. Pero aun entre los discípulos del Señor, parece difícil escuchar la palabra de Dios y vivir de acuerdo con su mensaje de vida y de limpieza. Es preciso rogarle que nos libre de nuestra sordera.
• Jesús hace hablar a los mudos. Se dice que el mal de este mundo surge por la maldad de los corrompidos y por el silencio de los que se creen buenos y honrados. Es urgente pedirle al Señor que nos dé la osadía que nos aconseja el papa Francisco en su exhortación “Gaudete et exsultate”. El evangelizado está llamado a ser evangelizador.
Llega para el pueblo la hora en que será liberado de la esclavitud que había padecido en Babilonia. Además, la recuperación de los sentidos vendrá acompañada por un sorprendente cambio en el paisaje. En el desierto brotarán manantiales de agua y el páramo se convertirá en un estanque. Todo demuestra que Dios es el Señor del hombre y de su mundo.
Claro que para que la liberación traiga la armonía hay que escuchar la palabra de Dios y no hacer discriminación de personas. Ese es el mensaje de la carta de Santiago que se proclama en la segunda lectura (Sant 2,1-5).
LOS GESTOS Y LA PALABRA
El evangelio se hace eco de las promesas de Isaías. En tierra de paganos, a Jesús le presentan un sordo que apenas puede hablar. Son otros los que lo llevan hasta el Señor y suplican que le imponga las manos. Como se ve, el enfermo depende de los demás. Un aviso para nuestra autosuficiencia. Necesitamos que alguien nos acerque al Salvador
El texto anota que Jesús aparta de la gente al sordomudo. Es cierto que la persona necesita la ayuda de los demás para llegar hasta el Maestro, pero sólo de él puede venir la salvación. Jesús, que es la Palabra de Dios, es el único que puede capacitarnos para oír su mensaje y para poder transmitirlo a los demás.
Es interesante ver que los que acompañan al enfermo piden a Jesús que le imponga las manos. Ese gesto se convertiría en tradicional entre los creyentes. Pero no puede reducirse a un gesto mágico. Con él reconocemos la gratuidad de la bendición y los dones del Señor.
Jesús metió sus dedos en los oídos del sordo y con la saliva le tocó la lengua. Esos eran precisamente los gestos que podían llevar a aquel enfermo a comprender el don que Jesús le concedía. Sin embargo, los gestos fueron acompañados por una palabra, que la comunidad quiso conservar en la lengua original: “Effetá”, esto es “ábrete”.
ESCUCHAR Y PREGONAR
El relato evangélico recoge el comentario de las gentes que conocieron aquella curación: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Nos alegra comprobar que Jesús suscitaba la admiración de las gentes.
• Jesús hace oír a los sordos. A los de antes y a los de ahora. No quieren oír la voz del Maestro quienes no están dispuestos a ajustar su conducta a sus propuestas. Pero aun entre los discípulos del Señor, parece difícil escuchar la palabra de Dios y vivir de acuerdo con su mensaje de vida y de limpieza. Es preciso rogarle que nos libre de nuestra sordera.
• Jesús hace hablar a los mudos. Se dice que el mal de este mundo surge por la maldad de los corrompidos y por el silencio de los que se creen buenos y honrados. Es urgente pedirle al Señor que nos dé la osadía que nos aconseja el papa Francisco en su exhortación “Gaudete et exsultate”. El evangelizado está llamado a ser evangelizador.
Las bienaventuranzas del Educador
El autor del libro está convencido de que las Bienaventuranzas pueden constituir un horizonte y una dirección también para la misión educativa ya que las Bienaventuranzas son la gran "Carta Constitucional" del Cristianismo: hablan de una ya ahora feliz, que es crecimiento humano en plenitud, y de un todavía no, que será don de Dios.
Autor Pier Giordano Cabra
Editorial: CCS Editorial
ISBN 9788490231685
124 páginas
Precio: 15 euros
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