Enlaces a recursos sobre el AÑO LITÚRGICO en educarconjesus

Las columnas de la Iglesia Mt 16,13-19

 San Pedro y san Pablo son los pilares de la Iglesia. Pero su categoría humana los convierte en modelos de coherencia y de rectitud. 

El libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 12,1-11) nos lleva a recordar un famoso fresco de las “logias” vaticanas, en el que Rafael dejó plasmada la liberación de Pedro. Herodes lo había metido en la cárcel durante la semana de Pascua. Pero “mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él”. 

Con Simón Pedro nosotros repetimos confiadamente la palabras del salmo:  “El Señor me libró de todas mis ansias” (Sal 33).

LA ORACIÓN DE LA IGLESIAS

Orar por Pedro era un deber de gratitud y de amor para la primera comunidad de Jerusalén. Pedro habrá de ser bien consciente de que esa oración de su gente le ha “liberado de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos” (Hech 12,11). 

De Pedro nos dice el evangelio (Mt 16,13-19) que reconoció a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. A cambio, Jesús le cambió su nombre de Simón por el de Pedro, para hacer de él la piedra sobre la que edificaría su Iglesia. 

También Pablo era consciente de que el Señor lo había liberado de la boca del león, para que fuera a anunciar la salvación a todas las gentes que antes consideraba como extrañas.  Así  resume a su discípulo Timoteo su propia tarea de apóstol y misionero: “El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles” (2 Tim 4,17-18). 

A decir verdad, la diferencia de talante y de opiniones de estos dos hombres no los separó en vida de la gran misión que les fue confiada por su Señor ni los aleja ahora en nuestra veneración.

DOS APÓSTOLES

Los dos apóstoles y pilares de nuestra fe han sido liberados por Dios para convertirse en agentes de la liberación y en mensajeros de la verdad. 

• Pedro es el modelo de una fe que reconoce a Jesús como el ungido de Dios. Esa era la condición mínima para ser un auténtico discípulo de Jesús de Nazaret. Los que pretendían seguirlo por otros motivos pronto abandonaron el camino. 

• Y Pablo nos recuerda la necesidad de aceptar que uno ha corrido por la pista equivocada. Es evidente que en el mundo de hoy es muy difícil reconocer los propios errores. La obsesión por imponer a los demás las propias ideas o la propia ideología puede hacernos duros y cínicos hasta negar la evidencia.   

• Estos dos apóstoles son testigos de la fe. Pero son también modelos de humanidad. Ambos estuvieron al servicio de los otros. En un mundo secular, muchos ponen la salvación en la técnica o en la política, en el arte o en la guerra. Nosotros creemos que el camino de la salvación parte de la humildad. 

La "confesión" de Pedro es la "piedra" Mt 16,13-19

 El texto de la confesión mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis de Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y, además, no están presentes las palabras sobre el "primado". Es evidente que la tradición "católica" ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón, uno de los Doce, recibió el sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Petros en griego, que significa "roca". El que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre en Mateo, no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42; Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo. Pedro pudo recibir este sobrenombre del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su ministerio.

Pero el texto en cuestión de Mt 16,13-20 es campo de batalla entre católicos y protestantes. No lo debemos ocultar. Y las interpretaciones corresponden a las "tradiciones" cristianas de unos y de otros. Los católicos siempre interpretarán que "piedra" (petra) se refiere a Pedro (petros); los protestantes afirmarán que petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino a la confesión anterior: "tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo". ¿Qué nos está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son posibles. Pero hay muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son dos tradiciones unidas por el redactor de Mateo? Todas estas cosas quedan para un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos parece más razonable interpretar que "sobre esta roca" ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una confesión decisiva y fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.

Cada evangelista ha redactado la confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las de Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues, sería si las palabras laudatorias de Jesús, después de la confesión de Pedro, son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego, tiene divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia posterior necesitó reivindicar la figura de Pedro como testigo cualificado y como "primero" entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se hace frecuentemente, que los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús nos llevan directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores dan a entender que la construcción griega de estas palabras es más armónica de lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos ante la teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una "profecía" del Jesús histórico.

Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a las que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En Cristo, claro está (cf I Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo, no se puede echar sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su resurrección. Y otro tanto habría que decir de los sucesores de Pedro. De la misma manera, pues, la metáfora de "atar y desatar" se ha de interpretar en este tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los que son recalcitrantes y rompen la comunión.

En definitiva, el texto de Mateo, la fuerza del "tu es petrus" no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido por Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la "infalibilidad" doctrinal, sino al servicio de la salvación de los hombres; aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la interpretación del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice y de lo que afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que aparece, una comunidad judeocristiana que necesitó de transformaciones muy radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como "roca" de salvación la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y cargado de responsabilidad personal para "atar y desatar", porque tiene las "llaves" del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la que él representa. Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de cualquier hombre o mujer no dependen de Pedro tampoco, sino de la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa.

Pan partido y compartido Lc 9,11-17 (Corpus Christi)

 En la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo recordamos el pan y el vino del sacrificio de Melquisedec, el rey-sacerdote cananeo que bendijo a Abraham (Gén 14,18-20).  

 LA OFRENDA Y LA TRADICIÓN

San Pablo recuerda a los corintios una tradición que él ha recibido (1 Cor 11,23-26). Al celebrar la eucaristía, también nosotros hacemos memoria de las palabras de Jesús: 

- “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”.  Con el signo del pan, Jesús expresaba su entrega a sus hermanos. Los que participaban en aquella cena y los que habríamos de seguir sus pasos a lo largo de los tiempos.

- “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. El vino compartido hacía visible el sacrificio de Jesús y sellaba la alianza nueva de Dios con los hombres. La sangre significaba una alianza de amor. Era su vida y la nuestra.

- “Haced esto en memoria mía”. La muerte del Justo injustamente ajusticiado nos interpela. En la eucaristía proclamamos que su memoria pervive todavía en nosotros. La presencia de Cristo está siempre viva en medio de su comunidad.

- “Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. La fe cristiana nos lleva a evocar aquella memoria del pasado y a vivir anclados en una esperanza activa del futuro.  

NUESTRA ENTREGA

El evangelio nos propone hoy el conocido relato de la multiplicación o distribución de los panes y los peces (Lc 9,11-17). Ante la necesidad de las gentes, Jesús nos invita a compartir con los demás lo que somos y tenemos.   

• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras no son una simple llamada a la generosidad personal. Tampoco son solamente una indicación para cambiar un sistema económico-social. Son todo eso y mucho más.

• “Dadles vosotros de comer”. Así suena el mandato de Jesús para los discípulos que le seguían. Pero esas palabras se extienden a todos los cristianos de todos los tiempos. Denuncian nuestro egoísmo y nos llaman a la responsabilidad.

• “Dadles vosotros de comer”. La eucaristía que celebramos nos exige hacer nuestra la entrega personal de Jesús. Sus palabras nos impulsan a vivir un amor sincero a los demás y a promover una caridad generosa y una justicia eficaz.

La Eucaristía, experiencia del Reino de Dios Lc 9, 11-17 (Corpus Christi)

1. Lucas ha presentado la multiplicación de los panes como una Eucaristía. En este sentido podemos hablar que este gesto milagroso de Jesús ya no se explica, ni se entiende, desde ciertos parámetros de lo mágico o de lo extraordinario. Los cinco verbos del v. 16: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir y dar”, denotan el tipo de lectura que ha ofrecido a su comunidad el redactor del evangelio de Lucas. Quiere decir algo así: no se queden solamente con que Jesús hizo un milagro, algo extraordinario que rompía las leyes de la naturaleza (solamente tenían cinco panes y dos peces y eran cinco mil personas). Por tanto, ya tenemos una primera aproximación. Por otra parte, es muy elocuente cómo se introduce nuestro relato: los acogía, les hablaba del Reino de Dios y los curaba de sus males (v.11). E inmediatamente se desencadena nuestra narración. Por tanto la “eucaristía” debe tener esta dimensión: acogida, experiencia del Reino de Dios y curación de nuestra vida.

2. Sabemos que el relato de la multiplicación de los panes tiene variantes muy señaladas en la tradición evangélica: (dos veces en Mateo: 14,13-21;15,32-39); (dos en Marcos: 6,30-44; 8,1-10); (una en Juan, 6,1-13) y nuestro relato. Se ha escogido, sin duda, para la fiesta del Corpus en este ciclo por ese carácter eucarístico que Lucas nos ofrece. Incluso se apunta a que todo ocurre cuando el día declinaba, como en el caso de los discípulos de Emaús (24,29) que terminó con aquella cena prodigiosa en la que Jesús resucitado realiza los gestos de la última Cena y desaparece. Pero apuntemos otras cosas. Jesús exige a los discípulos que “ellos les den de comer”; son palabras para provocar, sin duda, y para enseñar también. El relato, pues, tiene de pedagógico tanto como de maravilloso.

3. La Eucaristía: acogida, experiencia del Reino y curación de nuestra vida. Deberíamos centrar la explicación de nuestro texto en ese sumario introductorio (v. 11), que Lucas se ha permitido anteponer a la descripción de la tradición que ha recibido sobre una multiplicación de los panes. Si la Eucaristía de la comunidad cristiana no es un misterio de “acogida”, entonces no haremos lo que hacía Jesús. Muchas personas necesitan la “eucaristía” como misterio de acogida de sus búsquedas, de sus frustraciones, de sus anhelos espirituales. No debe ser, pues, la “eucaristía” la experiencia de una élite de perfectos o de santos. Si fuera así muchas se quedarían fuera para siempre. También debe ser “experiencia del Reino”; el Reino anunciado por Jesús es el Reino del Padre de la misericordia y, por tanto, debe ser experiencia de su Padre y nuestro Padre, de su Dios y nuestro Dios. Y, finalmente, “curación” de nuestra vida, es decir, experiencia de gracia, de encuentro de fraternidad y de armonía. Muchos vienen a la eucaristía buscando su “curación” y la Iglesia debe ofrecérsela, según el mandato mismo de Jesús a los suyos, en el relato: “dadles vosotros de comer”.

4. Son posible, desde luego, otras lecturas de nuestro texto de hoy. No olvidemos que en el sustrato del mismo se han visto vínculos con la experiencia del desierto y el maná (Ex 16) o del profeta Eliseo y sus discípulos (2Re 4,42-44). Y además se ha visto como un signo de los tiempos mesiánicos en que Dios ha de dar a su pueblo la saciedad de los dones verdaderos (cf Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; 132, 15; Jr 31,14). De ahí que nos sea permitido no esclavizarse únicamente a un tipo de lectura exclusivamente cultual envejecida. El Oficio de la liturgia del Corpus que, en gran parte, es obra de Sto. Tomás de Aquino, nos ofrece la posibilidad de tener presente estos aspectos y otros más relevantes si cabe. La Eucaristía, sacramento de Cuerpo y la Sangre de Señor, debe ser experiencia donde lo viejo es superado. Por eso, la Iglesia debe renovarse verdaderamente en el misterio de la Eucaristía, donde la primitiva comunidad cristiana encontró fuerzas para ir rompiendo con el judaísmo y encontrar su identidad futura.

La casa de Dios Jn 16,12-15

La Santísima Trinidad no es un crucigrama para cristianos eruditos ni ningún raro teorema de tres-en-uno con nombre de lubricante. La Trinidad es esa casa de Dios que los hombres -sin Él- no logran construir. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. Y es que, es imposible que se levante un casa cuando quienes la diseñan, la financian, la construyen y la venden, han despreciado la única piedra angular posible: “Jesús es la piedra que desechasteis vosotros los arquitectos y que se ha convertido en piedra angular”. Por eso sorprende ver que haya cristianos que sean tan incondicionalmente acríticos  y tan sumisamente disciplinados para con los diseños y dictámenes de quienes hacen un mundo sin Dios o contra Él (y por tanto sin humanidad o contra ella), y sigan sospechando y vociferando contra quienes con verdad y libertad son las nuevas voces de los que siguen sin tener voz en los foros de nuestro mundo.

 Jesús nos ha abierto la puerta que un pecado cerró fatalmente. Él es la primera piedra de un edificio nuevo, el hogar de la Trinidad ya entre nosotros. No es una casa terminada, sino que nos llama Él a cada uno a ser piedras vivas de ese nuevo hogar. El Padre, el Hijo y el Espíritu con quienes hacemos nuestra señal cristiana, en cuyos nombres comenzamos la Eucaristía y con cuya bendición la terminamos... ellos son nuestra casa, nuestra nostalgia, nuestro origen y también nuestro destino. La Trinidad como casa de amor, de paz y concordia; como casa de belleza y bondad, de justicia y verdad, de luz y de vida. 
 “Jesús no perdió sus años en gemir e interpelar a la maldad de la época. Él zanjó la cuestión de manera muy sencilla: haciendo el cristianismo” (Ch.Péguy). Hay tanto que hacer, que no podemos perder el tiempo en lamentos y acusaciones. Las babeles, sus proyectos y proclamas, siempre han tenido fecha de caducidad. Nosotros hagamos el cristianismo, seamos el cristianismo, dejando que el Espíritu nos lleve hasta la verdad plena. Y que nuestro corazón y nuestras comunidades cristianas, como parte de la Trinidad, como piedras vivas de su casa estrenada en la historia de cada día, puedan mostrar el espectáculo de la bienaventuranza, el de la gracia, el de la felicidad.

La verdad de la Trinidad Jn 16,12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará». Jn 16,12-15


“El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas” (Prov 8,22). El libro de los Proverbios afirma que la sabiduría de Dios, acompañaba a Dios en la creación del mundo. 

  La sabiduría asiste a Dios al comienzo del mundo, pero no como maestra, sino como aprendiz. Nos agrada saber que “gozaba con los hijos de los hombres”. Ahora sabemos que la sabiduría es el puente que nos une a Dios.  

Con el salmo responsorial manifestamos la admiración que suscita en nosotros la contemplación de la obra de Dios: “Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8,1).

San Pablo escribe que Jesús es la Sabiduría de Dios por la que hemos recibido la fe y la esperanza. Además, “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). 

 

EN UNIÓN CON EL PADRE

 

El evangelio que hoy se proclama nos sitúa en el ambiente de la última cena de Jesús con sus discípulos (Jn 16,12-15). En esa cena de despedida Jesús les revela su origen y su identidad: “Todo lo que tiene el Padre es mío”. 

Jesús había vivido a lo largo de toda su vida en intima unión con el Padre. Con él compartía el misterio y la profundidad del amor. 

En este momento añade una revelación muy importante. De hecho, anuncia a sus discípulos que el Espíritu tomará de lo que pertenece al Padre y a él y ambos y se lo comunicará a sus seguidores. 

Les transmitirá la luz de la verdad y la entrega del amor. Así que la Trinidad de Dios que hoy celebramos se revela como un misterio de donación.

 

LA VERDAD PLENA 

 

Además, Jesús deja a sus discípulos una tarea pendiente: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena”.  

 • En primer lugar, se nos dice que aceptar el mensaje de Jesús requiere una preparación por parte del oyente. El Señor ha previsto una pedagogía especial para que ese mensaje pueda ser escuchado, aceptado y vivido. 

•  Además, se anuncia la llegada y la obra del Espíritu de la Verdad. Esa verdad del Evangelio no siempre es fácil de aceptar, de vivir y proclamar. La fe es un don, pero ese don supone una preparación y exige una respuesta.

• En tercer lugar, se asegura la posibilidad de alcanzar la verdad plena. Nuestra vida esta marcada por la esperanza. Vamos haciendo camino, guiados por el Espíritu que nos descubre la sabiduría y la misericordia de Dios.