Creíamos que habían pasado ya los tiempos de la intolerancia, pero no. Los que presumen de tolerantes sólo aceptan a los de su partido político, a los que profesan su misma ideología o aplauden a su mismo equipo deportivo. Innumerables “graffiti” nos indican desde todos los muros a quién hay que odiar y a quién hay que matar. ¡Eso dicen!
En la liturgia católica se lee en este domingo un texto del libro de la Sabiduría (Sap 12, 13.16-19). El autor conocía bien tanto la tradición hebrea como la cultura griega. En medio de una sociedad politeísta, él reconocía un solo Dios. Y a él se dirige confiado: “Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia”.
Su oración es una verdadera confesión de fe. Pero incluye también un código de conducta moral al afirmar: “Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus siervos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”. En realidad, sólo quien se sabe pecador es capaz de perdonar.
Moderación, indulgencia, humanidad y esperanza. Cuatro virtudes que resumen el espíritu cristiano de la tolerancia. Si alguna vez los creyentes no han sido “tolerantes” es que no han actuado con fidelidad a su fe, o que se han visto obligados a ejercer el derecho a la legítima defensa de sus vidas y las de sus seres queridos.
PACIENCIA Y ESPERANZA
En la misma línea se sitúa el evangelio de hoy (Mt 13, 24-43). La parábola del trigo y la cizaña es bien conocida. Pero es también muy olvidada en la práctica. En las primeras comunidades había hermanos de distinta proveniencia: unos judíos y otros griegos. También había hermanos que vivían con seriedad los ideales cristianos y otros que trataban de acomodarlos a sus gustos y caprichos. Como ahora.
En ese ambiente, siempre debió de haber algunos que soñaban con una comunidad perfecta y trataban de expulsar a los relajados. Los buenos no podían tolerar a los malos. En esa situación, la parábola de la cizaña era una sencilla lección sobre la paciencia. Y ya se sabe que la paciencia es la esperanza vivida en la cotidianidad.
Ante el deseo de arrancar la cizaña y el peligro de arrancar con ella el trigo, el dueño de los campos aconseja dejarlos crecer juntos. Al tiempo de la cosecha se podrá separar el uno de la otra. Así pues, la tentación consiste precisamente en adelantarse a la cosecha, es decir en atribuirse el papel del último juez de la historia.
Para el cristiano, la tolerancia no significa ignorar la diferencia entre el bien y el mal. Cuando se dice que “todo vale” es que “nada vale”. Para el cristiano la tolerancia se identifica con la paciente esperanza. Y con la humildad de quien ha renunciado a creerse el juez definitivo de la historia.
SIETE ELEMENTOS
En el texto evangélico, los discípulos piden a Jesús que les explique la parábola. De nuevo nos encontramos con una alegoría: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo y los segadores son los ángeles”.
• Siete son los elementos que se identifican. Este número perfecto nos sitúa en la consumación del tiempo y de la historia. Tras las intervenciones humanas, con frecuencia dictadas por el principio del mal, llega la hora de la verdad y del bien. El relato nos dice que el bien y el mal coexisten y conviven en la historia. Pero la promesa divina anuncia el juicio de Dios sobre la historia.
• En su encíclica “Salvados en esperanza” Benedicto XVI ha escrito que la meditación del juicio nos ayuda a ver como provisional la valoración que hacemos de las cosas. Sólo el juicio de Dios puede asegurar la justicia. Ante los atropellos que amenazan a los inocentes, “la fe en el Juicio final es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos” (SS 43).