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Perdón y misericordia Jn 20,19-31 (PAC2-25)

 “Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo” (Hch 5,12). Después de su Ascensión a los cielos, la misericordia del Resucitado se hace visible a través de sus discípulos. Muchas personas acercan a sus enfermos a Pedro, deseando que la sombra del apóstol los cubra por un momento. 

Hoy son muchas las gentes que buscan gestos de cercanía, de atención y de ternura, como suele recordar el papa Francisco. Todos necesitamos percibir la misericordia de Dios. Y todos estamos llamados a hacerla llegar a los demás, aunque nos hagan “perder” tiempo y tal vez nos desprecien y persigan.  

El salmo responsorial nos exhorta hoy a ser agradecidos a Dios por su incansable misericordia con nosotros: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117).  

El Apocalipsis nos dice que el Hijo del Hombre es el Viviente. Él vive por los siglos de los siglos y nos revela el sentido de la historia y de nuestra vida concreta (Ap 1,9-19).

MINISTROS DEL PERDÓN

El evangelio según san Juan evoca dos momentos de la revelación del Resucitado a sus discípulos (Jn 20,19-31). El texto nos ofrece al menos tres contraposiciones que se repiten también en nuestra experiencia personal.   

- En primer lugar, se mezclan el miedo y el gozo. Tras la muerte de Jesús, los discípulos han quedado atemorizados. Pero al descubrir que Jesús se hace presente en medio de ellos, su corazón rebosa de paz y de alegría.

- En segundo lugar, al miedo sucede la audacia. Por temor habían cerrado las puertas. Pero el aliento de Jesús los mueve a salir a la calle. Los que se habían encerrado se lanzan a la misión que les había sido encomendada. 

- En tercer lugar, la culpa es superada por el perdón. Los discípulos se sentían culpables por haber abandonado a su Maestro. Pero Jesús no llega para reprenderles su falta, sino para hacerlos testigos de su misericordia.

EL TESTIMONIO DE LAS LLAGAS

  Pero Tomás atrae hoy nuestra atención. Él había impulsado a los discípulos a seguir a su Maestro hasta la muerte. Y ahora no parece dispuesto a reconocer que ha resucitado 

• “Si no veo la señal de los clavos…, no creo”. Esa frase es tal vez una protesta personal contra los que se apresuran a disfrutar de la luz sin haber aceptado la oscuridad de la cruz.  

• “Trae tu dedo… No seas incrédulo, sino creyente”. La respuesta de Jesús es una advertencia para todos nosotros. No podemos ser incrédulos, ni crédulos, sino creyentes.

• “Señor mío y Dios mío”. Pedro había reconocido a Jesús como el Mesías (Mc 8,29). Ahora es Tomás quien confiesa su fe en la divinidad de Jesús resucitado.  

• “Dichosos los que crean sin haber visto”. Tomás manifestó su fe al ver las llagas del Señor. Nosotros nos apoyamos en la fe del apóstol que creyó en el Señor.

La resurrección se cree, no se prueba Jn 20,19-31 (PAC2-25)

 1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.

III.2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Algunos todavía la quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe tenga sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante que debe tener una cierta racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.

III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

Vigilia Pascual. 4 liturgias en una


 

Esquema de la Vigilia Pascual


 

Sábado Santo. Espera de ESPERANZA



 

El mayor REGALO DE AMOR espera la RESURRECCIÓN A LA VIDA ETERNA



 

Semana santa de toda la vida


 

El amor vence a las muerte vJn 20,1-9 (PAC1-25)

1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

2. La figura simbólica y fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.

4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

Al pie de la cruz (canción de Gema Martín presentada en God Talent)


 

7 palabras para no olvidar



 

Resurrección Jn 20,1-9 (PAC1-25)


 

10 datos sobre la Sábana Santa


 

Pasión y muerte de Jesús


 

Colgado para salvarnos de nuestros pecados



 

Noticias frescas


 

A la Luz por la Cruz


 

Viernes Santo. Frase para rezar y reflexionar


 

Cuatro letras en las Cruz del Calvario


 

Gran compendio en poco tiempo


 

Anuncio de dos traiciones: Judas Iscariote y Pedro Jn 13,21-33.36-38

Hoy, Martes Santo, la liturgia pone el acento sobre el drama que está a punto de desencadenarse y que concluirá con la crucifixión del Viernes Santo. «En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche» (Jn 13,30). Siempre es de noche cuando uno se aleja del que es «Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero» (Símbolo de Nicea-Constantinopla).

Dos traiciones se nos presentan.

La de Judas Iscariote es símbolo de "la arrogancia con la que queremos emanciparnos de Dios y no ser nada más que nosotros mismos; la arrogancia por la que creemos no tener necesidad del amor eterno, sino que deseamos dominar nuestra vida por nosotros mismos" (Benedicto XVI). 



Por su parte, el anuncio de la traición de Pedro no se basa en la maldad o en la mala intención sino que rezuma cobardía y debilidad humana. Y, a pesar de tal acto, todo en él es amor, generosidad, naturalidad, nobleza. Es el contrapunto a Judas. Él se arrepintió sinceramente y manifestó su dolor lleno de amor. Por eso, Jesús lo reafirmó en la vocación y en la misión que le había preparado. 


Frente a la traición-pecado ha de imponerse la misericordia que supone un “cambio” por nuestra parte. Una inversión de la situación que consiste en despegarse de las criaturas para vincularse a Dios y reencontrar así la auténtica libertad.


En la Cruz, Cristo tenderá sus brazos a todos. Nadie quedará excluido. 

Oración y el cristiano


 

La Pasión según S. Lucas 22-23

 Algunos rasgos de la teología de la Pasión de Lucas

            El relato de la pasión de San Lucas tiene como fuente el texto más primitivo de Marcos, o quizás también un “primer relato” que ya circulaba desde los primeros años del cristianismo para ser leído y meditado en las celebraciones cristianas. A eso se añaden otras escenas y palabras de Jesús que completan una “pasión” profunda y coherente, en la que si bien los datos históricos están más cuidados que en Marcos y en Mateo, no faltan los puntos teológicos claves.

            Se pretende explicar, no solamente por qué mataron a Jesús, sino el sentido que el mismo Jesús dio a su propia muerte, como sucede en el relato de la última cena con sus discípulos. Lucas nos ofrece la tradición litúrgica de las palabras eucarísticas en esa cena, que son muy semejantes a las de Pablo en 1 Corintios 11, pero además presenta las palabras de Jesús sobre el servicio en las que considera que su muerte “es necesaria” para que el Reino de Dios sea una realidad más real y efectiva.

            El evangelista se ha cuidado de poner en relación muy estrecha al Señor con sus discípulos y con el pueblo, mientras que deja bien claro que son los dirigentes, los jefes, los que han decidido su muerte. Ni siquiera nos relata la huida de los discípulos, quizás porque quiere preparar el momento de las apariciones del resucitado que tienen lugar en Jerusalén.

            Por lo mismo, en este relato de Lucas sobre la pasión del Señor, debemos leer algunas escenas especiales con interés, como corresponde al cuidado que ha puesto el evangelista y al sentido catequético que tienen ciertos episodios de la narración. La cena de Jesús es más personal, más testimonial: se pide el servicio, la entrega, como Jesús va a hacer con los suyos.

Una pequeña estructura de Lc 22-23, podía ser esta:

I.- Introducción y preparación (22, 1-13)

II.- La última cena y despedida de Jesús (22, 14 -38)

III.-  Getsemaní: oración y prendimiento (22, 39-53)

IV.- Las negaciones de Pedro (22,54-62)

V.- El juicio religioso (22,63-71)

VI.- El juicio político ( 23,1-25)

VII.- Crucifixión, muerte y sepultura de Jesús (23,33-48)

            En la cena de Jesús con sus discípulos, Lucas sigue una línea bastante libre con respecto a los otros dos evangelios sinópticos: vemos las diferencias en unos versículos que introducen la bendición del pan y de la copa (22,14-18); además pospone el texto de la traición de Judas hasta después de las palabras de bendición (22,21-23)  y lo ensambla con el testimonio del servicio (22,24-27), la promesa del banquete en el Reino (22,28-30), el anuncio de la traición de Pedro (22,31-34), y el anuncio de su fin (22,35-38). En esto podemos notar que Lucas narra la traición de Pedro durante la cena, mientras que Mateo y Marcos después de la cena (Mt 26, 30-35; Mc 14,26-31). Pero lo más específico: Lucas menciona una copa más que los otros dos sinópticos antes de las palabras de bendición (22,17), además agrega las palabras “por vosotros” (22,19b.20c) que Marcos no apunta, mientras Mateo dice “por muchos” (Mt 26,28), y cambia por “Nueva Alianza”(22,20) en lugar de simplemente “alianza” (Mc 14,24; Mt 26,28). Por otra parte, tenemos las semejanzas con el texto de Juan: la actitud de los apóstoles ante el anuncio de la traición de Judas (Lc 22,23; Jn 13,22), un discurso de despedida muy breve (Lc 22,24-38; Jn 14-17), y la costumbre que tenía Jesús de orar en un huerto (Lc  22,39; Jn 18,2).

            El episodio de Jesús en el huerto de Getsemaní nos ofrece el consuelo que supone para Jesús la presencia misma de Dios, simbolizada por el ángel, con objeto de poner de manifiesto que Dios no lo entrega a la pasión ignominiosa, que son los hombres los que quieren deshacerse de él, a causa de la provocación de su mensaje sobre la misericordia y la gracia de Dios. Jesús lucha en su agonía como un atleta que debe cruzar la meta y saldrá victorioso. Debemos resaltar, como sucede en la Transfiguración, la oración de Jesús. Había pedido a los suyos que oraran también, pero… Así, desde la oración entra en “agonía”; todo es bien distinto de la escena de la Transfiguración. Es como si desde la oración viviera todo su sufrimiento. Pero en realidad, este momento en Lucas  no es “gore” (sangre coagulada) como ahora está de moda  decir, después de esa película reciente que ha leído la Pasión sin elementos críticos y sin llegar al “alma” y a la teología. En realidad es una escena fuerte, pero armoniosa. Cuando Jesús acaba este momento, siempre en oración, sale fortalecido y dueño de todas las situaciones que han de venir. El “trance” de la pasión lo ha vivido en esta escena extraordinaria.

            El juicio de Jesús se nos presenta en dos momentos, ante Pilato y ante su señor galileo, Herodes Antipas. En realidad, el Prefecto romano no debería haber enviado a Herodes a Jesús; jurídicamente no tiene sentido. ¿Qué busca Lucas con esta escena? Él nos ha descrito la presencia de Jesús ante Herodes Antipas, el Tetrarca de Galilea, con el simbolismo del vestido blanco para burlarse del nazareno. El silencio de Jesús se hace palabra, quizás evocando el texto de Is 53,7 del Siervo de Yahvé y del Sal 39,10: es un silencio de radicalidad ante la maldad de los poderosos. Jesús dueño de su silencio ante los que está acostumbrados a arrancar las palabras y las entrañas de la gente. Por eso se hacen amigos los que se odian (23,12). Los injustos se “juntan” en la injusticia; el justo vive su injusticia en la dignidad de su silencio.

            Los poderosos se burlan de él, pero los sencillos, como las mujeres, le acompañan hasta el lugar donde se revelará el misterio de nuestra salvación y redención. El camino de la cruz está contemplado no desde la soledad de Jesús, sino que acuden las mujeres de Jerusalén, las madres, para compadecerse de aquél  que, como en el caso de sus hijos, es injustamente tratado por los poderes religiosos y políticos. Así se cumplen aquellas palabras suyas en las que da gracias a Dios porque ha revelado su proyecto salvador a las gentes sencillas. No podía pasar por alto Lucas esta actitud de las mujeres que han tenido tan gran relevancia en su obra. Y, por otra parte, porque así hubo de suceder en Jerusalén aquél día de la condena a muerte: las mujeres, las madres, tuvieron que llorar por la dureza y la vesania de los poderosos.

            La escena de la crucifixión y muerte, en Lucas, es, con respecto a Marcos y Mateo, mucho más humana. De ahí que las palabras de Jesús sean: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (23,46), tomadas del Salmo 31; quizás para que no se interprete que Dios pueda abandonar a nadie que sufre, ya que Marcos había usado las palabras del Sal 22: “Dios mío ¿por qué me has abandonado?”, que, no obstante, son de plena confianza. Pero Lucas considera que otras palabras de más confianza cuadraban mejor con su oración primera en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (23,34), que es un texto que faltan en buenos manuscritos, pero que encaja perfectamente con la teología de Lucas, como una síntesis de su verdadera teología: ¡no debe desaparecer de nuestras traducciones!

            En la escena de la crucifixión sobresale muy especialmente el diálogo de Jesús con el buen ladrón. Esta narración de los dos malhechores con Jesús es un desarrollo del versículo de Marcos y Mateo: “también le injuriaban los que con él estaban crucificados” (Mt 27,44; Mc 15,32). Es uno de los momentos culminantes de la pasión en nuestro evangelista que refleja muy bien su teología: Jesús está siempre abierto a comunicar la misericordia divina. Por eso ha sido considerado como el evangelista de la misericordia. Y además, con la propuesta del “hoy” de la salvación que es también muy determinante en Lucas: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Tiene ese sentido escatológico inmediato para mostrar que la salvación de Dios no está a la espera del fin del mundo. Desde la misma muerte estaremos en las manos salvadoras de Dios.

            Pero no habría que olvidar las palabras de perdón a los ejecutores, la confianza que Jesús muestra en Dios en ese momento de la muerte. El evangelista va buscando poner de manifiesto que aquello fue un “espectáculo” (23,48) para el pueblo, porque es allí donde han visto, con sus ojos, que el Dios salvador se revela no desde el poder, sino en la debilidad. El malhechor que supo percatarse de ello le pidió la vida, la vida para siempre, y Jesús, desde su patíbulo de condenación se la ofreció para aquél mismo momento. Es por ello que el pueblo bajo del Calvario arrepentido.

            Como decíamos, pues, se ha logrado con este relato explicar, en una catequesis muy apropiada a su comunidad, que la Pasión del Señor no es una tragedia, sino el acontecimiento que imprime a la historia la fuerza necesaria del proyecto salvador para todos los hombres. A la vez, nos explica que Jesús dio a su muerte un sentido de entrega y de fidelidad a Dios, pero para que Dios fuera siempre el Dios de los hombres.

La paz y la gloria Lc 22-23

 “El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo,  para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50,4). El siervo de Dios aparece en este canto como un discípulo fiel y un profeta audaz. Escucha con atención la palabra de Dios y la trasmite sin temor.

En él se anticipa ya la imagen de Jesús, que escucha la palabra de su Padre, la anuncia con generosidad y entrega su vida por mantenerse fiel a esa misión. 

El salmo responsorial anuncia la pasión de Jesús. Casi nos escandaliza su pregunta inicial: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 21). Pero más adelante se expresa la esperanza del orante: “Él es mi alabanza en la gran asamblea, cumpliré mis votos delante de sus fieles”.

 San Pablo recuerda a los Filipenses que Cristo, siendo de condición divina, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz (Flp 2,6-11). Esa meditación sobre el Salvador, humillado por los hombres y exaltado por Dios, nos introduce en la Semana Santa.

EL POLLINO Y SU DUEÑO

Al inicio de la procesión de este domingo de Ramos se recuerda la entrada del Señor en Jerusalén (Lc 19,28-40). Al leer este texto evangélico nos asalta siempre una curiosidad y nos sorprende la respuesta que los discípulos dan en nombre de Jesús. 

• En primer lugar, nos hacemos estas tres preguntas:  ¿A quién pertenecía el pollino que los discípulos habían de ir a buscar, por orden de su Maestro? ¿Se había fijado Jesús que el pollino solía estar atado a la entrada de Betfagé? ¿O será que el evangelista trata de subrayar que Jesús conoce nuestras posesiones y nuestra disponibilidad para colaborar con él?

• En segundo lugar, nos impresiona la única razón que los discípulos ofrecen al dueño o a los cuidadores del pollino: “El Señor lo necesita”. Eso es todo. Todos nos preguntamos si el dueño del pollino ya reconocía el señorío de Jesús. Pero hoy, ¿estamos nosotros dispuestos a “prestar” al Señor todo lo que él necesita para llevar a cabo su misión?

EL CANTO DE LOS PEREGRINOS

El texto evangélico relata que los discípulos que acompañan a Jesús por aquel camino que baja del Monte de los Olivos, repiten al menos dos gritos de alegría:

• “Bendito el Rey que viene en nombre del Señor”. Los peregrinos que llegaban a Jerusalén solían ser recibidos con esta bendición (Sal 118,26). Ahora llega el Rey de Jerusalén, pero viene como un humilde servidor. Viene a hacer presente la misericordia de Dios, que se extiende a todas las gentes y a todos los pueblos.

• “Paz en el cielo y gloria en las alturas”. La paz era el gran don de Dios que los peregrinos deseaban para la ciudad de Jerusalén (Sal 122,8). El evangelista Lucas recuerda que ese era el don que aportaba a la tierra el nacimiento del Mesías (Lc 2,14). Esa es también nuestra fe. Esa es nuestra esperanza. Y ese es nuestro testimonio de peregrinos.

La Sábana santa


 

Viernes de Dolores. Los 7 Dolores de María