NOVIEMBRE: Personajes bíblicos, fin del Año Litúrgico, fichas, manualidades, actividades, libros, humor, juegos, cómics, resúmenes, fichas, lecturas, videoclips, música... ***Si bien los materiales propios del blog están protegidos, su utilización ES LIBRE (aunque en ningún caso con fines lucrativos o comerciales) siempre que se conserve el diseño integral de las fichas o de las actividades así como la autoría o autorías compartidas expresadas en las mismas.
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El que se humilla será enaltecido Lc 14,1.7-14 (TOC22-22)
El tema central de la Palabra de este domingo es la humildad. Así lo destacan la primera y tercera lecturas. Los consejos del Eclesiástico invitan a presentarse con humildad ante los demás, a evitar la jactancia o dárselas de lo que uno no es. La humildad sincera (algunos se las dan de humildes por apariencia) da varios frutos. En primer lugar, la aceptación por parte de los semejantes (“y te querrán más que al hombre generoso”); la soberbia genera rechazo, la humildad acogida. En segundo lugar, atrae el favor del Señor, a quien agrada la humildad de sus fieles (“así alcanzarás el favor del Señor”) y por ella es glorificado (“es glorificado por los humildes”). Finalmente, la humildad es fuente de revelación del Señor (“él revela sus secretos a los mansos”); mejor dicho, Dios se revela a todos, pero la soberbia retrae la aceptación del mensaje de Dios mientras que el humilde está en condiciones de captar su mensaje. En síntesis, la humildad es la actitud más sensata desde el punto de vista humano y, al mismo tiempo, agrada y glorifica a Dios. El Eclesiástico lleva a decir que cuanto más importante, más humilde se ha de ser. Ante Dios no cabe sino la humildad. Si la humildad fructifica, la soberbia produce los efectos contrarios.
En esta disparidad entre lo pretendido y lo alcanzado, propia del soberbio, se basa el ejemplo propuesto por Jesucristo en el evangelio de hoy, concluyendo que “el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14, 11). Es decir, la pretensión de aparentar ser más, ubicarse uno mismo en el lugar más alto o aparentar ante los demás puede resultar contraproducente. En cambio, una actitud humilde que sinceramente considera a los demás por encima de uno mismo trae cuenta. Nos lo recuerda san Pablo: “No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros” (Flp 2, 3). ¡Qué buen consejo!
Jesucristo aparece en una comida – banquete ofrecida un sábado por un fariseo. En la comida, cura a un enfermo en sábado (pasaje omitido en el evangelio de hoy) y a continuación da una serie de consejos sobre protocolo en la mesa, donde desgrana el mensaje sobre la humildad que hemos comentado anteriormente. Insta a los oyentes a que uno se coloque en un lugar discreto, el dueño de la casa colocará a cada comensal en su sitio. Lucas (como otros libros bíblicos) compara el Reino con un gran banquete; nos dice que Dios pondrá a cada uno en su sitio, donde le corresponde. Quien frente a Dios prentenda situarse por encima de lo que le corresponde será rebajado por el infundio de su pretensión. Ante Dios de nada podemos gloriarnos (Gal 6, 14). El hecho de que el que se humilla será enaltecido y el que se enaltece será humillado es una constante del mensaje bíblico, a veces con palabras explícitas: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, rezamos en el Magnificat. En este caso, Jesús mismo no lo recuerda.
Los últimos versículos del evangelio de hoy, en cambio, tratan de un asunto distinto pero también reiterado en Lucas. A quien le invitó, Jesús le dice que cuando dé un banquete no invite a los de su familia y clase social, o sea, ricos; sino “a pobres, lisiados, cojos y ciegos… porque no pueden pagarte”. ¡Qué cosas nos dice! Nos advierte que debemos hacer el bien sin esperar nada a cambio, no hacerlo por cálculos interesados, consciente o inconscientemente. Muchas veces hacemos el bien a alguien, cercano o no; procedemos generosamente. Pero, llegado el momento, le recordamos a esa persona que ya en su día le hicimos tal o cual favor. O sea, estamos esperando algo a cambio. Muchas veces escondida en nuestros actos de generosidad anida una esperanza o cálculo de recompensa, arruinando la bondad de nuestras acciones. Lo mismo ocurre, a veces, en nuestros actos de humildad, que en ocasiones se revisten de tal cuando en realidad nos sentimos bien por ser humildes, nos regodeamos por nuestra sencillez y mansedumbre, señal de que ahí enraizó la soberbia que arruina las buenas acciones.
El modelo de humildad no es sino Cristo mismo, que se rebajó de su condición divina para hacerse uno de nosotros menos en el pecado (la soberbia). Y se dio enteramente por los pecadores, sin esperar nada a cambio, poniendo su confianza en Dios únicamente, incluso cuando toda esperanza de recompensa parece perdida (Getsemaní y la Cruz). ¡Qué lección! ¡Cuánto deberíamos contemplar los misterios de la pasión y muerte de Cristo como escuela de humildad y entrega desinteresada! Llegan a su fin los días de uno en este mundo sin terminar de penetrar los insondables misterios de la vida de Cristo.
Hubo uno que avanzó más que cualquier de nosotros en la comprensión de la humildad de Nuestro Señor Jesucristo. Si de algo de arrepintió San Agustín, cuya solemnidad celebramos hoy, fue de su gran soberbia antes de la conversión; y aún la reconocía jugándole malas pasadas en su vida de cristiano. Por eso, haremos bien en un día como hoy, invitados a la humildad por las lecturas bíblicas y la vida de San Agustín, meditar un texto del santo en que a un amigo que le consultó, llamado Dióscoro, le recordó cuál era el camino para lograr la verdad y, en general, de la vida cristiana: “Ese camino es: primero, la humildad; segundo, la humildad; tercero, la humildad; y cuantas veces me preguntes, otras tantas te diré lo mismo. No es que falten otros que se llaman preceptos; pero si la humildad no precede, acompaña y sigue todas nuestras buenas acciones […] el orgullo nos lo arrancará todo de las manos cuando nos estemos ya felicitando por una buena acción. Porque los otros vicios son temibles en el pecado, mas el orgullo es también temible en las mismas obras buenas. Pueden perderse por el apetito de alabanza las empresas que laudablemente ejecutamos.” (Carta 118, 22).
El mensaje de hoy para nuestra consideración es la humildad de Cristo modelo. Él es manso y humilde de corazón. Nosotros hemos de imitarle. Sepamos que por nosotros él murió y resucitó. Nuestra salvación radica en él. La humildad cristiana nada tiene que ver con la minusvaloración de uno mismo a nivel humano. Al contrario, el humilde, para serlo, ha de quererse en la justa media y orden que nos dice la doctrina cristiana. Muchos libros de autoayuda pretenden llegar a la centralidad del mensaje cristiano de la humildad que lleva en sí el justo aprecio de uno mismo. Nosotros tenemos las enseñanzas del evangelio que nos recuerdan la centralidad de la humildad y el peligro de la soberbia. Pidamos a Dios que con el pan y el vino nos llegue a cada uno de nosotros la humildad que nos enseñó Cristo.
Fuente: https://monasteriodelescorial.com/homilia/
Los 10 mandamientos verdes de la Laudato Si
Meditación sobre la puerta estrecha Lc 13,22-30
El pasaje de la liturgia de este domingo está inserto en la segunda parte del evangelio de Lucas y donde la ciudad de Jerusalén, meta del camino existencial y teológico de Jesús, se menciona varias veces, de las que tres forman parte del itinerario litúrgico post-pascual: Lc 9,51 (13º domingo ordinario “C”), Lc 13,22-30 (21º domingo ordinario “C”), y Lc 17,11 (28º domingo ordinario “C”). La noticia del viaje, colocada al principio del texto evangélico, ayuda al lector a pensar que está en camino con Jesús hacia Jerusalén. El camino hacia la ciudad santa es el hilo rojo que atraviesa toda la segunda parte del evangelio (Lc 9,51-19,46) y la mayor parte de las narraciones comienzan con verbos de movimiento que presentan a Jesús y a sus discípulos como peregrinos o itinerantes. El camino de Jesús hacia la ciudad santa no es en sentido estricto un itinerario geográfico, sino que corresponde a un viaje teológico, espiritual. Tal recorrido compromete también al discípulo y al lector del evangelio: el “estar” en viaje con Jesús los configura como itinerantes en su mandato de anunciar el evangelio.
A través de este viaje se asoma la polémica con el mundo judaico que en Lc 13,10- 30 se cuenta en tres episodios: 13,10-17 (la curación de la mujer encorvada), 18- 21 (las parábolas del grano de mostaza y la levadura) y en 22-30 (el discurso de la puerta estrecha). Este último es el texto propuesto por la liturgia de la Palabra de este domingo y está así articulado. Ante todo una noticia de viaje que crea el fondo al discurso de Jesús que viene presentado mientras “pasaba por ciudades y aldeas, enseñando” (v.22). Es una característica lucana contra distinguir el ministerio de Jesús como viaje.
Ahora, en una etapa de este itinerario hacia Jerusalén alguien interpela a Jesús con una pregunta: “¿Cuántos son los que se salvan?”. La respuesta de Jesús no declara ningún número sobre los salvados, pero con una exhortación - amonestación, “esforzaos”, indica la conducta a seguir: “entrar por la puerta estrecha”. La imagen reclama al discípulo y a la comunidad de Lucas a dirigir la propia preocupación sobre el deber exigente que el camino de la fe pide. Luego de esto, Jesús introduce una enseñanza verdadera y propia con una parábola que asocia a la imagen de la puerta estrecha la del dueño de la casa que, cuando la cierra, nadie puede entrar (v.25). Esto último evoca el final de la parábola de las diez vírgenes en Mt 25,10- 12. Estos ejemplos están para indicar que hay un tiempo intermedio en el cual es necesario empeñarse por recibir la salvación, antes que la puerta se cierre de modo definitivo e irreversible.
También la participación en los momentos importantes de la vida de la comunidad, la cena del Señor (“hemos comido y bebido con Él”) y la proclamación de la Palabra (“tú has enseñado en nuestras plazas”), si no conllevan por cada uno un empeño de vida, no pueden evitar el peligro de la condena. El evangelio de Lucas ama presentar a Jesús participando en la mesa de quien lo invita, pero no todos los que se sientan a la mesa con Él tienen automáticamente derecho a la salvación definitiva que viene a anunciar con la imagen del banquete. Así, también, el haber escuchado su enseñanza no te asegura automáticamente que serás salvado. De hecho, en Lucas, la escucha de la palabra de Jesús es condición indispensable para ser discípulo, pero no suficiente, se necesita la decisión de seguir al maestro, guardando sus enseñanzas y llevar fruto en la perseverancia. (Lc 8,15).
Aquellos que no han conseguido entrar por la puerta estrecha antes de que se cerrase, se llaman “operadores de iniquidad”: son los que no se han empeñado en realizar el plan de Dios. Su situación futura viene presentada de modo figurativo con una expresión que habla de la irreversibilidad de no ser salvados: “Allí será el llanto y el crujir de dientes” (v.28)
Es interesante la referencia a los grandes patriarcas bíblicos (Abrahán, Isaac, Jacob) y a todos los profetas: ellos entrarán a formar parte del reino de Dios. Si a los contemporáneos de Jesús esta afirmación podía parecer que la salvación era como un derecho de Israel, para los cristianos de la comunidad de Lucas constituía un aviso a no considerar de modo automático esta modalidad salvífica. El reino que Jesús anuncia se convierte en lugar donde se encuentran discípulos que vienen de “oriente y occidente, de septentrión y del sur” (v.29). El discurso de Jesús inaugura un dinamismo de salvación que envuelve a toda la humanidad y se dirige sobre todo a los pobres y enfermos (Lc 14, 15-24). Lucas, más que los otros evangelistas, es sensible al anuncio de una salvación universal y presenta a Jesús que ofrece la promesa de la salvación no sólo para Israel, sino para todos los pueblos.
Una señal de este cambio de condición de salvación es la afirmación final: “los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos” (v.30). Una afirmación que indica cómo Dios destroza y rompe los mecanismos de la lógica humana: ninguno debe confiar en las posiciones que ha conseguido, sino que es invitado a estar siempre sintonizado con la onda del evangelio.
Fuente: http://homiletica.org/PDF054/aahomiletica006605.pdf
Dios nos espera para salvarnos Lc 13,22-30 (TOC21-22)
1. El evangelio puede sonar un poco desconcertante, dependiendo en gran parte del dicho aislado “esforzaros de entrar por la puerta estrecha”. El pasaje se sitúa en el camino que Jesús emprende hacia Jerusalén y el seguimiento que ello implica, es una catequesis lucana del verdadero discipulado. Pero ¿para qué es necesario ser discípulo de Jesús? ¿para salvarse, para salvarnos? ¿Esa era la mentalidad del tiempo de Jesús heredada en ciertos círculos cristianos rigoristas? ¿Son pocos los que se salvan? Conociendo el mensaje de Jesús y su confianza en Dios, tendríamos que afirmar que Jesús no respondía a preguntas que se resolvieran desde el punto de vista legal.
2. En realidad la lectura a fondo de este evangelio plantea cuestiones muy importantes desde el punto de vista de la actitud cristiana. Jesús no responde directamente a la pregunta del número, porque no es eso algo que pueda responderse. Lo de la puerta estrecha es un símil popular y no debe producir escándalo, porque los caminos de Dios no son lo mismo que los caminos de los hombres: esto es evidente. Esta es una llamada a la “radicalidad” en todo caso, que pudiéramos transcribir así: quien quiera salvarse debe vivir según la voluntad de Dios. Eso lo dice todo, aunque para algunos no resuelve la cuestión. Por ello deberíamos decir que esa preocupación numérica fue más de los discípulos que trasmitieron estas palabras de Jesús (el Evangelio Q para algunos especialistas), que estaban más o menos obsesionados con un cierto legalismo apocalíptico y no bebían los vientos del talante profético de Jesús.
3. Siempre se ha dicho que Jesús lo que busca son los corazones y la actitudes de los que le siguen. Les pone una parábola de contraste, la del dueño de la casa que cierra la puerta. La mentalidad legalista es la de esforzarse por entrar por la puerta estrecha. En la parábola se adivina un mundo nuevo, un patrón, Dios en definitiva, que no entiende las cosas como nosotros, por números, por sacrificios, por esfuerzos personales de lo que se ha llamado “do ut des” (te doy para que me des). Muchos pensarán que han sido cristianos de toda la vida, que han cumplido los mandamientos de Dios y de la Iglesia de toda la vida (si es que eso se puede decir), que han sido muy clericales… pero el “dueño” no los conoce. ¿No es desesperante la conclusión? El contraste es que podemos estar convencidos que estamos con Dios, con Jesús, con el evangelio, con la Iglesia, pero en realidad no hemos estado más que interesados en nosotros mismos y en nuestra salvación. Eso es lo que la parábola de contraste pone de manifiesto.
4. ¿Las cosas deberían ser de otra manera? ¡Sin duda! Debemos aprender a recibir la salvación como una gracia de Dios, como un regalo, y a estar dispuestos a compartir este don con todos los hombres de cualquier clase y religión. Eso es lo que aparece al final de esta respuesta de Jesús. Los que quieren “asegurarse” previamente la salvación mediante unas reglas fijas de comportamiento no han entendido nada de la forma en la que Dios actúa. Por eso no reconoce a los que se presentan con señas de identidad legalistas, que ocultan un cierto egoísmo. No es una cuestión de número, sino de generosidad. En la mentalidad legalista y estrecha del judaísmo, que también ha heredado en muchos aspectos el cristianismo, la salvación se quiere garantizar previamente como se tratara de un salvoconducto inmutable e intransferible. No se trata de desprestigiar una moral, una conducta o una institución, como si el evangelio convocara a la amoralidad y el desenfreno para poder salvarse. Esta conclusión de moralismo barato (la “gracia barata” le llamaba Bonhoeffer) no es lo que piden las palabras de Jesús. Pero sí debemos afirmar rotundamente: si la salvación no sabemos recibirla como una “gracia”, como un don, no entenderemos nada del evangelio.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: dominicos.org/predicacion/homilia/21-8-2022/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
El fin de la ansiedad de los niños
El fin de la ansiedad, ahora para nuestos hijos. ¿Te preocupa que tu hijo pueda estar desarrollando problemas de estrés o de ansiedad y no sabes cómo ayudarle? ¿Te gustaría poder comunicarte con él o ella para ayudarles a aumentar su autoestima y valentía? Si te identificas con alguna de estas preguntas, este libro es perfecto para ti. Gio Zararri, el aclamado autor de El fin de la ansiedad -el best seller de referencia en castellano sobre la principal dolencia mental en el mundo-, te da las claves y herramientas de la ciencia y la psicología para ayudarte a comprender y gestionar este tipo de problemas emocionales. Pronto entenderás que educar a hijos valientes y felices puede ser más sencillo y divertido de lo que te imaginabas. «He creado este libro a partir de la experiencia y la investigación. Aquí encontrarás información relevante sobre el funcionamiento del cerebro, los miedos, el estrés y la ansiedad en niños y adolescentes. También hallarás ejercicios y herramientas que pueden ayudar a tu hijo a superar estos problemas».
Editorial Javier Vergara
ISBN 978-84-18620-66-9
208 PÁGINAS
PRECIO 19,90 euros (6,95 de bolsillo)
TDAH (Rafael Guerrero)
El Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) es una patología del neurodesarrollo que afecta en torno a un 5% de la población infantil. Dadas las características nucleares del trastorno (problemas para mantener la atención, movimiento excesivo e impulsividad tanto cognitiva como motora), los niños y adolescentes que lo padecen, suelen sufrir el efecto dominó de sus síntomas en los diferentes ámbitos de su vida (colegio, casa, relaciones con amigos, etc). Además, conlleva una alta carga de sufrimiento por parte del niño y su familia.
Evangelio XX Tiempo Ordinario Lc 12, 49-53 (entender el mensaje acercándose al texto)
El fuego del Amor que transforma el mundo Lc 12,49-53 (TOC20-22)
1. Y en este ámbito de radicalidades que la lecturas de este domingo ponen de manifiesto, aparece el texto del evangelio de Lucas (12,49-53) con todas sus contradicciones semíticas, con su lenguaje de símbolos, de contrastes orientales: paz-guerra, amor-odio. Jesús profetiza prendiendo fuego al mundo; trayendo una guerra, un combate, mejor, al que invita a participar. Estas palabras de Jesús nos hablan de la radicalidad de su mensaje evangélico. Este es radical porque busca la raíz de las cosas. En todo caso no debemos evitar la pregunta en lo que respecta al qué hacer para llevar a la práctica el seguimiento de Jesús y, en consecuencia, la radicalidad por la que hay que optar. Sabemos que estas palabras se trasmiten en el ámbito de un grupo apocalíptico, radicales itinerantes cristianos de primera hora, al menos en una primera fase, que muestra lo en serio que se tomaron el evangelio de Jesús.
2. Consideramos que el espíritu de la radicalidad de estas palabras de Jesús permanece y debe mantener su vigor en medio del realismo que sin duda nos apremia. La radicalidad obedece a una mentalidad, a unas circunstancias, que no pueden ser las mismas para el s. XXI. Jesús era un hombre de su tiempo que usaba también el lenguaje de su tiempo. Él hablaba sirviéndose de metáforas, imágenes y comparaciones entendidas en aquella época. Porque ¿a dónde nos llevaría una interpretación literal del evangelio de hoy, o un dicho como "si alguno viene a mi y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, no puede ser discípulo mío" (Lc 14,26), cuando él mandó amar a todos, incluso a los enemigos? No se puede pedir amar a los enemigos y “odiar” a los padres o hermanos, ¡sería absurdo! Pero el espíritu de lo que Jesús quería expresar permanece: frente a este mundo, el evangelio es un signo de contradicción. Hay que amar, no odiar; pero el amor, frente a este mundo injusto y de desamor, es una guerra. Lo será siempre. En realidad es una guerra en la que no caben medias distintas y en la que los lazos familiares pueden saltar por los aires.
3. No es posible olvidar que estamos hablando desde la analogía, del contraste y el simbolismo. Los profetas itinerantes, casi como unos filósofos cínicos para algunos, se expresaban así: ¿los míos o Jesús? ¿yo o el evangelio? Son palabras proféticas que siempre mantendrán su vigencia, sin que las rebajemos a lo inútil. Algunos han hablado del “terrorismo” o el “fundamentalismo” de la ética cristiana. Es posible que los conceptos de actualidad puedan resultar explicativos… pero no es ni terrorismo ni fundamentalismo, sino que cuando el evangelio se vive con radicalidad nuestra vida no puede ser como siempre, como se ha aprendido de los “nuestros”, porque los “nuestros” pueden estar lejos del proyecto profético de Jesús. Lo que se ha mamado en nuestro ámbito no siempre es lo mejor. Los “nuestros” son más nuestros cuando vivimos la radicalidad del amor y eso trae fuego a la tierra. A los nuestros los amamos, pero sin renunciar a lo que Dios desea. Eso lo vivió Jesús como experiencia liberadora que quiso trasmitir a los suyos, para cambiar una religión “nuestra” que no tenía vida. Y si “los nuestros” no nos aceptan en esta guerra de amor, desde el evangelio y con el evangelio, seguirán siendo los nuestros, pero no haremos lo que ellos quieren. Los nuestros, a veces, piden odio o venganza: ahí está la guerra, el fuego del evangelio. Esa fue la experiencia del profeta de Galilea.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Niños desconectados (Elizabeth Kilbey)
Hay una bomba de tiempo que no para de hacer tictac en las vidas de nuestros hijos. Es algo que está presente en los colegios, en las guarderías, en los hogares, en nuestro cuarto de estar y en cualquier lugar de nuestra casa, accesible con facilidad las 24 horas del día. Se trata de algo que causa discusiones en el ámbito familiar y que afecta al cerebro de nuestros hijos, a su comportamiento, a su peso y a su desarrollo. Está cambiando la forma en la que los niños juegan, el modo en el que socializan y las actividades que ocupan su tiempo. Esa bomba de tiempo, ese invasor silencioso, es el uso de los diferentes dispositivos de pantalla –ordenadores, smartphones, tablets,- y lo más grave es que los padres, en su mayoría, se sienten incapaces de desactivarla y, de hecho, muchos de ellos son adictos a ese invasor…
Este libro:
• Te ayudará a comprender los peligros que acechan tras un uso excesivo de los dispositivos de pantalla, en especial para menores de 11 años.
La sabiduría de la vigilancia Lc 12,32-48 (TOC19-22)
1. El evangelio de Lucas nos ofrece aquí una serie de elementos que están en el Sermón de la Montaña, en Mateo, y un conjunto de parábolas (los criados que esperan a que su amo vuelva de unas bodas, el amo que vigila su casa por si llega un ladrón, y el administrador fiel al que se le ha confiado repartir el trigo) sobre la vigilancia y la fidelidad al Señor. La exhortación primera, que concluye con el dicho “donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón”, es toda una llamada a la comunidad sobre el comportamiento en este mundo con respecto a las riquezas. Lucas es un evangelista que cuida, más que ningún otro, este aspecto tan determinante de la vida social y económica, porque escribía en una ciudad (Éfeso o Corinto) donde los cristianos debían tomar postura frente a la injusticia y la división de clases.
2. El dicho del tesoro y el corazón es un dicho popular que encierra mucha sabiduría de siglos. Pero es propio de estos dichos (el llamado “Evangelio Q” como algunos lo llaman actualmente) poner de manifiesto la radicalidad sapiencial y escatológica que se vivió en aquellos momentos. Si bien es verdad que el rigor apocalíptico ya no es determinante, sí lo es el sentido que mantienen estas palabras. Vigilar, ahora, ya no es estar preocupados por el fin del mundo, sino estar preocupados por no poner nuestro corazón en los poderes y las riquezas. Son dichos para comprometerse en nuestro mundo, aunque sin perder la perspectiva del mundo futuro.
3. Lucas sitúa esto en el programa de buscar el Reino de Dios, pidiendo y exigiendo al cristiano no desear las mismas cosas que desean y tienen los poderosos de este mundo. El Reino exige otros comportamientos. Así, pues, las parábolas sobre la vigilancia y la fidelidad vienen a ser como el comentario a esa actitud. Es una llamada a la responsabilidad en todos los órdenes, pero especialmente la responsabilidad de saberse en la línea de que la vida tiene una dimensión espiritual, trascendente, sabiendo que hay que ponerse en las manos de Dios. Eso no es una huida de lo que hay que hacer en este mundo; pero, por otra parte, tampoco ignorando que nos espera Alguien que un día se ceñirá para servirnos si le hemos sido fieles. Ése de quien habla Jesús en la parábola, es Dios. Nosotros, mientras, administramos, trabajamos, ayudamos a los más pobres y necesitados, como una responsabilidad muy importante que se nos ha otorgado.