En
la exhortación La alegría del Evangelio, el Papa Francisco nos dice que “una
evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él
es el alma de la Iglesia evangelizadora” (n. 261).
Según el libro de los Hechos de
los Apóstoles que hoy se lee en la liturgia
(Hch 2,1-11), durante la fiesta judía de Pentecostés, los pocos seguidores
de Jesús estaban reunidos en un mismo lugar. Junto al huracán que resonó en toda
la casa, aparecieron unas lenguas como de fuego, repartidas sobre cada uno de
ellos. “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en
otras lenguas según el Espíritu les daba que hablasen”.
El Espíritu de Dios cambió a los
miedosos y egoístas discípulos de Jesús en valientes y generosos testigos de su
resurrección y de su mensaje. El Espíritu de Dios es Espíritu de amor. Y el
amor se hace comprensible en todas las lenguas.
FIESTA DEL ENVÍO
El evangelio (Jn 20,19-23) nos
recuerda que ya el mismo día de su resurrección, Jesús se apareció a sus
discípulos, les deseó la paz y, al mostrarles sus llagas, “ellos se alegraron
de ver a Jesús”. La paz y la alegría son los primeros regalos del Resucitado.
Pero el gran regalo, el “altísimo
don de Dios” es su Santo Espíritu. Sin el Espíritu es imposible vivir la
alegría del Evangelio. Si no se nos da el Espíritu no podremos reconocer al
Señor Resucitado. Si no acogemos con fe al Espíritu de Dios, no podremos vivir
el gran regalo del perdón
El Espíritu de Dios es principio de vida y de gracia, fuente de amor y de
concordia, prenda de verdad y de caridad
fraterna. El Espíritu remueve la fe y la esperanza de los discípulos de Jesús y
está presente en la Iglesia, guiándola hacia el amor y la verdad. Ignorar al
Espíritu es ignorar al Padre de los cielos e ignorar las claves de la misión de
Jesús.
Pentecostés es la fiesta de la
misión, es decir, la fiesta del envío de los creyentes. Como el Padre envió a
Jesús, también él nos envía a nosotros por los caminos del mundo.
FIESTA DEL PERDÓN
Tras el saludo, Jesús Resucitado
sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los
perdonéis, les quedarán sin perdonar”.
• “Recibid el Espíritu Santo”. No
somos los discípulos los que creamos la vida, los que inventamos la verdad, los
que producimos el amor. El Espíritu de Dios es su don por excelencia. Es la
fuente de todos los dones.
• “A quienes perdonéis los
pecados, les quedarán perdonados”. Todos necesitamos pedir y recibir
humildemente el perdón de Dios. Sólo así podremos nosotros transmitirlo con
generosidad y con esperanza a los demás.
• “A quienes no se los perdonéis,
les quedarán sin perdonar”. Si conocemos nuestra fragilidad, será difícil ser
perdonados y perdonar. Pero el Señor entrega a su Iglesia la responsabilidad de
discernir entre el bien y el mal.