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7 pilares para la felicidad

El deseo de cualquier persona es alcanzar la felicidad. Aunque el objetivo no parece fácil, el benedictino Notker Wolf nos proporciona unos consejos con los que se pueden poner las bases para conseguirla.
Estos consejos se basan en siete pilares: las tres virtudes teologales –fe, esperanza, caridad– y las cuatro cardinales –fortaleza, justicia, prudencia, templanza–. Las siete virtudes son como el punto de apoyo de la vida verdadera; algo sobre lo que se puede edificar.
El autor presenta estas virtudes clásicas de una forma muy actual acudiendo a situaciones cotidianas, bien conocidas por todos, para ejemplificar su buen y mal uso. Basándose en su experiencia, nos muestra estos pilares como base de la felicidad no solo individual sino también de la comunidad.

Autor Ntker Wolf
Ediciones Narcea
 ISBN 9788427721104
200 páginas
Precio 15,60 euros

Discípulos humildes Mc 9,38-43.45.47-48 (TOB26-15)

“Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor”. Según el líbro bíblico de los Números, con estas palabras responde Moisés al celo con el que Josué le denuncia a dos israelitas. Se llamaban Eldad y Medad y estaban en la lista de los setenta ancianos sobre los que había de posarse el espíritu de Dios. 
Por lo que fuera, estaban fuera del campamento y no acudieron a la tienda a la que los había convocado Moisés. Sin embargo, he aquí que profetizaban, al igual que los demás ancianos que habían sido elegidos y estaban presentes en la “ceremonia” (Núm 11,25-29).
El relato nos habla de un Dios vivo, que quiere comunicarse con su pueblo por la boca de sus elegidos. Nos habla también de la ancianidad, como la edad de la escucha de la palabra de Dios y de la verdadera sabiduría. Nos habla de Moisés, que está dispuesto a compartir con los demás el don del espíritu que le ha sido concedido.
Y al presentarnos a Josué, el fiel seguidor de Moisés, nos habla también de nosotros, de nuestros celos, de nuestro ritualismo, de nuestros temores, y  de los límites que pretendemos imponer al Espíritu de Dios. Pero ese Espíritu es incontrolable como el viento.  

EL SEGUIMIENTO

Evidentemente el texto ha sido elegido como un anticipo del relato evangélico que  hoy se proclama (Mc 9,38-45). También en él escuchamos una denuncia formulada por Juan, uno de los discípulos predilectos de Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”.
• Según el mismo Evangelio, los discípulos tuvieron que reconocer que ellos habían sido incapaces de expulsar un demonio, es decir de curar a un muchacho epiléptico (Mc 9,28). Ahora parece que les molesta que otro, que no pertenece a su grupo, consiga lo que ellos no han podido hacer.
• Cuando los discípulos preguntaron a Jesús por qué no habían podido expulsar ellos al demonio de aquel joven, Jesús les respondió con claridad: “Esta clase no puede ser arrojada más que con la oración”. Pero el discípulo no siempre aprende la lección del Maestro. De hecho, Juan pretende sustituir la fuerza de la oración por la fuerza de la prohibición.
• Además, según el texto original, las palabras de Juan eran todavía más tajantes:  “Se lo hemos prohibido, porque no nos sigue a nosotros”. El discípulo de Jesús sabe que ha sido llamado a seguir fielmente a su Maestro. Pero hay discípulos que se empeñan en que los demás los sigan precisamente a ellos.

LA ARROGANCIA

 La respuesta de Jesús a los celos de su discípulo no se limita a la corrección, sino que propone un ideal y un estilo nuevo para la comunidad.
• “No se lo impidáis”. Una advertencia importante para todos los seguidores del Señor. Una advertencia que puede aplicarse a los diversos ministerios que sirven al Evangelio y a todos los que en este tiempo tratan de salvar a la persona y a la familia.
• “Uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí”. El nombre del Señor resume su misión de amor. Esa es la clave de la autenticidad de lo que proyectamos y lo que hacemos. Y también de lo que hacen los que no parecen conocer al Señor. 
• “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. El Señor no ignora que la Iglesia suscitará enemistades y posturas “en contra”. Pero eso no permite a sus seguidores que se fabriquen enemigos por su cuenta.

Una difícil elección Mc 9,30-37 (TOB25-15)

“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opome a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida”. El libro de la Sabiduría coloca estas palabras en labios de los impíos (Sab 2,12).
Han pasado más de veinte siglos, pero este modo de pensar se repite con frecuencia en nuestro mundo. Son muchos los que acosan a los justos hasta el martirio.
• Así reaccionan los poderosos cuando perciben que hay ciudadanos que aman la justicia o la vida y  la familia que ellos han decidido aniquilar.
• Así reaccionan algunos medios de comunicación cuando descubren  personas que aman la verdad y no aceptan la mentira o los silencios que tratan de amordazarla. 
• Y así reaccionan  algunos miembros de la familia, cuando ven que otros les presentan un camino que ellos han decidido rechazar, porque contradice sus gustos y decisiones.

LA ENTREGA

El evangelio que hoy se proclama (Mc 9, 30-37) nos presenta en cuatro pasos simétricos un fuerte contraste entre la conciencia de Jesús y la de sus discípulos. 
• Jesús es bien consciente de la suerte que le espera. Su vocación es la entrega por los hombres. Él sabe que va a ser entregado en manos de los que buscan su muerte, pero a los tres días resucitará.
• Sus discípulos no llegan a entender el lenguaje de Jesús. Sin embargo, alguna sospecha les hace temer lo peor. Por tanto, ni siquiera se atreven a preguntar a su Maestro por el verdadero sentido de sus previsiones.
• Los discípulos van haciendo camino con Jesús. Sin embargo, el seguimiento no comporta todavía la adopción de su misión. De hecho, durante el camino están muy interesados en discutir quién de ellos es el más importante.
• Jesús explica pacientemente a sus discípulos la clave de toda primacía. Él es el Maestro y el modelo. Él es el mensajero y el mensaje.  Quien quiera ser el primero entre todos, ha de estar dispuesto a servir a todos, como Él ha hecho.

LA ACOGIDA

 El evangelio incluye un texto que, al parecer, no tiene mucha relación con lo anterior. En realidad es una parábola en acción para explicar la primacía en términos de servicio y acogida.
• “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí”.  El niño se presenta aquí no por su encanto y simpatía, sino en razón de su desvalimiento e indefensión. Acoger al débil es acoger al mismo Jesús.  
• “Y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.  Jesús no es solo un profeta enviado por Dios. No basta reconocerlo como tal para ser cristianos. El enviado se identifica con el que lo ha enviado. Solo acoge su divinidad quien está dispuesto a acoger su humanidad.

Una decicida confesión Mc 8,27-35 (TOB-24-15)

“El Señor Dios me abrió el oído; yo no me resistí, ni me eché atrás. Ofrecí la epalda a los que me apaleaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos” . Estas palabras se encuentran en el tercer canto del Siervo de Dios (Is 50,5-6).
Son unos versos escandalosos. No reflejan solamente la crueldad de los que se han ensañado con un hombre inocente. Reflejan también y sobre todo, la paciencia con la que éste ha aceptado los golpes y los ultrajes.
El Siervo de Dios, cantado por el poeta puede representar a todo su pueblo, mil veces humillado. Pero la tradición vio en él la anticipación del Mesías, que había de salvar a su pueblo no gracias a la fuerza, sino mediante el sufrimiento.    
En este mundo tan agresivo muchas personas desprecian a quien se opone a la violencia. Solo se sublevan si la persona injuriada y apaleada es una mujer. En este caso, la opinión pública se escandaliza ante una muestra de aguante que se convierte en complicidad.

PREGUNTAS Y RESPUESTA

El evangelio de este domingo nos reenvía a los caminos. Es precisamente mientras vamos de camino cuando Jesús nos dirige las dos preguntas fundamentales para el discípulo.
• “¿Quién dice la gente que soy yo?” No sabremos responder a esta pregunta si vivimos encerrados en nuestra campana de cristal, sin escuchar a los demás. Puede ser que nuestros vecinos de hoy no sepan nada de Jesús. Pero hay que reconocer que muchos de nosotros no nos paramos a escucharles para saber qué imagen tienen del Maestro.
• “Y vosotros quién decís que soy yo”. Esa pregunta nos interpela directamente. No podemos olvidarla ni dejarla en un archivo. Cada día hemos de examinar nuestra idea de Jesús y, sobre todo, lo que él significa en nuestra vida. Aunque Él sea siempre el mismo, no es la misma la forma en que lo vemos, lo aceptamos o lo rechazamos.
Pedro respondió con una decidida confesión: “Tú eres el Mesías”. Hay muchas ocasiones en la vida en las que tenemos que demostrar una convicción semejante. Nosotros no seguimos a una idea. Seguimos a Jesús. Lo reconocemos como nuestro Salvador. Y lo seguimos, cada uno con nuestra cruz.
  
SALVARSE O PERDERSE

 El seguimiento de Jesucristo no es fácil. Como decía Tomás de Kempis en La Imitación de Cristo, “muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta beber el cáliz de la pasión” (2, XI). El seguimiento exige radicalidad, pero en seguir al Señor está la felicidad.
• “El que quiera salvar su vida la perderá”.  La vida cristiana no puede identificarse con esa espiritualidad blandita y poco comprometida, que se reduce al gusto por “sentirse bien interiormente”. La fe no es un intento por salvar la propia existencia de los sinsabores y de las responsabilidades de cada día.
• “El que pierda su vida por el Evangelio la salvará”.  La vida cristiana tampoco puede identificarse con una neurosis permanente, con una búsqueda enfermiza del sufrimiento, con un regusto masoquista de las penas. La seriedad de la fe no se mide por los dolores soportados, sino por la entrega de la vida por amor.  

Coge tu cruz y lánzate tras Jesús Mc 8,27-35 (TOB24-15)



El pequeño dictador crece

El pequeño dictador ha crecido. Ese hijo tirano al que Javier Urra ya dedicó un libro de gran éxito, que además rompió un tabú y abrió los ojos a una realidad complicada, tiene ahora algunos años más, un poder mayor y un contexto vital muy diferente, entre otras cosas por el auge de las nuevas tecnologías. Las situaciones que entonces se daban como un hecho aislado son hoy alarmantes por su frecuencia. ¿Qué está pasando en nuestra sociedad?
En estas páginas se habla de padres que gritan en silencio e hijos que también sufren; del manejo inadecuado de las emociones que conduce a relaciones destructivas; de lo que se piensa que está bien y está mal, tambaleando cualquier tipo de autoridad; de conductas violentas, falta de tiempo para convivir, mentiras y riesgos…
Sin embargo, defiende el autor, hay esperanza. Si sabemos desterrar el mito de la armonía de la familia,  entendemos que la solución ha de provenir de su seno y que el proceso es largo y lleno de incertidumbres, esta obra nos ayudará porque elude los consabidos consejos del «hay que» para explicar el «cómo» lograr el entendimiento mutuo entre padres e hijos.

Autor: Javier Urra
Editorial: Esfera libros 
ISBN 9788490603239
504 páginas
Precio: 19,90 euros

Hace hablar a los mudos Mc 7,31-37 (TOB23-15)

Siervos del silencio Mc 7,31-37 (TOB23-15)

“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Cuatro asombrosas promesas que se proclaman en la celebración de la eucaristía de hoy (Is 35, 4-7). Las cuatro evocan situaciones de una cierta incapacidad que afecta a los ojos, los oídos, los pies y la lengua.
Es interesante recordar que con estas palabras anunciaba el profeta Isaías el final de la esclavitud de los hebreos en Babilonia. Como se puede observar, la liberación social y política se manifestaba con imágenes que reflejan otra servidumbre: la de la persona que sufre la incomunicación total o parcial con sus semejantes. 
A pesar de pregonar la libertad, también nuestro mundo vive en la esclavitud. La humanidad no logra ver el bien que tiene delante. No escucha el lamento de los hermanos, ni las palabras que podrían darle consuelo. No dirige sus pasos hacia las metas de la esperanza. No llega a entonar las canciones que realmente pueden alegrar la vida.    

OÍR Y PROCLAMAR

También el evangelio de este domingo nos presenta a un hombre que sufre una cierta discapacidad (Mc 8,31-37). Se trata de una persona sorda, que solo logra expresarse con dificultad. En el evangelio hay algunos detalles que merece la pena subrayar.
• El sordomudo nos parece sumido en una lamentable dificultad para tomar decisiones. Su sordera le ha llevado a perder su autonomía. De hecho, son otras personas las que lo presentan a Jesús  y ruegan al Maestro que le imponga las manos.
• El texto subraya la importancia de los gestos corporales de Jesús. El Maestro aparta de la multitud al sordo, como para ayudarle a encontrarse consigo mismo. Utiliza el lenguaje de las manos para hacerse entender. Mira al cielo y suspira para indicarle de dónde viene la fuerza que le salva. Y le dirige una palabra que es una orden y una revelación: “Ábrete”. 
 • El mensaje que nos transmite este texto evangélico no se despega del hecho, pero se convierte de pronto en una “buena noticia”: solo aquel que es la Palabra puede devolver al sordo la capacidad de oírla y el valor para proclamarla sin dificultad.
  
UN ENCUENTRO

El papa Benedicto XVI decía que la fe no se apoya en lecciones  ni en razones. La fe nace de un encuentro vivo con Jesucristo. También en el evangelio de hoy asistimos a un encuentro entre la Palabra y la sordera. Un encuentro que nos interpela a todos. Y que  nos hace apreciar el testimonio de la multitud que presenció el encuentro:
• “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Que el Señor toque nuestros oídos, quite los tapones que los cierran y sane nuestra sordera. Eso es lo que necesitamos para creer, puesto que “la fe entra por el oído”.
• “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Todos los cristianos hemos oído alguna vez la palabra de Dios. Pero no siempre hemos tenido el valor y la lucidez para anunciarla, También necesitamos que el Señor nos toque con su saliva.