NOVIEMBRE: Personajes bíblicos, fin del Año Litúrgico, fichas, manualidades, actividades, libros, humor, juegos, cómics, resúmenes, fichas, lecturas, videoclips, música... ***Si bien los materiales propios del blog están protegidos, su utilización ES LIBRE (aunque en ningún caso con fines lucrativos o comerciales) siempre que se conserve el diseño integral de las fichas o de las actividades así como la autoría o autorías compartidas expresadas en las mismas.
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Avisos y Criterios Lc 6, 39-45 (TOC8-22)
“El fruto revela el cultivo del árbol; así la palabra revela el corazón de la persona. No elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona” (Eclo 27,6-7). Hay que reconocer que tenía razón el Sirácida al recordar esa observación sobre los árboles y al ofrecer ese atinado consejo.
En todas las lenguas se encuentran numerosos refranes que nos invitan a ser prudentes al hablar y también a prestar una cuidadosa atención a las palabras ajenas. Lo que decimos revela a los demás nuestros recuerdos del pasado, nuestros sentimientos actuales y nuestros proyectos para el futuro.
La imagen del árbol reaparece en el salmo responsorial con el que se canta que “el justo crecerá como palmera y se alzará como cedro del Líbano; aun en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso” (Sal 91,13-15).
El Señor no dejará sin recompensa la fatiga y la fidelidad de quien conserva con firmeza la fe y trabaja por el Señor (1 Cor 15,57-58).
TRES PREGUNTAS
El evangelio de hoy recoge tres preguntas que el texto de San Lucas sitúa todavía en el marco del “sermón de la llanura” (Lc 6,39-45). En realidad son unos criterios de conducta, válidos también hoy para creyentes y no creyentes.
• “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?”. Seguramente en las primeras comunidades surgían personas que se prestaban a orientar a los hermanos, aun sin tener conocimientos de la fe o, peor aún, observando una conducta inadecuada.
• “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”. En toda comunidad aparecen con frecuencia críticos apasionados de los defectos de los demás que ignoran tranquilamente su propios fallos.
• “¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo’, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo?”. La corrección fraterna es una de las obras de misericordia. Pero exige tanta coherencia de vida como caridad hacia el hermano.
EL CORAZÓN Y LA PALABRA
Tras una breve “parábola” sobre el árbol bueno que produce buenos frutos, Jesús ofrece un criterio de discernimiento sobre las personas:
• “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Esa frase nos recuerda la actuación del mismo Jesús. Sus palabras y sus gestos mostraban la conciencia que él tenía de sí mismo. Y revelan la riqueza de su espíritu, su cercanía, su compasión y su ternura.
• “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Además, esa frase ofrece una clave para juzgar a una comunidad de personas. Al hablar, no solo refieren los hechos que han visto u oído. Nos están manifestando también los intereses y prioridades que las mueven
• “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Y, finalmente, esa frase señala un ideal ético para cada uno de nosotros. Lo que decimos manifiesta nuestros valores. No solo nos compromete ante los demás, sino que nos exige examinar nuestra conciencia.
La sabiduría de la misericordia Lc 6, 39-45 (TOC8-22)
Este texto, final del sermón del llano lucano, nos invita a poner en práctica las palabras de Jesús. Se habla de una parábola, que en realidad son dos comparaciones (mashal, proverbio). En primer lugar la del ciego y en segundo lugar la del discípulo y maestro. Después vemos una construcción que se nos presenta como un paralelismo antitético, centrada sobre el árbol bueno y el malo (vv. 43-45), poniendo de manifiesto que todo árbol se valora de verdad por sus frutos. Ninguno puede dar un fruto distinto de su esencia: los higos no se buscan en las espinas, ni las uvas en los zarzales. Todo este conjunto es sapiencial, como el texto de Ben Sirac. Esto lo encontramos, aunque no exactamente así, en Mt 7, 1ss (el sermón de la montaña).
En el mundo judío el discípulo no estaba llamado a superar al maestro como sucede a veces en el mundo occidental no bíblico. Mas bien se trata de imitar la sabiduría del maestro que le ha enseñado. Pero en este discurso, previamente, está el famoso dicho de "sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36). Es ahí donde se apoya esta enseñanza de los dichos de Jesús: que los ciegos, que los discípulos, traten de imitar la misericordia del Padre. Es, pues, una llamada a ser discípulos de la misericordia. De esa manera no estaremos preocupados de ver y agrandar el mal o los fallos de los otros y pasar por altos los nuestros. "Sed misericordiosos" es no admitir esa clase de ceguera patológica que tenemos para querer guiar a los que ven o tienen más sabiduría que nosotros. No reconocer eso es ser como los ciegos y los discípulos que sin sabiduría quieren ser más sabios que su maestro.
Aunque el cristianismo no es una religión de la perfección o de la efectividad malsana, no quiere decir que no se empeñe en la vida de cada día, en las relaciones humanas. El no juzgar a los demás no significa dejar pasar las cosas como si se estuviera proponiendo una "liberalidad" extrema. Vuelve a tener sentido que la "imitatio Dei" en la misericordia es lo que debe hacernos verdaderos hermanos. De hecho en estos dichos aparece varias veces el término "hermano". Y es para el hermano para quien se debe tener un corazón fraterno y abierto. El corazón es clave en la última de las comparaciones, sobre el fruto bueno. Porque es del corazón, hablando en términos bíblicos, de donde salen los frutos de nuestra vida. ¿Qué es lo que debemos tener en el corazón? Por decirlo en una sola palabra: misericordia. De ahí salen los frutos de nuestra vida para que los demás los recojan.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/27-2-2022/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
Misericordiosos como el Padre Lc 6,27-38 (TOC7-22)
“Que el Señor pague a cada uno según su justicia y su fidelidad. Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor”. Ese es el grito que David dirige al rey Saúl, que lo persigue con una tropa exagerada (1 Sam 26,22-23).
David había prestado un gran servicio al rey Saúl. Sin embargo, recomido por los celos, el rey lo busca por el desierto. Pero David impide a sus hombres que maten al rey, al que han encontrado profundamente dormido en su campamento.
A esa lectura, ciertamente parabólica, la asamblea litúrgica responde con la profesión de fe que contiene el salmo responsorial: “El Señor es compasivo y misericordioso” (Sal 102).
San Pablo nos exhorta a abandonar la imagen del hombre terrenal que nos asemeja a Adán, para incorporar la imagen del hombre celestial que es Jesucristo (1 Cor 15,45-49).
AMAR AL ENEMIGO
La generosidad de David hacía el rey Saúl encuentra un eco definitivo en el mensaje de Jesús sobre la compasión y el perdón. Es lógico ser un buen amigo de nuestros amigos. Eso es lo menos que se puede pedir de una persona, sea creyente o no lo sea.
Pero Jesús pide a sus discípulos una actitud más generosa. “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian; al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra...” (Lc 6,27-29).
A lo largo de la historia, ha habido pensadores que han escrito que esas actitudes son totalmente inhumanas y hasta “antinaturales”. Se ha dicho que esa es la moral de los esclavos, Es la ética de los que carecen de fuerzas para imponer su voluntad al enemigo y, en consecuencia, deciden glorificar su propia debilidad, convirtiéndola en el ideal de la vida.
Esa interpretación es injusta. La fe cristiana no puede identificarse con un miserable consuelo para esclavos y resentidos. La exhortación de Jesús no es una estrategia para ganar amigos ni una fácil defensa ante los enemigos. En ella se nos revela la identidad del mismo Dios y el modo de asimilar sus atributos de misericordia y de perdón.
DE ENEMIGO A HERMANO
Según el evangelio de Mateo, Jesús decía: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo” (Mt 5,48). Pero según el evangelio de Lucas, Jesús exhorta a sus seguidores a imitar la compasión de Dios (Lc 6,36). Ese es el ideal que nos propone.
• “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Nosotros amamos a alguien porque es bueno con nosotros. Dios nos ama y por eso podemos empezar a ser buenos. El amor de Dios es creativo. Dios “primerea”, como dice el papa Francisco.
• “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Son evidentes nuestros egoísmos e intereses. No sabemos poner amor donde hay indiferencia. Es preciso aprender el ejemplo de la gratuidad de Dios, que nos ama cuando todavía somos pecadores.
• “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Presumimos de solidarios y compasivos. Pero el verdadero modelo es la compasión de Dios, que sale a nuestro encuentro, nos acoge con ternura y nos ofrece el perdón sin condiciones.
Evangelio frente a la violencia Lc 6,27-38 (TOC7-22)
Este mini-catecismo radical fue muy valorado en el cristianismo primitivo, hasta el s. II. Se recoge en el Evangelio O (de ahí lo toma Mateo y Lucas), y algo también en el Evangelio de Tomás y en Didajé. Se ha dicho que la "regla de oro" es como el elemento práctico que encadena estos dichos, aunque no sea lo más original ya que tiene buenas raíces judías: no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti. Lucas, no obstante, propondrá como fuerza determinante el "sed misericordiosos como Dios es misericordioso". Algunos especialistas intuyen que estas palabras eran como catecismo de los profetas itinerantes. No es el momento de discusiones intrincadas para reconstruir el tenor original de las palabras, de Jesús, tal como fueron vividas e interpretadas en los dos primeros siglos. Desde luego aquí se refleja mucho de lo que Jesús pedía a quien le seguía. Su mensaje del reino de Dios implicaba renuncia al odio, a la violencia y a todo lo que Dios no acepta.
Se trata, junto con las bienaventuranzas, del centro del mensaje evangélico en su identidad más absolutamente cristiana, en exigencia más radical, en cuanto expresa lo que es la raíz del evangelio. Y la raíz es aquello que da vida a una planta; que recoge el "humus de la tierra". Frecuentemente, cuando se habla de radical se piensa en lo que es muy difícil o heroico. Si fuera así el cristianismo, entonces estaríamos llamados casi todos a una experiencia de fracaso. Por el contrario, en las exigencias radicales y utópicas del sermón es cuando el cristiano sabe y experimenta qué camino ha elegido verdaderamente. Y no es lo importante la dificultad de llevar todo esto a la praxis, sino saber identificarse con el proyecto de Jesús, que es el proyecto de Dios.
Por eso mismo, el amor, incluso a los enemigos; el renunciar a la violencia cuando existen razones subjetivas e incluso objetivas para tomar disposiciones de ese tipo es una forma de poner de manifiesto que el proyecto de evangelio se enraíza en algo fundamental. Nadie ha podido proponer algo tan utópico, tan desmesurado, como lo que Jesús les propone a hombres y mujeres que tenían razones para odiar y para emprender un camino de violencia. La sociedad estaba dominada por el Imperio de Roma, y unas cuantas familias se apoyaban en ello para dominar entre el pueblo. La pobreza era una situación de hecho; las leyes se imponían en razón de fuerzas misteriosas y poderosas, de tradiciones, de castas y grupos. El mensaje de Jesús no debería haber sido precisamente de amor y perdón, sino de revolución violenta. Y no es que Jesús no pretendiera una verdadera revolución; su mensaje sobre el reino de Dios podía sonar en tonos de violencia para muchos. Pero, ¿cómo es posible que Jesús pida a las gentes que amen a los enemigos? Porque el Reino se apoya en la revolución del amor; así es como el amor del Reino no es romanticismo; así es como el Reino es radical; así es como el evangelio no es una ideología del momento, sino mensaje que perdura hasta nuestros días. Jesús quería algo impresionante, y no precisamente irrealizable a pesar de la condición humana. Es posible que durante mucho tiempo se haya pensado que la práctica del sermón de la montaña o del llano no es posible llevarla a cabo en este mundo y se considere que su utopía nos excusa de realizarlo. Pero utopía no quiere decir irrealizable, quiere decir que está fuera de la forma común en que nos comportamos los hombres.
El amor a los enemigos y la renuncia a la violencia para hacer justicia es lo que Dios hace día y noche con nosotros. Por eso Dios no tiene enemigos, porque ama sin medida, porque es misericordioso (hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos añade Mateo en este caso para ilustrar su comportamiento). La diferencia con Mateo es que Lucas no propone "ser perfectos" (que, en el fondo, tiene un matiz jurídico, propio de la mentalidad demasiado arraigada en preceptos y normas), sino ser misericordiosos: esa es la forma o el talante para amar incluso a los enemigos y renunciar a la venganza, a la violencia, a la impiedad. Ser cristiano, pues, seguidor de Jesús, exige de nosotros no precisamente una heroicidad, como muchas veces se ha planteado; exige de nosotros, como algo radical, ser misericordiosos. Así, pues, la propuesta lucana tiene su propia estrategia: ¿cómo amar a los enemigos? ¿cómo renunciar a la venganza dé quien mi enemigo y me ofende y me hace injusticia? No es cuestión que se imponga porque sí todo esto como precepto. En la pedagogía de Lucas se expresa así: ser cristiano, seguidor de Jesús significa ser capaz de amar incluso a los enemigos, requiere la praxis de "llegar a ser, hacerse, misericordioso, como lo es Dios".
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/20-2-2022/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
Milagros de Jesús: la boda de Caná - Jn 2,1-11
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El cerebro del adolescente
Editorial GRIJALBO MONDADORI
ISBN 978-84-253-6135-7
320 páginas
Precio 19,90 euros
Las opciones del Reino Lc 6,17.20-26 (TOC6-22)
1. Hoy la liturgia, y muy concretamente el evangelio, nos ofrece uno de los textos más impresionantes de la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida y por el que otros han detestado al cristianismo y a Jesús de Nazaret. El texto de las bienaventuranzas de Lucas es escueto, dialéctico, radical. Pero en el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.
2. Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hizo con el sermón de la montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones, viene del hebreo "hôy" y en latín se expresa con "vae": un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas. Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto. No debemos entrar, pues, en la discusión de si las “malaventuranzas” o lamentaciones son palabras auténticas de Jesús o de los profetas itinerantes cristianos que predicaban con esta radicalidad tan genuina. Hay opiniones muy diversas al respecto. Ahora están en el evangelio y deben interpretarse a la luz de lo que Lucas quiere trasmitir a su comunidad.
3. Jesús hablaba así, casi como las escuchamos hoy en el texto de Lucas, más directo y menos recargado que el de Mateo. Jesús habló así al pueblo, a la gente: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. El pobre es "´ebîôn/´anaâw" en hebreo; "ptôchos" en griego, "pauper" en latín: se trata de quien no tiene alimento, casa y libertad y en el AT es el que apela a Dios como único defensor. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere, ni puede revelarse en el mundo de los ricos, de poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Las lamentaciones, pues, significan que no intentemos o pretendamos encontrar a Dios en las riquezas, en el poder, en el dominio, en la corrupción; allí solamente encontraremos ídolos de muerte.
4. La teología de la liberación ha sabido expresar estas vivencias para dar esperanza a los pobres del Tercer Mundo. Y la verdad es que la fe más evangélica la viven los pobres que creen; los pueblos más ricos y poderosos están más descristianizados. Es el mundo de los pobres y de las miserias, el que más espera en Jesucristo; en el mundo de los poderosos habita un gran vacío. El evangelio de Lucas hoy, pues, nos propone dos horizontes: un horizonte de vida y un horizonte de muerte. ¿Dónde encontrar a Dios? Todos lo sabemos, porque la equivocación radical sería buscarlo donde El ha dicho que no lo encontraremos. El texto de Jeremías es suficientemente explícito al respecto: ¿cómo podría crecer un árbol de vida en el mundo de las lamentaciones?.
5. La luz no es lo que se ve, pero es aquello que produce el milagro para que veamos. Y las bienaventuranzas de Jesús son la luz de su predicación del Reino. Con las bienaventuranzas se hará posible ver a Dios; desde el mundo de las lamentaciones nunca encontraremos al Dios verdadero, aunque Él no rechace a nadie. El mundo de las bienaventuranzas nos impulsa a confiar en un Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y, por eso mismo, a cada uno de nosotros nos resucita y resucitará. Pero a ese Dios ya sabemos dónde debemos buscarlo: no en la ignominia del poder de este mundo, sino en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los afligidos y de los que son perseguidos a causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de vida, el Dios de la resurrección. Y esto es así, porque Dios ha hecho su opción, y un Dios con corazón solamente puede aparecer donde está la vida y el amor.
Fray Miguel de Burgos Núñez
El sentido de la vida Lc 6,17.20-26 (TOC6-22)
“Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor…Bendito quien confía en el Señor, y pone en el Señor su confianza” (Jer 17,5-8). Claro que quien confía en el Señor, aprende también el modo de confiar en la bondad de los demás y de hacerse digno de confianza para ellos.
Con esa contraposición de la maldición y la bendicion, el profeta Jeremías parece evocar los dos caminos que, según la Biblia, se abren ante el hombre. En realidad, son dos formas de entender el sentido de la vida y de comprenderse a sí mismo.
Se trata de elegir la esterilidad del cardo que brota en la estepa o la fecundidad del árbol plantado al borde del arroyo. Esas imágenes usadas por el profeta, se convierten en oración en el salmo responsorial (Sal 1). Según san Pablo, para el cristiano ese sentido de la vida encuentra su fundamento en la fe en Jesucristo resucitado de entre los muertos (1 Cor 15,1216-20).
LA VERDAD
Una contraposición semejante ofrece el texto de las bienaventuranzas, tal como han sido incluidas por el evangelio de Lucas en el llamado sermón de la llanura (Lc 6,17.20-26), paralelo al sermón de la montaña que contiene el evangelio de Mateo (Mt 5-7).
En ellas Jesús proclama dichosos a los pobres y los hambrientos, los que lloran y los perseguidos. Pero anuncia también la desdicha de los ricos y los hartos, los que ríen y los que reciben la adulación y el halago de las gentes.
A veces se piensa y se dice que el evangelio desprecia todo lo que puede llevar al ser humano a disfrutar de la vida. Pero ese prejuicio no responde a la verdad. Antes de ser un mensaje moral, las bienaventuranzas, nos revelan a Dios y al mismo Jesús.
Además, nos advierten del peligro de confiar demasiado en nuestra fuerza o en nuestro ingenio, en nuestros caudales o influencias. Seríamos entonces como el cardo que va dando tumbos por la estepa.
LA COHERENCIA
Por tanto, es preciso meditar una y otra vez aquel discurso profético en el que Jesús nos indica el camino de la felicidad.
• “Dichosos los pobres”. Jesús anuncia un Reino en que la riqueza no es el criterio de la felicidad. Y denuncia la falsa seguridad de los que confían en sus dineros.
• “Dichosos los que ahora tenéis hambre”. Jesús anuncia un tiempo en que el hambre y la sed econtrarán la definitiva satisfacción. Y denuncia la glotonería que nos entorpece.
• “Dichosos los que ahora lloráis”. Jesús anuncia el consuelo de Dios Y denuncia las risotadas de los que ignoran el dolor de los que sufren.
• “Dichosos cuando os odien... por causa del Hijo del hombre”. Jesús anuncia un tiempo en que habrá que vivir la fe hasta el martirio. Y denuncia la apoStasía del interés.
Un corazón-Jesucristo basta
Una introducción al encuentro de Jesús y la Samaritana Jn 4,1-26 (en más pequeños se pueden omitir los versículos 16-26)
El paralítico y Jesús (Mt 9,1-8; Lc 5,17-26)
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Nuestra indiferencia los condena al olvido (Manos Unidas 2022)
Explicación del cartel de Campaña.
La pandemia del coronavirus ha agravado la desigualdad y el número de personas con hambre aguda se duplicará. Pero, por desgracia, estas cifras esconden rostros de seres humanos que no tenemos tiempo ni de mirar ni detener presentes. No podemos seguir ignorando la dura realidad que viven millones de personas en el mundo que, cada día, se están volviendo más invisibles y más olvidados a causa de nuestra indiferencia. No querer ver la desigualdad hará invisibles a los más pobres del planeta. Con el lema “Nuestra indiferencia los condena al olvido” queremos alzar la voz ante la creciente indiferencia que se está instaurando en nuestro mundo, pues constituye uno de los mayores desafíos de nuestra Institución y queremos denunciarlo en esta Campaña. Si no reaccionamos, sin nuestra mirada, atención y apoyo, los más pobres del planeta serán olvidados y se harán invisibles. Que la pobreza y el hambre no sean invisibles depende de ti.
Milagros de Jesús interactivos (2 actividades Premium)
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La Gloria y la Distancia Lc 5,1-11 (TOC5-22)
“¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos”. Son impresionantes estas palabras con las que Isaías describe su experiencia de Dios (Is 6,5).
La visión de la gloria de Dios ha llevado al profeta a descubrir su condición de pecador. Ahora bien, el fuego divino purifica la miseria humana. Así que, una vez purificado, Isaías ya puede ofrecerse para ser testigo de esa gloria de Dios y para actuar como mensajero de su palabra ante las gentes.
También nosotros hemos sido enviados a una misión semejante. Por eso, hoy podemos repetir con el salmo responsorial: “Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor” (Sal 137).
Con todo, es evidente que necesitamos mantenernos en la palabra de Dios que nos ha sido anunciada y proclamar ante el mundo la presencia del Señor Resucitado (1 Cor 15,1-11).
DISTANCIA ANTE EL SANTO
En el evangelio se nos presenta una escena semejante. Ante una pesca más copiosa de la que suele conseguir un pescador como él, Pedro se postra a los pies de Jesús (Lc 5,8). Isaías había percibido la gloria de Dios en el templo. Ahora la gloria de Dios se manifiesta al hombre en su trabajo. Pedro puede deducir que Jesús es el nuevo templo de Dios.
Ambos relatos coinciden en otro punto muy interesante. En nuestra sociedad se piensa que las religiones procuran suscitar en sus fieles el sentido de la culpa para ofrecerles después el remedio del perdón. No es verdad. Tal vez ocurra algo de en con la propaganda política y en la publicidad comercial que crea deseos para vender los productos.
Pero el camino de Isaías y de Pedro es exactamente el contrario. Su experiencia personal no va de la culpa a la gracia, sino de la gloria divina al descubrimiento de la verdad humana. No va de la angustia a la súplica. Va del esplendor de la misericordia de Dios a la confesión de la propia miseria. Tanto Isaías como Pedro descubren que el pecado es siempre una “falta” o una “in-dignidad”, es decir, la distancia ante el Santo.
COLABORACIÓN CON EL MAESTRO
En el texto evangélico que hoy se proclama asistimos a un interesante diálogo entre Jesús y Pedro. En él se contienen al menos cuatro enseñanzas que también en este tiempo pueden orientar nuestras actitudes.
• “Rema mar adentro”. Jesús es el Señor. Él es quien toma la iniciativa. Pero quiere contar con la colaboración de Simón Pedro para llevar adelante su misión.
• “Por tu palabra echaré las redes”. Siguiendo la respuesta de Pedro, todo creyente ha de reconocer su evidente fracaso. Pero habrá de confiar en la palabra de su Maestro.
• “Apártate de mí, Señor que soy un pecador”. El discípulo no puede caer en la arrogancia. Descubrir la presencia del Señor solo puede suscitar su humildad.
• “No temas: desde hoy serás pescador de hombres”. La generosidad del Señor ofrece apoyo a la debilidad del discípulo, al tiempo que transforma su capacidad.
La Palabra de Dios cambia la vida de los hombres Lc 5,1-11 (TOC5-22)
1. El evangelio nos relata la vocación de Pedro en un pasaje propio de Lucas, distinto de la vocación de los primeros discípulos narrada por Mc 1,16-20; está más próximo de Jn 21,1-11 sobre el momento de las experiencias que tuvieron los apóstoles después de la resurrección de Jesús. Los inconvenientes que Pedro pone a salir a pescar con Jesús y echar las redes en el agua tienen cierto parecido con la objeción de Isaías para desempeñar la misión de profeta. Han estado toda la noche y no han encontrado nada; ahora, casi de día, es más difícil aún, los peces no acuden. Pero en este caso van con Jesús, con el Señor que trae la Palabra viva de Dios. Es eso lo que les hará dejarlo todo para seguirle; dejarán incluso la pesca milagrosa que han recogido para emprender una misión nueva, para pescar a los hombres en el mar de la vida y anunciarles la salvación de Dios.
2. Ciertos detalles del texto son dignos de mención: Jesús está en el lago, y la muchedumbre acude para escuchar la “palabra de Dios” (logos tou theou, que es una expresión que es frecuente en la obra de Lucas: 8,11.21; 11,28, Hch 4,31; 6,2.7; 8,14; 11,1; 13,5.7.44.46; 16,32; 17,13; 18,11). Pero esa palabra de Dios, se va a convertir es una fuerza transformadora que haga que Simón y los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, tengan que dejar de ser pescadores, que estaban asociados (koinoi) en el lago, para seguir a Jesús como “pescadores de hombres”. Lo extraordinario de la pesca también tiene su significado, especialmente porque no era la hora de pescar, por la noche, sino a la luz del día. La orden de Jesús, su palabra, hace posible lo que no es normal. Así sucede, pues, con el evangelio que trasforma el miedo en alegría. Pedro se confiesa pecador, indigno, como los profetas. Pero eso no importa… lo importante es seguir a Jesús.
3. Por lo mismo, en todas las lecturas, vemos cómo se impone la Palabra de Dios, Dios mismo, Jesucristo resucitado, en la vida de todos aquellos que deben colaborar en el proyecto salvífico sobre este mundo y transforma la existencia de cada uno. La Palabra de Dios tiene una eficacia que motiva la respuesta de Isaías, de Pedro y los apóstoles y de Pablo. No eran santos, sino pecadores y alejados de la “santidad divina”. La Palabra, Jesucristo, su evangelio, se impone en nuestra vida, pero no nos agrede: nos interpela, nos envuelve misteriosamente, nos renueva, cambia los horizontes de nuestra existencia y nos lleva a colaborar en la misión profética del evangelio, que es la misión fundamental de la Iglesia en el mundo. Si al principio dan un poco de miedo las respuestas, estas se hacen radicales, porque no es necesario ser santo o perfecto para colaborar con Dios. Hace falta prestarle nuestra voz, nuestro trabajo y todo será distinto. Se nos propone una vida nueva, en perspectiva de futuro, sin cálculos...y todo cambiará, como cambiaron Isaías y como cambiaron Pedro y Pablo. No somos santos, no somos perfectos ¿cómo podremos? Cuando aprendemos a fiarnos de Jesús y de su evangelio; cuando queremos salir de nuestros límites, la Palabra de Dios es más eficaz que nuestras propias razones para no echar las redes en el agua, en la vida, en la familia, entre los amigos, en el trabajo... y seremos profetas, y seremos pescadores.
Fray Miguel de Burgos Núñez
La educación moral, una obra de arte
Cada persona es única. Lejos de ser productos fabricados en serie, sujetos a procesos estandarizados de elaboración, el ser humano va creciendo y madurando según un camino singular, irrepetible. Es por ello que la educación se convierte en una tarea artística, ajustada a la idiosincrasia de cada uno. Por otra parte, el sistema educativo actual tiene un componente importante de educación formal, con criterios y estándares. En este libro se reflexiona sobre la manera en la que la educación formal busca alcanzar hacer resurgir la plenitud personal de los seres humanos, haciendo hincapié en la dimensión moral, pues especialmente, a partir de los tiempos recientes, se hace evidente que la humanidad afronta retos de elevado nivel que exigen una profunda educación moral en niños y adolescentes.
Editorial PPC
ISBN 9788428838184
152 páginas
Precio 19 euros
Danzo en el río (de Dios) Evan Craft
Y sigo aquí (Any Puello)
Canción de esta artista que viene como anillo al dedo para abordar la parábola del fariseo y el publicano bien como motivación inicial o como recopilación de ideas sobre la autenticidad de lo que hacemos cada día. (Cita bíblica: Lc 18,9-14)