“Sal y aguarda al Señor en
el monte, que el Señor va a pasar”. Así suena la voz que Dios dirige al profeta
Elías, según se lee en la primera lectura de la misa de este domingo (1 Re
19,11). Elías fue elegido para restablecer
la fe en el verdadero Dios, en un momento en que el poder político había
protegido y difundido el culto a Baal.
Consciente de su misión, Elías se dirige al monte
Horeb. Bien sabe él que allí Dios se había revelado a Moisés y había ofrecido
una alianza a su pueblo. Era preciso volver a los orígenes y reaprender el
camino de la fe y de la fidelidad al Dios de la liberación.
Elías esperaba descubrirlo en los grandes
fenómenos de la naturaleza. Pero Dios no se presentó en el huracán ni en el
terremoto ni en el fuego. Dios se mostraba finalmente en el suave susurro de la
brisa.
Buena lección para los que
esperamos una manifestación aparatosa de Dios y, mientras tanto, no prestamos
atención a sus manifestaciones diarias.
EL
MAR Y EL TEMOR
El
viento huracanado aparece también en el evangelio que hoy se proclama. Mientras
Jesús se retiró a orar a solas en el monte, sus discípulos navegaban en la
barca, “sacudida por las olas porque el viento era contrario” (Mt 14,24).
El
relato parece una parábola en acción. El mar representa con frecuencia la
fuerza del mal. En el mar encrespado, los discípulos se creen olvidados por su
Maestro. Navegan con dificultad y, cuando ven a Jesús caminando sobre el mar,
piensan que es un fantasma.
El
Señor tiene una palabra de aliento para los que ha elegido: “¡Ánimo, soy yo, no
tengáis miedo!” Pedro quiere llegar a Jesús caminando también él sobre el mar.
Pero el viento le atemoriza y comienza a hundirse. En ese momento invoca a su
Maestro: “Señor, sálvame”.
Sólo
la mano de Jesús lo mantendrá a flote.
Es necesario reconocer su presencia aun cuando brama el temporal. En los
tiempos de serenidad y en la hora de la persecución.
FE Y CONFIANZA
Sólo cuando
Jesús y Pedro suben a la barca, amaina el viento. Pasado el miedo, reaparece la
fe de los discípulos.
• “Realmente
eres Hijo de Dios”. Esa es la confesión de los discípulos. Jesús no los ha
ignorado. No se desentiende de esa barca que representa y preanuncia a su
Iglesia. Él está cerca de ella, aun en los momentos más difíciles.
• “Realmente
eres Hijo de Dios”. Jesús no es un fantasma. Sólo la falta de fe nos lleva a
imaginarlo de ese modo. En medio de las borrascas de este mundo camina sereno
el que es el Señor de la historia. En él, la voluntad de Dios se manifiesta
sobre el mal y el pecado.
• “Realmente
eres Hijo de Dios”. En Jesús se manifiesta el poder y la bondad de Dios. Él es
el Hijo de Dios. Es el Maestro y el hermano de sus discípulos. Esta barca de la
Iglesia ha de presentarse como un lugar de salvación y de acogida para los
náufragos de hoy.
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