“Colgaré de su hombro la
llave del palacio de David; lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre
nadie lo abrirá” (Is 22,22). Después de un oráculo contra Sobná, mayordomo del
palacio real, el profeta Isaías incluye otro oráculo a favor de Eliacín, que le
ha de suceder en el cargo. La llave es el símbolo del poder que se le otorga en
el palacio.
Es cierto que Eliacín
tampoco será fiel a su oficio. Seguramente se dejó llevar por las exigencias de
su propia familia. El profeta sugiere que con el tiempo este nuevo
administrador sería incapaz de sostener esa carga que su familia impuso sobre él.
El Apocalipsis atribuye a Cristo esa llave de
David (Ap 3,7). Y con ese hermoso título se proclama a Jesucristo en una de las grandes antífonas del
Adviento.
LA PREGUNTA
Según el evangelio que hoy
se proclama, Jesús se ha retirado con sus discípulos a la región de Cesarea de
Filipo (Mt 16,13-20). Se ve que el Maestro ha querido buscar un lugar de
descanso junto a las fuentes del Jordán y a las abundantes cascadas a las que
ya se refería un levita desterrado (Sal 42,8).
En ese lugar Jesús dirige a sus discípulos dos
preguntas fundamentales. Lo eran ya para ellos y lo serán siempre para todo
cristiano.
• “¿Quién dice la gente que
es el Hijo del Hombre?” Esa pregunta no requiere la fe. Para responder basta la
información. Los discípulos refieren que las gentes identifican a Jesús con
Juan Bautista, con Jeremías o uno de los profetas.
• “¿Y vosotros quién decís
que soy yo?” Esa pregunta interpela personalmente al discípulo. Exige una
respuesta en la que dé cuenta de la propia fe. Simón Pedro respondió: “Tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
LA PROMESA
En su diálogo con Pedro,
Jesús afirma que la respuesta de la fe no es posible si no es revelada por el
Padre celestial. Como dice el Catecismo
de la Iglesia Católica, “Sobre la
roca de esta fe confesada por Pedro, Cristo ha construido su Iglesia” (CCE
424). Y añade una promesa y dos
consecuencias.
• “Te daré las llaves del
reino de los cielos.” La promesa de Jesús recuerda la profecía de Isaías sobre
Eliacín. “El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios que es la
Iglesia” (CCE 553).
• “Lo que ates en la tierra
quedará atado en los cielos.” Según el
mismo Catecismo, “el poder de atar y
desatar significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias
doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia” (CCE 553).
• “Lo que desates en la
tierra quedará desatado en los cielos”. Evocando estas palabras, de nuevo el Catecismo nos recuerda que “la
reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios”
(CCE 1445).
No hay comentarios:
Publicar un comentario