“Oíd, sedientos todos,
acudid por agua también los que no tenéis dinero. Venid, comprad trigo, comed
sin pagar vino y leche de balde”. Así invita Dios a su pueblo, según la
profecía incluida en el libro de Isaías (Is 55,1-3) que se proclama en este
domingo.
De sobra sabemos que en este mundo nadie da
nada de balde. La comida es muy escasa en muchos países. La hambruna apenas
disminuye, mientras avanza el desierto o las guerras acaban con los cultivos y
los ganados.
Si Dios ofrece comida y
bebida gratuitamente es que hemos entrado en el ámbito de lo extraordinario, de
lo divino. El profeta pretende asegurar al pueblo de Israel, ya liberado del
exilio, que la alianza que Dios ha hecho con él permanece firme.
LOS CESTOS DE LAS SOBRAS
En
el evangelio de hoy se recuerda el episodio de “la multiplicación de los panes”
(Mt 14, 13-21). Es un relato que nos lleva a anticipar el misterio de la
Eucaristía, por el que Jesús se nos entrega como alimento para el camino.
Jesús ha atravesado el mar de Galilea. Al
desembarcar ve la multitud que le ha seguido por tierra y le dio lástima. Al
atardecer, los discípulos quisieron despedir a las gentes para que fueran a las
aldeas y se compraran algo de comer.
Aceptando los
cinco panes y los dos peces que tienen los discípulos, Jesús los parte y los
reparte para que los discípulos los distribuyan entre la gente. Los doce cestos
llenos de las sobras evocan el don del maná con que Dios había alimentado a su
pueblo en el desierto.
CORAZÓN Y VOLUNTAD
Hoy y siempre
nos interpelan directamente las palabras que Jesús dirige a sus discípulos.
• “Dadles
vosotros de comer”. Ese mandato no puede dejarnos indiferentes. Los bienes que
nos sobran pueden saciar a los hambrientos de medio mundo. Ninguno de nosotros
puede limitarse a volver la vista a otra parte. No podemos ignorar que son
nuestros hermanos.
• “Dadles
vosotros de comer”. Ese mandato implica a la Iglesia entera. De hecho mantiene
su presencia cercana y generosa allí donde ninguna organización se atreve a
llegar. Esa generosidad responde a su ser y su misión en el mundo.
• “Dadles
vosotros de comer”. Ese mandato afecta a todas las personas e instituciones de
nuestro mundo, cristianas o no. Jesús no es un patrimonio exclusivo de los
cristianos. Su mensaje es universal, precisamente por estar atento a las
carencias concretas del hombre.
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