“A los extranjeros que se
han dado al Señor… los traeré a mi Monte Santo y los alegraré en mi casa de
oración”. Así decía un oráculo introducido en el libro de Isaías (Is 56, 6-7).
Se dice con frecuencia que Israel odiaba a los extranjeros. Pero hay en los
profetas una tradición que proclama la
universalidad de la fe y de la salvación.
En este caso se propone que
los prosélitos extranjeros sean admitidos en la comunidad siempre que acepten
la alianza de Dios y se mantengan fieles a la fe y a los ritos propios de
Israel.
Se percibe así que la
comunidad de Israel no está definida por
la herencia de la sangre sino por la comunión en la misma fe, en la misma
oración y en la misma esperanza.
EL ENCUENTRO
El evangelio recuerda el
encuentro de Jesús con la mujer cananea
(Mt 15,21-28). Su gesto y su grito la identifican como la mujer
dolorida, la orante tenaz, la creyente sincera.
Su hija estaba enferma. El
texto nos recuerda que cuando una persona enferma, todos en su casa enferman de
algún modo. Nada será igual en la rutina de cada día. Las relaciones cambian y
se complican. Todos dependen de todos. Y todos han de apoyarse en todos.
En la mujer cananea se
muestra la madre que dio la vida soñada y busca la salud para la vida
amenazada. Ella nos recuerda que la enfermedad es personal e intransferible. Y
que la salud ha de ser integral y verdadera o nunca lo será.
“¡Ten piedad de mí, Señor,
hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada.” Así ora en su dolor. A su
plegaria sólo responde el silencio de Jesús y el apremio de sus discípulos que
pretenden liberar a su Maestro de los mendigos de pan y de salud: “Concédeselo,
que viene gritando detrás de nosotros.”
EL DIÁLOGO
El diálogo de esta mujer con
Jesús es un modelo de oración y una revelación del proyecto salvador de Dios.
• “No he sido enviado más
que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” La primera respuesta de Jesús
resume la concepción mesiánica del pueblo hebreo. Pero la mujer pagana insiste en la súplica
que la ha sacado a los caminos: “¡Señor, socórreme!”.
• “No está bien tomar el pan
de los hijos y echárselo a los perritos.” Esta segunda respuesta de Jesús
presenta una nueva dificultad. ¡Quién nos diera el tono exacto de aquella
insinuación! Seguramente hay en ella una alusión a un refrán popular.
• “Sí, Señor, pero también
los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” La mujer
retoma aquella imagen. Cuando hay pan lo hay para todos. Y cuando hay gracia a
todos alcanza y se desborda. La misericordia suplicada acerca y redime al
suplicante.
• “Mujer, grande es tu fe;
que te suceda como deseas.” La tercera respuesta de Jesús reconoce que la fe
llevó a la mujer a buscarle. La fe la
enseñó a orar. Y la fe la ayudó a interpretar su propia suerte con ese humor
tan cercano a la humildad.
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