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El pan de la Vida Jn 6,51-58 - Corpus Christi

 “Recuerda todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto… Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no solo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (Dt 8,2-3). 

En los discursos del Deuteronomio se exhorta a Israel a mantenerse fiel al Dios de la liberación. El maná sostuvo su lenta peregrinación por el desierto.  Aquel alimento había de ser siempre recordado y agradecido como una prueba del amor de Dios hacia su pueblo. Y además, lo invitaba a reconocer el valor de la palabra de Dios. 

 Ante la indiferencia de algunos cristianos de Corinto hacia las necesidades de sus hermanos, san Pablo les recuerda que el cuerpo y la sangre de Cristo son fuente y estímulo para mantener la unión en la comunidad: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1 Cor 10,17). 

 VIDA ETERNA

El evangelio que se lee en esta fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo recoge una parte del discurso que, después del reparto de los panes y los peces, Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm (Jn 6,51-58). En él sobresalen importantes revelaciones.  

• En Sicar, Jesús se revelaba a la Samaritana como el que puede dar el agua que salta hasta la vida eterna. Ahora, en Cafarnaúm se revela como el pan vivo que da la vida. Solo él puede calmar nuestra sed y saciar nuestra hambre. La carne y la sangre del Hijo del Hombre resumen su persona, su vida y su enseñanza. Son verdadera comida y verdadera bebida. Ahí está la verdadera vida y la promesa de la resurrección. 

• Además, Jesús revela que su Padre vive y que él vive por el Padre. Del mismo modo, quien se alimenta de Cristo, vive de Cristo y vive para los demás. Como ha dicho el papa Francisco, “en la eucaristía contemplamos y adoramos al Dios del amor. Es el Señor que no quebranta a nadie sino que se parte a sí mismo. Es el Señor que no exige sacrificios sino que se sacrifica a sí mismo. Es el Señor que no pide nada sino que entrega todo. Para celebrar y vivir la eucaristía también nosotros estamos llamados a vivir este amor” (Homilía del día 6.6.2021).

RECUERDO Y ENTREGA

 Jesús recuerda el maná que había alimentado a los hebreos en el desierto. Y ofrece una promesa sobre la vida que comporta el alimento que él ofrece a sus seguidores. 

• “Este es el pan que ha bajado del cielo”. Los creyentes en Jesucristo no despreciamos el pan que nos viene de la tierra y del trabajo humano. Pero recibimos y agradecemos como un don impensable el verdadero Pan que nos ha venido del cielo, es decir de la bondad divina.  

• “No como el de vuestros padres que lo comieron y murieron”. Los seguidores de Jesús valoramos el camino que llevó a nuestros hermanos hebreos hacia la libertad. Pero sabemos y creemos que Cristo es el nuevo maná nos sostiene en nuestro camino de liberación.  

• “El que come este pan vivirá para siempre”. Los cristianos estimamos y valoramos los deseos de vida y de progreso integral de todos nuestros hermanos. Pero creemos que el cuerpo y la sangre de Cristo son semilla de una vida que no tiene fecha de caducidad.

El pan de una vida nueva, resucitada Jn 6,51-58 - Corpus Christi

1.El texto de Juan es una elaboración teológica y catequética del simbolismo del maná, el alimento divino de la tradición bíblica, que viene al final del discurso sobre el pan de vida. Algunos autores han llegado a defender que todo el discurso del c. 6 de Jn es más sapiencial (se entiende que habla de la Sabiduría) que eucarístico. Pero se ha impuesto en la tradición cristiana el sentido eucarístico, ya que Juan no nos ha trasmitido la institución de la eucaristía en la última cena del Señor.

2. Este discurso de la sinagoga de Cafarnaún es muy fuerte en todos los sentidos, como es muy fuerte y de muy altos vuelos toda la teología joánica sobre Jesús como Logos, como Hijo, como luz, como agua, como resurrección. Se trata de fórmulas de revelación que no podemos imaginar dichas por el Jesús histórico, pero que son muy acertada del Jesús que tiene una vida nueva. Desde esta cristología es como ha sido escrito y redactado el evangelio joánico.

3. El evangelio de Juan, con un atrevimiento que va más allá de lo que se puede permitir antropológicamente, habla de la carne y de la sangre. Ya sabemos que los hombres ni en la Eucaristía, ni en ningún momento, tomamos carne y sangre; son conceptos radicales para hablar de vida y de resurrección. Y esto acontece en la Eucaristía, en la que se da la misma persona que se entregó por nosotros en la cruz. Sabemos que su cuerpo y su sangre deben significar una realidad distinta, porque El es ya, por la resurrección, una persona nueva, que no está determinada por el cuerpo y por la sangre que nosotros todavía tenemos. Y es muy importe ese binomio que el evangelio de Juan expresa: la eucaristía-resurrección es de capital importancia para repensar lo que celebramos y lo que debemos vivir en este sacramento.

4. El evangelista entiende que comer la carne y beber la sangre (los dos elementos eucarísticos tradicionales) lleva a la vida eterna. Es lo que se puso de manifiesto en la tradición patrística sobre la “medicina de inmortalidad”, y lo que recoge Sto. Tomás en su antífona del “O sacrum convivium” como “prenda de la gloria futura”. Y es que la eucaristía debe ser para la comunidad y para los individuos un verdadero alimento de resurrección. Ahora se nos adelanta en el sacramento la vida del Señor resucitado, y se nos adentra a nosotros, peregrinos, en el misterio de nuestra vida después de la muerte.

5. Esta dimensión se realiza mediante el proceso espiritual de participar en el misterio del “verbo encarnado” que en el evangelio de Juan es de una trascendencia irrenunciable. No debe hacerse ni concebirse desde lo mágico, sino desde la verdadera fe, pues de lo contrario no tendría sentido. Por tanto, según el cuarto evangelio, el sacramento de la eucaristía pone al creyente en relación vital y personal con el verbo encarnado, que nos lleva a la vida eterna.



Los grandes dones de Dios Jn 3,16-18 (TOA8-23)

“El Señor, el Señor: un Dios clemente y misericordioso, paciente, lleno de amor y fiel” (Éx 34,7).  Así se presenta a Moisés el mismo Dios en lo alto del monte Sinaí.

 El pueblo de Israel había quebrantado la alianza de Dios, adorando a un becerro de oro. Al darse cuenta de lo que había ocurrido en su ausencia, Moisés lanza contra las rocas las dos tablas de piedra en que estaban escritos los mandamientos.

Después Moisés regresa al monte Sinaí con las nuevas tablas que sustituyen a las antiguas. El Señor se muestra benigno, compasivo y dispuesto a renovar la alianza. Y Moisés le ruega que acompañe a su pueblo, aunque sea un pueblo rebelde.

Con el estribillo del canto tomado del libro de Daniel nosotros tratamos de responder al perdón que Dios nos brinda: “A ti gloria y alabanza por los siglos” (Dan 3,52-56).

San Pablo desea a los corintios que el Dios Trinidad les conceda tres dones sagrados: la gracia de Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo (1Cor 13,11-13).

 LA CONDENACIÓN

El evangelio que se proclama en esta fiesta de la Santísima Trinidad recoge una parte de los comentarios que el evangelista añade a las palabras que Jesús dirige a Nicodemo (Jn 3,16-18). En este breve texto llaman la atención tres alusiones a la condenación.

• “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo”. En una sociedad que condena a los inocentes y ensalza a los asesinos, es preciso repetir que Jesús no ha sido enviado a condenar a este mundo. No podemos olvidar que Jesús pasó por el mundo haciendo el bien.

• “El que cree en él no será condenado”. Creer en Jesucristo no equivale a afirmar algunas verdades abstractas. La fe no se limita a repetir algunos ritos o ceremonias. Creer en Jesús es aceptarlo como Salvador. Quien se identifica con él no será condenado.

• “El que no cree en él ya está condenado”. Nadie será condenado en el futuro por no haber creído en Jesucristo. La condena la realiza ya en el presente quien rechaza su luz y su verdad por haber decidido vivir en la tiniebla.

Y LA VIDA ETERNA

 Pero Jesús ofrece a Nicodemo una admirable revelación: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). Esa manifestación nos ayuda a descubrir tres grandes dones de Dios:

• El amor de Dios al mundo.” El amor de Dios sostiene el mundo material y, más aún, el mundo social en el que nos insertamos. Evidentemente, Dios no puede dejar de amar al mundo que él mismo ha creado para derramar sobre él su bondad.

• La entrega de Jesús y la fe. Si es cierto que el amor de Dios se muestra en la creación y en la providencia, sabemos y creemos que se revela sobre todo en el envío de su Hijo. Creer en Jesucristo es aceptarlo como Señor y Salvador de nuestra existencia.

• La vida eterna. La vida es el primero de los dones de Dios. Por eso, la vida humana ha de ser acogida con generosidad y defendida con responsabilidad. Pero saber que nuestra vida puede ser eterna en Dios es el mayor premio a esa fe, que también nos ha sido dada.

De la noche a la luz: Dios da vida en Jesús Juan 3,16-18 (TOA8-23)

1.El evangelio de esta fiesta se toma de Juan y nos propone uno de los elementos más altos de la teología joánica. En el diálogo que Jesús mantiene con Nicodemo, el rabino judío que vino de noche para hablar y dialogar a fondo con Jesús, se muestra, con rasgos insospechados, la razón de la encarnación, el que el “Verbo se hiciera carne” que resuena desde el aria del prólogo. Es lógico pensar que Jesús de Nazaret y Nicodemo no hablaran en estos mismos términos, sino en otros más simples y sencillos. Por tanto, es el evangelio de Juan (sus redactores) quien remonta el vuelo de la teología y lo expresa con fórmulas de fe inauditas.

2. La encarnación del Hijo se explica por el amor que Dios siempre ha tenido al mundo. Es la consecuencia de esa fidelidad de generación en generación con que se había expresado la revelación de Dios a Moisés en el Sinaí. Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo; quien cree en él experimenta la verdadera salvación. Podemos discutir mucho el origen de este texto en la redacción de la teología joánica, pero no podemos negar su verdadera inspiración teológica. Esta es una de las cumbres de la “revelación” de Dios en el NT. Dios no ha venido al mundo para condenar, o para juzgar, sino para “salvar”. Todo lo que no sea asumir eso como chispazo, es una distorsión teológica de los que no se fían de Dios o de los que le tienen un miedo desalmado.

3. La teología, pues, debe ser una verdadera terapia espiritual y psicológica para todas las personas que buscan a Dios… pero que huyen de él si Dios no se acerca, si no “se queda” a nuestro lado, si no es compasivo y misericordioso. Está en juego la misma libertad del ser humano –don de Dios, decimos-, para ser o no ser religiosos. Si aceptamos, pues, la teología del NT, en su diversidad, como fundamento de nuestra fe, esta lección del evangelio de Juan debe ser de verdadera “iluminación”. El diálogo entre Jesús y Nicodemo es propicio para inaugurar una búsqueda nueva en el judaísmo y en cualquier religión que merezca la pena. Incluso desde el cristianismo debemos repensar lo que este diálogo nos proporciona en la relación del hombre con Dios.

4. “Tener vida” es uno de los conceptos claves de la teología joánica. Sabemos que se refiere a la vida espiritual, lo más interior y profundo de ser humano. Es verdad que no se trata de una vida biológica, ni del quedarse en este mundo, aunque sea arrastrándonos. Y no sería “religioso” entenderlo de otra manera, ni de confiar en un ídolo poderoso que nos garantice nuestros caprichos de vida. Pero también la vida biológica-psicológica está contemplada en esta propuesta de la encarnación, en el Cur Deus homo? Sencillamente porque la “Trinidad”, más que un conglomerado sustancial y metafísico de esencia, personas o naturalezas, es un misterio insondable de dar vida, de amar sin medida, de liberar de angustias y “pesos” muertos… El Dios de la Biblia, el Dios trinitario -el Padre, el Hijo y el Espíritu-,nos ha dado la vida, para vivir con Él la vida verdadera, que nos ha revelado en Jesús y que nos ofrece por su Espíritu.

Fray Miguel de Burgos Núñez


La Gracia del Espíritu Jn 20,19-23 (PAA8-23)

“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les concedía manifestarse” (Hch 2,4),  Con  esta frase el autor del libro de los Hechos de los Apóstoles parece querer subrayar el efecto más llamativo e impresionante de la experiencia que vivieron los discípulos de Jesús en la fiesta de Pentecostés.

Junto al huracán que sacudió la casa, aparecieron unas lenguas como de fuego, que se posaron sobre ellos. El Espíritu de Dios ayudó a los discípulos de Jesús a superar el miedo y los convirtió en valientes testigos de la resurrección y del mensaje de su Maestro.

Con el salmo responsorial nosotros repetimos una oración que revela nuestra esperanza de vida: “Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra” (Sal 103).

Por otra parte, san Pablo asegura que solo gracias al Espíritu Santo podemos nosotros  confesar y anunciar que Jesús es el Señor (1 Cor 12,3).  

 FIESTA DEL ENVÍO DE LOS CREYENTES

Pentecostés es la fiesta de la misión, es decir, la fiesta del envío de los creyentes. Como el Padre envió a Jesús, también él nos envía a nosotros por los caminos del mundo.

El evangelio (Jn 20,19-23) nos recuerda que ya el mismo día de su resurrección, Jesús fue al encuentro de sus discípulos y les deseó la paz. Al mostrarles sus llagas, “ellos se alegraron de ver a Jesús”. La paz y la alegría son los primeros regalos del Resucitado.

Pero el gran regalo, el “altísimo don de Dios” es su Santo Espíritu. Si no recibimos el don del Espíritu, no podremos reconocer al Señor Resucitado. Si no acogemos con fe al Espíritu de Dios, no podremos vivir el gran regalo del perdón. Sin el Espíritu es imposible vivir, anunciar y contagiar la alegría del Evangelio.

Ignorar al Espíritu es ignorar al Padre de los cielos e ignorar las claves de la misión de Jesús. El Espíritu de Dios es principio de vida y de gracia, fuente de amor y de concordia,  prenda de verdad y de caridad fraterna. El Espíritu remueve la fe y la esperanza de los discípulos de Jesús y está presente en la Iglesia, guiándola hacia el amor y la verdad.

EL DON Y LA RESPONSABILIDAD

El evangelio anota que, tras el saludo, Jesús Resucitado sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar”. Un mensaje también para hoy. 

• “Recibid el Espíritu Santo”. No somos los discípulos los que creamos la vida, los que inventamos la verdad, los que producimos el amor. El Espíritu de Dios es su don por excelencia y es la fuente de todos los dones.

• “A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados”. Todos necesitamos pedir y recibir humildemente el perdón de Dios. Solo por haberlo recibido podremos nosotros transmitirlo a los demás, con generosidad, con esperanza y con alegría.

• “A quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar”. Esta frase puede sonar muy dura en una cultura de la frivolidad que ignora la misericordia. Pero el Señor entrega a su Iglesia la sabiduría y la responsabilidad para discernir entre el bien y el mal.

La paz y el gozo, frutos del Espíritu Jn 20,19-23 (PAA8-23)

1. El evangelio de hoy, Juan (20,19-23), nos viene a decir que desde el mismo día en que Jesús es resucitó de entre los muertos, su comunicación con los discípulos se realizó por medio del Espíritu. El Espíritu que «insufló» en ellos les otorgaba discernimiento, alegría y poder para perdonar los pecados a todos los hombres. El saludo de la paz, shalom, se repite en el relato por dos veces para confirmar algo que va mucho más allá del saludo cotidiano en el mundo bíblico y entre los judíos. Es el saludo de parte de Dios y es el saludo para preparar los que les va a otorgar a los suyos: la fuerza del Espíritu Santo. De esa manera la unión entre Jesús resucitado y el Espíritu Santo es indiscutible. Será, pues, el mismo Espíritu, es que les garantice el acontecimiento de la resurrección. Pero también el de la misión.

2. Pentecostés es la representación decisiva y programática de cómo la Iglesia, nacida de la Pascua, tiene que abrirse a todos los hombres. Esta es una afirmación que debemos sopesarla con el mismo cuidado con el que San Juan nos presenta la vida de Jesús de una forma original y distinta. Pero las afirmaciones teológicas no están desprovistas de realidad y no son menos radicales. La verdad es que el Espíritu del Señor estuvo presente en toda la Pascua y fue el auténtico artífice de la iglesia primitiva desde el primer día en que Jesús yo no estaba con ellos.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/28-5-2023/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/