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Cuéntame la Biblia


Contar historias es un arte. El buen narrador hace que unas humildes palabras pinten paisajes o pongan música a insólitas aventuras. Al escuchar una historia entramos en el corazón de sus personajes, reímos y lloramos con ellos. Las buenas historias se convierten así en calladas maestras de nuestra vida. 
Todo eso es Cuéntame la Biblia. Sus sugestivos dibujos y textos ayudan a descubrir el fascinante universo bíblico y a participar de las experiencias de sus protagonistas. Pero, sobre todo, en Cuéntame la Biblia resuena la risueña voz de Dios, que se empeña en convencernos, por todos los medios, de su infinito amor.
Textos bíblicos e ilustraciones por Fano.

Editorial Verbo Divino (Colección Mis Primeros Pasos)
ISBN 978-84-9073-709-5
Precio 9,50 euros (rústico)


El dominio sobre el mar Mc 4,35-41 (TOB12-21)

 “Hasta aquí llegarás y no pasarás, aquí se romperá la arrogancia de tus olas”. Dios recuerda a Job que él y solo él pudo dar esas órdenes al mar (Job 38,11). Job no entiende por qué le han sobrevenido tantas desgracias, siendo un hombre justo como es. Según la concepción de su pueblo, Dios debería premiar su bondad y librarle de las desgracias. 

Puesto que los amigos que acuden a consolarle no son capaces de darle una razón convincente, Job apela al mismo Dios. Y Dios se le muestra como el único que puede poner límites tanto a las olas del mar como a los ataques del mal.

Con el salmo 106, nosotros proclamamos no solo la grandeza de Dios sino también su cercanía y su compasión: “¡Porque es eterna su  misericordia!”

Según san Pablo, gracias a la muerte y resurrección de Cristo, Dios nos ha concedido el don de ser una criatura nueva. Una criatura renacida (2 Cor 5,14-17).

LAS DUDAS

El mar aparece también en el evangelio que se proclama en este domingo 12º del Tiempo Ordinario. Una tormenta repentina levanta en el lago unas olas tan grandes que inundan la barca en la que navegan los discípulos, llevando a Jesús a bordo (Mc 4,35-40).  No es extraño que surjan en ellos algunas dudas.  

 • Jesús les ha pedido que se alejen de la costa y se hagan a la mar, pasando a la otra orilla del lago. Lo asombroso es que Jesús no haya previsto la tormenta que les iba a sorprender durante la travesía. Los discípulos parecen dudar de la sabiduría de su Maestro.

• Además, pueden dudar también de su bondad y su justicia. Él les ha dado una orden y ellos han obedecido. Pero la obediencia los ha puesto en una situación de peligro. Tal vez empiezan a pensar que, si sobreviven a este peligro, procurarán actuar por cuenta propia.

• Por otra parte, Jesús siempre se ha mostrado atento a las necesidades de las personas que lo buscan y le siguen. ¿Cómo es que en esta ocasión se ha dejado vencer por el cansancio y duerme despreocupado de sus amigos? 

• Finalmente, los discípulos se sienten dominados por el miedo. El Maestro siempre ha mostrado su poder sobre los demonios. ¿No será capaz de vencer a la tempestad y poner freno a las fuerzas del mar embravecido?

DOS PREGUNTAS

Este relato evangélico presenta a nuestra consideración dos preguntas que brotan espontáneas de la boca de los discípulos de Jesús:

•  “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Esta primera pregunta refleja en realidad la desconfianza que a veces paraliza también hoy a los seguidores de Jesús. Pero a Jesús le importa la suerte de sus discípulos. No le han elegido ellos. Él los ha elegido libremente y presta atención a sus dificultades.

• “¿Quién es éste a quien el viento y las aguas obedecen?” Esta segunda pregunta revela el camino que ha de conducir a los creyentes de hoy. También en las dificultades actuales hemos de aceptar a Jesús como Señor y anunciar su presencia en el mundo. En Jesús se manifiesta la fuerza de Dios, que ha puesto límites al mar.

La fuerza del Reino nos libera Mc 4,35-41 (TOB12-21)

 1. El evangelio de Marcos narra el episodio de la travesía del lago de Galilea  después que Jesús ha hablado a las gentes en parábolas acerca del Reino de Dios. Es como si Jesús quisiera poner a prueba la fe de sus discípulos, a ellos que les explicaba el sentido profundo de sus parábolas. El lago, el bello lago de Galilea, en torno al cual se anuncia el evangelio, se convierte aquí en el misterioso y tremendo símbolo de una tormenta, que como en el caso del profeta Jonás 1, de donde se toman algunos rasgos del episodio, viene a aquilatar cosas importantes. Otras barcas le seguían, pero parece como si solamente quisiera centrarse todo en la barca donde estaban Jesús y los discípulos que había elegido. El mar de Galilea, a veces, es como una caldera hirviendo, por el viento. En la barca se muestran dos actitudes: la de Jesús que duerme tranquilo y la de los discípulos que están aterrados.

2. ¿Por qué esto? Porque Jesús sabe que su causa por el Reino de Dios debe levantar tormentas, como ésta del viento, que va a hacer temblar a los discípulos; Jesús está tranquilo porque confía en su causa, la causa de Dios. Es, pues, esta una escena pedagógica que pone de manifiesto una actitud y otra. Los discípulos son como Job, y no se explican muchas cosas que ocurren en la vida, llenándose de miedo. Jesús, que conoce la voluntad y el proyecto de Dios, se entrega a él con una gran serenidad  porque sabe que ha de vencer, como de hecho sucede con su "conminación" a la tormenta. Los Santos Padres siempre interpretaron esta escena de la barca como una imagen de la Iglesia que debía pasar por estos trances, pero que siempre encontraría a su Señor a su lado para otorgarle la serenidad de la fe.

Fray Miguel de Burgos Núñez

El grano que crece en Esperanza Mc 4,26-34 (TOB11-21)

 Las parábolas de Jesús son toda una excusa para hablar del misterioso crecimiento del reino que anuncia. Es verdad que había anunciado con una seguridad inquebrantable que "ya está aquí" o que "en medio de vosotros". Mc 1, 14-15 lo pone como frontispicio de todo y como programa, a la vez que exige conversión y confianza en ese anuncio. Pero podían preguntarle, como de hecho sucedió ¿dónde está ese Reino? De allí que las dos parábolas del crecimiento, mediante los símbolos de un grano (aunque un grano es pequeño, no se resalta este punto) y una semilla de mostaza (que es como una cabeza de alfiler) vengan a decirnos algo significativo de sus comienzos, de sus logros y de su consumación. Se da una cierta disimilitud y contraste en el final de las dos comparaciones: la del grano en lo que se refiere a lo que, a causa del crecimiento y la consumación final, no tendrá sentido (se desechará) y la de la mostaza nos habla del Final en términos más positivos, porque se hará grande y vendrá a ser "hogar" y protección de multitudes de pájaros.

El reino está ya aquí, pero solo como una semilla que es confiadamente un final grandioso o apropiado. No son parábolas o comparaciones deslumbrantes, pero están llenas de sentido. Debemos aceptar la misma naturalidad de este mensaje en cuando es algo que ya está sembrando, que está creciendo y por eso tiene misterio. Como tiene misterio la comparación de la levadura (cf Mt 13,33; Lc 13,29-21) que poco a poco impregna la masa. Eso quiere decir que está "germinando" y por eso se alumbrará un mundo nuevo, tanto en el caso de acabar algo que no tiene sentido en la historia (y por eso de meterá la hoz) o en el caso de que se construya un "hábitat" donde vengan todas las aves a protegerse. Incluso deberíamos entender que se trata de toda clase de aves y por lo mismo que se estaría apuntando a los paganos. Son los dos aspectos del Reino y de su transformación de la historia: algo quedará caduco, pero lo más importante es la imagen de los pájaros que anidan.

Es ese final bueno y liberador el que debemos proponer como mensaje de las parábolas de hoy. Es verdad que se nos habla de "meter la hoz”, pero es lógico que esta historia humana debe dejar aquí todo aquello que no tiene sentido, que es opuesto al proyecto y a la plenitud del Reino de Dios. Pero en la parábola de la mostaza, que comienza con el sentido de la "nimiedad" de lo insignificante y de lo mínimo, todo se transforma hasta ofrecernos la imagen de un árbol cósmico donde todos puedan encontrar no solamente el hábitat humano, sino la verdadera felicidad del Reino. Así, pues, quiere decirnos Jesús, son las cosas de Dios. Esta es la propuesta de esperanza que forma parle de la entraña del Reino, por insignificante que parezca. En estas metáforas, pues, proponía Jesús un mensaje que llenaba los corazones de los sencillos.


El Reino y los Árboles Mc 4,26-34 (TOB11-21)

 “Reconocerán todos los árboles del campo  que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado  y exalto al humilde, hago secarse al árbol verde y florecer el árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”. Este oráculo que nos trasmite el profeta Ezequiel (Ez 17,22-24) habla de Dios y del hombre. 

Dios es el Señor. Él es la fuente de la vida. De su voluntad depende la suerte de los pueblos. A pesar de todas las apariencias, su palabra permanece en el tiempo. 

Y el hombre hará bien en no creerse autosuficiente. El orgullo humano es totalmente ridículo.Una carástrofe, una pandemia o una revolución pueden alterar toda su vida. 

Con el salmo responsorial proclamamos una convicción que debería ser sincera: “Es bueno  darte gracias, Señor (Sal 91). 

Con san Pablo manifestamos que somos peregrinos y estamos de paso. En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor (2 Cor 5,9).

LAS TENTACIONES

 En el evangelio según Marcos (Mc 4,26-34) se nos exponen hoy dos parábolas sobre el Reino de Dios con una clara referencia al ambiente de la gente del campo.  

 • En la primera el reino de Dios se compara con un hombre que echa la simiente en la tierra y se se vuelve a su casa. Mientras él hace su vida normal, la semilla germina y va creciendo por sí sola hasta producir la espiga y el fruto. Esta imagen ridiculiza nuestra soberbia y nos exhorta a la humildad. Hacemos lo que nos corresponde, pero el crecimieto del Reino de Dios no depende de nuestros proyectos o cavilaciones.  

• En la segunda parábola Jesús se refiere a la semilla de la mostaza. A pesar de su pequeñez, crece y llega a convertirse en un árbol, en el que los pájaros pueden armar sus nidos. Así es el Reino de Dios. Esta segunda parábola ridiculiza nuestra aprensión y nuestros temores al ver que nuestras iniciativas son tan insignificantes. Nuestro desaliento debe ser superado por la confianza en Dios que da el crecimiento a nuestros proyectos.  

LOS NIDOS

Hemos sido llamados a vivir en esperanza. Y la esperanza tiene mucho que ver con el caminar, como ya sugería san Isidoro. Contra la virtud de la esperanza surgen dos tentaciones.

La parábola de la semilla refleja la primera tentación: la presunción que alimenta nuestro orgullo. Nos lleva a pensar que somos nosotros los que damos la fuerza a la semila. Olvidamos que ella da el futo por sí misma.   

La parábola del grano de mostaza alude a la segunda tentación: la desesperanza que genera nuestro desaliento. Nos lleva a pensar que nuestras sencillas acciones y palabras nunca podrán crecer y ofrecer apoyo a los que lo necesitan. Olvidamos que la semilla del Evangelio no es aparatosa. 

 Ezequiel habla de los altos cedros en los que anidan las aves. Jesús alude también a los nidos de los pájaros que pueden encontrarse en las ramas más humildes de la mostaza. Los hijos de Dios pueden encontrar cobijo en el árbol que Dios les ofrece. El tamaño del árbol importa menos que la providencia del Dios que cuida de nosotros.       

Salvados por la sangre Mc14,12-16.22-26 (Corpus Christi)

 “Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros”. Estas palabras nos sitúan en el largo peregrinaje de las gentes de Israel, liberadas por Dios de la esclavitud de Egipto. Moisés no se limitaba a asperjar a sus hermanos con la sangre de las víctimas ofrecidas en sacrificio al Señor. Les exponía el significado del rito (Éx 24,8).

 Dios hacía con aquellos peregrinos una alianza de pertenencia y protección, sellada con la sangre de las víctimas que ellos le ofrecían. Él se comprometía a compartir con ellos la vida que la sangre significaba. Y ese signo los comprometía a ellos a ser fieles a la alianza que Dios les proponía. Él los había puesto en el camino de la libertad. A ellos les correspondía ahora seguirlo con gratitud y responsabilidad.

Nosotros respondemos a ese mensaje, proclamando gozosamente una promesa: “Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor” (Sal 115). Según la carta a los Hebreos, no somos salvados por la sangre de los machos cabríos que Israel derramaba en honor de Dios. Es la sangre de Cristo la que nos consigue la liberación eterna (Heb 9,11-15).

  PAN PARTIDO Y COMPARTIDO

El evangelio según Marcos nos sitúa hoy en el contexto de la cena que Jesús celebra con sus discípulos la misma tarde de su prendimiento. Las gentes de su pueblo sacrificaban en el templo los corderos de la Pascua y agradecían una vez más la liberación que Dios había concedido a sus antepasados. Jesús, por su parte, estaba celebrando ya su propia Pascua.

De hecho, tomando el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo distribuyó entre sus discípulos, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. El pan partido y compartido era un gesto muy expresivo. Con él, Jesús les hacía ver que entregaba real y definitivamente su propia vida para la salvación de los que creyeran en él.   

Sin embargo, este no era un gesto episódico y casual. Los discípulos habían de repetirlo en el futuro. Pero el signo tenía que ser acompañado por la vivencia de su significado. El pan entregado a los demás había de convertirse en el signo sacramental de su entrega personal. Tendría que ser el gesto memorial del amor del Señor.   

UNA VIDA QUE PERVIVE

Tras haberles dado el pan, Jesús hizo lo mismo con una copa de vino. Pronunció la acción de gracias a Dios y la pasó a sus discípulos, para que bebieran de ella. Las palabras del Maestro evocaban las antiguas palabras que Moisés había dirigido a su pueblo:

 • “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”. Se hacía presente el sacrificio de los corderos y cabritos ofrecidos al Señor. Como recordando las palabras de Juan el Bautista, Jesús se presentaba como el nuevo Cordero de la Pascua. Con su sangre Dios renovaba su alianza y la ofrecía a todas las gentes.

• “No volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. Hay un tono de nostalgia en las palabras con las que Jesús anuncia que ya no beberá el vino de la tierra. Pero más importante que la nostalgia es la profecía. Mientras pasan la copa, Jesús anuncia a sus discípulos la novedad del convite fraterno en el Reino de Dios.

La muerte como entrega Mc 14,12-16.22-26 (Corpus Christi)

1. El evangelio expone la preparación de la última cena de Jesús con los suyos  y la tradición de sus gestos y sus palabras en aquella noche, antes de morir. Sabemos de la importancia que esta tradición tuvo desde el principio del cristianismo. Aquella noche (fuera o no una cena ritualmente pascual), Jesús hizo y dijo cosas que quedarán grabadas en la conciencia de los suyos. Con toda razón se ha recalcado el «haced esto en memoria mía». Sus palabras sobre el pan y sobre la copa expresan la magnitud de lo que quería hacer en la cruz: entregarse por los suyos, por todos los hombres, por el mundo, con un amor sin medida.

2. Marcos nos ofrece la tradición que se privilegiaba en Jerusalén, mientras que Lucas y Pablo nos ofrecen, probablemente, «las palabras» con la que este misterio se celebraba en Antioquía. En realidad, sin ser idénticas, quieren expresar lo mismo: la entrega del amor sin medida. Su muerte, pues, tiene el sentido que el mismo Jesús quiere darle. No pretendió que fuera una muerte sin sentido, ni un asesinato horrible. No es cuestión de decir que quiere morir, sino que sabe que ha de morir, para que los hombres comprendan que solamente desde el amor hay futuro. La Eucaristía, pues, es el sacramento que nos une a ese misterio de la vida de Cristo, de Dios mismo, que nos la entrega a nosotros de la forma más sencilla.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/6-6-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/