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Hemos visto al Señor Jn 20,19-31 (PAC2-19)

“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117,22-24). Esa invitación a la alegría, con la que concluye el salmo responsorial, resume y refleja el espíritu de la experiencia pascual.
Pilato consideraba una broma que le presentaran como rey de los judíos a aquel hombre tan débil y desvalido. De ninguna manera podía ser una amenaza para el imperio.  Pero el que fue despreciado, condenado y ajusticiado había de triunfar sobre la muerte. La piedra desechada se convertiría en la piedra fundamental de un nuevo edificio.
 Un edificio construido como una comunidad viva, que permanecía unida por “la enseñanza de los apóstoles, la vida común, la fracción del pan y la oración”. Así lo recuerda la primera lectura de este domingo segundo de Pascua (Hch 2,42). 
Los hermanos de aquella nueva comunidad vivían unidos y compartían todos sus bienes. Pero esa nota no es solo un recuerdo histórico. Esos han de ser también  los signos que han de distinguir a todos los que hemos renacido para una esperanza viva y para una herencia incorruptible. Así nos lo enseña la primera carta de Pedro (1 Pe 1,3-4).

LA PAZ Y EL PERDÓN
Al ver que era apresado en Getsemaní, los discípulos habían huído cada uno por su lado. Seguramente se han enterado de que su Maestro ha muerto crucificado. Y ahí están ahora, con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos  (Jn 20,19-31).
• Pero, de pronto, Jesús se hace presente entre sus discípulos. Les hace ver las llagas de sus manos y su costado. Han de comprender  que es el mismo que ha sido crucificado. Y han de aprender ya para siempre que el camino de Jesús a la gloria había de pasar por la humillación hasta la muerte y una muerte de cruz.
• Junto al temor, los discípulos han debido de probar el sentido de la culpa. No se abandona tan a la ligera a un Maestro que los ha guiado con claridad y con paciencia. Pero Él no viene ahora a reprocharles su cobardía. Llega y les ofrece los dones de su paz y su perdón. Y les confía la impensable misión de pasar ese perdón a los demás.
• A la sorpresa del encuentro acompaña el gozo de ver que no ha caducado la confianza de su Maestro.  Pero la experiencia de la alegría no puede ser solo individual. Los que han descubierto al Señor resucitado comunican la noticia a Tomás, cuando éste se reincorpora a la comunidad: “Hemos visto al Señor”.

 LUZ Y VALENTÍA
El evangelio de hoy evoca dos momentos. En el primero, Tomás no se encuentra en el grupo de sus amedrentados compañeros. En el segundo, Tomás está presente cuando se les revela el Señor Resucitado. Tres frases marcan el diálogo que centra el encuentro.  
• “No seas incrédulo, sino creyente”. Jesús recuerda a Tomás que el misterio de la cruz nunca fue ni será el final del camino. Es verdad que solo con la fe se puede aceptar la muerte de Jesús. Pero la fe es necesaria también para aceptar que el Resucitado vive entre nosotros.
• “¡Señor mío y Dios mío!” En ese humilde susurro de Tomás  se refleja la trémula confesión de la fe de todos los discípulos del Maestro. La muerte y resurrección de Jesús nos impulsan  a confesar con decisión su señorío y su divinidad.
• “Dichosos los que crean sin haber visto”. Con esa última bienaventuranza del evangelio, Jesús hace de Tomás el portaestandarte de todos los que apoyamos nuestra fe en la fe de los que vivieron la experiencia del encuentro con el Señor resucitado.

Testigos de la Resurrección Jn 20,1-9 (PAC1-19)

“Pasó haciendo el bien… Dios estaba con él… Nosotros somos testigos… Lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse… Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos”. Pedro lo había proclamado así ante los judíos en Jerusalén  (Hech 2,32). Y así lo proclama también ahora en Cesarea ante el centurión pagano Cornelio (Hech 10,34-43).
Los apóstoles habían oído las enseñanzas del Maestro y habían sido testigos de su compasión y de su acción misericordiosa. Ahora  han de convertirse en testigos convencidos y convincentes de la gloria del Cristo resucitado.
Ante ese anuncio que llega hasta nosotros, respondemos con fe y con alegría: “Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117).
También hoy es importante la proclamación pública de esta experiencia de fe. Pero es igualmente necesario el cambio de nuestras actitudes. Es preciso vivir como resucitados. Así nos lo advierte el apóstol Pablo: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios” (Col 3,1).

APÓSTOL DE APÓSTOLES
El evangelio de este domingo de Pascua nos lleva a acompañar a María Madalena hasta el sepulcro donde había sido depositado el cuerpo de Jesús (Jn 20,1-9). Es el amanecer del primer día de la semana. Aquella discípula que lo había seguido por los caminos y había estado presente en la hora de la muerte de su Maestro, no puede olvidarlo.
• Como ella, a lo largo de los siglos los cristianos volvemos con fe y gratitud a aquel amanecer que siguió a la condena, a la muerte y a la sepultura de Jesús.
 • Como ella, no siempre encontramos al que buscamos con angustia, cuando sentimos que nos falta el apoyo en el que habíamos fundamentado nuestra fe. 
• Como ella, también nosotros nos volvemos confiadamente a los hermanos de nuestra comunidad, con los que hemos recorrido los caminos de la fe.
• Como ella, también nosotros tenemos la secreta esperanza de que nuestros hermanos encuentren en el sepulcro vacío una nueva razón para creer y caminar.  
Con razón, María Magdalena ha sido calificada a lo largo de la historia como la verdadera apóstol de los apóstoles.

ENTENDER Y VIVIR
El relato evangélico de este día de Pascua se cierra con una anotación referida a Pedro y al discípulo al que amaba Jesús: “Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.
• También nosotros hemos oído muchas veces la proclamación de las Escrituras. Sabemos que ese es el inicio de nuestra fe. Así que es preciso escuchar con atención lo que nos ha sido revelado.
• También nosotros tenemos muchas dificultades para comprender las Escrituras. Hay una evidente presión exterior que nos hace difícil aceptar la única verdad que pueda traernos la salvación.    
• También nosotros, como los discípulos de Jesús, tenemos expectativas personales muy egoístas. Hay muchos intereses y muchos prejuicios que nos impiden aceptar la misión y el mensaje del Maestro.  

Vigilia Pascual. 8 diferencias (elrincondelasmelli)


...resucitarán Jn 20,1-9 (PAC1-19)



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La paz del que viene Lc 23,1-49 (Domingo de Ramos)

“El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo,  para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50,4). En este tercer canto sobre el siervo de Dios, lo vemos como un discípulo fiel. Por una parte, escucha con atención la palabra de Dios. Y, por otra, la trasmite sin temor, a pesar de los ultrajes que por ello recibe.
Esa imagen anticipa ya la de Jesús, el discípulo que escucha la palabra de su Padre. Es más: él es la misma Palabra de Dios, que anuncia la salvación y está dispuesto a morir por mantenerse fiel a esa misión.
El salmo responsorial recoge una antigua oración que los evangelios pondrán en boca de Jesús crucificado: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado” (Sal 21). Hay que leerlo entero para ver que ese grito desemboca finalmente en la esperanza.
 San Pablo, por su parte, recuerda a los fieles de la ciudad de Filipos que Cristo, siendo de condicion divina, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz (Flp 2,6-11). Con ese recuerdo del Salvador, humillado por los hombres y exaltado por Dios, comenzamos la Semana Santa.

EL DUEÑO DEL POLLINO
En este domingo de Ramos se lee la pasión de Jesús según san Lucas (Lc 23,2-49). Pero antes, al inicio de la procesión, se proclama el texto evangélico de la entrada del Señor en Jerusalén (Lc 19,28-40). Al leerlo, nos asalta siempre una curiosidad y nos estimula una advertencia de Jesús.
• En primer lugar, nos preguntamos a quién pertenecía el pollino que los discípulos habían de ir a buscar, por orden de su Maestro. ¿Conocía Jesús al dueño del pollino? ¿Había observado previamente que siempre solía estar atado a la entrada de Betfagé? ¿Trata el evangelista de subrayar que Jesús conoce nuestras posesiones y nuestra disponibilidad?
• En segundo lugar, nos impresiona la respuesta que los discípulos han de dar a quien les pregunte por qué desatan y se llevan el pollino: “El Señor lo necesita”. De nuevo nos preguntamos si el dueño del pollino ya reconocía el señorío de Jesús. Pero al mismo tiempo nos preguntamos si estamos dispuestos a “prestar” al Señor todo lo que él necesita de nosotros.

LA PAZ Y LA GLORIA
Según el texto evangélico, los discípulos que acompañan a Jesús por aquel camino que baja del Monte de los Olivos, prorrumpen en gritos de alegría:
• “Bendito el Rey que viene en nombre del Señor”. La bendición con que eran recibidos los peregrinos (Sal 118,26) es ahora una aclamación que brota de la fe. Pero no llega el reino de David que algunos esperaban. Llega el Rey de Jerusalén, llega nuestro Rey, pero viene como un servidor. El papa Francisco comenta que “viene a nosotros humildemente y con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con Dios y con nosotros mismos”.
• “Paz en el cielo y gloria en las alturas”.  Los bienes que los peregrinos deseaban al a©ercarse a la ciudad de Jerusalén se resumían en el gran don de la paz (Sal 122,8). El evangelista une estos deseos de los discípulos que compañan a Jesús con la revelación angélica de los dones que aporta a la tierra el nacimiento del Mesías (Lc 2,14). Esa es también nuestra fe. Y ese es nuestro testimonio.

Pasado y futuro Jn 8,1-11 (CUC5-19)

“No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, corrientes en el yermo… para dar de beber a mi pueblo”.  Al recuerdo de la liberación que Dios había ofrecido a su pueblo en el pasado, se contrapone ahora la promesa de una nueva intervención (Is 43,16-21).
Ningún pueblo debería olvidar su pasado. Y menos el pueblo de Israel, que hizo del “recordar” no solo una advertencia para la vida social sino también una exigencia de fidelidad a la alianza que Dios le había otorgado.  
El profeta conoce el dolor de un pueblo humillado por sus enemigos y deportado a una tierra extraña. Pero conoce también la bondad de Dios. Por eso invita a sus gentes a mirar al futuro. Dios promete liberar a su pueblo de los sufrimientos que ha padecido en Babilonia.
A esa certeza responde el salmista al cantar: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125). San Pablo, por su parte, trata de olvidar lo que ha dejado atrás para valorar el conocimiento de Cristo y correr hacia la meta prometida (Flp 3,8-14).  

ALGUNAS PREGUNTAS
También el evangelio que hoy se proclama contrapone de algún modo el pasado y el futuro (Jn 8,1-11). Los escribas y fariseos traen ante Jesús a una mujer presuntamente sorprendida en adulterio.
La intención de los que la acusan es manifiesta. Si el Maestro no aprueba el mandato de apedrear a la adúltera, se sitúa escandalosamente contra la Ley de Moisés. Si la condena, demuestra no tener la compasión que se espera de un profeta.
• En este  relato evangélico se acusa a la mujer, pero no se menciona al cómplice de su adulterio. Eso nos hace dudar de los acusadores. ¿No han querido o no han podido detener al cómplice? ¿En su cultura interesa solo el pecado de la adúltera? Tal vez ni siquiera les interese la conducta de la mujer, sino la ocasión para poder acusar a Jesús. 
•  En el relato se dice que Jesús se inclina  por dos veces para escribir algo en el suelo. ¿Pretendía crear un espacio de silencio para que los acusadores reconocieran sus propios pecados? ¿O trataba de evocar que también la ley de Moisés había sido escrita dos veces por el dedo de Dios?

REVELACIÓN Y PERDÓN
La actitud de Jesús ante la mujer sorprendida en adulterio es un excelente resumen del evangelio. Como ha escrito el papa Francisco, citando a san Agustín, en este escenario quedaron frente a frente la “misericordia” y la “mísera”, es decir, la necesitada de compasión. Será oportuno prestar atención a lo que Jesús dice tanto a los fariseos como a la mujer.
• “El que esté sin pecado que le tire la primera piedra”.  Estas palabras de Jesús revelan y denuncian  la incoherencia de todos los que, antes y ahora, presumen de cumplir la letra de la Ley cuando no han querido asumir su espíritu. Además, nos revelan la grandeza y la comprensión del Maestro. Jesús es el único que está sin pecado. Por tanto, es el único que podría juzgar, pero  no juzga.
• “Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más”. La sociedad niega la seriedad del pecado, pero condena al pecador. No lo ve como persona, sino como asesino o adúltero, como ladrón o calumniador. Por el contrario, Jesús no niega la gravedad del pecado ni la seriedad de la culpa. Pero se muestra siempre dispuesto a ofrecer el perdón. El Maestro no mira tanto al pasado como al futuro.