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Juicio Final (34º TOA) por J-R Flecha

Israel recuerda su origen como un pueblo de pastores nómadas que conducen sus rebaños en busca de los mejores pastos. Pero el recuerdo se torna profecía en las palabras que Ezequiel pone en la boca del mismo Dios: “Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas”.

Ahora bien, al don de Dios ha de responder la conciencia de la tarea confiada a toda persona. No se puede creer en la misericordia divina y olvidar la responsabilidad humana. Por eso, el profeta evoca el juicio que el Señor ha de ejercer un día sobre el rebaño: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío” (Ez 34, 11-17).

Dios es discreto, pero no es neutral. En el mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Benedicto XVI mencionaba “el eclipse de Dios” en el que vive esta sociedad. Cuando la luna se interpone entre el sol y la tierra, dejamos de ver el sol, pero eso no significa que el sol no exista.

En su segunda encíclica, el mismo Papa menciona el juicio de Dios como una de las escuelas de la esperanza. El juicio de Dios es la revelación de su presencia y, también, de la verdad última del hombre y de su historia. No es sólo la reivindicación de la voluntad y el proyecto de Dios. Es la manifestación definitiva de la dignidad de toda persona.

BENDICIÓN Y MALDICIÓN
En este último domingo del año litúrgico celebramos la majestad de Jesucristo Rey del Universo (Mt 25, 31-46). En su venida se cumple la profecía de Ezequiel: “Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras”.

Como ha escrito Benedicto XVI, “la imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza… Es una imagen que exige la responsabilidad”. El juicio no se dirige a los creyentes, sino a toda la humanidad. Es humano quien se cuida de los demás.

La manifestación del Señor revela la bendición y la maldición que señala la vida de cada persona. El criterio del juicio último es la causa de la justicia. Los benditos no lo son por haber multiplicado sus ritos religiosos. Son benditos por haber prestado atención a todos los que a lo largo de la historia han sido abandonados o excluidos, ignorados y oprimidos.

Los malditos lo son por no haber prestado atención a los que la necesitaban. El juicio último subraya de forma dramática la importancia del pecado de omisión. La falta de amor. Ese pecado que encuentra cada día una justificación en lo mucho que tenemos que hacer. El pecado que antepone las cosas a las personas y lo urgente a lo necesario.

OJOS NUEVOS
Por otra parte, la parábola y profecía del juicio pone en evidencia nuestro modo de mirar a las personas. Solemos decir que la fe significa mirar el mundo y a la humanidad con ojos nuevos, es decir, con los ojos de Dios. Pues bien, el juicio final es un examen sobre nuestra capacidad de visión.

• “¿Cuándo te vimos con hambre y te alimentamos… Cuándo te vimos con enfermo y no te asistimos?” Esas son las preguntas que dirigen al Señor de la historia tanto los benditos y como los malditos. Unos y otros vemos al hambriento y al enfermo, al encarcelado o al desnudo. Pero con demasiada frecuencia lo vemos como un número en una estadística, como un fenómeno social, o como un culpable.

• “Conmigo lo hicisteis… Tampoco lo hicisteis conmigo”. Esa es la alternativa cristiana. Creyentes y no creyentes están llamados a dar prueba de su humanidad por su capacidad de compadecerse con los despreciados de la tierra. Pero los creyentes en Jesucristo saben que en el despreciado está el mismo Jesús. Para eso hacen falta ojos nuevos. Para descubrir en el pobre y el marginado el signo sacramental de la presencia del Señor.

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