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Un Dios que ama Mt 28,16-20 (TOB-Trinidad)
“Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo, en la tierra, no hay otro” (Dt 4,39). Estas palabras que el Deuteronomio pone en los labios de Moisés parecen dirigidas a todos nosotros.
Deberíamos preguntarnos todos los días quién es nuestro Dios y cuál es la relación que nos une a él. Un amigo nos dice que ha pedido a Dios un determinado favor, pero ha dejado de creer en él porque parece que no le ha escuchado. Con eso indica qué es Dios para él.
Los dioses de la mitología griega y romana no amaban a los humanos. El texto del Deuteronomio que hoy se proclama afirma que ningún otro dios podría haber hecho por su pueblo lo que ha hecho el Dios que le habló desde el fuego. Muchos piden favores a Dios. Pero pocos se dirigen a él diciendo: “Te adoro y te amo, porque eres Dios y me amas”.
Con el salmo responsorial confesamos: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti” (Sal 33,22).
Y con san Pablo resumimos nuestra fe en la Trinidad de Dios: “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios esos son hijos de Dios” (Rom 8,14).
TRES PALABRAS PARA LA MISIÓN
El evangelio que se proclama en esta fiesta (Mt 28,16-20) nos lleva a evocar la hora de la despedida de Jesús. El Maestro pronuncia tres palabras que orientan y sostienen nuestra misión: una revelación, un encargo y una promesa.
• En primer lugar, Jesús revela a los suyos que ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra. El diablo pretendía haber recibido el poder y la gloria de los reinos de este mundo (Lc 4,6). Pero es mentiroso desde el principio. Solo Jesús tiene el poder que salva y da la vida.
• Además, Jesús encarga a sus discípulos la continuación de su propia misión y la difusión de su mensaje en todo tiempo y en todo lugar.
• Finalmente, Jesús les promete que no los dejará solos. El había sido anunciado como el Emmanuel, o “Dios con nosotros” (Mt 1,23). Y, al final de su vida terrena les declara: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”.
MISTERIO PARA EL CORAZÓN
En la misión encomendada a los discípulos, Jesús envía a sus discípulos a bautizar a las gentes “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. En esa referencia a la Trinidad encontramos la clave distintiva de la vida cristiana y de la misión recibida de nuestro Maestro.
• Juan Pablo II manifestaba que “la Trinidad no es tanto un misterio para nuestra mente cuanto un misterio para nuestro corazón” (29.5.1983).
• Benedicto XVI nos recordó que “el amor es lo que hace de la persona humana la auténtica imagen de la Trinidad, imagen de Dios” (3.6.2012)
• Y el papa Francisco ha dicho que “El amor es esencialmente don de sí mismo, y en su realidad originaria e infinita, Dios es Padre que se da generando al Hijo, que a su vez se da al Padre, y su amor mutuo es el Espíritu Santo, vínculo de su unidad” (30.5.2021).
El bautismo sacramento del amor trinitario Mt 28,16-20 (TOB-Trinidad)
1. El evangelio del día usa la fórmula trinitaria como fórmula bautismal de salvación. Hacer discípulos y bautizar no puede quedar en un rito, en un papel, en una ceremonia de compromiso. Es el resucitado el que “manda” a los apóstoles, en esta experiencia de Galilea, a anunciar un mensaje decisivo. No sabemos cuándo y cómo nació esta fórmula trinitaria en el cristianismo primitivo. Se ha discutido mucho a todos los efectos. Pero debemos considerar que el bautismo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo significa que ser discípulos de Jesús es una llamada para entrar en el misterio amoroso de Dios.
2. Bautizarse en el nombre del Dios trino es introducirse en la totalidad de su misterio. El Señor resucitado, desde Galilea, según la tradición de Mateo (en Marcos falta un texto como éste) envía a sus discípulos a hacer hijos de Dios por todo el mundo. Podíamos preguntarnos qué sentido tienen hoy estas fórmulas de fe primigenias. Pues sencillamente lo que entonces se prometía a los que buscaban sentido a su vida. Por lo mismo, hacer discípulos no es simplemente enseñar una doctrina, sino hacer que los hombres encuentren la razón de su existencia en el Dios trinitario, el Dios cuya riqueza se expresa en el amor.