“Mi Señor
me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de
aliento” . Así comienza la primera lectura de la misa de este Domingo de Ramos.
Un hermoso e inquietante texto, tomado
del tercer cántico del Siervo del Señor, que se nos ofrece en el libro de
Isaías (Is 50,47).
El texto
bíblico juega con dos de los sentidos. Quien sirve a Dios ha de estar dispuesto
a oír y a hablar. El Siervo se muestra decidido a escuchar la voz de Dios y, en
consecuencia, a escuchar a todos los que sufren. Gracias a esa disposición, sus
palabras podrán ofrecer aliento a los que han perdido la esperanza.
Sin
embargo, hay que tener en cuenta que tales disposiciones no le resultan
cómodas. El profeta será golpeado y recibirá escarnios y burlas sin cuento. Con
todo, en el Señor encontrará ayuda y consuelo para superar la vergüenza y el
bochorno a que pretenden someterle sus enemigos. Así comienza la Semana que nos
llevará a presenciar el sacrificio de Jesús.
HUMILLACIÓN Y SILENCIO
También
la segunda lectura evoca el misterio de la grandeza y el abajamiento de Cristo.
En el precioso himno que Pablo incluye en la carta a los Filipenses,
contemplamos la humillación del Señor que se hace siervo. Y la grandeza del
siervo que es elevado a la gloria celestial, para que su nombre sea alabado en
el universo entero (Flp 2, 6-7).
En el
evangelio que se lee el Domingo de Ramos, todos los años se recuerda la pasión de Jesús. En esta ocasión nos
corresponde proclamar el texto del evangelio de Marcos. Hay en él al menos
siete rasgos que lo diferencian de los otros relatos sinópticos. Baste subrayar
tan sólo uno de ellos.
Tras la
muerte de Jesús, se destaca el asombro del centurión. Mientras Mateo la
atribuye al seísmo y Lucas a todo lo ocurrido, en general, Marcos anota otro
motivo fundamental: la observación del modo como había expirado Jesús (Mc 15,
39). Así pues, Jesús es palabra y revelación, con sus hechos y dichos, pero
también con el silencio de su propia muerte.
LA
LLEGADA DEL REINO
Antes de
la celebración de la Eucaristía, tiene lugar la procesión de los ramos. Para
comenzar, se proclama el texto del
Evangelio de Marcos (Mc 11,1-10). En él se recogen las aclamaciones de las
gentes que acompañan a Jesús en su entrada en Jerusalén
•
“¡Bendito el que viene en el nombre del Señor”.
Bendecir a Dios es una forma habitual en la oración judía. Con los
hebreos, también nosotros bendecimos a Dios que nos envía a su Mesías y
bendecimos y acogemos al Mesías enviado por Dios.
•
“¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David!”. La fe cristiana
identifica a Jesús con el Reino de Dios. Con Jesús, Dios se manifiesta como
Señor de la historia. En él se cumplen las antiguas esperanzas . En él está
nuestra salvación.
• “¡Viva
el Altísimo!” Jesús es la revelación del
Dios de la creación y de la historia. También en este momento y en este lugar
concreto en que vivimos, los seguidores de Jesús hemos de suscitar la
admiración de la fe, la confianza de la esperanza y la eficacia del amor.
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