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El rey crucificado Lc 23,35-43 (TOC34-22) Cristo rey, fin del Año litúrgico-Ciclo C

“Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tú serás el jefe de Israel”. David había reinado durante siete años sobre las tierras de Judá. Pero, recordando las palabras que Samuel le había dirigido, las gentes del norte llegaron a Hebrón para rogarle que gobernara como rey a todas las tribus de Israel  (2 Sam 5,1-3).  

Al cantar el salmo 121, nosotros evocamos la alegría de los peregrinos que subían a Jerusalén  “a celebrar el nombre del Señor”. La pandemia, la guerra, la corrupción y la violencia difunden por el mundo el desencanto y la tristeza. Solo la confianza en el Señor puede devolvernos la paz que deseaban a Jerusalén los que llegaban hasta su templo.

  Los cristianos sabemos y creemos que la paz verdadera nos ha sido ganada por la sangre de Cristo. Así lo escribe san Pablo a los fieles de la ciudad de Colosas: “Por él quiso Dios reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,20). 

LA REPUGNANCIA A LA CRUZ

 No podemos olvidar esa alusión a la cruz de Cristo. El evangelio  nos recuerda que Pilato mandó colocar sobre ella un letrero escrito en griego, en latín y en hebreo en el que se presentaba al condenado: “Este es el rey de los judíos” (Lc 23,38).

Evidentemente, esa realeza del Crucificado había de ser mal interpretada y utilizada en su propio beneficio por muchos testigos de la pasión y muerte del Galileo. 

• Las autoridades y el pueblo se burlaban de él porque había salvado a otros, pero no podía salvarse a sí mismo. Por tanto, no podía ser reconocido como el Elegido por Dios.

• Los soldados que lo crucificaron despreciaban a aquel condenado que no tenía ni la aperiencia del rey de aquel pueblo que lo acusaba. 

• Y uno de los dos malhechores crucificados junto a él le pedía a gritos que se salvara de una vez y de paso le salvara también a él.

Estos datos evangélicos no han perdido actualidad. También hoy a muchos sectores de la sociedad les repugna tanto la cruz como el Crucificado.     

EL NUEVO PARAÍSO

Sin embargo, en medio de las burlas de las autoridades y el desprecio de las gentes, el otro condenado dirige a Jesús una súplica que recibe una profecía de gracia  (Lc 23,39-42).

• “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Muchas gentes de Israel esperaban un Mesías. Este condenado descubre en Jesús un poder que no reconocen sus acusadores. No le pide que se desclave y baje de la cruz. Ha descubierto la autoridad de aquel rey de la verdad. Y le ruega que lo recuerde, como lo pedían a José sus compañeros de prisión allá en Egipto.    

• “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús responde con una frase que resume lo que había prometido a sus discípulos: que estarían con él. El hombre extraviado y el Dios de la misericordia se encuentran de nuevo en el paraíso. Pero el nuevo paraíso ya no puede ser imaginado como un lugar de delicias, sino como una relación de perdón y de acogida.   

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