Enlaces a recursos sobre el AÑO LITÚRGICO en educarconjesus

Elegidos y enviados Lc 24,35-48 (PAB3-24)

 “Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos de ello” (Hech 3,15). Tras la curación del paralítico junto a la Puerta Hermosa del Templo, así interpela Pedro a la gente que se ha reunido para constatar aquel portento.  

• El Apóstol declara que la curación no se debe a él y a Juan, sino a la fe en el nombre de Jesús que les mueve.  

• Además, denuncia proféticamente la ceguera de su pueblo, que ha renegado del Santo y del Justo, al tiempo que les anuncia que Dios ha resucitado a Jesús.

• Sin embargo, Pedro tiene la grandeza de disculpar a los que condenaron a Jesús por ignorancia, y los exhorta a arrepentirse y convertirse.      

• Además, el Apóstol asume y proclama el papel de testigos del Mesías que corresponde a los discípulos que han convivido con Él.  

Con el salmo responsorial, pedimos al Señor que brille sobre nosotros la luz de su rostro (Sal 4). Que también nosotros guardemos la palabra del Señor y cumplamos sus mandamientos, como nos pide la segunda lectura (1Jn 2,1-5). 

TRES CONTRASTES

El evangelio de este domingo tercero de Pascua nos sitúa en el momento en que los dos discípulos que se habían alejado hasta Emaús se encuentran de nuevo con sus hermanos que habían quedado en Jerusalén (Lc 24,35-48). 

Unos y otros se apresuran a dar cuenta de su respectivo encuentro con Jesús. Pero de pronto se les muestra el Resucitado con un mensaje cargado de fuertes contrastes:

•  Por una parte les ofrece y desea el don de la paz, pero al mismo tiempo les reprende por las dudas a las que se aferran y por sus dificultades para creer.

• Además, se presta a comer con ellos para demostrarles que es el mismo que han seguido por los caminos, pero les advierte que era necesario que se cumplieran las Escrituras.

• Jesús recuerda el pasado reciente de su muerte y resurrección, pero orienta al futuro la mirada de sus discípulos para que prediquen la conversión a todos los pueblos. 

SER TESTIGOS

Al leer que Jesús resucitado se muestra a sus discípulos, nos preguntamos qué misión les confía. ¿Cuál ha de ser el contenido de su predicación? ¿Qué instituciones habrán de crear para apoyarla? ¿Con qué títulos tendrán que adornarse para hacerse respetar? Pues bien, Jesús solamente les invita a considerar lo que ellos son y lo que han de hacer.

• “Vosotros sois testigos de esto”. Habrán de recordar fielmente el pasado y los días en que han convivido con su Maestro.

• “Vosotros sois testigos de esto”. Tendrán que reconocer que lo han abandonado en Getsemaní, pero han recibido su paz y su perdón.

• “Vosotros sois testigos de esto”. No deberán olvidar que con sus palabras y con sus obras han de comunicar a las gentes el gozoso mensaje de su Maestro      

Una nueva experiencia con el Resucitado Lc 24,35-48 (PAB3-24)

1. La lectura del texto lucano quiere enlazar, a su manera, con el del domingo pasado (el evangelio de Tomás), ya que todo el capítulo lucano es una pedagogía de las experiencias decisivas de la presencia del Viviente, Jesús el crucificado, en la comunidad. El que se mencione en esta escena el reconocimiento que hicieron los discípulos de Emaús al partir el pan, viene a ser una introducción sugerente para dar a entender que el resucitado se «presenta» en momentos determinados entre los suyos con una fuerza irresistible. El relato de hoy es difícil, porque en él se trabaja con elementos dialécticos: Jesús no es un fantasma, enseña sus heridas, come con ellos... pero no se puede tocar como una imagen; pasa a través de las puertas cerradas. Hay una apologética de la resurrección de Jesús: el resucitado es la misma persona, pero no tiene la misma “corporeidad”. La resurrección no es una “idea” o un invento de los suyos.

2. Esta forma semiótica, simbólica, de presentar las cosas, pretende afirmar una realidad profunda: el Señor está vivo; las experiencias que tiene con los discípulos (aunque exageradas por la polémica apologética de que los cristianos habían inventado todo esto) les fascina, pero no para concebirlas en términos de fantasía sobre la resurrección, sino para convencerles que ahora les toca a ellos proseguir su causa, anunciar la salvación y el perdón de los pecados. Creer en la resurrección de Jesús sin estas consecuencias sería como creer en cosas de espíritus. Pero no se trata de eso, sino de creer en la realidad profunda de que el crucificado está vivo, y ahora les envía a salvar a todos los hombres.

3. No podemos olvidar que las apariciones pertenecen al mundo de lo divino, no al de las realidades terrestres. Por lo mismo, la presentación de un relato tan “empirista” como este de Lucas requiere una verdadera interpretación. Lo divino, es verdad, puede acomodarse a las exigencias de la “corporeidad” histórica, y así lo experimentan los discípulos. Pero eso no significa que, de nuevo, el resucitado da un salto a esta vida o a esta historia. Si fuera así no podíamos estar hablando de “resurrección”, porque eso sería como traspasar los límites de la “carne y de la sangre”, que no pueden heredar el reino de Dios (cf 1Cor 15,50). Los hombres podemos aplicarle a lo divino nuestras preconcepciones antropológicas. Está claro que tuvieron experiencias reales, pero el resucitado no ha vuelto a la corporeidad de esta vida para ser visto por los suyos. El texto tiene mucho cuidado de decir que Jesús es el mismo, pero su vida tiene otra corporeidad; no la de un fantasma, sino la de quien está por encima de la “carne y la sangre”.

4. Hoy está planteado en el evangelio la realidad y el sentido de las apariciones del resucitado y debemos ser valientes para “predicar y proclamar” que las apariciones de Jesús a los suyos no pueden ser entendidas como una vuelta a esta vida para que los suyos lo reconocieran. Se hizo presente de otra manera y ellos lo experimentaron tal como eran ellos y tal como sentían. Esto es lo que pasa en estas experiencias extraordinarias en las que Dios interviene. Jesús no podía comer, porque un resucitado, si pudiera comer, no habría resucitado verdaderamente. Las comidas de las que se quiere hablar en nuestro texto hacen referencia a las comidas eucarísticas en las que recordando lo que Jesús había hecho con ellos, ahora notan su presencia nueva. En definitiva: la “corporeidad” de las apariciones de Jesús a sus discípulos no es material o física, sino que reclama una realidad nueva como expresión de la persona que tiene una vida nueva y que se relaciona, también, de forma nueva con los suyos. Esta capacidad nueva de relación de Jesús con los suyos y de éstos con el resucitado es lo que merece la pena por encima de cualquier otra cosa.

El suicidio de Occidente. La renuncia a la transmisión del saber (Alicia Delibes Liniers)

Desde hace unos años, está cada vez más a la vista que nuestros niños salen de las escuelas con graves deficiencias en comprensión lectora, muchos razonan sin discernimiento y pasan de curso sin haber aprobado. Se les nota aburridos y sin rumbo, buscando sentido en un sistema que dice que la educación de las emociones lo es todo. ¿Qué ha pasado para que los sistemas educativos de los países occidentales, y España con ellos, estén inmersos en el creciente desprecio a la transmisión de los conocimientos en las aulas de sus escuelas e institutos? 

Alicia Delibes, que conoce como pocos la educación desde la práctica y la gestión política con la experiencia acumulada de más de cincuenta años dedicada a la enseñanza, repasa en El suicidio de Occidente todos los pensadores y las teorías que, en los últimos 250 años, se han dedicado a la educación en Occidente. Explica cómo y quién controla las «líneas de suministro» de los futuros ciudadanos y cuál es la historia y el presente del plan que pretende neutralizar la base de nuestra civilización.

Este libro ofrece una imagen clara de cómo poco a poco sucedió la decadencia de la educación occidental desde Francia hasta los EE.UU., pasando por España; desde personajes como Rousseau hasta el wokismo y la Ley Celaá, con la esperanza de que los padres, profesores y personas interesadas en la educación entiendan de dónde viene esta crisis y la puedan detectar y afrontar lo antes posible.

«Quizá sea ya tarde para impedir la consumación del cataclismo en la enseñanza, pero el diagnóstico que nos ofrece Alicia Delibes resulta tan exacto como claramente expuesto. Comprender no equivale a arreglar, pero consuela lo suyo». Jon Juaristi

Autora: Alicia Delibes Liniers
Editorial: Encuentro
360 páginas
ISBN 978-84-1339-184-7
Precio: 22 euros (papel), 9,99 euros (ebook)

Los dones de la PAZ y de la FE Jn 20,19-32 (PAB2-24)

“Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2,42-47). En este “sumario”, incluido en el libro de los Hechos de los Apóstoles, se resume el ideal de la comunidad de los discípulos de Cristo que se reunían en Jerusalén.    

Con el salmo responsorial nosotros confesamos públicamente la bondad de Dios, proclamando: “¡Eterna es su misericordia!” (Sal 117)

En este domingo que Juan Pablo II quiso dedicar a la meditación de la misericordia de Dios, recordamos que Dios, Padre misericordioso, nos ha hecho nacer de nuevo por la resurrección de Jesucristo. Podemos gozar de una esperanza viva (1Pe 1,3-9).

EL RESUMEN DEL EVANGELIO

Apenas resucitado, Jesús se manifiesta a sus discípulos, que se han encerrados en una casa por miedo a los judíos (Jn 20,19-31). El Maestro no viene a reprenderles por su abandono y su cobardía, sino que les desea la paz y les encarga que transmitan su perdón.

• “Hemos visto al Señor”. Con ese anuncio reciben a Tomás, que estaba ausente en el momento de la manifestación de Jesús. Ya no podían sentirse huérfanos. Esa experiencia era fundamental para orientar su nueva vida.   

• “Hemos visto al Señor”.  Antes habían escuchado la enseñanza del Maestro y ahora lo habían visto resucitado. Ese era el núcleo del mensaje que deberían proclamar por todo el mundo. Con razón comenzaban por compartirlo con Tomás.   

• “Hemos visto al Señor”. Ese es el resumen del Evangelio, que fundamenta nuestra fe.  El anuncio comenzaba allí, pero había de extenderse a lo largo de los siglos. Todos los seguidores del Maestro hemos de repetirlo en todos los tiempos y en todos los lugares.  

LA LECCIÓN SOBRE LA FE

Con demasiada frecuencia se califica a Tomás como el discípulo incrédulo. Se olvida que era el único que parecía dispuesto a subir con Jesús a Jerusalén. Ahora le asombra que los que se resistían a seguirle hasta su muerte se apresuren ahora a cantar su resurrección. Pero el Maestro le dirige una lección inolvidable sobre la fe

• “Dichosos los que crean sin haber visto”. Al recibir a María, su pariente Isabel la había proclamado dichosa por haber creído lo que le había comunicado Dios. Dirigiéndose a Tomás, Jesús proclama dichosos a todos los que crean en él.  

 • “Dichosos los que crean sin haber visto”. Son bienaventurados todos los que han llegado a creer en Jesús a través del testimonio de los apóstoles. Son dichosos porque han recibido la enseñanza de los testigos de la vida y la palabra del Maestro. 

• “Dichosos los que crean sin haber visto”. Hoy damos gracias porque hemos podido escuchar el testimonio de los que vieron al Señor y acogieron su palabra como la luz que brilla en las tinieblas.  

¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba Jn 20,19-31 (PAB2-24)

 1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.

2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

3. La figura de Tomás es solamente una actitud de "anti-resurrección"; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer nada.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una *imagen+, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y exp

Hay signos Jn 20, 1-9 (PAB1-24)


 

El credo de la Pascua

 La solemnidad de la Pascua es el centro del año litúrgico. La celebración de la Resurrección de Jesucristo es motivo de inmensa alegría para todos los cristianos.

Y es también una excelente ocasión para revisar nuestra fe, nuestra esperanza y las decisiones orientadas por el amor.

Examinar en este día de Pascua nuestra responsabilidad en el ejercicio de las tres grandes virtudes equivale a considerar la seriedad y la coherencia de nuestra adhesión a la vida cristiana. E implica también revisar nuestra responsabilidad por la promoción de la justicia y la creación de una sociedad más humana.

Algo de eso tratamos de expresar con esta especie de pregón pascual que pretende ser, a la vez, oferta y entrega, oración y profecía, confesión y compromiso:

 • Creo que en tu resurrección  de entre los muertos alcanzan la plenitud de su sentido mi vivir, mi caminar y mi morir.

• Creo que en tu resurrección mi fe ha encontrado su apoyo más firme en la luz, en la fuerza y en la paz que nos ofrece tu presencia.

• Creo que en tu resurrección ha sido vencida definitivamente mi cobardía y han sido  desafiados todos mis viejos temores.

• Creo que en tu resurrección yo he sido despertado a una vida sin murallas ni fronteras.

• Creo que en tu resurrección pierden peso los rencores entre hermanos y apoyo las turbias asechanzas de los hombres.

• Creo que en tu resurrección esta mi carne mortal ha recibido ya las arras de una vida que se extiende más allá de la muerte.

• Creo que en tu resurrección nuestra fe ha adquirido categoría de palpabilidad y de contacto, de certeza y de promesa.

• Creo que en tu resurrección nuestra esperanza ha dejado de confundirse con un frívolo optimismo y con una utopía ineficaz.

• Creo que en tu resurrección nuestro amor humano renace finalmente en una sincera cercanía  a los que nada son y nada cuentan.

• Creo que en tu resurrección la historia de los hombres y mujeres de nuestra sociedad puede hallar al fin su centro y su último sentido.

• Creo que en tu resurrección el mundo en que vivimos ha dejado de ser tan sólo un escenario  para convertirse de verdad en compañero del hombre.

• Creo que en tu resurrección  todas las cosas de esta tierra han recobrado su limpia luz de la creación recién nacida.

• Creo que en tu resurrección fueron bendecidos el trabajo y el progreso, el dolor y el sufrimiento, el amor y la amistad.

• Creo que en tu resurrección a todos los pobres, marginados y descartados de este mundo se les anuncia la definitiva y feliz liberación.

• Creo que en tu resurrección los hermanos difuntos que nos han precedido en el signo de la fe alcanzan finalmente la paz y la luz de tu presencia.

El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero Jn 20,1-9 (Domingo de Resurrección)

1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

2. La figura simbólica y fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.

4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

RESUCITÓ Jn 20,1-9


 

RESUCITÓ, ALELUYA


 

Pasión según San Marcos / Mc 14-15

1. Hoy la lectura de la Pasión según san Marcos debe ser valorada en su justa medida. La lectura, en sí, debe ser “evangelio” mismo y nosotros, como las primeras comunidades para las que se escribió, debemos poner los cinco sentidos y personalizarla. La pasión según San Marcos es el relato más primitivo que tenemos de los evangelios, aunque no quiere decir que antes no hubiera otras tradiciones de las que él se ha valido. Debemos saber que no podemos explicar el texto de la Pasión en una “homilía”, sino que debemos invitar a todos para que cada uno se sienta protagonista de este hermoso relato y considere dónde podía estar él presente, en qué personaje, cómo hubiera actuado en ese caso. Precisamente porque es un relato que ha nacido, casi con toda seguridad, para la liturgia, es la liturgia el momento adecuado para experimentar su fuerza teológica y espiritual

2. No es, pues, el momento de entrar en profundidades históricas y exegéticas sobre este relato, sobre el que se podían decir muchas cosas. Desde el primer momento, en los vv. 1-2 nos vamos a encontrar con los personajes protagonistas. El marco es las fiestas de Pascua que se estaban preparando en Jerusalén (faltaban dos días) y los sumos sacerdotes no querían que Jesús muriera durante la “fiesta”, tenía que ser antes; el relato, no obstante, arreglará las cosas para que todo ocurra en la gran fiesta de la Pascua de los judíos ¡nada más y nada menos! Los responsables, dice el texto, “buscaban cómo arrestar a Jesús para darle muerte!. Era lo lógico, porque era un profeta que iba muy por libre. Era un profeta que estaba en las manos de Dios. Esto era lo que no soportaban.

3. Pero si queremos organizar nuestra preparación, tanto a nivel personal como catequético y pastoral para una lectura previa, pausada y reflexiva del relato de la Pasión de Marcos, aquí van algunas pautas que pueden resultar “orientativas”:

Mc estructura el relato de la pasión y muerte de Jesús con un tríptico introductorio (14,1-11), seguido de dos relatos en para­lelo, situados el mismo día (14,12), que le sirven para mostrar la misma realidad bajo dos aspectos diferentes. En el primer relato (14,12-26) se expone en clave teológica la voluntariedad y el sen­tido de la entrega de Jesús (eucaristía); en el segundo (14,17-15,47) describe su entrega en forma narrativa.

El tríptico introductorio está enmarcardo por la decisión de los dirigentes de dar muerte a Jesús (14,1-2) y la traición de Ju­das (14,10-11); en medio se encuentra la escena de la unción en Betania (14,3-9). Esta última presenta las dos actitudes dentro de la comunidad de Jesús ante su muerte inminente. La primera, reflejada en la mujer que unge la cabeza de Jesús, corresponde a la de los verdaderos seguidores, a los que están dispuestos, como Jesús, a entregarse por entero a los demás, a aceptar co­mo rey a Jesús crucificado; la segunda, representada por los que protestan de la acción de la mujer, corresponde a los que ven en la muerte sólo un fracaso, a lo que están dispuestos a dar co­sas, pero no su persona, a los que no comprenden que la verda­dera ayuda a los pobres está en la entrega por ellos hasta el fin.

El primer relato de la pasión (14,12-26), en clave teológica, forma también un tríptico, enmarcado por la preparación de la última cena (14,12-16) y la eucaristía (14,22-26); en el centro, la denuncia del traidor (14,17-21), en contraste con la figura de la mujer que unge la cabeza de Jesús (14,3-9). Este primer relato expresa la voluntariedad de la entrega y muerte de Jesús. Al ofre­cer a los discípulos «su cuerpo» (= su persona), los invita a to­marlo a él y a su actividad como norma de vida; él mismo les dará la fuerza suficiente para ello (pan/alimento). Al darles a be­ber «su sangre», expresión de su entrega total, los invita a com­prometerse, como él, en la salvación y liberación de los hombres, sin regateos y sin miedo a la muerte. El relato termina encami­nándose todos hacia el Monte de los Olivos, símbolo del estado glorioso (cfr. 11,1; 13,3) que constituye la meta de Jesús y de to­dos cuantos lo sigan en el compromiso.

El segundo relato de la pasión (14,27-15,47), en forma narra­tiva, se compone de un tríptico inicial (14,27-52) y tres secciones: el juicio ante el Consejo Judío (14,53-72), el juicio ante Pilato (15,1-21), y la ejecución de la sentencia (15,22-47).

El tríptico inicial consta: a) 14,27-31: predicción de la huida de los discípulos y anuncio de la negación de Pedro, b) 14,32-42: llegada a Getsemaní; oración de Jesús e insolidaridad y distanciamiento de los dis­cípulos; Jesús desea un final diferente, pero acepta desde el prin­cipio lo que el Padre decida; el Padre no puede impedir su final porque su amor al hombre no fuerza la libertad humana, c) 14,43-50: prendimiento de Jesús y defección de todos los dis­cípulos; hay un intento de defender a Jesús con la violencia, que él rechaza tajantemente; la detención de Jesús muestra la mala conciencia de las autoridades judías, que no se han atrevido a apresarlo en público. El tríptico termina con un colofón (14,51-52), mediante el cual, en el momento de comenzar la pasión, Mc se­ñala simbólicamente su desenlace; el joven, en paralelo con el que aparece en el sepulcro (16,5), es figura de Jesús mismo: he­cho prisionero, deja en manos de sus enemigos su vida mortal («la sábana», cfr. 15,46), pero sigue vivo y libre («huyó desnudo»).

La primera sección (14,50-72) describe el juicio de Jesús an­te el Consejo judío y consta de las siguientes partes:

14,53: Reunión del Consejo, autoridad suprema del pueblo.

14,54: Pedro sigue «de lejos» a Jesús, mostrando así su adhesión a él, pero no la disposición a hacer suyo el destino de Jesús.

4,55-64: Juicio de Jesús; búsqueda inútil de una acusa­ción que justifique la condena a muerte preconcebida; silencio de Jesús ante la mala fe; pregunta decisiva del sumo sacerdote, formulada en correspondencia al título del Evangelio (cfr. 1,1: Me­sías, Hijo de Dios); Jesús declara ser ese Mesías, afirma su rea­leza y condición divina y anuncia una venida gloriosa suya que sus jueces van a presenciar, en ella quedará patente que Dios está con Jesús y en contra de la institución que ellos represen­tan; Jesús es acusado de blasfemia y unánimemente condena­do a muerte.

14,65: Jesús objeto de burla; se desata el odio contra él, se ridiculiza su calidad de profeta y la profecía que acaba de pronunciar.

14,66-72: Triple negación de Pedro.

La segunda sección (15,1-21) describe el juicio de Jesús an­te Pilato y consta de las siguientes partes:

15,1: Entrega de Jesús al poder pagano.

15,2-5: Interrogatorio de Pilato.

15,6-15: Entre Barrabás, un asesino conocido, y Jesús, la multitud, manipulada por sus dirigentes, pide la condena a muerte de Jesús; debilidad de Pilato que traiciona su propia convicción y acaba condenando a Jesús a la cruz.

15,16-20: La burla de los soldados.

15,21: Simón de Cirene, figura del seguidor de Jesús que ejerce la misión universal, es obligado a cargar con la cruz, cum­pliendo así la condición del seguimiento (cfr. 8,34).

La tercera sección (15,22-47) describe la crucifixión, muerte y sepultura de Jesús, y consta de las siguientes partes:

15,22-24: Crucifixión; Jesús rechaza el vino drogado; da su vida voluntariamente y con plena conciencia; reparto de sus vestidos.

15,25-32: Las burlas al rey de los judíos; los transeúntes, sumos sacerdotes y compañeros de suplicio se burlan de la rea­leza de Jesús.

15,33-41: Muerte de Jesús; su grito expresa su confianza plena de Dios en medio de su fracaso; los presentes interpretan mal su grito y uno de ellos le ofrece vinagre, expresión del odio; al morir deja patente al amor de Dios por el hombre («el velo del santuario se rasgó»); el centurión, representante del mundo pa­gano descubre a Dios en Jesús muerto en la cruz; las mujeres miran «desde lejos» (cfr. 14,54), sin identificarse, por falta de com­prensión, con la muerte de Jesús.

15,42-47: Sepultura de Jesús; la losa que tapa su sepul­cro aparentemente acaba con la esperanza que había suscitado su persona.

4. El recorrido por los relatos de la pasión del Señor, que Marcos ha preparado con tres anuncios a través de su marcha hacia Jerusalén (8,31; 9,31; 10,33-34), no debería sorprender a sus discípulos, pero, sin embargo, les desconcertará de tal modo, que abandonarán a Jesús, lo negarán, como en el caso de Pedro, y marcharán Galilea. Parece como si la última cena con los suyos no hubiera sido más que un encuentro al que estaban acostumbrados, cuando en ella Jesús les ha adelantado su entrega más radical. A la hora de la verdad, en el Calvario, no estarán a su derecha los hijos del Zebedeo, como arrogantemente le habían pedido al maestro camino de Jerusalén (10,35-40), sino dos malhechores. Esto obliga a Marcos a que el reconocimiento de quién es Jesús, en el momento de su muerte, lo pronuncie un pagano, un ateo, el centurión del pelotón romano de ejecución, quien proclama: «verdaderamente este hombre era el hijo de Dios» (15,39). Como vemos, el relato no queda solamente en lo litúrgico, sino que lo teológica es de mucha más envergadura. ¿Nos hubiéramos nosotros quedado allí, junto al Calvario, o nos habríamos marchado también huyendo a nuestra Galilea?

5. Todos los aspectos de la lectura de la pasión en Marcos, entre otros muchos posibles, muestran esa teología de gran alcance cristiano, semejante a aquella que encontramos en Pablo, en la carta a los Corintios: «su fuerza se revela en la debilidad». Es lo que se ha llamado, con gran acierto, la sabiduría de la cruz, que es una sabiduría distinta a la que buscaban los griegos y los judíos. El Dios de la cruz, que es el que Marcos quiere presentarnos, no es Dios por ser poderoso, sino por ser débil y crucificado. Es evidente que este es un Dios que escandaliza; por ello se ha permitido que sea un pagano quien al final de la pasión, en el fracaso aparente de la muerte, se atreva a confesar al crucificado como Hijo de Dios. Sin duda que el relato de la pasión de Marcos busca su punto más alto en la muerte de Jesús como una «teofanía», en cuanto revela el poder de Dios que se manifiesta en la debilidad. Marcos pone de manifiesto, pues, que la lógica de Dios es muy distinta de la lógica humana. Pero es innegable que, desde la cruz, el Hijo de Dios confunde la sabiduría humana, la vanagloria, el poderío desbordante, porque frente a tanta miseria, Dios no puede ser un triunfador, sino un apasionado por el misterio de la muerte de Jesús que ha vivido para darnos la libertad.


Miradas a los misterios de la Semana Santa

 





Tu verdadero yo Mc 14-15 (Domingo de Ramos)


 

Memory de Semana Santa



 

Pasión del Señor según el evangelio de San Marcos

 En la liturgia del Domingo de Ramos de este año se lee la pasión de Jesús según San Marcos.  En ella encontramos estos detalles propios.  


1. Con motivo de la unción de Jesús en casa de Simón, Marcos es el único  en señalar que algunos criticaban a la mujer del perfume (Mc 14,5). Jesús afirma: “A los pobres los tenéis siempre con vosotros”. Pero Marcos añade una apostilla inquietante: “Y podéis hacerles bien cuando queráis” (Mc 14,7).

2. En el Huerto de los Olivos, Jesús encuentra dormidos a Pedro, Santiago y Juan. Solo este relato pone en boca de Jesús la expresión “¡Basta!” (Mc 14,41).  

3. Solo el evangelio de Marcos cuenta que “un joven le seguía, con una sábana sobre su cuerpo desnudo, y le cogieron. Pero él, dejando la sábana, huyó desnudo” (Mc 14,51-52). Algunos se preguntan si no sería Juan Marcos, al que se atribuye el relato.

4. En el proceso ante el tribunal judío, los testigos afirman que Jesús había dicho: “Yo demoleré este santuario hecho a mano y en tres días construiré otro no hecho a mano”. El relato añade con sarcasmo que “ni aun así era adecuado su testimonio” (Mc 14,58-59).

5. Mientras Simón Pedro reniega de su Maestro, el gallo canta dos veces (Mc 14,30.72). Es como si el autor hubiera estado allí o hubiera oído de Pedro este detalle.

6. Con motivo del proceso ante el tribunal romano, Marcos dice que Jesús “estaba atado con los sediciosos que en la revuelta habían cometido un asesinato”. El tono da a entender que aquel episodio era conocido por sus lectores. Además, es sorprendente el interés que muestra el pueblo por la liberación de Barrabás (Mc 15,7-8).

7 Con relacion a Simón de Cirene, solo Marcos señala que se trata del padre de Alejandro y de Rufo (Mc 15,21). Sus hijos debían de ser conocidos en la comunidad para la que se escribe este evangelio.

8. Tras la muerte de Jesús en la cruz, Marcos anota que el centurión reconoce a Jesús como Hijo de Dios y que Pilato se asombra de la rapidez con que se ha producido su muerte  (Mc 15,44-45). Es evidente el realismo y la inmediatez que demuestra este evangelio.

9. En la mañana de la resurrección un ángel encarga a las mujeres que transmitan un mensaje a los discípulos de Jesús. Solo el evangelio de Marcos añade como destinatario “a Pedro” (Mc 16,7), cuya negación había subrayado antes.

10. Por fin en el versículo final se asegura que aquellas mujeres “a nadie dijeron nada” (Mc 16,8). Pero parece que, de hecho, las mujeres dijeron algo. Otras tradiciones añaden que se les encomendó transmitir el mensaje de la resurrección del Señor.

 Por esos escenarios por los que discurre el paso del Justo, se arrastran también nuestros pasos. A cada uno nos corresponde un puesto en este drama del Justo injustamente ajusticiado. Cada uno tendrá que preguntarse cuál es el suyo.

Jesús entra en Jerusalén / Mc 11,1-10 Domingo de Ramos

 


La cruz pectoral de los obispos


 

El grano de trigo y el surco Jn 12,20-33 (CUB5-24)

  “Ya llegan días en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva”. Así comienza el oráculo divino que Jeremías transmite a su pueblo (Jer 31,31-34). En los domingos anteriores la liturgia cuaresmal nos ha presentado las sucesivas alianzas de Dios con Noé, Abrahán, Moisés y el pueblo deportado a Babilonia.   

Tras la muerte de Salomón el reino que David había unido se dividió. Sin embargo, el profeta anuncia que Dios promete mantener su alianza con el reino del norte y con el reino del sur. Sus gentes regresarán del destierro, comprenderán que Dios perdona sus pecados y lo reconocerán como su Dios.    

Haciéndonos eco de esta promesa, nosotros hoy suplicamos con el salmo “Miserere”: “Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu” (Sal 50). 

Por otra parte, ya cerca de la celebración de la Semana Santa, leemos en la carta a los Hebreos que sufriendo, Cristo aprendió a obedecer (Heb 5,7-9).

LA HORA DE LA ENTREGA

El evangelio de Juan nos sitúa en Jerusalén tras la entrada de Jesús, acompañado por las gentes que lo aclaman como “el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel” (Jn 12,13). 

Entre los llegados a Jerusalén por las fiestas de Pascua hay unos peregrinos que se acercan a Felipe y le manifiestan su deseo: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. Felipe consulta con Andrés, el hermano de Simón Pedro, y ambos se lo transmiten a Jesús. 

El evangelio nos da a entender que esos peregrinos representan a toda la humanidad que busca al Mesías. Pues bien, al oír la noticia del interés de esos peregrinos, Jesús expresa que esa es la señal de que ha llegado su hora: la hora de su muerte y de su glorificación. 

Además, Jesús pronuncia una alegoría con la que pretende transmitir el significado de su entrega. Es preciso que el grano de trigo muera en el surco para llegar a producir fruto en abundancia (Jn 12,20-33). Es evidente que Jesús conoce y acepta el destino que le espera. Y afirma que su muerte será fuente de vida para todos los que crean en él.

VER Y SEGUIR A JESÚS

De todas formas, nosotros no deberíamos olvidar la frase con la que los peregrinos solicitaron la ayuda de Felipe. En ella se refleja el deseo que debe señalar la veracidad de nuestra búsqueda y el inicio de nuestra fe.  

• “Queremos ver a Jesús”. Esa aspiración manifiesta en nuestros días la decisión de los cristianos más comprometidos con su fe. Con ella revelan a los demás su deseo de participar en la misión y en la gloria definitiva del Hijo de Dios. 

• “Queremos ver a Jesús”. Esa expresión se encuentra a veces en labios de los no creyentes. Ruegan a la Iglesia que les facilite el acceso al Señor en quien ella dice creer. Y le reprochan que no viva de verdad su fe y oculte a Jesús a los ojos del mundo.

• “Queremos ver a Jesús”. Esa frase debería ser la humilde confesión de una comunidad que anhela el encuentro con su Señor, pero se ve enredada en problemas y preocupaciones que dificultan su camino de fe. 

La hora de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria Jn 12,20-33 (CUB5-24)

1. El texto de Juan nos ofrece hoy una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda la «teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en cuanto los judíos, sus dirigentes, ya han decidido que debe morir. La resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del evangelio de Juan no se deja dar muerte de cualquier manera; no le roban la vida, sino que la quiere entregar El con todas sus consecuencias. Por ello se nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir, unos paganos simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren conocerle, como le comunican a Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El judaísmo, su mundo, su religión, su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano de trigo que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc 8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; 17,33) y sobre destino de los servidores junto con el del Maestro, abren el camino de una “revelación” sobre el momento y la hora de Jesús.

2. Efectivamente las palabras que podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una experiencia dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia de Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este texto joánico, que tiene como testigos no solamente a los discípulos que eran judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que escuchó algo extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado, el Getsemaní de Juan que no está narrado en el momento de la Pasión. En eso caso puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es la hora de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de la opinión de Caifás tras la resurrección de Lázaro de que uno debía morir por el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este momento que se acerca. Ya está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe llegar, sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.

3. Por tanto, era como si se Él esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se ha venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de la pasión-glorificación. Y Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no puede dar fruto. La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es verdad que esta decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse a la muerte en aquellas condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y antes de que le secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama su vida entregándola a los demás, poniéndola en las manos de Dios y de los hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la verdad, porque confía plenamente en el Padre, y advierte que los suyos tenga también esta misma disposición.

4. Los vv. 31-33 nos describen, con un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es una teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús; al contrario, es desde la cruz desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn 3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba en la cruz, en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo, razonablemente, en muchos escritos teológicos. Sino porque la muerte de Jesús le confiere un poderío inconmensurable. La muerte no se la imponen, no es la consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús quien la “busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y porque provoca el juicio sobre el mundo, sobre la falsedad del poder y la mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto. Pero Jesús “atraerá” a todos los hombres hacia El, hacía su hora, hacia su verdad, hacia su vida nueva.