“En el
grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en
común y nadie llamada suyo propio nada de lo que tenían”. Siempre nos
impresiona volver a leer estas palabras. Con este “sumario”, nos evoca el Libro
de los Hechos de los Apóstoles la vida de la primera comunidad de los
discípulos del Señor (Hech 4, 32).
Es un
panorama ideal que se presenta como modelo para todas las comunidades
cristianas de todos los siglos y de todo lugar. El testimonio que los apóstoles
ofrecen de la resurrección de Jesucristo
estaba avalado por el espíritu y el
estilo de vida de toda la comunidad a la que pertenecían y a la que servían. Y se comprende que así ha
de ser en todo tiempo.
Según se puede observar, la palabra apostólica
está apoyada “desde arriba” por la fuerza del Espíritu, como se ha dicho en el
mismo libro. Pero es confirmada “desde abajo” por la unidad de pensamiento y
sentimiento y por la generosa fraternidad que caracterizan a los discípulos del
Señor.
EL ENFADO Y LA VERDAD
El
evangelio que se proclama en este segundo domingo de Pascua nos recuerda que,
tras la muerte de Jesús, sus discípulos permanecen encerrados por miedo a los
judíos. Se diría, con palabras del Papa Francisco, que son víctima de un
“pesimismo estéril”. Pero Jesús resucitado se les presenta como portador de la
paz y del perdón (Jn 20, 19-31).
Este
relato evangélico es bien conocido, además por dos detalles: las idas y venidas
de Tomás y el gesto de Jesús.
• Solemos
calificar a Tomás como el “incrédulo”.
Pero tal vez su enfado no sea un signo de su poca fe sino de su asombro
ante la incoherencia de sus compañeros. Mientras ellos parecían reacios a
acompañar a Jesús en su camino a Jerusalén, sólo Tomás se había mostrado
decidido a seguir a su Maestro hasta morir con él.
• El
gesto por el que Jesús ofrece sus llagas a la curiosidad y al tacto de Tomás
nos resulta sorprendente. Pero con él se nos invita a abrirnos a una doble
verdad. A identificar al resucitado con el mismo Jesús que había sido herido y
condenado a la cruz. Ni su muerte fue un engaño ni su resurrección es fruto de
la fantasía de los amedrentados.
EL TEMOR Y LA
MISERICORDIA
Con todo,
este texto del evangelio de Juan nos da pie a otras dos consideraciones: la de
la importancia de la comunidad y la del don de la misericordia.
• “A los
ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos”. Algunos
han pensado y escrito que para encontrarse con Jesucristo hay que abandonar a
su comunidad. No es cierto. Los que estaban encerrados no eran mejores que
Tomás. Si uno era víctima del despecho los otros lo eran del temor. Pero sólo
en la comunidad se muestra el Resucitado.
• “Paz a
vosotros… Yo os envío… No seas incrédulo”. Las palabras de Jesús resucitado no
reflejan un reproche, sino la grandeza de su misericordia. Una compasión
cercana a sus discípulos y una exquisita pedagogía para llevarlos a la fe y
enviarlos a una misión: la de llevar la buena noticia del perdón, del que ellos
mismos han gozado.
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