“Dios no hizo la muerte ni se
recrea en la destrucción de los
vivientes”. Así lo proclama el texto del libro de la Sabiduría que hoy se lee
en la celebración de la eucaristía “Dios creó al hombre para la inmortalidad y
lo hizo imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la
envidia del diablo, y los de su partido pasarán por ella” (Sab 1,13-15;
2,23-25).
Es verdad que la cultura griega del
momento aceptaba solamente una cierta inmortalidad del espíritu humano, pero no
podía llegar a creer en la resurrección de los muertos. Bien clara quedó esa
resistencia en la actitud displicente con la que los sabios atenienses
recibieron el discurso que San Pablo les dirigió en el Areópago.
El texto bíblico no pretende enzarzarse
en esas discusiones. Al autor sólo le interesa subrayar la fe en el Dios
creador de la vida. El hombre ha sido creado a imagen de Dios. Pero la justicia
de Dios, es decir, su santidad y su misericordia son eternas. Luego también el
hombre está llamado a sobrevivir más allá de la frontera de la muerte
LAS SEMEJANZAS
Acompañada de la enfermedad y el dolor,
la muerte aparece también en el evangelio de hoy (Mc 5,21-43). Es un relato muy
rico en el que las semejanzas se entrecruzan con los contrastes. Por muy
interesantes que sean los detalles de esta doble escena, todos apuntan a Jesús.
En Él se manifiestan el poder y la misericordia de Dios.
• En el texto se evocan de modo muy
llamativo dos realidades tan humanas como son la enfermedad y la muerte. Ambas
aparecen aquí reflejadas en la peripecia de dos mujeres. Una lleva doce años
enferma de hemorragias. Y doce años tenía también la hija de Jairo al caer en
brazos de la muerte.
• En las dos situaciones se subraya el
poder de la oración. Por la niña intercede su padre con una súplica expresada
en palabras. La mujer enferma ruega por sí misma, desde el silencio de su
soledad. En casa de Jairo, la algarabía deja paso al silencio. La mujer enferma
es arrancada del silencio para hacer pública su sanación. Su silencio reclama
la Palabra que es Jesús.
EL TACTO Y LA FE
El relato evangélico subraya además la
importancia del tacto físico, es decir de la cercanía del ser humano a la
humanidad de Cristo. Pero al mismo tiempo nos advierte del riesgo de caer en la
magia. El tacto y la palabra son nada y menos que nada sin la fe.
• En los dos casos, se subraya la
importancia de los sentidos. Jesús
“notó” que alguien le había tocado y que de él había salido un poder. También
la mujer enferma “notó” que había sido curada. Por otra parte. Jesús “tomó de
la mano” a la niña muerta. Evidentemente, la divinidad de Cristo no supone la
negación de su humanidad.
• Pero en los dos casos adquiere una
importancia definitiva la fe. Creer en Jesús es confiar en la bondad y la
misericordia de Dios, que se hacen manifiestas en las palabras y en los gestos
de su Hijo. Jesús dice a la mujer que su fe la ha salvado. A Jairo Jesús le
dirige una exhortación a la confianza: “No temas; basta que tengas fe”.
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