“Esta es la sangre de la alianza que
hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos”. Con estas palabras
acompaña Moisés el rito de asperjar a las gentes de su pueblo con la sangre de
los animales degollados como sacrificio de comunión (Ex 24, 8).
Estas palabra están colocadas como
culminación de lo que se suele conocer como el “Códice de la Alianza”. La
experiencia religiosa del Monte Sinaí significa la revelación de Dios al pueblo
de Israel. El Dios que lo ha liberado de la esclavitud sufrida durante tantos
años en las tierras de Egipto. El único de Dios.
Ahora bien, la iniciativa liberadora de
Dios no estaba completa si el pueblo no asumía de forma responsable la tarea de
continuar su liberación. Eso significan las normas contenidas en el Decálogo.
De ahí que la moral de Israel haya que entenderla como la “Moral de la
Alianza”.
La aspersión con la sangre de las
víctimas ofrecidas al Señor es el sello que viene a ratificar esa alianza entre
Dios y su pueblo. Hay un pacto de Sangre entre el libertador y los liberados.
La libertad es un don gratuito, pero es también una tarea responsable
LA ENTREGA DEL PAN
El texto evangélico que hoy se proclama
nos sitúa en el contexto de la última cena que
Jesús celebra con sus discípulos antes de su muerte. Dos de ellos la han
preparada en la casa del hombre del cántaro. Se supone que es la cena pascual.
Los hebreos sacrifican en el templo los corderos y dan gracias por la
liberación que Dios concedió a sus padres.
Mientras están a la mesa, Jesús toma el
pan, pronuncia la bendición, lo parte y se lo da a sus discípulos: diciendo:
“Tomad, esto es mi cuerpo”. La entrega del pan, significa que Jesús ha entregado
su vida por los suyos y ha de entregarla de forma definitiva. Aquel gesto abrazaba los tiempos. A la vez
recordaba esa entrega y la anticipaba.
Pero, al mismo tiempo aquel gesto se
convertía en modélico y normativo. Los discípulos habrían de repetir el signo y
su significado. Celebrarían la eucaristía con fe en su Señor. La repetirían en
la esperanza de su manifestación. Y la convertirían en memorial y signo de su
caridad, es decir de su amor a su Maestro y de su amor recíproco.
EL VINO NUEVO
A continuación Jesús hace lo mismo con
una copa de vino. Pronuncia la acción de gracias a Dios, la pasa a sus
discípulos y todos van bebiendo de ella. Las palabras del Maestro han quedado
grabadas en la memoria de los suyos:
• “Esta es mi
sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”. Jesús es el nuevo Cordero
de la Pascua nueva y universal. Con la sangre de Jesús, Dios renueva su
alianza. Pero ahora no la ofrece solamente por los hebreos que peregrinan por
el desierto. La ofrece en señal de redención por todos los hombres.
• “No volveré a beber del fruto de la vid hasta el día
que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. La copa se pasaba de mano en mano
como signo de comunión. Nos impresiona esa certeza de Jesús de que ya no beberá
vino. Pero lo verdaderamente importante está en la segunda parte de la frase.
Jesús anuncia la total novedad de la comunión fraterna en el Reino de Dios.
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