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Escudo de armas del Papa León XIV y su simbología
Es obvio que, si una flecha atraviesa el corazón de una persona, la sangre salta a borbotones. Pero no sucede así cuando una flecha incendiaria toca el corazón humano. En este caso la herida que produce es una quemadura, la quemadura del amor, en la imagen agustiniana. La flecha incendiaria hiere porque quema. En la representación simbólica de la idea del santo no hay lugar para gotas de sangre.
Representar solo el corazón significa faltar por defecto y empobrecer la imagen. La razón es que queda sin indicar la fuente del amor y, consiguientemente, su naturaleza, datos aquí esenciales. San Agustín no consideraba necesario invitar al amor, porque partía de que no hay nadie que no ame; de hecho, dado que el amor es principio de toda actividad, una persona que no ame algo o a nadie, morirá de inmediato por simple inacción. Lo que él pedía a sus fieles era que jerarquizasen su amor. Una distinción básica establecida por el santo al respecto es el amor como cupiditas y el amor como caritas. En el primer caso, el amor surge de la necesidad y se expresa como deseo; en el segundo, surge de una plenitud y se expresa como donación que no conoce necesidad alguna porque la plenitud es única. El amor como caritas proviene de Dios, lo impregna todo de Dios, y conduce a Dios. Este último es el amor con que Agustín comenzó a amar a Dios y al que se refiere el emblema de la Orden. Ahora bien, si solo se representa el corazón en llamas, se sabe que está ardiendo, pero no qué amor le hace arder. En cambio, al representar también el libro se está indicando que el amor simbolizado en las llamas es el amor divino del que es acabada expresión la historia de salvación que relata la Escritura. La flecha es solo el medio que traslada el fuego –el amor– de la Escritura –sin él no se entiende ella– al corazón humano. Únicamente el amor como caritas es capaz de sostener la unidad de almas y corazones hacia Dios de que habla en la Regla.
El libro no hace referencia al simple saber profano sino al saber último que da razón de todo otro saber: el saber sobre Dios y, desde él, sobre el hombre y el resto de la creación; se ha indicado también que el corazón en llamas no hace referencia a cualquier amor, por legítimo que pueda ser, sino al amor último, el que es fuente de todo otro amor lícito, el amor que, partiendo de Dios y tocando todo, conduce a Dios.
Dios da su vida a los hombres en Jesús Jn 10,27-30 (PAC4-25)
1. Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas,
retomando el comienzo de Jn 10,1-10.. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y le acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.
2. No viene para ser un personaje nacionalista, sino aquél que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida y de vida verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en hacer. El evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una concepción equivocada de mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.
3. Esta polémica, pues, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo hace en Juan; ni siquiera hablaba de sí mismo, pero siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el evangelio de Juan tiene otro tono, menos histórico, aunque más teológico. No entramos en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el Padre y yo somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le discuten los adversarios.
4. Es un escándalo, porque toda la vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía ajustarse a su dogmática. Así, pues, lo que decide de un modo definitivo el sentido de este evangelio es la actitud que tenemos ante la verdad que Jesús propone: quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios. Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas palabras de Jesús, sino que estamos ante el “dador de vida”.
El pastor bueno Jn 10,27-30 (PAC4-25)
En Antioquía de Pisidia, Pablo y Bernabé anunciaron el mensaje de Jesucristo en la sinagoga. Al ver el gentío que los escuchaba y los seguía, los judíos se llenaron de envidia y respondieron con blasfemias.
En cambio, los gentiles, es decir los miembros de la comunidad helenista, se alegraron de que los apóstoles les entregasen a ellos aquel mensaje de salvación, acogieron la palabra del Señor y la difundieron por aquella región (Hch 13,43-52).
Con el salmo responsorial nosotros adelantamos ya el mensaje del evangelio de este domingo, proclamando: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99).
Seguimos leyendo el Apocalipsis. Hoy se nos dice que el Cordero, que está delante del trono de Dios, será nuestro pastor y nos conducirá hacia fuentes de aguas vivas (Ap 7,17).
UNA ESTRECHA RELACIÓN
Como todos los años, en este cuarto domingo de Pascua contemplamos la imagen de Jesús, que se presenta como el pastor que guía y protege a las ovejas que le han sido confiadas por su Padre celestial (Jn 10,27-30).
El texto evangélico presenta tres manifestaciones de la estrecha relación existente entre los discípulos y su Maestro y Pastor, que los conoce, les da la vida y los defiende.
• “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco”. Los hebreos eran invitados continuamente a escuchar la palabra de Dios que los había liberado de la esclavitud. Ahora, los seguidores de Jesús escuchan al Pastor que los conoce y los reconoce.
• “Mis ovejas me siguen y yo les doy la vida eterna”. Los hebreos seguían al Dios que los guiaba por el desierto hacia una tierra que manaba leche y miel. Ahora, los creyentes que siguen al Pastor esperan de él la vida eterna.
• “Mis ovejas no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano”. Los hebreos fueron defendidos de sus enemigos por el poder de Dios. Ahora los discípulos del Pastor saben con seguridad que él siempre los defenderá con el poder de su mano.
EL PADRE DE JESÚS
De pronto, el texto del evangelio de Juan que hoy se proclama deja de lado la relación de Jesús con sus discípulos para revelar su relación personal con su Padre celestial.
• “Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas”. Además de compartir la divinidad, el Padre ha confiado a Jesús la misión de hacer presente en la tierra su misericordia. El Padre ama al mundo y su Hijo lo iba demostrando cada día.
• “Nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre”. Muchos han pretendido arrebatarle a Dios las claves de la vida y de la felicidad. Pero el poder de Dios se identifica con su misericordia y su ternura.
• “Yo y el Padre somos uno”. El evangelio según Juan repite una y otra vez la unidad entre el Padre y el hijo. En el Hijo nosotros hemos descubierto la verdad y el amor de su Padre, que es también el nuestro.
Primer discurso del Papa León XIV desde la logia de la basílica de S. Pedro
¡La paz esté con todos ustedes! Queridísimos hermanos y hermanas, este es el primer saludo de Cristo Resucitado, el buen pastor que dio la vida por el rebaño de Dios. También yo quisiera que este saludo de paz entrara en su corazón, alcanzara a sus familias, a todas las personas, dondequiera que estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con ustedes!
Esta es la paz de Cristo Resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente. Aún conservamos en nuestros oídos esa voz débil pero siempre valiente del Papa Francisco que bendecía a Roma. ¡El Papa que bendecía a Roma daba su bendición al mundo, al mundo entero, aquella mañana del día de Pascua! Permítanme dar continuidad a esa misma bendición: ¡Dios nos quiere, Dios los ama a todos, y el mal no prevalecerá! ¡Estamos todos en las manos de Dios! Por lo tanto, sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros, sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo va delante de nosotros. El mundo necesita su luz. La humanidad necesita de Él como el puente para ser alcanzada por Dios y su amor. Ayúdennos también ustedes, luego los unos a los otros, a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz. ¡Gracias al Papa Francisco!
Quiero agradecer también a todos los hermanos cardenales que me han elegido para ser Sucesor de Pedro y caminar junto a ustedes, como una Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, tratando siempre de trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio, para ser misioneros. Soy hijo de San Agustín, agustino, que dijo: “Con ustedes soy cristiano y para ustedes obispo.” En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado.
¡A la Iglesia de Roma, un saludo especial! [aplausos]
Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes, el diálogo, siempre abierta a acoger como esta plaza con los brazos abiertos. Todos, todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor.
(PARTE EN ESPAÑOL) Y si me permiten también, una palabra, un saludo a todos aquellos y en modo particular a mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo (FIN DE LA PARTE EN ESPAÑOL).
A todos ustedes, hermanos y hermanas de Roma, de Italia, de todo el mundo, queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad, que busca siempre estar cerca especialmente de quienes sufren.
Hoy es el día de la Súplica a la Virgen de Pompeya. Nuestra Madre María quiere siempre caminar con nosotros, estar cerca, ayudarnos con su intercesión y su amor.
Entonces, quisiera rezar con ustedes. Recemos juntos por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz en el mundo, y pidamos esta gracia especial a María, nuestra Madre.
¡¡¡Habemus papam!!! Robert Francis Prevost, León XIV
Primer Papa agustino, es el segundo Pontífice americano, después de Francisco, pero a diferencia de Bergoglio, el estadounidense Robert Francis Prevost, de 69 años, es originario del norte del continente. De hecho, el nuevo obispo de Roma nace el 14 de septiembre de 1955 en Chicago (Illinois), hijo de Louis Marius Prevost, de ascendencia francesa e italiana, y de Mildred Martínez, de ascendencia española. Tiene dos hermanos, Louis Martín y John Joseph.
Pasa su infancia y adolescencia con su familia y estuda primero en el Seminario Menor de los Padres Agustinos y después en la Universidad de Villanova, Pennsylvania, donde se licenca en Matemáticas y estudia Filosofía en 1977. El 1 de septiembre de ese mismo año ingresa en el noviciado de la Orden de San Agustín (OSA) de St. Louis, en la provincia de Nuestra Señora del Buen Consejo de Chicago, e hace su primera profesión el 2 de septiembre de 1978. El 29 de agosto de 1981 emite los votos solemnes.
Prevost es originario del norte del continente. De hecho, el nuevo Obispo de Roma nació el 14 de septiembre de 1955 en Chicago, Illinois, hijo de Louis Marius Prevost, de Prevost se licenca en 1984 y al año siguiente, mientras prepara su tesis doctoral, es enviado a la misión agustiniana de Chulucanas, Piura, Perú (1985-1986). Es en 1987 cuando discute su tesis doctoral sobre «El papel del Prior Local de la Orden de San Agustín» y es nombrado Director de Vocaciones y Director de Misiones de la Provincia Agustiniana «Madre del Buen Consejo» en Olympia Fields, Illinois (USA).
En el espacio de once años desempeña los cargos de prior de la comunidad (1988-1992), director de formación (1988-1998) y profesor de profesos (1992-1998) y, en la archidiócesis de Trujillo, de vicario judicial (1989-1998) y profesor de Derecho Canónico, Patrística y Moral en el Seminario Mayor «San Carlos y San Marcelo». Paralelamente, se le confia la atención pastoral de Nuestra Señora Madre de la Iglesia, más tarde parroquia con el título de Santa Rita (1988-1999), en la periferia pobre de la ciudad, y fue administrador parroquial de Nuestra Señora de Monserrat de 1992 a 1999.
En 1999 es elegido Prior Provincial de la Provincia Agustiniana 'Madre del Buen Consejo' de Chicago, y dos años y medio después, en el Capítulo General Ordinario de la Orden de San Agustín, sus hermanos le eligieron Prior General, confirmándole en 2007 para un segundo mandato.
En octubre de 2013 regresa a su provincia agustiniana, en Chicago, y fue director de Formación del Convento de San Agustín, primer consejero y vicario provincial; cargos que desempeñó hasta que el Papa Francisco lo nombra, el 3 de noviembre de 2014, administrador apostólico de la diócesis peruana de Chiclayo, elevándolo a la dignidad episcopal como obispo titular de Sufar. Ingresó en la diócesis el 7 de noviembre, en presencia del nuncio apostólico James Patrick Green, quien le ordena obispo poco más de un mes después, el 12 de diciembre, festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, en la catedral de Santa María.
Su lema episcopal es «In Illo uno unum», palabras que San Agustín pronuncia en un sermón, la Exposición sobre el Salmo 127, para explicar que «aunque los cristianos somos muchos, en el único Cristo somos uno».
El 26 de septiembre de 2015 fue nombrado obispo de Chiclayo por el Pontífice argentino y en marzo de 2018 fue elegido vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal Peruana, dentro de la cual también es miembro del Consejo Económico y presidente de la Comisión de Cultura y Educación.
En 2019 por Francisco, se cuenta entre los miembros de la Congregación para el Clero el 13 de julio de 2019 y al año siguiente, entre los de la Congregación para los Obispos (21 de noviembre).
Mientras tanto, el 15 de abril de 2020, llega el nombramiento papal también como administrador apostólico de la diócesis peruana de Callao.
El 30 de enero de 2023, el Papa lo llama a Roma como prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, promoviéndolo a arzobispo. Y en el Consistorio del 30 de septiembre del mismo año lo creó y nombró cardenal, asignándole el diaconado de Santa Mónica. Prevost tomó posesión el 28 de enero de 2024 y, al frente del dicasterio, participó en los últimos viajes apostólicos del Papa Francisco y en la primera y segunda sesiones de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad, celebradas en Roma del 4 al 29 de octubre de 2023 y del 2 al 27 de octubre de 2024, respectivamente.Una experiencia en asambleas sinodales ya adquirida en el pasado como prior de los agustinos y representante de la Unión de Superiores Generales (UGS).
Mientras tanto, el 4 de octubre de 2023, Francisco se cuenta entre los miembros de los Dicasterios para la Evangelización, Sección para la Primera Evangelización y las Nuevas Iglesias Particulares; para la Doctrina de la Fe; para las Iglesias Orientales; para el Clero; para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica; para la Cultura y la Educación; para los Textos Legislativos; de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano.
Finalmente, el 6 de febrero de este año, fue promovido al orden de los obispos por el Pontífice argentino, obteniendo el título de la Iglesia Suburbicaria de Albano.
Durante la última hospitalización de su predecesor en la policlínica «Gemelli», Prevost presidió el rosario por la salud de Francisco el 3 de marzo en la plaza De San Pedro.
Fuente: VaticansNews
La misión del pastor Jn 21,1-19 (PAC3-25)
El domingo tercero de Pascua leemos la respuesta de Pedro a los dirigentes judíos, que le prohíben hablar y actuar en el nombre de Jesús (Hch 5,27-41).
• “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Con aquella prohibición, los dirigentes no reflejaban las necesidades del pueblo, sino sus intereses personales y de grupo y su deseo de mantener su seguridad y sus privilegios.
• “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús”. Aquella prohibición no respetaba la conciencia de los que habían seguido a Jesús y habían ya experimentado la presencia del Resucitado, del que se decían testigos.
En este momento de turbación y persecución, los testigos de Cristo pueden repetir la promesa del salmista: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” (Sal 29).
Es más, con el Apocalipsis reconocemos al Señor como nuestro liberador y proclamamos el poder, el honor y la gloria que merece el Cordero degollado (Ap 5,11-14).
DE NUEVO, JUNTO AL LAGO
Jesús había encontrado a sus discípulos a la orilla del Lago de Genesaret. Una vez resucitado, por medio de María Magdalena les pide que vuelvan a Galilea. Y allá vuelve el Señor para repetir los gestos de la llamada original (Jn 21,1-19).
• De nuevo los discípulos pasan por la experiencia de una noche de pesca infructuosa. Y de nuevo la obediencia al Señor los lleva a llenar sus redes con una gran cantidad de peces.
• De nuevo, el Señor toma el pan y el pescado y lo reparte entre sus discípulos. Y de nuevo aquellos gestos hacen visible su misericordia y su entrega personal a los que él ha elegido
• De nuevo Jesús, dirige a Simón Pedro aquella misma palabra con la que lo llamó en otro tiempo: “Sígueme”. Y de nuevo esa palabra resuena como la invitación al discipulado.
EL AMOR Y LA MISIÓN
En el marco de la última cena, Pedro había prometido seguir a Jesús hasta la muerte, sin embargo, por tres veces declaró no conocerlo. Ahora, el Resucitado no pretende reprender al discípulo por su infidelidad. Viene a comprobar su amor y confiarle la misión del pastoreo.
• “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. A las tres negaciones de Pedro corresponden tres preguntas de Jesús. Quiere saber si Pedro lo ama, o al menos si lo quiere. El Maestro parece querer acomodarse a las posibilidades y la fragilidad de su apóstol.
• “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús conoce la generosidad de Simón, pero también conoce su debilidad. Ahora como entonces, Jesús espera de sus discípulos al menos una confesión de amor.
• “Apacienta mis corderos y mis ovejas”. Jesús había prometido a Simón el encargo de ser pescador de hombres. Ahora utiliza una nueva imagen para reflejar la misión que le confía. Ha de ser pastor del rebaño, por el cual el Pastor bueno había entregado la vida.
La Resurrección, experiencia de amor Jn 21,1-19 (PAC3-25)
1. El evangelio de este domingo, como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya estaba terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo estilo, lenguaje y las mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al que les obligó a volver a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una forma de resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el momento de la Pasión. Es muy importante que el “discípulo amado”, prototipo del seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe escapar, porque como muchos especialistas leen e interpretan, no se trata de una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura prototipo de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este escrito maravilloso.
III.2. Pedro, al contrario que en la Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito para reivindicar a Pedro; es el gran protagonista, hasta el punto de que él sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” (v. 7) el que delata o revela situación. Si antes se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el discípulo amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una palabra de fe y de confianza. Es el que señala el camino, el que descubre que “es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.
III.3. El relato nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de Emaús. Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por eso no se les ocurrió preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los hombres. También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una simbología muy determinada: la cena, la eucaristía, aunque aquí parezca que es una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor resucitado. Probablemente el relato de Lc 24 es más conseguido a nivel literario y teológico. En todo caso los discípulos descubrieron al Señor como el resucitado por ciertos signos que habían compartido con El.
III.4. Todo lo anterior, pues, prepara el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Pedro, pues, se nos presenta como el primero, pero entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la experiencia base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el juego encadenado entre los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos) han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo, estas tres interpelaciones a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión (Jn 18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea. Sus negaciones, sus miserias, su debilidad, no impiden que pueda ser el guía de la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su pasado, sus negaciones. En realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la resurrección, porque en Tiberíades, quien se hacen presente con sus signos y pidiendo amor y dando amor, es el Señor resucitado.
Puerta Santa de la Basílica de S. Pedro por José Carrascosa
Partiendo de la real realizada tallada por Vico Consorcios en 1948 y abierta en la Nochebuena del año siguiente para iniciar el Año Jubilar de 1950...
Perdón y misericordia Jn 20,19-31 (PAC2-25)
“Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo” (Hch 5,12). Después de su Ascensión a los cielos, la misericordia del Resucitado se hace visible a través de sus discípulos. Muchas personas acercan a sus enfermos a Pedro, deseando que la sombra del apóstol los cubra por un momento.
Hoy son muchas las gentes que buscan gestos de cercanía, de atención y de ternura, como suele recordar el papa Francisco. Todos necesitamos percibir la misericordia de Dios. Y todos estamos llamados a hacerla llegar a los demás, aunque nos hagan “perder” tiempo y tal vez nos desprecien y persigan.
El salmo responsorial nos exhorta hoy a ser agradecidos a Dios por su incansable misericordia con nosotros: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117).
El Apocalipsis nos dice que el Hijo del Hombre es el Viviente. Él vive por los siglos de los siglos y nos revela el sentido de la historia y de nuestra vida concreta (Ap 1,9-19).
MINISTROS DEL PERDÓN
El evangelio según san Juan evoca dos momentos de la revelación del Resucitado a sus discípulos (Jn 20,19-31). El texto nos ofrece al menos tres contraposiciones que se repiten también en nuestra experiencia personal.
- En primer lugar, se mezclan el miedo y el gozo. Tras la muerte de Jesús, los discípulos han quedado atemorizados. Pero al descubrir que Jesús se hace presente en medio de ellos, su corazón rebosa de paz y de alegría.
- En segundo lugar, al miedo sucede la audacia. Por temor habían cerrado las puertas. Pero el aliento de Jesús los mueve a salir a la calle. Los que se habían encerrado se lanzan a la misión que les había sido encomendada.
- En tercer lugar, la culpa es superada por el perdón. Los discípulos se sentían culpables por haber abandonado a su Maestro. Pero Jesús no llega para reprenderles su falta, sino para hacerlos testigos de su misericordia.
EL TESTIMONIO DE LAS LLAGAS
Pero Tomás atrae hoy nuestra atención. Él había impulsado a los discípulos a seguir a su Maestro hasta la muerte. Y ahora no parece dispuesto a reconocer que ha resucitado
• “Si no veo la señal de los clavos…, no creo”. Esa frase es tal vez una protesta personal contra los que se apresuran a disfrutar de la luz sin haber aceptado la oscuridad de la cruz.
• “Trae tu dedo… No seas incrédulo, sino creyente”. La respuesta de Jesús es una advertencia para todos nosotros. No podemos ser incrédulos, ni crédulos, sino creyentes.
• “Señor mío y Dios mío”. Pedro había reconocido a Jesús como el Mesías (Mc 8,29). Ahora es Tomás quien confiesa su fe en la divinidad de Jesús resucitado.
• “Dichosos los que crean sin haber visto”. Tomás manifestó su fe al ver las llagas del Señor. Nosotros nos apoyamos en la fe del apóstol que creyó en el Señor.
La resurrección se cree, no se prueba Jn 20,19-31 (PAC2-25)
1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.
III.2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.
III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Algunos todavía la quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe tenga sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante que debe tener una cierta racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.
III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.
III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.