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Dos montes y dos hijos Mc 9,1-9 (CUB2-21)

 “No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo” (Gén 22,12). El ángel del Señor evita que Abrahán sacrifique a su hijo Isaac en lo alto de un monte. Viendo cómo ha respondido a “la prueba”, Dios le promete una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas de las playas.  

¿Cómo puede Dios pedir a un padre que le ofrezca en sacrificio a su único hijo? Se olvida que el texto trata de evitar precisamente eso. Viendo a sus dioses como origen de la vida los cananeos les ofrecían la vida de sus primogénitos. Pero el Dios de Israel prefiere el sacrificio de un corazón contrito y humillado. Abrahán es modelo de fe y de obediencia a Dios. Y eso le merece la bendición de Dios.

Al modo de Abrahán nosotros respondemos con generosidad a la llamada de Dios: “Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos” (Sal 115). San Pablo nos recuerda que Dios no se reservó a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (Rom 8,31-34). La generosidad de Dios es mayor que la de Abrahán. Y en Jesús se hace realidad la figura de Isaac.

EL MONTE Y LA ESCUCHA 

En el evangelio de este segundo domingo de cuaresma se nos recuerda la imagen de la transfiguración de Jesús, narrada este año por el evangelio de Marcos (Mc 9,1-9). La elección del texto del sacrificio de Isaac es muy significativa.   

• En ambos textos se presenta la imagen del monte que para muchas religiones es el símbolo de la morada de la divinidad. Se nos sugiere que nos acerquemos a Dios, alejándonos de todo lo que habitualmente nos distrae en la llanura.

• En ambos textos se evoca la figura de un padre. En el primero, se trata de Abrahán, que ha deseado ardientemente un hijo, pero está dispuesto a sacrificarlo como hacen las gentes de su entorno. En el otro habla Dios que reconoce a Jesús como su Hijo amado.

• En ambos textos se escucha la voz de Dios. A Abrahán Dios le habla por medio de un ángel, que le premia por haber escuchado su voz. En el otro, el mismo Dios exhorta a los discípulos a escuchar su voz que les llega por medio de su Hijo.

LA PALABRA DE DIOS

En el relato evangélico de la transfiguración de Jesús nos llama la atención la mención de la palabra en la relación entre lo divino y lo humano.  

• En primer lugar, recordamos la palabra de Jesús. En efecto, él aparece conversando con Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas. Y después, Jesús advierte a sus discípulos que no cuenten lo que han visto en lo alto del monte, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. El Hijo de Dios es el mismo mensaje de Dios.

 • En segundo lugar, se oye también una voz que proviene de la nube que cubre a los discípulos de Jesús. La nube es la imagen de la trascendencia de Dios. Con esas palabras se evoca uno de los poemas del Siervo del Señor. Dios reconoce en Jesús a su Hijo amado y exhorta a los discípulos a escucharlo. Solo la escucha nos salvará.

• En tercer lugar, se registra la palabra de Simón Pedro que sugiere preparar un lugar de acampada para Jesús y sus acompañantes. Pero el evangelista anota que Pedro no sabía lo que decía. Al bajar del monte, los discípulos comentan que no entienden la alusión de Jesús a la resurrección. Nuestra ignorancia es la base de nuestra humildad.

Caminar hacia la resurrección Mc 9,1-9 (CUB2-21)

 1. El relato de la Transfiguración de Marcos nos asoma a una experiencia intensa de Jesús con sus discípulos, camino de Jerusalén después de haber anunciado la pasión, para que esos discípulos puedan meterse de lleno en el camino y en la verdadera misión de Jesús. Los discípulos, o bien desean los primeros puestos del reino, o bien quieren quedarse en el monte de la gloria de la transfiguración, como Pedro. Jesús va al monte para orar y entrar en el misterio de lo que Dios le pide; desde esa experiencia de oración intensa puede iluminar su vida para saber que le espera lo peor, pero que Dios estará siempre con él. Es una escena importante y compleja que viene a ser decisiva en el desarrollo del evangelio y de la vida de Jesús que ahora ya mira a Jerusalén como meta de su vida. Tenemos que pensar que más que otra cosa, (aunque haya una experiencia histórica de Jesús y sus discípulos en un monte), esta escena es una construcción teológica del evangelista, con todas sus consecuencias. En Jn 12,28-30 encontramos una experiencia de este tipo. El relato, en una teofanía que abarca casi todo, tiene tres partes: a) vv.1-4 y b) vv. 5-8 y una conclusión c) vv. 9-10 sobre el "secreto mesiánico", que es muy propio de Marcos y la pregunta de los discípulos sobre la resurrección de entre los muertos.

2. Los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, están allí para respaldar precisamente la acción de Jesús. Y la voz misteriosa, entre las nubes, reafirma que, desde ahora, a quien hay que escuchar y seguir es a Jesús. Los elementos del relato nos muestran los símbolos especiales de las teofanías propias del AT. Pedro quiere quedarse, plantarse allí, haciendo tres tiendas, para Moisés, Elías y Jesús. El relato en sí es en el evangelio de Marcos el comienzo del viaje hacia Jerusalén. Y aunque no diga, como Lucas, que un profeta no puede "morir fuera de Jerusalén" viene a ser como el asomarse a la meta de la vida de Jesús: la resurrección. Pero a la resurrección a la nueva vida no se llega sino por la muerte. Una muerte que ya está sembrada en la vida del profeta de Galilea y casi decidida (Mc 3,6). Pedro no quiere bajar del monte porque esa vida nueva supone aceptar la muerte, y no una muerte cualquiera, sino la muerte en la cruz. La "gloria" divina que se ha experimentado en el monte está llamando a otro monte, el del Calvario, para que se viva como realidad plena. Jesús es el que tiene las ideas claras de todo ello, los discípulos no.

3. La decisión de Jesús de bajar del monte de la transfiguración y seguir caminando hacia Jerusalén, lugar de la Pasión, es la decisión irrevocable de transformar el mundo, la religión y la vida. Es verdad que eso le llevará a la muerte. Esa decisión tan audaz, como decisión de una misión que ahora se confirma en su experiencia con lo divino, con la voz del Padre, no le llevará directamente al triunfo, sino a la muerte. Pero el triunfo de la resurrección lo ha podido contemplar, a su manera, en ese contacto tan intenso con el misterio de Dios. Dios le ha revelado su futuro, la meta, la victoria de la vida sobre la muerte. Y ahí está su confianza para seguir su camino y hacer que le acompañen sus discípulos. Estos seguirán sin entenderlo, sin aceptarlo, preparándose o discutiendo sobre un premio que no llegará de la forma que lo esperaban. Del cielo se ha oído un mandato: "escuchadlo", pero no lo escuchan porque su mentalidad es bien otra. Jesús los ha asomado un poco a la "gloria" de una vida nueva y distinta, pero no lo han entendido todavía. El relato, desde luego, es cristológico, (no hay duda!, pero Marcos también quiere que sea pedagógico para la comunidad: la vida verdadera no se goza "plantándose" en este mundo, en esta historia, en nuestros proyectos. Está en las manos de Dios.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/28-2-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

Subir a la montaña y comunicarse con el cielo Mc 9,2-10 (CUB2-21)



 

En el monte Tabor - La transfiguración de Jesús


 

Del desierto al evangelio Mc 1,12-15 (CUB1-21)

1. El evangelio, en todos los ciclos, el primer domingo de cuaresma, es el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Este de Marcos es el relato más sobrio de los sinópticos, sobre el que Mateo y Lucas construyeron un episodio cargado de insinuaciones teológicas. Que Jesús estuviera el desierto, como lo estuvo Juan el Bautista, no es un hecho del que debamos dudar. Pero, no obstante, el desierto está cargado de simbolismo en la teología de Israel: de la misma manera que es un tiempo de tentación, es también un tiempo de purificación. El número cuarenta, los cuarenta días, señalan, evidentemente, a los cuarenta días del diluvio (por eso se ha escogido en la liturgia de hoy el texto de Génesis sobre el diluvio), o a los cuarenta años del pueblo caminando por el desierto hacia la libertad.

2. Por lo mismo, debemos ponernos en esa clave simbólica para entender este momento previo a la vida pública de Jesús que se prepara a conciencia para abordar la gran batalla de su existencia, es decir, la proclamación de la llegada del Reino de Dios. Y es el Espíritu el que le impulsa al desierto (por consiguiente, no puede ser malo el desierto); pero allí se le presentan los animales adversos (alimañas) e incluso ese misterioso personaje, sin rostro y sin identidad, Satanás; aunque también los ángeles que son, por el contrario, la fuerza de Dios. Este es un relato tipo que quiere describir la actividad de Jesús en su pueblo, que vivía como en el desierto. Y es allí donde él debe aprender la necesidad que tienen los hombres del evangelio.

3. Señalemos también que el mismo Espíritu, después, le impulsa a Galilea para proclamar el gran mensaje liberador, como se puso de manifiesto en el tercer domingo de este ciclo B. Para vencer en el desierto, es necesaria la fidelidad a Dios por encima de todas las sugerencias de poder y de gloria. El simbolismo en el que debemos leer hoy nuestro relato nos permite ver que el desierto y los cuarenta días es el mundo de Jesús, el tiempo de Jesús con las fuerzas adversas (las de Satanás) y la de Dios (los ángeles). Eso es lo que está presente en la vida, en toda sociedad. )Qué hacer? Pues, como Jesús, proclamar que el tiempo de Dios, el de la salvación y la misericordia no puede ser vencido por el de la maldad, la injusticia o la guerra. Si Jesús estaba guiado por el Espíritu, eso quiere decir que es el Espíritu mismo la voz resonante del evangelio como buena noticia que llama a salir de lo peor que tiene el desierto: las fuerzas del mal.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/21-2-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

Liberar a los marginados, praxis del Reino Mc 1,40-45 (TOB6-21)

1. Es el último episodio de la "praxis" de la famosa jornada de Cafarnaún, antes de pasar a las disputas (Mc 2,1-3,6). Quiere ser como el "no va más" de todo aquello a lo que se atreve Jesús en su preocupación por los que sufren y están cargados de dolor, de miseria y de rechazo por una causa o por otra. En cierta manera es un milagro "exótico" por lo que implica de que, quien fuera curado de una enfermedad como la lepra, tenía que presentarse al sacerdote para ser "reintegrado" a la comunidad de la alianza. Los leprosos son "muertos vivientes", privados de toda vida de familia, de trabajo y de religión. El leproso cae de rodillas delante de Jesús (genypetéô). Es verdad que nos encontramos ante un hecho taumatúrgico sin discusión, pero es mucho más que eso. Incluso en razón de las exigencias de Lev 13-14, no basta con ser curado, sino que este hombre debe ir al sacerdote, es decir, al templo para que de nuevo recupere la identidad como miembro del pueblo elegido de Dios. Pero Jesús, con su "acción", ya está haciendo posible todo ello; ha ido más allá de lo que le permitía la ley; se ha acercado a la miseria humana, la ha curado, pero sobre todo, la ha acogido.

2. El relato evangélico está planteado, con mucho acierto, al final de la actividad de Jesús en esa jornada de Carfarnaún que nos ha venido ocupando los últimos domingos. La narración sigue un proceso liberador, en el que se ponen de manifiesto las actitudes de los hombres y los pensamientos de Dios. Un leproso, como ya hemos dicho, estaba excluido de la asamblea del pueblo de la alianza y debía presentarse al sacerdote, en el templo, en Jerusalén, el centro del judaísmo y de las clases poderosas. Aunque todo comenzara siendo una "ley de sanidad", como en Israel todo se sacralizaba, se llegó a dogmatizar de tal manera, que quien estaba afectado por ella, era un maldito, pasando a ser una "ley de santidad". Ya hemos dicho que esta es una enfermedad de pobres y marginados. Nadie, pues, se acercaba a ellos: su soledad, su angustia, sus posibilidades )quién podía compartirlas? Es el momento de romper este círculo infernal.

3. Jesús, que trae el evangelio, va a enfrentar a los hombres de su tiempo con todo lo que significa marginar al los pobres en nombre de Dios. Jesús se acerca a él, le toca (expresamente se dice que extendió la mano y le tocó, lo que implicaría que desde ese instante Jesús también quedaba bajo la ley sagrada de la contaminación); pero le cura y, con una osadía inaudita, le envía al sacerdote (a los que representan lo sagrado y el poder) para que sea un testimonio contra ellos y contra todo lo que pueda ser sacralizar las leyes sin corazón. El evangelio es un escándalo y pone de manifiesto eso de que los pobres nos evangelizan. Dios, pues, se hace vulnerable. No encontramos, pues, ante la fuerza poderosa de un "sistema" que debe ser vencido por la debilidad del evangelio. Lo lógica del sistema que está detrás de esa ley de santidad-sanidad, es la de autoconservación, hasta el punto de ser inexorable. Con esas realidades se encuentra Jesús en su vida y tiene que hacer opciones como las que aquí se muestran. La fuerza del Jesús taumaturgo, o médico, pasa a un segundo plano frente a su opción por los que viven día a día la miseria a que son reducidos todo los desgraciados.

4. En este relato de Marcos no es menos sugerente el mandato de Jesús de que no diga nada a nadie y el poco caso que hace de ello el "leproso" curado. El "secreto a voces" lleva la intencionalidad de este evangelista, porque pretende poner de manifiesto que más importante que la aceptación por parte del sacerdote de su curación, es proclamar (se usa, incluso, el verbo kêrýssein, que es propio del anuncio del evangelio en el cristianismo primitivo) que ha sido Jesús, el profeta de Galilea, quien le ha llenado el alma y el corazón de gratitud y de acción de gracias a Dios. La ley, aquí, frente al evangelio, también queda mal parada y, en cierta forma, anulada. Y si queremos, podemos ver que el "leproso" curado, ni siquiera va al templo, al sacerdote (el texto, desde luego, no lo explicita y yo opino que intencionadamente); no le hace falta, porque el evangelio que Jesús trae en su manos es más que esa religión que antes lo ha marginado hasta el extremo.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/14-2-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

Un leproso ante Jesús Mc 1,40-45 (TOB-21)

 “El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro! Vivirá solo y fuera del campamento” (Lev 13,45-46). Estas severas normas del libro del Levítico imponen a los leprosos un riguroso aislamiento, con el fin de evitar el contagio.     

Tanto la impureza como la limpieza son entendidas a la vez en sentido higiénico y en sentido ritual. La lepra no era un pecado, pero requería un rito de purificación y de limpieza (Lev 14,2). El salmo responsorial traduce a términos morales aquella situación: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado” (Sal 31,1-2).

Evidentemente, la lepra puede ser vista como un símbolo. También en las comunidades cristianas hay que evitar el contagio del mal. Así lo pide san Pablo a los corintios: “No deis motivo de escándalo ni a judíos ni a griegos, ni a la Iglesia de Dios” (1 Cor 10,32).

EL DIÁLOGO

 En el evangelio que hoy se proclama aparece un leproso (Mc 1,40-45). En contra de las normas establecidas, se acerca a Jesús, cae de rodillas ante él e inicia un diálogo que es una verdadera catequesis sobre la confianza del  enfermo y la compasión del Señor.

• “Si quieres, puedes limpiarme”. En el Antiguo Testamento, el pecador se dirigía a Dios pidiéndole la limpieza del corazón. Así lo atestigua el salmo: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 51,12). La súplica del leproso es, a la vez una confesión de fe. De él aprendemos a dirigirnos a Jesús confiadamente.

• “Quiero, queda limpio”. El texto nos revela además la voluntad de Jesús, que quiere nuestra salud y nuestra limpieza integral. Pero según él, lo importante es limpiar el corazón, del que nacen todos los males que contaminan al hombre (Mt 15,18-20). La misericordia de Dios y la fuerza que nos llega a través de Jesús pueden limpiarnos del pecado. 

Aquel hombre enfermo y marginado se ha convertido para nosotros en un modelo de oración. Tanto las personas como las instituciones haremos bien en dirigirnos a Jesús con la súplica que hemos aprendido del leproso: “Si quieres puedes limpiarme.”  

Y TRES ACTOS

Como en muchas obras de teatro, este relato evangélico nos ofrece una representación en tres actos.

 • En el primer tiempo, Jesús siente compasión por el leproso que se acerca hasta él y le suplica que lo limpie. A pesar de todas las prescripciones legales que habían sido transmitidas fielmente por su pueblo, Jesús extiende su mano y le toca. El texto subraya que la lepra desapareció inmediatamente.    

• En un segundo tiempo, Jesús pide al leproso que no divulgue su curación y que acuda al sacerdote para obtener la purificación. Al parecer, Jesús quiere pasar inadvertido por ahora. Y, por otra parte, la declaración del sacerdote es la condición necesaria para que el leproso pueda insertarse de nuevo en la sociedad.  

• En el tercer tiempo, asistimos a un resultado que anticipa la evangelización. Cuando se ve curado, el que había sido leproso, se va pregonando a gritos el hecho de su curación. Es verdad que Jesús trata de ocultarse y andar por lugares solitarios. Sin embargo, el texto afirma que “aun así, acudían a él de todas partes”.  

Todo un desafío Mc 1,29-39 (TOB5-21)

 ¿Tiene sentido la historia? ¿Y la vida humana? Contemplar el discurrir de las cosas en el escenario de la vida real produce escalofríos. Con frecuencia, nos sentimos débiles e impotentes. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? No es sencillo. Tampoco lo es para el creyente en el Dios de Jesús. Cuando se pasa mal, cuando lo pasamos mal: ¿dónde está Dios? ¿es compatible la fe en un Dios bueno y salvador con la desgracia, con el mal, con el sufrimiento de tanta gente y, sobre todo, con el de personas inocentes?

El dramatismo de estas preguntas nos ubican ante la situación que plantea la primera lectura en la persona de Job. El mal padecido injustamente le lleva a cuestionarse el sentido de las cosas. También el proceder de Dios. ¿Cómo no sentirse identificado con sus reflexiones? Sus preguntas son las de cualquier hombre angustiado y asediado por el dolor. Sus dificultades son también las nuestras. La Palabra de este domingo es valiente y nos coloca frente al misterio del mal y su difícil relación con la fe en Dios.

Lo interesante de las lecturas que se nos ofrecen en este domingo es que no intentan dar clases teóricas en torno al problema del dolor o del sufrimiento. Manifiestan con toda naturalidad la conexión de esa realidad con el Dios de la encarnación y, como consecuencia, con la misión eclesial.

La pista de esa conexión la hallamos en el evangelio. Jesús sale de la sinagoga y sana a cuantas personas encuentra en su camino. La primera la suegra de Simón, que le acoge en su casa. Después a las multitudes que acuden a la puerta (“curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”). El Nazareno no especula ante el sufrimiento, sencillamente intenta aliviarlo o hacerlo desaparecer. Expresado en otros términos: el Dios revelado por Jesucristo no quiere que la gente padezca el mal. Por eso hace todo lo posible por evitarlo. La misión del Hijo de Dios, el servicio del Reino, es la prueba palmaria de este hecho. La palabra y la actuación del Maestro de Nazaret son, por así decirlo, una especie de cruzada contra el mal, sea cual sea su causa.

Es relevante subrayar que este camino práctico contra el mal de Jesús solo se entiende desde la experiencia de Dios. Y hay aquí un dato que no se debe olvidar. Jesús, antes de curar, viene del encuentro con Dios en la sinagoga (en la Palabra) y, después, se retira a solas a orar. Lo que Jesús dice o hace para romper la experiencia del dolor de los hermanos brota de su relación con Dios (con el Padre). La auténtica experiencia de Dios no aleja, sino que acerca al mundo del dolor.

En este sentido, el Dios de Jesús es un Dios compasivo y cercano que se identifica con el doliente y hace lo posible por amainar su dolor. Esta cercanía es fruto del amor y llega, como sabemos, hasta el extremo de cargar con el sufrimiento de los demás. Hay aquí una enseñanza a retener. Dios no quiere el mal, como el ser humano no quiere el mal. La única receta frente a sus zarpazos es el amor, vía práctica que lo combate en términos de solidaridad y cercanía, de entrega generosa y ofrecimiento, de asunción en la propia carne…

Hay otro elemento a considerar: la universalidad de la cruzada contra el mal de Jesús. Los discípulos encuentran a Jesús, que está en oración, y le dicen: “todo el mundo te busca”. Él responde: “Vámonos a otra parte para predicar también allí, que para eso he venido”. La misión del Maestro de Nazaret es una misión abierta. Tan abierta como los horizontes de lo humano y del mundo. Se trata de una misión universal. Ha de llegar a todos. Y esto porque el dolor y el mal, en la forma que sea, afectan a todos los hombres y mujeres del mundo.

En clara correspondencia, la universalidad de la misión de Jesús conecta con la misión de sus discípulos enviados al mundo entero, como él, a anunciar la buena noticia y a sanar a los enfermos. En la segunda lectura, Pablo da cuenta de ese ministerio, que es el que da sentido a su vida. Ministerio sostenido por la clave del amor y del servicio que brota del camino abierto por Jesucristo: “me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todos a todos para ganar, sea como sea, a a algunos. Y lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes”. En este sentido, la Iglesia, como dice el papa Francisco es (o ha de ser) “un hospital de campaña”, “una Iglesia samaritana”. Su labor es la de luchar con las armas del evangelio contra el mal.

Última reflexión. ¿Tiene sentido la vida si hay mal? Según lo que la Palabra nos enseña en este quinto domingo del tiempo ordinario, desde la fe en el Dios encarnado, el sentido de la vida es, con y por Jesús, a través de la palabra y la acción movidas por el amor, tratar de acabar con el mal y el sufrimiento. ¡Todo un desafío!

Fr. Vicente Botella Cubells O.P.

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/7-2-2021/pautas/

Curando y orando Mc 1,29-39 (TOB5-21)

 “Al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba” (Job 7,4). Esta confesión de Job se repite todos los días en nuestro derredor. Los achaques que vienen con la edad y los trastornos causados por la epidemia hacen que muchas personas teman la llegada de la noche y que suspiren por el amanecer. 

Como es habitual, el salmo responsorial nos da una respuesta adecuada con esta exhortación: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados” (Sal 146). El destrozo de los corazones puede deberse a muchas causas. Ahora bien, el Señor nos exhorta a ejercer la cercanía y a compasión a todas las personas que sufren.

En la lectura continua que hoy se proclama, san Pablo confiesa que por predicar el Evangelio, se ha hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles” (1 Cor 9,22). Seguramente, Pablo tenía presentas muchas debilidades humanas. Pero la que se debe a la enfermedad no puede dejarnos indiferentes.

LA LEY Y LA COMPASIÓN

 El evangelio de Marcos nos presenta un día de sábado al comienzo de la vida publica de Jesús (Mc 1,29-39). En él se resumen las cuatro actividades de Jesús que habrán de constituir toda su misión. En primer lugar se dedica a curar a los enfermos. Además expulsa los demonios. Se retira en soledad para orar. Y predica la buena noticia tanto en las sinagogas como en las aldeas. 

El relato de la curación de la suegra de Pedro es tan significativo que parece una parábola en acción, en la que se nos ofrecen numerosos mensajes:

• En primer lugar, la curación tiene lugar en un día de sábado. Jesús parece ignorar las estrictas normas que imponen un descanso y las que impiden tocar a los enfermos. Para él, la vida y la salud de la mujer son más importantes que todas las prohibiciones rituales.

• Por otra parte, es interesante el cambio de escenario. La mujer no ha podido acudir a la sinagoga, pero el Maestro accede a llegar hasta su casa. Lo que no podía sanar la antigua ley con sus ritos, lo consigue el Maestro con su presencia compasiva.

• Finalmente, el contacto con Jesús libera a la mujer de su postración, la ayuda a levantarse y la dispone a servir tanto a Jesús  como a aquellos primeros discípulos que han comenzado a seguirle. De ahora en adelante, la libertad de la persona ha de orientarla a la liberación de los demás.  

LA BUENA NOTICIA

Como se sabe, al caer la tarde termina el descanso del sábado. Las gentes esperan el atardecer para traer los enfermos para que Jesús les devuelva la salud. Llegada la noche, Jesús se retira a orar. Y al amanecer, dice a sus discípulos: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido”.

• Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas”. Es comprensible que las gentes acudan a Jesús buscando la salud para sus enfermos. Sin embargo, él sabe que su misión no puede reducirse a la solución de los problemas inmediatos.       

• “Vámonos para predicar”. Jesús no es uno de los curanderos que por entonces recorrían las aldeas ofreciendo recetas de salud. Él sabe que su misión tiene por objeto predicar el anuncio del Reino de Dios y  exhortar a las gentes a convertirse y creer.    

• “Para eso he venido”. La compasión de Jesús es bien  notoria. Con razón los enfermos y atribulados buscarán su compasión y su ayuda. Pero Jesús sabe que ha venido a anunciar la buena noticia a los pobres.  Así lo anunció en la sinagoga de Nazaret.