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8 espacios para imitar a San José

Los amigos de CatolicLink nos ofrecen 8 centros de reflexión sobre la figura de San José. Si visitáis este enlace suyo encontraréis mucho más (IR A CATOLICLINK)

1. Influencia del padre en el hijo
2. La alegría de un buen esposo
3. Fortaleza física al servicio de la familia
4. El valor del silencio
5. El valor del trabajo duro
6. El valor del buen discernimiento
7. El valor de la castidad y la juventud
8.El trato familiar como ámbito de crecimiento espiritual y personal

S. Isidoro de Sevilla (por Benedicto XVI) 26 de abril

Hoy voy a hablar de san Isidoro de Sevilla. Era hermano menor de san Leandro, obispo de Sevilla, y gran amigo del Papa san Gregorio Magno. Este detalle es importante, pues permite tener presente un dato cultural y espiritual indispensable para comprender la personalidad de san Isidoro. En efecto, san Isidoro debe mucho a san Leandro, persona muy exigente, estudiosa y austera, que había creado en torno a su hermano menor un contexto familiar caracterizado por las exigencias ascéticas propias de un monje y por el ritmo de trabajo que requiere una seria entrega al estudio.


Además, san Leandro se había encargado de disponer lo necesario para afrontar la situación político-social del momento: en aquellas décadas los visigodos, bárbaros y arrianos, habían invadido la península ibérica y se habían adueñado de los territorios que pertenecían al Imperio romano. Era necesario conquistarlos para la romanidad y para el catolicismo. La casa de san Leandro y san Isidoro contaba con una biblioteca muy rica en obras clásicas, paganas y cristianas. Por eso, san Isidoro, que se sentía atraído tanto a unas como a otras, fue educado a practicar, bajo la responsabilidad de su hermano mayor, una disciplina férrea para dedicarse a su estudio, con discreción y discernimiento.

Así pues, en el obispado de Sevilla se vivía en un clima sereno y abierto. Lo podemos deducir por los intereses culturales y espirituales de san Isidoro, como se manifiestan en sus obras, que abarcan un conocimiento enciclopédico de la cultura clásica pagana y un conocimiento profundo de la cultura cristiana. De este modo se explica el eclecticismo que caracteriza la producción literaria de san Isidoro, el cual pasa con suma facilidad de Marcial a san Agustín, de Cicerón a san Gregorio Magno.

El joven Isidoro, que en el año 599 se convirtió en sucesor de su hermano Leandro en la cátedra episcopal de Sevilla, tuvo que afrontar una lucha interior muy dura. Tal vez precisamente por esa lucha constante consigo mismo da la impresión de un exceso de voluntarismo, que se percibe leyendo las obras de este gran autor, considerado el último de los Padres cristianos de la antigüedad. Pocos años después de su muerte, que tuvo lugar en el año 636, el concilio de Toledo, del año 653, lo definió: «Ilustre maestro de nuestra época y gloria de la Iglesia católica ».

San Isidoro fue, sin duda, un hombre de contraposiciones dialécticas acentuadas. En su vida personal, experimentó también un conflicto interior permanente, muy parecido al que ya habían vivido san Gregorio Magno y san Agustín, entre el deseo de soledad, para dedicarse únicamente a la meditación de la palabra de Dios, y las exigencias de la caridad hacia los hermanos de cuya salvación se sentía responsable como obispo. Por ejemplo, a propósito de los responsables de la Iglesia escribe: «El responsable de una Iglesia (vir ecclesiasticus), por una parte, debe dejarse crucificar al mundo con la mortificación de la carne; y, por otra, debe aceptar la decisión del orden eclesiástico, cuando procede de la voluntad de Dios, de dedicarse al gobierno con humildad, aunque no quisiera hacerlo» (Sententiarum liber III, 33, 1: PL 83, col. 705 B).

Un párrafo después, añade: «Los hombres de Dios (sancti viri) no desean dedicarse a las cosas seculares y gimen cuando, por un misterioso designio divino, se les encargan ciertas responsabilidades. (...) Hacen todo lo posible para evitarlas, pero aceptan lo que no quisieran y hacen lo que habrían querido evitar. Entran en lo más secreto del corazón y allí tratan de comprender lo que les pide la misteriosa voluntad de Dios. Y cuando se dan cuenta de que tienen que someterse a los designios de Dios, inclinan el cuello del corazón bajo el yugo de la decisión divina» (Sententiarum liber III, 33, 3: PL 83, col. 705-706).

Para comprender mejor a san Isidoro es necesario recordar, ante todo, la complejidad de las situaciones políticas de su tiempo, a las que me referí antes: durante los años de su niñez experimentó la amargura del destierro. A pesar de ello, estaba lleno de entusiasmo apostólico: sentía un gran deseo de contribuir a la formación de un pueblo que encontraba por fin su unidad, tanto en el ámbito político como religioso, con la conversión providencial de Hermenegildo, el heredero al trono visigodo, del arrianismo a la fe católica.

Sin embargo, no se ha de subestimar la enorme dificultad que supone afrontar de modo adecuado problemas tan graves como los de las relaciones con los herejes y con los judíos. Se trata de una serie de problemas que también hoy son muy concretos, sobre todo si se piensa en lo que sucede en algunas regiones donde parecen replantearse situaciones muy parecidas a las de la península ibérica del siglo VI. La riqueza de los conocimientos culturales de que disponía san Isidoro le permitía confrontar continuamente la novedad cristiana con la herencia clásica grecorromana. Sin embargo, más que el don precioso de la síntesis, parecía tener el de la collatio, es decir, la recopilación, que se manifestaba en una extraordinaria erudición personal, no siempre tan ordenada como se hubiera podido desear.

En todo caso, es admirable su preocupación por no descuidar nada de lo que la experiencia humana había producido en la historia de su patria y del mundo entero. San Isidoro no hubiera querido perder nada de lo que el hombre había adquirido en las épocas antiguas, ya fueran paganas, judías o cristianas. Por tanto, no debe sorprender que, al perseguir este objetivo, no lograra transmitir adecuadamente, como hubiera querido, los conocimientos que poseía, a través de las aguas purificadoras de la fe cristiana. Sin embargo, de hecho, según las intenciones de san Isidoro, las propuestas que presenta siempre están en sintonía con la fe católica, sostenida por él con firmeza. En la discusión de los diversos problemas teológicos percibe su complejidad y propone a menudo, con agudeza, soluciones que recogen y expresan la verdad cristiana completa. Esto ha permitido a los creyentes, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, servirse con gratitud de sus definiciones.

Un ejemplo significativo en este campo es la enseñanza de san Isidoro sobre las relaciones entre vida activa y vida contemplativa. Escribe: «Quienes tratan de lograr el descanso de la contemplación deben entrenarse antes en el estadio de la vida activa; así, liberados de los residuos del pecado, serán capaces de presentar el corazón puro que permite ver a Dios» (Differentiarum Lib. II, 34, 133: PL 83, col 91 A).

Su realismo de auténtico pastor lo convenció del peligro que corren los fieles de limitarse a ser hombres de una sola dimensión. Por eso, añade: "El camino intermedio, compuesto por ambas formas de vida, resulta normalmente el más útil para resolver esas tensiones, que con frecuencia se agudizan si se elige un solo tipo de vida; en cambio, se suavizan mejor alternando las dos formas" (o.c., 134: ib., col 91 B).

San Isidoro busca en el ejemplo de Cristo la confirmación definitiva de una correcta orientación de vida y dice: «El Salvador, Jesús, nos dio ejemplo de vida activa cuando, durante el día, se dedicaba a hacer signos y milagros en la ciudad, pero mostró la vida contemplativa cuando se retiraba a la montaña y pasaba la noche dedicado a la oración» (o.c. 134: ib.). A la luz de este ejemplo del divino Maestro, san Isidoro concluye con esta enseñanza moral: «Por eso, el siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación sin renunciar a la vida activa. No sería correcto obrar de otra manera, pues del mismo modo que se debe amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Por tanto, es imposible vivir sin la presencia de ambas formas de vida, y tampoco es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra» (o.c., 135: ib., col 91 C).

Creo que esta es la síntesis de una vida que busca la contemplación de Dios, el diálogo con Dios en la oración y en la lectura de la Sagrada Escritura, así como la acción al servicio de la comunidad humana y del prójimo. Esta síntesis es la lección que el gran obispo de Sevilla nos deja a los cristianos de hoy, llamados a dar testimonio de Cristo al inicio de un nuevo milenio.

(Audiencia general del 18 de junio de 2008)

La entrega del Pastor Jn 10,1-10 (PAB4-21)

 “Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular. Ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”. Lleno del Espíritu Santo, Pedro proclamaba así ante los jefes del pueblo de Israel la importancia única de Jesucristo como Salvador universal (Hch 4, 11-12).

Al acercarse al templo para la oración de la tarde, Pedro y Juan habían curado a un tullido que pedía limosna junto a la puerta del templo llamada “la Hermosa”. Fueron reprendidos por las autoridades no precisamente por la curación, sino por  haber curado al enfermo en el nombre de Jesús de Nazaret, al que presentaban abiertamente como el Mesías. 

El texto sobre la piedra angular procedía de un salmo bien conocido por sus oyentes (118, 22). Ahora Pedro lo recordaba para proclamar que Jesús, crucificado por las acusaciones de los jefes de Israel, había sido constituido por Dios en el Salvador de ese pueblo que ellos habían manipulado.  

Con el mismo salmo, nosotros proclamamos en este día que “es el Señor quien lo ha hecho: ha sido un milagro patente. Gracias a Jesucristo, hemos descubierto que Dios nos ha llamado hijos suyos y “nos ha destinado a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3, 1-2). 

 UNA NOVEDAD SORPRENDENTE

En este cuarto domingo de Pascua recordamos, como todos los años, la figura de Jesús que se presenta ante nosotros como el Pastor bueno. Un pastor que rompe los esquemas habituales e introduce en el mundo una novedad insospechada (Jn 10,11-18).

•  Jesús es el pastor responsable que da la vida por sus ovejas. Siempre ha habido asalariados que cuidan los rebaños por dinero. No son dueños de las ovejas y no están dispuestos a dar la vida por ellas, cuando llega el momento de tener que defenderlas.  Buscan su propio interés, no el de las ovejas. Por eso las abandonan, cuando el  lobo las amenaza.

• Esa imagen del pastor generoso y entregado que ama a sus ovejas puede aplicarse a Jesús. Los jefes del pueblo de Israel no eran pastores responsables. Por eso decidieron terminar con  la vida de Jesús.  Sin embargo, Jesús podía decir que entregaba voluntariamente su vida: “Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente”.

• Por otra parte, la experiencia nos dice que no es posible perder la vida y recuperarla de nuevo. Ahora bien, esa experiencia se manifiesta inadecuada cuando nos referimos a Jesús. En el texto evangélico Jesús declara que él entrega su vida por las ovejas. Y no solo eso. Por dos veces nos dice él mismo que tiene poder para recuperarla. Eso es lo que celebramos en la Pascua.

LA VOLUNTAD DEL PADRE

 Además de invitarnos a proclamar que Jesús tiene el poder de recuperar la vida que ha entregado por los suyos, el evangelio nos revela la estrecha relación que le une con su Padre.     

• “El Padre me conoce y yo conozco al Padre”.  Ya sabemos que el conocimiento entre las personas genera una relación nueva en el tiempo. Pero Jesús y el Padre se conocen desde la eternidad. Ese conocimiento mutuo es el secreto de la vida de Jesús, que nos ayuda a comprender cómo es que ha podido revelarnos a su Padre.

• “El Padre me ama porque yo entrego mi vida”. La generosidad de Jesús es fruto del amor que le une al Padre, que es rico en amor y en misericordia. Pero este Hijo ha aprendido de su Padre a amar sin medida. Por eso, la entrega generosa de Jesús a los hombres le hace merecedor del amor del Padre celestial.

• “Este mandato he recibido de mi Padre”. A lo largo de su vida, Jesús había manifestado varias veces que había venido al mundo para cumplir la voluntad del Padre. En este momento,  ya puede manifestar a sus discípulos que la voluntad del Padre es que el Hijo entregue su vida por sus ovejas.  

Yo he venido para que tengáis vida en plenitud Jn 10,1-10 (PAB4-21)

1. El evangelio de Juan (10,1-10), nos habla del «buen pastor» que es la imagen del día en la liturgia de este cuarto domingo de Pascua. Comienza el evangelio con una especie de discurso enigmático -al menos para los oyentes-, aunque es un texto bien claro: en el redil de las ovejas, el pastor entra por la puerta, los ladrones saltan por la tapia. Es una especie de introducción para las propuestas cristológicas de Juan. Esas afirmaciones, con toda su carga teológica, se expresan con el lenguaje de la revelación bíblica, con el «yo soy», que en el evangelio de Juan son de gran alcance teológico. Está construido, el conjunto, en dos momentos 1) vv. 1-5 sobre el buen pastor; 2) vv. 7-10 sobre Jesús como puerta.

2. En el AT Dios se reveló a Moisés con ese nombre enigmático de “Yhwh” (Yahvé) (el tetragrámaton divino) (algunos piensan que significa “yo soy el que soy”, aunque no está claro). Ahora, Jesús, el Señor, según lo entiende san Juan, no tiene recato en establecer la concreción de quién y de lo que siente. Y de la misma manera que se ha presentado en otros momentos como la verdad, la vida, la resurrección, la luz (cf. especialmente el discurso de revelación de Jn 14), ahora se nos presenta con la imagen del pastor, cuya tradición veterotestamentaria es proverbial, como nos muestra el hermoso Salmo 23. Si en este salmo se dice que “el Señor es mi pastor, nada me falta”, ahora el evangelista hace que Jesús lleve a cumplir ese deseo del salmista. Jesús, pues, es el que trae lo que nos hace falta para la vida. El salmo 23 es un poema de confianza; por tanto, las palabras de revelación del evangelio de hoy hablan a favor de una revelación para la confianza de los que le oyen y le siguen.

3. La imagen segunda, de la puerta, es la imagen de la libertad y de la confianza también: no se entra por las azoteas, por las ventanas, a hurtadillas, a escondidas. Sin puerta no hay entradas ni salidas, ni caminos ni proyectos. En el Antiguo Testamento se habla de las puertas del templo: “¡Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor! Esta es la puerta del Señor: ¡los vencedores entrarán por ella!” (Sal 118,19-20). Las puertas del templo o de la ciudad eran ya el mismo conjunto del templo o de la ciudad santa (es una metonimia = la parte por el todo). Por eso dice el Sal 122,2: “ya están pisando nuestros pies tus puertas Jerusalén”; cf. Sal 87,1-2; 118,21; etc.). Pasar por la puerta era el ¡no va más! para los peregrinos. Ahora Jesús es como la nueva ciudad y el nuevo templo para encontrarse con Dios. Porque a eso iban los peregrinos a la ciudad santa, a encontrarse con Dios. Pero desde Jesús podremos encontrarnos con Dios escuchando su voz y viviendo su vida allá donde estemos.

4. Jesús en este evangelio se propone, según la teología joánica, como la persona en la que podemos confiar; por Él podemos entrar y salir para encontrar a Dios y para encontrar la vida. Quien esté fuera de esa puerta, quien pretenda construir un mundo al margen de Jesús lo puede hacer, pero no hay otro camino para encontrarse con el Dios de vida y con la verdad de nuestra existencia. No es una pretensión altisonante, aunque la afirmación cristológica de Juan sea fuerte. Eso no quita que debamos mantener un respeto y una comprensión para quien no quiera o no pueda entrar por esa puerta, Jesús, para encontrar a Dios. Nosotros, no obstante, los que nos fiamos de su palabra, sabemos que él nos otorga una confianza llena de vida.

5. Se habla de un “entrar y salir” que son dos verbos significativos de la vida, como el nacer y el morir. En Jesús, puerta verdadera de la vida, ésta adquiere una dimensión inigualable. Por la fórmula de revelación, del “yo”, se quiere mostrar a Jesús que hace lo contrario de los ladrones que entran de cualquier manera en la casa, para robar, para matar, para llevarse todo lo que pueden. Jesús, puerta, “viene” para dar, para ofrecer la vida en plenitud (v. 10)

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/25-4-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

Una nueva experiencia con el Resucitado Lc 24,35-48 (PAB3-21) Comentario bíblico

1. La lectura del texto lucano quiere enlazar, a su manera, con el del domingo pasado (el evangelio de Tomás), ya que todo el capítulo lucano es una pedagogía de las experiencias decisivas de la presencia del Viviente, Jesús el crucificado, en la comunidad. El que se mencione en esta escena el reconocimiento que hicieron los discípulos de Emaús al partir el pan, viene a ser una introducción sugerente para dar a entender que el resucitado se «presenta» en momentos determinados entre los suyos con una fuerza irresistible. El relato de hoy es difícil, porque en él se trabaja con elementos dialécticos: Jesús no es un fantasma, enseña sus heridas, come con ellos... pero no se puede tocar como una imagen; pasa a través de las puertas cerradas. Hay una apologética de la resurrección de Jesús: el resucitado es la misma persona, pero no tiene la misma “corporeidad”. La resurrección no es una “idea” o un invento de los suyos.

2. Esta forma semiótica, simbólica, de presentar las cosas, pretende afirmar una realidad profunda: el Señor está vivo; las experiencias que tiene con los discípulos (aunque exageradas por la polémica apologética de que los cristianos habían inventado todo esto) les fascina, pero no para concebirlas en términos de fantasía sobre la resurrección, sino para convencerles que ahora les toca a ellos proseguir su causa, anunciar la salvación y el perdón de los pecados. Creer en la resurrección de Jesús sin estas consecuencias sería como creer en cosas de espíritus. Pero no se trata de eso, sino de creer en la realidad profunda de que el crucificado está vivo, y ahora les envía a salvar a todos los hombres.

3. No podemos olvidar que las apariciones pertenecen al mundo de lo divino, no al de las realidades terrestres. Por lo mismo, la presentación de un relato tan “empirista” como este de Lucas requiere una verdadera interpretación. Lo divino, es verdad, puede acomodarse a las exigencias de la “corporeidad” histórica, y así lo experimentan los discípulos. Pero eso no significa que, de nuevo, el resucitado da un salto a esta vida o a esta historia. Si fuera así no podíamos estar hablando de “resurrección”, porque eso sería como traspasar los límites de la “carne y de la sangre”, que no pueden heredar el reino de Dios (cf 1Cor 15,50). Los hombres podemos aplicarle a lo divino nuestras preconcepciones antropológicas. Está claro que tuvieron experiencias reales, pero el resucitado no ha vuelto a la corporeidad de esta vida para ser visto por los suyos. El texto tiene mucho cuidado de decir que Jesús es el mismo, pero su vida tiene otra corporeidad; no la de un fantasma, sino la de quien está por encima de la “carne y la sangre”.

4. Hoy está planteado en el evangelio la realidad y el sentido de las apariciones del resucitado y debemos ser valientes para “predicar y proclamar” que las apariciones de Jesús a los suyos no pueden ser entendidas como una vuelta a esta vida para que los suyos lo reconocieran. Se hizo presente de otra manera y ellos lo experimentaron tal como eran ellos y tal como sentían. Esto es lo que pasa en estas experiencias extraordinarias en las que Dios interviene. Jesús no podía comer, porque un resucitado, si pudiera comer, no habría resucitado verdaderamente. Las comidas de las que se quiere hablar en nuestro texto hacen referencia a las comidas eucarísticas en las que recordando lo que Jesús había hecho con ellos, ahora notan su presencia nueva. En definitiva: la “corporeidad” de las apariciones de Jesús a sus discípulos no es material o física, sino que reclama una realidad nueva como expresión de la persona que tiene una vida nueva y que se relaciona, también, de forma nueva con los suyos. Esta capacidad nueva de relación de Jesús con los suyos y de éstos con el resucitado es lo que merece la pena por encima de cualquier otra cosa.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/18-4-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

Mensajeros del Perdón Lc 24,35-48 (PAB3-21)

 “Arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados”. Esas son las últimas palabras que Simón Pedro dirige a las gentes de Jerusalén  (Hch 3,19). Inmediatamente antes  había reprochado a sus oyentes tres graves injusticias que habían cometido contra  Jesús de Nazaret:

• Habían despreciado a Jesús, al que Pedro proclama como el Santo y el Justo.

• Habían pedido a Pilato que lo condenara a muerte, cuando el quería liberarlo.

• Habían exigido al procurador que indultara a un asesino,  en lugar del autor de la vida.

También hoy deberíamos arrepentirnos de ignorar la bondad y glorificar la maldad, de despreciar la vida y legalizar la muerte, de aplastar al inocente y  honrar  a los asesinos.

Y deberíamos exclamar con el salmo responsorial: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor” (Sal 4).  Gracias a nuestra fe podemos saber y anunciar que Jesucristo aboga por nosotros ante el Padre (1Jn 2,1-5)   

LA  NUEVA CREACIÓN

El evangelio que se proclama en este domingo tercero de Pascua  (Lc 24,35-48) está lleno de contrastes entre  la actitud de los discípulos de Jesús y la realidad de su resurrección y de su mensaje. 

• Los discípulos de Jesús confunden a Jesús con un fantasma. Pero el miedo a los fantasmas no les permite descubrir a su Maestro y aceptar la verdad de su vida.

• Los discípulos se mueven entre dudas, pero Jesús les ofrece la paz y la seguridad, los libera del temor y de engañosas ilusiones y les muestra el camino de la esperanza. 

• Los discípulos de Jesús no comprenden ni aceptan el sentido de la muerte de Jesús, pero él los exhorta a descubrirlo a través de las Escrituras.

También hoy la celebración de la muerte y de la resurrección de Cristo nos ayuda a descubrir  la amanecida de la  nueva creación.

MENSAJEROS DEL PERDÓN

No deberíamos olvidar el mensaje que Jesús ha extraído de las Escrituras. En ellas podemos descubrir la misión y la tarea de la Iglesia y de cada uno de los creyentes:

• “Estaba escrito que el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos”.  La  pasión y muerte de Jesús fue un escándalo para los judíos y un motivo de burla para los paganos. Nosotros somos invitados a mirar confiadamente al Crucificado.

• “En nombre del Mesías se predicará la conversión y el perdón de los pecados”. Él Señor resucitado no se acerca para condenar al mundo. Él encarga a sus discípulos que prediquen la necesidad de la conversión.

• “Vosotros sois testigos de esto”.  Con esas palabras se cierra el mensaje del Maestro. Sus discípulos de siempre no son testigos de la cólera, de la venganza o del castigo de Dios. Han de ser los testigos valientes de la misericordia divina.

Resurrección que se celebra y comparte Lc 24,35-48 (PAB3-21)

 





La comunidad de la misericordia Jn 20,19-31 (PAB2-21)

 “Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42).  Este es el primer “sumario” o resumen de la vida de los discípulos del Señor que se nos ofrece en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

El autor tiene buen cuidado en anotar tres actitudes básicas de la primera comunidad cristiana: la escucha de la enseñanza apostólica, la comunión en los bienes compartidos y la participación en la eucaristía. En realidad, esas son las prioridades que deben mantener las counidades cristianas en todo tiempo y lugar. 

Con el salmo responsorial podemos reconocer y repetir que “es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente” (Sal 117). Si el salmo se refiere a la victoria sobre los enemigos, nosotros proclamamos que a nosotros la misericorida de Dios nos ha hecho renacer   para una esperanza viva, como dice la segunda lectura de la misa de hoy (1 Pe 1,3-9).

UNA POSTURA Y UN GESTO

En el texto evangélico que hoy se proclama se recuerda que, después de la muerte de Jesús, sus discípulos permanecían “confinados” por miedo a los judíos. El miedo a las acusaciones del pueblo los mantenía ocultos. Pues bien, precisamente en esa situación  Jesús resucitado se presenta ante ellos como portador de la paz y del perdón (Jn 20,19-31).

Al leer este relato evangélico solemos prestar atención a la situación y las protestas del apóstol Tomás y a la actitud con la que Jesús responde a sus dudas y pretensiones.  

• Habitualmente se califica a Tomás como el “apóstol incrédulo”. En realidad, es fácil imaginar la razón de su postura. Cuando llegó a Jesús la noticia de la enfermedad y la muerte de Lázaro, los demás apóstoles se resistían a volver con él a Judea. Solo Tomás los exhortaba a acompañar a Jesús y morir con él (Jn 11,16).  Ahora le molesta la incongruencia de los que no aceptaban el fracaso del Maestro, pero se apresuran a pregonar su victoria.

• Por otra parte, nos parece sorprendente el gesto con el que  Jesús ofrece sus llagas a la curiosidad y al tacto de Tomás. El texto evangélico nos invita a identificar al resucitado con el mismo Jesús que había sido condenado a morir en la cruz. El resucitado no ha dejado las llagas de la crucifixión. Su muerte no fue un engaño. Y su resurrección no es el fruto de la fantasía de unos discípulos paralizados por la nostalgia y el temor.

DEL MIEDO A LA VALENTÍA

Además, este texto del evangelio de Juan nos recuerda dos detalles fundamentales para la vida de los creyentes: la importancia de la comunidad y el don de la misericordia. 

• “A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos”. Con demasiada frecuencia pensamos que para encontrarse verdaderamente con Jesucristo es necesario abandonar la comunidad. Es un error. Los discípulos que estaban encerrados no eran mejores ni peores que Tomás. Si él pensaba que lo salvaría su autonomía, los otros eran víctimas fáciles del miedo. Pues bien, solo en la comunidad se muestra el Señor resucitado. 

• “Paz a vosotros… Yo os envío… No seas incrédulo”. Estas palabras que Jesús resucitado dirige a unos y a otros nos dicen que él no viene a reprenderlos. Viene a revelarles  la grandeza de su misericordia. Jesús se muestra muy cercano a sus discípulos. Y demuestra una excelente pedagogía para abrir sus corazones a la fe y para enviarlos a proclamar la buena noticia del perdón que a ellos les ha sido concedido. 

¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba Jn 20,19-31 (PAB2-21)

1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.

2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

3. La figura de Tomás es solamente una actitud de "anti-resurrección"; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer nada.

5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una *imagen+, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/11-4-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

LA PASCUA (Genially) Versión completa. Superjuego divertido

 Si el día anterior os presentaba la Versión de LA PASCUA dividida en dos Partes, aquí tenéis el superjuego en Versión completa con sus 9 etapas sucesivas. Esta presentación está más pensada para jóvenes a partir de 12-13 años, grupos y familias.

Qué lo disfrutéis a la vez que conocéis o reforzáis vuestro conocimiento de la PASCUA.

Superjuego de LA PASCUA (Genially): PARTE 1 y PARTE 2

 Aquí os presento otro divertido y entretenido juego de pistas, niveles, retos sucesivos para conocer mejor este tiempo litúrgico tan central para los cristianos como es la PASCUA. Una ayuda importante es tener a mano una Biblia o un Nuevo Testamento, bien en papel u online (la Biblia de la web del Vaticano, por ejemplo).

Esta versión dividida en dos partes resulta práctica a partir de los 10-11 años. Cada una de las partes puede requerir de una sesión de 45 minutos para jugar con tranquilidad.

Espero que os guste. Conocimiento, juego, diversión y alegría, todo en uno. ¡A disfrutar!

Aquí tienes, en primer lugar LA PARTE 1 (Etapas de la 1 a la 4) y a continuación LA PARTE 2 (Etapas de la 5 a la 9)


Y AQUÍ TIENES LA PARTE 2 (Etapas de la 5 a la 9)



Sábado Santo. Santa Espera

@reymindundi #sábadosanto 
@reymindundi

Resucitó de veras Jn 20,1-9 (PAB1-21)

 “Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo sino a los testigos que él había designado: a nosotros que hemos comido y bebido con él después de su resurrección”. Simon Pedro se presenta así como miembro del grupo de los testigos de la vida de Jesús, desde su bautismo hasta su muerte y su resurrección (Hech 10,34-43).

Para todos los seguidores de Jesús, es hora de levantar la mirada hacia nuestro Salvador. En la  carta a los Colosenses, Pablo presenta la resurrección de Cristo como una exhortación a todos los creyentes: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, doncde está Cristo sentado a la derecha de Dios” (Col 3,1).

La resurrección de Jesús no es solo un acontecimiento del pasado. Con él resucita hoy nuestra vida soñolienta y mortecina. Todos los bautizados podemos hacer nuestras las palabras  que la secuencia de esta solemnidad pone en boca de María Magdalena: “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza”.

EL SEPULCRO VACÍO

No es un pregón vacío de sentido. También en el evangelio de este día de Pascua (Jn 20,1-9) aparece  la figura de María Magdalena. Probablemente ella había sido curada por él allá en Galilea. Y, al igual que otras mujeres que habían sido curadas por él, lo había seguido por los caminos y servido con sus bienes.

Había presenciado su muerte y había observado el lugar donde lo habían sepultado. Ahora María descubre que el sepulcro del Señor está vacío. Y se apresura a anunciar esa noticia a los apóstoles.

Sorprendidos por el anuncio de María, acuden también al sepulcro Pedro y aquel “al que tanto quería Jesús”. El sepulcro vacío es motivo de fe para ambos: para quien ha traicionado a su Maestro en la hora de la turbación y para quien lo ha acompañado fielmente hasta la cruz.

Tambien hoy la figura de Magdalena nos interpela profundamente. Quien cree en Jesús está dispuesto a acompañarlo hasta su cruz. Quien cree en Jesús jamás podrá olvidarlo. Quien cree en Jesús lo encontrará aunque tema haberlo perdido. Quien cree en Jesús anunciará con valentía que está vivo y nos precede por el camino

UN MENSAJE PARA HOY

María Magdalena ha sido calificada como “apóstol de los apóstoles”. De hecho les dirigió un mensaje que revela su nerviosismo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. En este momento de incertidumbre nos debe hacer pensar. 

• “Se han llevado del sepulcro al Señor”. María se inquieta porque el cadáver de Jesús ya no está en el sepulcro. Hoy muchos cristianos vivíamos confiados en tener aseguradas todas las creencias. Algunos se han encontrado de pronto sumidos en la orfandad y en el silencio. Pero a otros no les preocupa que Jesús y su mensaje hayan sido depositados en un sepulcro. A unos los paraliza el dolor. Pero otros parecen haberlo olvidado.

• “No sabemos dónde lo han puesto”. Es interesante esa referencia personal. María Magdalena parece quejarse de que alguien haya cambiado de lugar el cadáver de Jesús, sin contar con ella. Pues bien, nosotos creemos que Jesucristo está vivo y camina entre nosotros. La fe nos dice dónde está. El Señor resucitado solo espera el testimonio de los que decimos creer en él. No podemos callarnos esa noticia.

El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero Jn 20,1-9 (PAB1-21)

1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

2. La figura simbólica y fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.

4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/4-4-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/