Enlaces a recursos sobre el AÑO LITÚRGICO en educarconjesus

El Hijo amado Mc 9,2-10 (CUB2-15)

“No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo” (Gén 22,12). El ángel del Señor detiene así la mano de Abrahán, dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac. A cambio Dios le promete  la bendición de una descendencia innumerable, como las estrellas del cielo y las arenas de las playas.  
Este relato bíblico ha escandalizado a muchos creyentes, que se preguntan cómo Dios puede pedir a un padre que le sacrifique su único hijo. El contexto histórico cultural puede ayudar a entenderlo. Los pueblos cananeos, como tantos otros, reconocían a sus dioses como origen y dueños de la vida. Por eso les ofrecían la vida de los primogénitos.
Pero el pueblo de Israel ha comprendido que su Dios no quiere la vida humana. Y que ésta puede ser representada por el sacrificio de un animal. Andando el tiempo habrá de descubrir que no basta ofrecer la sangre de un animal. Dios prefiere el sacrificio de un corazón contrito y humillado. Ese es el verdadero sacrificio. Abrahán ha dado prueba de su obediencia a Dios. Y eso basta para demostrar su fidelidad y alcanzar las bendiciones del Señor.

ENTREGA Y PROMESA

En este segundo domingo de cuaresma el evangelio de Marcos (Mc 9, 1-9) propone a nuestra meditación el relato de la transfiguración de Jesús en el monte. Cabe preguntarse qué relación guarda este texto con el del libro del Génesis que se lee en la santa misa.  
• Si Abrahán había decidido no reservarse a su único hijo, Isaac, tampoco el Padre celestial se reserva a Jesús, su Hijo amado.  Jesús es el nuevo Isaac que carga con el instrumento de su sacrificio para subir hasta el monte, en el que se ha de consumar su sacrificio.
• Si la mano de Abrahán es detenida por el ángel del Señor, que le revela la voluntad de Dios, también Jesús habrá de recibir la visita del ángel, que le revelará el sentido de su entrega y de su sacrifico.
• Si la voluntad de sacrificar a Isaac se convierte para Abrahán en anticipo y profecía de la vida de todo un pueblo, también el sacrificio de Jesús será signo y promesa de una amplia y gozosa fecundidad.  

LOS SIGNOS Y LA VOZ

El relato evangélico de la transfiguración de Jesús  nos revela la identidad y la misión de Jesús, alimenta nuestra contemplación y orienta nuestra vida de creyentes:
• Jesús aparece acompañado por Moisés y Elías. Es decir, los discípulos hemos de entender que en él se cumplen las esperanzas que previeron y anunciaron tanto la Ley como los profetas.
• Jesús se transfigura en lo alto de un monte, mientras una nube cubre a sus discípulos. Es decir, hemos aprendido que Jesús está en contacto con Dios y que la majestad de Dios envuelve a sus seguidores.   
 • Jesús es presentado a los discípulos por una voz celestial: “Este es mi Hijo amado; escuchadle”. Es decir, Jesús es el Hijo amado de Dios, que se entrega por nosotros y nosotros estamos llamados a escuchar su palabra y vivir su mensaje .

Pensamientos de Sta. Teresa de Jesús

Recopilación que nace de la relectura de las obras de santa Teresa de Jesús. He seleccionado los pensamientos que a mi juicio pudieran ser más útiles para nuestro tiempo. Santa Teresa de Jesús, la gran mística abulense y la maestra de la lengua castellana, como le llamaba Azorín, es, sobre todo, doctora de la Iglesia y guía espiritual. Bebió en las fuentes del Evangelio y se dejó conducir por el Espíritu a las cimas de la mística. Sus escritos son clásicos, es decir, apuntan a lo esencial y no pasan de moda. En este V Centenario de su nacimiento acudimos a ella, hoy más que nunca, para encontrar una luz que nos guíe en la búsqueda de la Verdad y del Amor que procede de Dios.

Autor: Longinos Solana
Editorial: Central Catequística Salesiana
96 páginas
ISBN  9788490231852
Precio 7,30 Euros

Cuaresma en tiempo de prueba (Card. Sebastián Aguilar)

Recuperamos una interesante carta pastoral del Cardenal Fernando Sebastián Aguilar en su etapa como arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela (año 2007). Con seguridad, será una buena ayuda para iniciar el camino cuaresmal con una sencillas pautas de reflexión:



"Vivimos en una sociedad de muchos contrastes, y hay una cierta predisposición en favor del rechazo, de la transgresión, como si necesitáramos disfrutar del gusto de lo prohibido, de lo nuevo, de lo diferente. En nuestra sociedad se ha instalado la creencia de que para ser progresista hay que criticar a los Obispos y fastidiar a los católicos. Esta situación, poco a poco, debilita las convicciones religiosas de muchas personas, y dificulta la adhesión de los jóvenes a la fe y a las tradiciones cristianas.
En este contexto puede resultar muy provechoso para los cristianos el esfuerzo de vivir con especial seriedad las semanas de la próxima Cuaresma. El mensaje de la Cuaresma está en el centro de la fe cristiana. Se trata de prepararnos para celebrar adecuadamente las fiestas de la Pascua, para vivir la Resurrección de Cristo como centro de nuestra fe en Dios, apoyo de nuestra esperanza y justificación de nuestra vida.

La primera invitación de la Cuaresma es dedicar algo más de atención y de tiempo al cuidado de nuestra fe y nuestra vida cristiana. Con un poco de interés todos podemos hacerlo. Podemos, por ejemplo, dedicar unos minutos a leer un pasaje del evangelio, unas páginas de un libro espiritual, como el Kempis, o de los escritos de los santos. Podemos también dedicar unos minutos a rezar, en casa, por la mañana o por la noche. Podemos, incluso pasar unos minutos en el silencio de una Iglesia, ante el Sagrario. Por cierto, los responsables tendrían que estudiar el modo de tener las iglesias abiertas durante más tiempo.

Una segunda dimensión de la Cuaresma es la invitación al arrepentimiento y la penitencia de nuestros pecados. Cuando nos acercamos a Dios, cuando dejamos que la mirada de Jesús ilumine nuestra vida, nos damos de nuestros pecados, nuestras faltas de piedad, de diligencia, de amor y misericordia. Sólo reconociendo nuestras deficiencias podremos librarnos de ellas y mejorar espiritualmente. La oración nos ayuda a sentir con fuerza la presencia de Jesús en nuestro corazón y ver en su presencia la verdad de nuestra vida personal y espiritual. Somos pecadores, y sólo podemos alcanzar la verdad y la paz interior reconociendo nuestras faltas y pidiendo perdón a Dios por ellas.
Los cristianos contamos con la seguridad del perdón de Dios anunciado por Jesús, ofrecido por la Iglesia, en virtud de su pasión y muerte, mediante el sacramento de la penitencia y del perdón de los pecados. La Iglesia ha recibido del Señor el encargo de anunciar y conceder el perdón de los pecados en nombre de Dios y de Jesucristo nuestro salvador. En virtud de la misión y de la autoridad recibida, ha ordenado el modo de celebrar y alcanzar este perdón de Dios mediante la celebración del sacramento. Nadie, ningún sacerdote, ningún grupo, tiene capacidad para modificar las normas de la Iglesia acerca de cómo celebrar este sacramento. El desconcierto y los abusos existentes en torno a este sacramento están haciendo mucho daño en la vida de las parroquias y de los cristianos.
Los cristianos tienen que saber que el ordenamiento eclesial para recibir el perdón de los pecados en el nombre de Dios requiere la confesión personal de los pecados a un confesor autorizado por la Iglesia y la manifestación de un verdadero arrepentimiento con sincero deseo de la enmienda que nos prepara para recibir personalmente del confesor la absolución de los pecados por el ministerio de la Iglesia y en nombre del mismo Dios. Esta manera de celebrar el sacramento no se puede modificar ni sustituir por otras formas llamadas comunitarias en las que se suprimen la confesión de los pecados y la recepción directa y personal de la absolución en nombre de Dios con la fórmula prevista por la Iglesia.
Cuando celebramos este sacramento, los sacerdotes somos meros ministros de la Iglesia, humildes instrumentos y servidores del Señor. Los sacramentos son verdaderas acciones de Cristo Salvador por medio de su Cuerpo que es la Iglesia. No tenemos ningún dominio sobre ellos. Nadie puede modificar a su gusto la manera de celebrarlos sin riesgo de profanarlos y perder su fuerza santificadora. Quien actúa de esta manera comete una grave desobediencia, engaña a los fieles y hiere la comunión eclesial.
Con toda mi autoridad y el mayor empeño de que soy capaz pido a los sacerdotes que siguen impartiendo estas falsas absoluciones generales que desistan definitivamente de esta práctica abusiva, gravemente ilícita y perjudicial. Los fieles no deben dar crédito a quienes les inviten a celebrar el sacramento de la penitencia en contra de las prescripciones de la Iglesia. Hagamos todos un esfuerzo en esta Cuaresma por reconocer al sacramento de la penitencia la dignidad que le corresponde en la vida de la comunidad cristiana y en nuestra propia vida personal. Busquemos en él el perdón de nuestras culpas, facilitemos a los fieles la celebración del sacramento de penitencia de manera personal, con una buena preparación, según el rito previsto por la Iglesia, anunciemos y celebremos el gozo del perdón y de la paz. Sin esta práctica no puede haber crecimiento espiritual en los cristianos ni conseguiremos nunca promover comunidades parroquiales espiritualmente vigorosas.

El tercer ejercicio de la Cuaresma es la caridad, el amor. La caridad fraterna tiene un reverso que es la sobriedad, la austeridad. Para ser efectivos en la ayuda a los hermanos necesitados, antes tendremos que ser más austeros y practicar la sobriedad, resistiendo las llamadas constantes que recibimos a favor del consumismo sin límites, del fatigoso tener de todo sin contentarnos nunca con nada. Hagamos un ejercicio consciente de sobriedad para poder ayudar a nuestros hermanos, para dar limosnas importantes en favor de las misiones, de las actividades de Caritas o de Manos Unidas, de las inacabables necesidades de la Iglesia diocesana.

Recorramos con fervor este camino de la nueva Cuaresma. Vivamos estos ejercicios cuaresmales con intensidad en nuestras parroquias y comunidades. Es un tiempo de progreso y de crecimiento, un itinerario de liberación y de fraternidad. Por delante de nosotros se ven ya las luces de la Resurrección, el resplandor del rostro de Jesús que nos espera con los brazos abiertos en la Casa eterna del Padre común. Esta es la peregrinación de la Iglesia, el itinerario de nuestro crecimiento espiritual, el camino indispensable de la verdadera humanidad.

Tentaciones y comienzo de la predicación Mc 1,12-15 (CUB1-15)

Fuente: elrincondelasmelli.blogspot.com

Alianza y señorío Mc 1,12-15 (CUA1-15)

“Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra!” (Gén 9,9-10). Con esas palabras, Dios promete a Noé una alianza cósmica que tendrá como signo el arco iris.
El texto termina anunciando que “el diluvio no volverá a destruir a los vivientes”. Pero esa negación comporta la oferta preciosa de un don divino. Dios establece una armonía entre el ser humano y su mundo. Esa armonía es el reflejo de la alianza del Creador con toda su creación.
Ahora bien, como en tantas otras ocasiones en la vida del hombre y en sus relaciones con Dios, el don lleva consigo una tarea. Si Dios es fiel a su alianza, también el ser humano ha de procurar aprender la fidelidad. Recibir el regalo de la tierra, cuidarla y aprender a ver en ella el rastro de Dios. Sólo entonces su vida podrá transcurrir en la armonía del paraíso.

EN EL DESIERTO

En el primer domingo del tiempo cuaresmal recordamos todos los años que al principio de su vida pública,  Jesús fue tentado por Satanás. Los evangelios de Mateo y de Lucas se detienen a narrar las tres tentaciones. El texto del evangelio de Marcos (Mc 1,12-15) se refiere a ellas de una forma general. Pero en su brevedad, incluye algunas notas muy importantes:
• “El Espíritu empujó a Jesús al desierto”. En su bautismo, Jesús había sido presentado por el Espíritu como el Hijo amado de Dios. Pero vivir como Hijo no iba a ser fácil. El mismo Espíritu lo expulsa de su tranquilidad para llevarlo al escenario de la prueba. Como a nosotros.
• “Jesús se quedó en el desierto durante cuarenta días”. El desierto y los cuarenta días nos recuerdan la experiencia religiosa de Moisés y de todo el pueblo de Israel. Es ahí donde Jesús ha de comenzar a vivir su verdad y a revelarnos la honda verdad del ser humano.
• “Jesús se dejó tentar por Satanás”. Marcos no habla del ayuno de Jesús. Su prueba consiste en encontrarse frente a frente con Satán. El Príncipe de la verdad y de la vida se enfrenta al príncipe de la mentira y de la muerte. Esa es también nuestra prueba. 

EN EL UNIVERSO

Hay una cuarta nota, que sólo se encuentra en el evangelio de Marcos: en el desierto, Jesús vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Es decir, en el desierto se nos revela el señorío de Jesús sobre el universo y sobre la historia. El nuevo Adán retorna al paraíso.
• “Vivía entre alimañas”. Jesús ha sabido someter a los poderes del mal, de la injusticia y de la opresión que tratan de establecer su dominio sobre el mundo. Jesús es sometido a prueba, pero logra mantener su libertad ante el mal. Una fidelidad que se espera también de nosotros. 
• “Los ángeles le servían”. Los ángeles son los servidores de Dios. Y son enviados para colaborar con Jesús en la obra que le ha sido encomendada. Combatido por las fieras que sirven a Satán es ayudado por los ángeles que sirven a Dios. Y esa es también nuestra suerte.  

Sintió compasión de él Mc 1,40-45 (TOB6-15)



La Limpieza Mc 1,40-45 (TOB6-15)

“El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro!” (Lev 13,45). Las severas normas del libro del Levítico tratan de evitar el contagio con los leprosos. Estos han de vivir aislados y vestir de forma que puedan ser distinguidos desde lejos. Su eventual acogida en la comunidad es lenta y cautelosa.
Mientras dure la lepra han de ser considerados como impuros. No están limpios. La soledad que se les impone no es un castigo sino una forma de prevención, muy dramática por cierto. La limpieza es entendida  a la vez en sentido higiénico y en sentido ritual,  De hecho, la lepra requiere un rito de purificación y de limpieza (Lev 14,2).
Estas observaciones nos llevan a pensar en otras formas de impureza. En el mundo actual, la limpieza de las personas y de los lugares ha llegado a identificar el grado de cultura y de desarrollo de las personas y de los pueblos. Pero se echa de menos una limpieza integral, de las personas y de las estructuras sociales.

TRES MOMENTOS

También en el evangelio  que hoy se proclama aparece un leproso (Mc 1,40-45). Se acerca a Jesús y postrándose de rodillas, le suplica diciendo: “Si quieres, puedes limpiarme”.
• El evangelio anota cuidadosamente los pasos que se siguen en la escena. En un primer momento, Jesús siente compasión por el enfermo que le suplica, extiende su mano y toca al leproso, como contraviniendo todas las normas vigentes en su ambiente. Para asombro de todos, el enfermo queda limpio al instante.
• En un segundo momento, Jesús impone al leproso un silencio y una declaración. El silencio responde a la decisión de Jesús de pasar inadvertido por el momento. Y es también una justificación del rechazo que encuentra a su paso. Y la declaración a los sacerdotes no es sólo una obediencia a la Ley sino la única posibilidad de circular con libertad.
• En un tercer  momento, el leproso, ya curado de su enfermedad, no cumple el mandato de guardar silencio, sino que se convierte en pregonero de su propia curación. Esta publicidad hace que Jesús ya no pueda entrar abiertamente en los poblados. El Maestro trata de ser discreto, pero su fama se difunde por toda la región.

DOS FRASES

De todas formas, el evangelio nos invita a reflexionar sobre las dos frases que resumen el diálogo entre el enfermo y Jesús.
• “Si quieres, puedes limpiarme”. En el Antiguo Testamento, el pecador pedía a Dios la limpieza del corazón: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 51,12). Nosotros, como el leproso hemos de dirigir esa súplica confiada a Jesús.
• “Quiero, queda limpio”. Jesús sabe que no basta limpiar los vasos por fuera (Mt 23,25). Hay que limpiar el corazón, del que nacen los males que  contaminan al hombre (Mt 15, 18-20). Pero la gracia y la fuerza que vienen de Jesús pueden limpiarnos del pecado. 

Mensaje papa Francisco Cuaresma 2015 (St 5,8)

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.
Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.
La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.
Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.
El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.
1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia
La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.
La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).
La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.
2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades
Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).
Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).
 También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.
Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.
Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.
3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente
También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.
Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

Jesús y los enfermos Mc 1,29-39 (TOB5-15)

“Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerdo que mi vida es un soplo y que mis ojos no verán más la dicha” (Job, 1, 6-7). Con estas lamentaciones de Job se cierra la primera lectura de este domingo. Seguramente muchos enfermos y ancianos se identificarán con ellas.
Lo más sorprendente es que, inmediatamente antes, Job había dicho que la noche se le hacía larga y que se hartaba de dar vueltas hasta el alba. Dicen que una ancianita solía repetir: “Qué corta es la vida y qué largas se hacen algunas tardes”. Aunque el tiempo total de nuestra existencia se nos haga corto, hay situaciones que parecen frenar el reloj. 
Y una de esas situaciones es precisamente la enfermedad. Los días que se transcurren en un hospital parecen ser mucho más largos que los días de nuestras vacaciones. Quien se cree dueño de su propia vida se dará muchas veces por vencido ante la experiencia de la enfermedad. El misterio del dolor pone en entredicho todas nuestras seguridades. 

LIBERTAD Y SERVICIO

 El evangelio de Marcos comienza evocando las actividades que han de llenar el tiempo de Jesús durante su vida pública (Mc 1, 29-39). Hay tres actividades que anuncian toda su misión profética: la predicación por las aldeas de Galilea, la oración silenciosa antes del amanecer y la curación de los enfermos. 
La predicación en la sinagoga lo revela como un maestro que habla con autoridad. La oracion lo lleva también a la sinagoga en el día del sábado, y lo encamina después a lugares descampados y desiertos. Su compasión con los enfermos se manifiesta de nuevo en la sinagoga, pero también en las casas y en los caminos
El relato de la curación de la suegra de Pedro nos sitúa en un día de sábado. La mujer no ha podido acudir a la sinagoga, pero el Maestro viene a su casa. Este es uno de esos momentos que marcan el paso de la Antigua a la Nueva Alianza. Jesús no teme ignorar algunas normas que repiten los maestros de la Ley. Se acerca, toma de la mano a la enferma y la levanta.
Ese gesto es determinante. A la mujer se le pasa la fiebre y se levanta para servir a Jesús y a los discípulos que han comenzado a seguirle. La que era esclava del mal ha sido liberada por Jesús. Pero su libertad se convierte en decisión y en acto de servicio. La suegra de Pedro y su curación se presentan, pues, como una especie de parábola en acción.

LA EVANGELIZACIÓN

Al anochecer termina el descanso del sábado. Las gentes traen los enfermos hasta Jesús precisamente al anochcer, cuando se pone el sol. Y Jesús los cura ante la admiración general. Pero después de orar durante la última parte de la noche, Jesús invita a sus discípulos diciendo: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido”.
• Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas”. Jesús no se deja atrapar por las exigencias inmediatas de las gentes, que buscan en él una solución a sus problemas. La Iglesia no es una organización asistencial, como dice el Papa Francisco.    
• “Vámonos para predicar”. Jesús será recodado como un Maestro y un predicador itinerante. El evangelio dice que anuncia el Reino de Dios y exhorta a la fe y a la conversión. Por eso Pablo puede exclamar: “Ay de mí si no anuncio el Evangelio”.
• “Para eso he venido”. Jesús reconoce que su misión  es anunciar la buena noticia de Dios. La Iglesia ha ejercicio siempre en el mundo una impagable labor de asistencia a los pobres y a los enfermos. Pero es bien consciente de que ha de ser fiel, sobre todo, a su misión de evangelizar.  

Lucha contra la pobreza (Manos Unidas 2015)

Aquí tenéis el enlace para consultar y UTILIZAR los materiales que pone a nuestra disposición Manos Unidas en la campaña de este año. En dicha página podréis encontrar el spot publicitario, noticias, materiales y más información. (Leer más)

Orar con Santa Teresa de Jesús

¡Señor, enséñanos a orar!

Con estas palabras se dirigen los discípulos a Jesús, reconociendo su incapacidad para llevar a cabo una auténtica oración, y confesando la necesidad de aprender a comunicarse con el Dios Padre.

Esa necesidad ha sido una constante en la historia del cristianismo, y parece adquirir un peso particular en el momento actual, donde la urgencia por vivir con auten­ticidad la experiencia de la fe, nos lleva a plantearnos seriamente el deseo de vivir un auténtico encuentro con Dios.

Teresa de Jesús se nos ofrece, en este contexto, como una testigo y maestra de gran actualidad para todos aquellos que quieren vivir de manera experiencial su vida de fe. Y el camino no puede ser otro que el de la amistad con Dios.

Teresa de Jesús nos habla de la esencia de la oración evangélica, del modo como Dios quiso y quiere relacionarse con sus creaturas, creadas a su imagen y semejanza. Para Teresa de Jesús no hay verdadero seguidor de Cristo que no sea, al mismo tiempo, un auténtico orante, es decir, alguien que cultiva la amistad con Él. Orar, para Teresa, es el estilo de vida propio del amigo de Dios, del seguidor de Cristo. Y Dios lo que quiere, lo que espera y lo que necesita de nosotros es que seamos sus amigos, y amigos verdaderos.

Autor: Fco. Javier Sancho Fermín
Editorial: Desclée De Brouwer
176 páginas
ISBN  9788433027047
Precio: 9 euros

El dios de los ateos (Carlos A. Marmelada)

Las sorprendentes claves del mayor debate de todos los tiempos.
Los ateos no creen en Dios. ¿Pero a qué "dios" se refieren? Esta original pregunta nos lleva al núcleo de uno de los debates más apasionantes y duraderos del pensamiento contemporáneo. ¿Es la religión hoy la reliquida de un pasado infantil? ¿Han demostrado la razón y la ciencia las tesis del ateismo? ¿O es ésta una simple "creencia, consistente en no creer"?
En este libro se expone una tesis audaz: el "dios" de los ateos no es el mismo Dios del que hablan los cristianos. Es un "dios" imaginado por la idea de filósofos concretos, pero que han hecho fortuna en nuestra cultura. Un debate así resulta engañoso y estéril. Esta confusión ha suscitado una nueva generación de pensadores ateos de la que forman parte autores como Richard Dawkins, Sam Harris o Daniel C. Dennet.
La secularización rampante pone de manifiesto la imprtancia de resituar el debate en unos términos que sean ponderados y justos. Para entrar en un diálogo crítico hemos de comprender cómo es el ateismo y cúales son sus argumentos. Y tener claro su origen, los motivos que lo impulsan, su evolución histórica y las causas de esta gran confusión.

Autor: Carlos A. Marmelada
Editorial: "Stela Maris"
316 páginas
ISBN (papel) 978-84-16128-20-4
Precio: 16,50 euros

En el siguiente enlace puedes leer la entrevista que le hizo Érika Montañés publicada en el periódico ABC el pasado domingo día 25 de enero (Leer la entrevista)