“No
alargues la mano contra tu hijo ni le hagas daño. Ahora sé que temes a Dios,
porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo” (Gén 22,12). El ángel del
Señor detiene así la mano de Abrahán, dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac. A
cambio Dios le promete la bendición de
una descendencia innumerable, como las estrellas del cielo y las arenas de las
playas.
Este
relato bíblico ha escandalizado a muchos creyentes, que se preguntan cómo Dios
puede pedir a un padre que le sacrifique su único hijo. El contexto histórico
cultural puede ayudar a entenderlo. Los pueblos cananeos, como tantos otros,
reconocían a sus dioses como origen y dueños de la vida. Por eso les ofrecían
la vida de los primogénitos.
Pero el
pueblo de Israel ha comprendido que su Dios no quiere la vida humana. Y que
ésta puede ser representada por el sacrificio de un animal. Andando el tiempo
habrá de descubrir que no basta ofrecer la sangre de un animal. Dios prefiere
el sacrificio de un corazón contrito y humillado. Ese es el verdadero
sacrificio. Abrahán ha dado prueba de su obediencia a Dios. Y eso basta para
demostrar su fidelidad y alcanzar las bendiciones del Señor.
ENTREGA Y
PROMESA
En este segundo domingo de cuaresma el
evangelio de Marcos (Mc 9, 1-9) propone a nuestra meditación el relato de la
transfiguración de Jesús en el monte. Cabe preguntarse qué relación guarda este
texto con el del libro del Génesis que se lee en la santa misa.
• Si
Abrahán había decidido no reservarse a su único hijo, Isaac, tampoco el Padre
celestial se reserva a Jesús, su Hijo amado.
Jesús es el nuevo Isaac que carga con el instrumento de su sacrificio
para subir hasta el monte, en el que se ha de consumar su sacrificio.
• Si la
mano de Abrahán es detenida por el ángel del Señor, que le revela la voluntad
de Dios, también Jesús habrá de recibir la visita del ángel, que le revelará el
sentido de su entrega y de su sacrifico.
• Si la
voluntad de sacrificar a Isaac se convierte para Abrahán en anticipo y profecía
de la vida de todo un pueblo, también el sacrificio de Jesús será signo y
promesa de una amplia y gozosa fecundidad.
LOS
SIGNOS Y LA VOZ
El relato
evangélico de la transfiguración de Jesús
nos revela la identidad y la misión de Jesús, alimenta nuestra
contemplación y orienta nuestra vida de creyentes:
• Jesús aparece acompañado por Moisés y
Elías. Es decir, los discípulos hemos de entender que en él se cumplen las
esperanzas que previeron y anunciaron tanto la Ley como los profetas.
• Jesús se transfigura en lo alto de un
monte, mientras una nube cubre a sus discípulos. Es decir, hemos aprendido que
Jesús está en contacto con Dios y que la majestad de Dios envuelve a sus
seguidores.
• Jesús es
presentado a los discípulos por una voz celestial: “Este es mi Hijo amado;
escuchadle”. Es decir, Jesús es el Hijo amado de Dios, que se entrega por
nosotros y nosotros estamos llamados a escuchar su palabra y vivir su mensaje .
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