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Adviento. Tiempo de caminar bien

Un recorrido reflexivo ante el inicio del Adviento para situarnos en el camino verdadero que nos conduzca a la celebración festiva del nacimiento del Hijo de Dios.
De ahí la insistencia en esas cuatro actitudes: la escucha, la contemplación, la navegación, y la movilización.

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Velar y caminar Mt 24,37-44 (ADA1-16)


“Caminemos a la luz del Señor”. Así concluye la primera lectura de este primer domingo de Adviento (Is 2,5). El profeta Isaías anuncia que, al final de los tiempos, el monte sobre el que se levanta el Templo de Jerusalén se convertirá en la meta de una peregrinación universal, Todos los pueblos acudirán a escuchar la palabra del Señor.
Una palabra de justicia y de paz para todos los pueblos. “De las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas”. ¡Con qué fuerza recordó Pablo VI aquella profecía en su visita a la sede de las Naciones Unidas en la ciudad de Nueva York! Es un sueño, pero es también una tarea para toda la humanidad.
El salmo responsorial nos invita a iniciar esa peregrinación de paz: “¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!” (Sal 121,1). Es la hora de despertar para caminar por las sendas de la luz. Que el cuidado de nuestro cuerpo no fomente los malos deseos. Así lo escribía san Pablo a los cristianos de Roma (Rom 13,14).

EL DILUVIO
Nos cuesta reconocer que nuestra vida está marcada por el signo de la espera y la esperanza. Durante el tiempo del Adviento nos preparamos para la celebración de la fiesta del Nacimiento de Jesús. Es un tiempo que nos invita a recobrar y afianzar la esperanza. Y, además, nos educa para vivir el tiempo de la espera.
La fe nos lleva a caminar con generosidad mientras nos mantenemos a la espera de la venida del Señor. Por cinco veces se repite en el evangelio de este domingo el verbo “venir”. Y otras dos veces se insiste en afirmar que “no sabemos” el momento de su venida. 
• En primer lugar, el texto evoca el pasado y nos recuerda la imagen bíblica del diluvio. Las gentes vivían dedicadas a sus tareas habituales, pero también a sus placeres. El diluvio los sorprendió a todos.
• En segundo lugar, el texto mira también al futuro y nos anuncia que la venida del Hijo del hombre revelará las actitudes más secretas. Con su venida llega el discernimiento definitivo. A unos los llevará y a otros los dejará.

LOS ADIVINOS
Hay otra imagen que ilustra la exhortación. La del hombre que no sabe a qué hora puede un ladrón a asaltar su casa. El tema de la venida imprevisible del Señor suscita la invitación a mentenerse vigilantes. “Estad en vela, porque no sabéis que día vendrá vuestro Señor”.
• Para mantenerse en vela es preciso practicar la sobriedad. No podemos caer en la tentación de confundir la satisfacción con la felicidad. No es de sabios dejarse embotar por los deseos que nos adormecen.
• Además, se nos dice que no sabemos el día ni la hora. Son muchos los que tratan de adivinarla. Demasiados adivinos siembran ese temor del futuro que nos distrae de las tareas del presente. Hay que superar la tentación de tratar de adivinar el tiempo futuro.
• Y, finalmente, el evangelio nos advierte que no esperamos algo, por importante o fantástico que parezca. Nosotros vivimos esperando a Alguien. Nos mantenemos en vela, aguardando la manifestación del único Salvador, que es nuestro Señor.

Misericordia et misera (papa Francisco)

Con la publicación de esta carta apostólica del papa Francisco se clausura un año cargado de hondo significado y revitalización de la acción de la Iglesia alentada por la misericordia.
A lo largo de sus 22 números rezuman varias ideas fundamentales:

- El importante acercamiento del cristiano a amor reconciliador de Dios, especialmente, por el sacramento del perdón.

- La propuesta de dedicar un domingo al año para que la Iglesia y los cristianos renovemos el compromiso en favor de la difusión conocimiento y profundización de la Biblia.

- La institución del domingo previo a Cristo rey, el 33º del tiempo ordinario, a la Jornada Mundial de los Pobres.

- La familia como eje de la vida comunitaria básica cristiana mimada por la Iglesia en toda su complejidad humana (en línea con el contenido en la exhortación apostólica "Amoris Laetitia"

- La necesidad de no mostrarse indiferentes ante el sufrimiento humano y la lucha por la restitución de la dignidad a todas las personas.

Si deseas profundizar haz clic en el siguiente enlace: leer "Misericordia et misera"

Árbol del Adviento 2016

Colorea la bola correspondiente cada día y cuando completes una semana hazlo con el fondo de cada sección del árbol. ¡Feliz Adviento!

Elabora tu Cómic del Adviento

Prepara el cómic individual y personalizado para los más jóvenes. Imprime en una hoja por las dos caras. El "peque" personaliza con su nombre ("Cómic de .....!). Después imaginación para hacer un repaso muy personal de este tiempo.


El rey y su reino Lc 23,35-43 (TOC34-16) Cristo Rey

“Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tú serás el jefe de Israel”. Con estas palabras, los ancianos que representaban a todas las tribus de Israel, reconocían a David como rey. El que había gobernado desde Hebrón a las gentes de Judá hacía ahora un pacto con sus “electores” y se convertía en rey de todo el pueblo (2 Sam 5, 1-3).  
El salmo 121 nos invita a hacer nuestra la alegría de las tribus de Israel que subían a Jerusalén  “a celebrar el nombre del Señor”. Al evocar esa subida jubilosa, seguramente pensamos que hoy se ha hecho difícil esa unidad para proclamar la grandeza de Dios. ¿Alguna peregrinación del año jubilar de la misericordia ha contagiado tanta alegría?
  En el hermoso himno que se incluye en la carta a los Colosenses, san Pablo proclama la majestad que Dios ha concedido a su Hijo, por quien todo fue creado y que es anterior a todo. “Por él quiso Dios reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,20). Él es el Señor del universo.

LA CRUZ COMO TRONO

 No es ocioso mencionar la cruz de Cristo. De hecho, el evangelio que hoy se proclama nos recuerda que sobre ella se podía ver un letrero escrito en griego, en latín y en hebreo en el que se presentaba al condenado: “Este es el rey de los judíos”.
Claro que no todos reconocían su majestad. El texto evangélico evoca tres tipos de burlas que se oyeron en torno a la cruz de Jesús:
• Las autoridades y el pueblo le echaban en cara que, habiendo salvado a otros, no pudiera salvarse a sí mismo. Según ellos, no era el Elegido por Dios.
• Los soldados, ciertamente extranjeros y mercenarios, miraban con desprecio a aquel que no demostraba ser el rey de los judíos. 
• Finalmente, uno de los dos malhechores condenados junto a él pretendía que aquel que era considerado como el Mesías se salvara a sí mismo, y también a él le llegara la salvación.
Allí se daban cita tres presupuestos y tres intereses diferentes. Una razón religiosa, una visión política y un interés personal. Todos coincidían en esperar que Jesús bajara de la cruz. 
       
EL HOY DE DIOS

Con todo, el texto evangélico pone en boca de otro de los malhechores una súplica que se eleva por encima de aquel griterío de desprecio y de blasfemia.
• “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Es la última súplica que viene desde el Antiguo Testamento. El condenado ha comprendido que Jesús tiene un poder que no reconocen los que se burlan de él. No es el poder mágico de desclavarse de la cruz. Es la autoridad del rey que puede recordar a los que han compartido su suerte y su muerte.

• “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús responde con una promesa que caracteriza la llegada del Nuevo Testamento. Ese es el “hoy” de Dios. El hombre caído y su Dios se encuentran de nuevo en el paraíso. Un paraíso que no ha de ser imaginado como un lugar, sino como una relación de acogida y de misericordia.    

Pon tus Palabras en mi boca Lc 21,5-19 (TOC33-16)



Esperanza sin evasión Lc 21,5-19 (TO33-16)

“A los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas”. Hermosa promesa con la que se cierra el texto del profeta Malaquías que se lee en la celebración  de este domingo  (Mal 3,19).
Claro que inmediatamente antes, el profeta había anunciado el destino que aguarda a los malvados y perversos. En el juicio de Dios serán tratados como la paja que arde en el horno. No es una amenaza. Una vez más se exhorta a la persona a hacer buen uso de su libertad. Que el horizonte del futuro nos ayude a elegir el camino verdadero. A vivir en la verdad.
El salmo 97 nos invita a repetir que “El Señor llega para regir la tierra”. Y san Pablo advierte a los cristianos de Tesalónica que la espera del día del Señor ha de traducirse en una vida tranquila y laboriosa: “El que no trabaja, que no coma”  (2Tes 3,10).

SIN MIEDO

En el evangelio que hoy se proclama escuchamos los elogios que las gentes de Jerusalén hacían del Templo, que estaba siendo restaurado y embellecido por entonces. Jesús anuncia que un día no quedará piedra sobre piedra de aquel monumento (Lc 21,5-19). La pregunta siguiente era de esperar: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?”
Sin embargo, para Jesús no es importante saber el tiempo. Por eso lleva la atención a dos cuestiones fundamentales, como ha subrayado el papa Francisco: “Primero: no dejarse engañar por los falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia”. 
Esas lecciones valen también para los creyentes de hoy. De vez en cuando alguien nos anuncia la proximidad del fin del mundo. Pero lo que importa no es conocer una fecha futura, sino vivir sin miedo el presente. Hemos sido llamados a construir la “civilización del amor”, como decía Pablo VI. Nuestra esperanza no debe llevarnos a la evasión.      

CON FIDELIDAD

El texto evangélico pone en boca de Jesús el anuncio de las guerras y las tribulaciones que nos esperan. Y, sobre todo, la certeza de que seremos perseguidos y juzgados por causa de su nombre. La experiencia nos asegura que ese vaticinio se ha cumplido y nos hace pensar que se cumplirá siglo tras siglo. Pero Jesús concluye con dos frases de aliento:
• “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”. La primera frase se refiere a Dios. Su providencia nos acompañará a lo largo del camino. No seremos librados de la tribulación pero se nos promete la cercanía de Dios.

• “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. La segunda frase se refiere a nosotros. Las persecuciones pueden hacernos temblar. Pero no podemos renegar del Evangelio. Sólo nos salvará la fidelidad al Dios fiel y providente.  

Juego del camino de Santiago


El juego del Camino de Santiago que te ofrece, además de pasar un rato divertido, redescubrir el valor original de la peregrinación y preparar el camino a Santiago. Un juego con el valor de la fe ideal para peregrinos, familias, educadores y catequistas. ¡Buen Camino, peregrino!


CONTENIDO DEL JUEGO
Tablero plastificado, 2 dados, 93 cartas, 180 fichas, 6 peones y librito de instrucciones con la explicación del sentido original del Camino de Santiago.

Editorial CREO
ISBN 978-84-365-5763-3
Precio: 39,90 euros. (Edición Peregrino -formato reducido- 12,90 euros)

La vida plena Lc 20,27-38 (TOC32-16)

“Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú en cambio no resucitarás para la vida”. Un sincero acto de fe y una valiente profecía. Así se expresa el cuarto de los hermanos macabeos, torturados y martirizados por orden del rey Antíoco IV Epífanes (2Mac 7,14).
Con razón se ha dicho que precisamente en aquel tiempo de persecución contra los creyentes se afianza la creencia en la resurrección de los muertos. La gracia del martirio se apoya en la gracia de la resurrección. Ante aquellos que dan la vida por él, Dios no puede mostrarse menos generoso.
También puede referirse a la resurrección el último verso del salmo responsorial: “Con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante” (Sal 16,15). Esperamos que el Padre celestial nos conceda amarle con fidelidad y tener la constancia en Cristo, como desea san Pablo a los fieles de Tesalónica (2Tes 3,5).

LA PEREGRINACIÓN

Sin embargo, sabemos que en tiempos de Jesús no todos creían en la resurrección de los muertos. Entre ellos se encontraban los saduceos y los sacerdotes. Según el evangelio algunos se acercaron a él y le contaron una leyenda que se apoyaba en la ley del levirato (Dt 25,5) y en el recuerdo de Sara, la que sería esposa de Tobías (Tob 3,8).
Si una mujer se había casado con siete hombres, ¿de cuál sería esposa a la hora de la resurrección? Esa era la pregunta. Jesús respondió recordando que los llamados por Dios a la vida eterna y a la resurrección ya no se casan. Tras recordar este pasaje, el Papa Francisco añade su propio comentario:
“Si miramos solo con ojo humano, estamos predispuestos a decir que el camino del hombre va de la vida hacia la muerte. Jesús le da un giro a esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte a la vida: la vida plena. Nosotros estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena, y esa vida plena es la que ilumina nuestro camino”.

DIOS DE VIVOS

Los saduceos habían citado un texto de la Escritura. Y Jesús recurre a otro: el de la zarza que ardía sin consumirse. En ella Moisés descubrió al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (Ex 3,6). Los patriarcas continuaban vivos en la presencia del Dios que prometía la liberación de su pueblo. Por eso, Jesús podía extraer una conclusión esperanzada:
• “No es Dios de muertos, sino de vivos”. Dios no ha renunciado a su poder creador ni a la misericordia que derrama sobre sus hijos. Para él, todos son hijos de la resurrección. “El Dios de los vivos no se rodea de muertos” (A. Stöger).
• “Para él todos están vivos”. Esa es la revelación de Dios. Pero es también la interpelación para los hombres. Hay vivientes a los que ignoramos. Los consideramos muertos. La fidelidad de Dios a la vida es un ejemplo para nuestra sociedad.

Reflexión sobre la muerte (2 de noviembre)

Podemos ignorarla. No hablar de ella. Vivir intensamente cada día y olvidarnos de todo lo demás. Pero no lo podemos evitar. Tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrebatándonos a nuestros seres más queridos.
¿Cómo reaccionar ante ese accidente que se nos lleva para siempre a nuestro hijo? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía del esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?
La muerte es como una puerta que traspasa cada persona a solas. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio. ¿Cómo vivir esa experiencia de impotencia, desconcierto y pena inmensa?
No es fácil. Durante estos años hemos ido cambiando mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más vulnerables. Más escépticos, pero también más necesitados. Sabemos mejor que nunca que no podemos darnos a nosotros mismos todo lo que en el fondo anhela el ser humano.
Por eso quiero recordar, precisamente en esta sociedad, unas palabras de Jesús que sólo pueden resonar en nosotros, si somos capaces de abrirnos con humildad al misterio último que nos envuelve a todos: «No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios. Creed también en mí».
Creo que casi todos, creyentes, poco creyentes, menos creyentes o malos creyentes, podemos hacer dos cosas ante la muerte: llorar y rezar. Cada uno y cada una, desde su pequeña fe. Una fe convencida o una fe vacilante y casi apagada. Nosotros tenemos muchos problemas con nuestra fe, pero Dios no tiene problema alguno para entender nuestra impotencia y conocer lo que hay en el fondo de nuestro corazón.
Cuando tomo parte en un funeral, suelo pensar que, seguramente, los que nos reunimos allí, convocados por la muerte de un ser querido, podemos decirle así:

«Estamos aquí porque te seguimos queriendo, pero ahora no sabemos qué hacer por ti. Nuestra fe es pequeña y débil. Te confiamos al misterio de la Bondad de Dios. Él es para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Sé feliz. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. Te dejamos  en sus manos».
(José Antonio Pagola)

La felicidad no se compra (Pagola - Todos los Santos) Mt 5,1-12a

Nadie sabemos dar una respuesta demasiado clara cuando se nos pregunta por la felicidad. ¿Qué es de verdad la felicidad? ¿En qué consiste realmente? ¿Cómo alcanzarla? ¿Por qué caminos?
Ciertamente no es fácil acertar a ser feliz. No se logra la felicidad de cualquier manera. No basta conseguir lo que uno andaba buscando. No es suficiente satisfacer los deseos. Cuando uno ha conseguido lo que quería, descubre que está de nuevo buscando ser feliz.
También es claro que la felicidad no se puede comprar. No se la puede adquirir en ninguna planta de ningún gran almacén, como tampoco la alegría, la amistad o la ternura. Con dinero sólo podemos comprar apariencia de felicidad.
Por eso, hay tantas personas tristes en nuestras calles. La felicidad ha sido sustituida por el placer, la comodidad y el bienestar. Pero nadie sabe cómo devolverle al hombre de hoy el gozo, la libertad, la experiencia de plenitud.
Nosotros tenemos nuestras «bienaventuranzas». Suenan así: Dichosos los que tienen una buena cuenta corriente, los que se pueden comprar el último modelo, los que siempre triunfan, a costa de lo que sea, los que son aplaudidos, los que disfrutan de la vida sin escrúpulos, los que se desentienden de los problemas...
Jesús ha puesto nuestra «felicidad» cabeza abajo. Ha dado un vuelco total a nuestra manera de entender la vida y nos ha descubierto que estamos corriendo «en dirección contraria».
Hay otro camino verdadero para ser feliz, que a nosotros nos parece falso e increíble. La verdadera felicidad es algo que uno se la encuentra de paso, como fruto de un seguimiento sencillo y fiel a Jesús.
¿En qué creer? ¿En las bienaventuranzas de Jesús o en los reclamos de felicidad de nuestra sociedad?
Tenemos que elegir entre estos dos caminos. O bien, tratar de asegurar nuestra pequeña felicidad y sufrir lo menos posible, sin amar, sin tener piedad de nadie, sin compartir... O bien, amar... buscar la justicia, estar cerca del que sufre y aceptar el sufrimiento que sea necesario, creyendo en una felicidad más profunda.
Uno se va haciendo creyente cuando va descubriendo prácticamente que el hombre es más feliz cuando ama, incluso sufriendo, que cuando no ama y por lo tanto no sufre por ello.

Es una equivocación pensar que el cristiano está llamado a vivir fastidiándose más que los demás, de manera más infeliz que los otros. Ser cristiano, por el contrario, es buscar la verdadera felicidad por el camino señalado por Jesús. Una felicidad que comienza aquí, aunque alcanza su plenitud en el encuentro final con Dios.