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Una llamada al perdón y a la conversión Jn 8,1-11 (CUC5-25)


 

El recuerdo y la promesa Jn 8,1-11 (CUC5-25)

 “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, corrientes en el yermo… para dar de beber a mi pueblo” (Is 43,16-21).  Al recuerdo de la liberación que Dios había ofrecido a su pueblo en el pasado, se contrapone ahora la promesa de una nueva intervención.

El pueblo de Israel sabía que recordar lo que Dios había hecho por él era un gesto de gratitud y de fidelidad a la alianza con el Señor que lo había librado de la servidumbre.  

En el pasado, después que salieron de Egipto, Dios hizo brotar agua de una roca. Cuando regresen del exilio sufrido en Babilonia, Dios repetirá los gestos de su bondad. Preparará para ellos corrientes de agua en el desierto.  

A esa certeza responde el salmista al cantar: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125). San Pablo, por su parte, trata de olvidar lo que ha dejado atrás para valorar el conocimiento de Cristo y correr hacia la meta prometida (Flp 3,8-14).   

 LA ESCRITURA EN LA ARENA

También el evangelio que hoy se proclama contrapone de algún modo el pasado y el futuro. Los escribas y fariseos traen ante Jesús a una mujer a la que dicen haber sorprendido en adulterio (Jn 8,1-11). 

Recuerdan que los adúlteros eran condenados a la lapidación. Pero ellos solo quieren poner a prueba a Jesús. Si el Maestro no aprueba el mandato de apedrear a la adúltera, se sitúa contra la Ley de Moisés. Si la condena, no posee la compasión que se espera de un profeta.

• Se acusa a la mujer y no se menciona a su cómplice. Si no hay tal cómplice, la acusación es tan solo una provocación. Si lo hay, pero ellos no quieren detenerlo, no son imparciales. Solo les interesa poner en dificultades al Maestro para poder acusarlo.

•  Pero Jesús se inclina por dos veces para escribir algo en el suelo. Según Giovanni Papini, “escribió precisamente sobre la arena para que el viento se llevase las palabras que los hombres tal vez no hubieran podido leer sin miedo”.

 MISERICORDIA Y PERDÓN

 San Agustín escribió que en este escenario quedaron frente a frente la “misericordia” y la “mísera”, es decir, la necesitada de compasión. Será oportuno prestar atención a lo que Jesús dice tanto a los fariseos como a la mujer.

• “El que esté sin pecado que le tire la primera piedra”.  Es una incoherencia presumir de cumplir la letra de la Ley cuando no se quiere asumir su espíritu. Estas palabras nos revelan la grandeza y la comprensión del Maestro. Jesús es el único que está sin pecado. Por tanto, es el único que podría juzgar, pero  no juzga. 

• “Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más”. La sociedad niega la seriedad del pecado, pero condena al pecador. Por el contrario, Jesús no niega la gravedad del pecado ni la seriedad de la culpa. Pero se muestra siempre dispuesto a ofrecer el perdón. El Maestro no mira tanto al pasado como al futuro.  

El Dios de la dignidad de los pequeños Jn 8,1-11 (CUC5-25)

1. El pasaje de la mujer adúltera (muy probablemente un texto de Lucas que en el trasiego de la transmisión de los textos pasó al de Juan), es una pieza maestra de la vida; es una lección que nos revela de nuevo  por qué Pablo hablaba así al haber conocido al Señor. Porque, aunque el Apóstol se refería al Señor resucitado, en ese Señor estaba bien presente este Jesús de Nazaret del pasaje evangélico. El libro del Levítico dice: si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte (Lv 20,10); y el Deuteronomio, por su parte, exige: los llevaréis a los dos a las puertas de la ciudad y los lapidaréis hasta matarlos (Dt 22,24). Estas eran las penas establecidas por la Ley. No tendríamos que dudar de que Dios esto no lo ha exigido nunca, sino que la cultura de la época impuso estos castigos como exigencias morales. Jesús no puede estar de acuerdo con ello: ni con las leyes de lapidación y muerte, ni con la ignominia de que solamente el ser más débil tenga que pagar públicamente. La lectura “profética” que Jesús hace de la ley pone en evidencia una religión y una moral sin corazón y sin entrañas. No mandó Jesús buscar al “compañero” para que juntos pagaran. Lo que indigna a Jesús es la “dureza” de corazón de los fuertes oculta en el puritanismo de aplicar una ley tan injusta como inhumana.

2. Vemos a una mujer indefensa enfrentada sola a la ignominia de la mentira y de la falsedad. ¿Dónde estaba su compañero de pecado? ¿Solamente los débiles -en este caso la mujer- son los culpables? Para los que hacen las leyes y las manipulan sí, pero para Dios, y así lo entiende Jesús, no es cuestión de buscar culpables, sino de rehacer la vida, de encontrar salida hacia la liberación y la gracia. Los poderosos de este mundo, en vez de curar y salvar, se ocupan de condenar y castigar. Pero el Dios de Jesús siente un verdadero gozo cuando puede ejercer su misericordia. Porque la justicia de Dios, muy distinta de la ley, se realiza en la misericordia y en el amor consumado. Es ahí donde Dios se siente justo con sus hijos. Presentimos que en la conciencia más personal de Jesús se siente en ese momento, sin decirlo, como el que tiene que aplicar la voluntad divina. Lo han obligado a ello los poderosos, como en Lc 15,1 le obligaron a justificar por qué comía con publicanos y pecadores. Jesús perdona su pecado (¡que nadie se escandalice de su permisividad!), pero de qué distinta forma afronta la situación y el pecado mismo.

3. Jesús escucha atento las acusaciones de aquellos que habían encontrado a la mujer perdiendo su dignidad con un cualquiera (probablemente estaba entre los acusadores, pero él era hombre y parece que tenía derecho a acusar), y lo que se le ocurre es precisamente devolvérsela para siempre. Eso es lo que hace Dios constantemente con sus hijos. Así se explica, pues, aquello que decía el libro Isaías de que todo quedará pequeño con lo que Dios ofrecerá a los hombres. Son estas pequeñas cosas las que dejan en mantillas las actuaciones del pasado, aunque sea la liberación de Egipto. Porque el Dios de la liberación de Egipto tiene que ser eternamente liberador para cada uno desde su situación personal. Eso es lo que sucede en el caso concreto con la mujer del pasaje evangélico de hoy. De nada le valía a ella que se hablara del Dios liberador de Egipto, si los escribas, los responsables, la dejaban sola para siempre. Jesús, pues, es el mejor intérprete del Dios de la liberación que se apiada y escucha los clamores y penas de los que sufren todo el peso de una sociedad y una religión sin misericordia.

4. ¿Qué significa “el que esté libre de pecado tire la primera piedra”? ¿Por qué reacciona Jesús así? No podemos imaginar que los que llevan a la mujer son todos malos o incluso adúlteros. ¡No es eso! Pero sí pecadores de una u otra forma. Entonces, si todos somos pecadores, ¿por qué no somos más humanos al juzgar a los demás? No es una cuestión de que hay pecados y pecados. Esto es verdad. Pero por muy simple que sea nuestro pecado todos queremos perdón y misericordia. Los grandes pecados también piden misericordia, y desde luego, ningún pecado ante Dios exige la muerte. Por tanto deberíamos hacer una lectura humana y teológica. Toda religión que exige la pena de muerte ante los pecados… deja de ser verdadera religión  porque Dios no quiere la muerte del pecador. Esto debería ya ser una conquista absoluta de la humanidad.

Pérdidas y hallazgos Lc 15,1-3. 11-32 (CUC4-25)

 “Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto”. Con ese oráculo, Dios recuerda a Josué que él ha liberado a su pueblo y lo ha ido guiando hacia la libertad (Jos 5,9).  

Tras la fatigosa peregrinación por el desierto, Dios promete a su pueblo que podrá disfrutar de los frutos esperados y podrá ofrecer al Señor las primicias de sus cosechas.

El salmo responsorial convierte aquellas promesas del pasado en una certeza para el presente. A nosotros la fe y la esperanza nos aseguran esa  generosidad de nuestro Padre. Por eso nos alentamos unos a otros cantando: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33).

El primer don de ese Padre generoso es el de la reconciliación. San Pablo nos anuncia que Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo. Nos ha invitado a aceptar su perdón y a reconciliarnos con nuestros hermanos (2 Cor 5,17-21).

NUESTRA DIGNIDAD

La parábola que hoy se proclama pertenece al capítulo evangélico de las pérdidas y los hallazgos. Un pastor perdió una oveja y no descansó hasta que la encontró. Lo mismo hizo una mujer que había perdido una moneda. Más elocuente aún es el relato sobre un hijo que se había perdido y ha sido reencontrado por su padre y por su hermano   (Lc 15,32). 

 El hijo que se fue de casa busca la libertad. Lejos de su casa, se convierte en un esclavo de sus gustos, en un servidor de un amo que lo trata como a un esclavo y en un solitario despreciado por todos. 

 En realidad, la parábola que llamamos del hijo pródigo es la parábola de la generosidad liberadora del padre. En la experiencia de la soledad, el hijo menor redescubre el valor del hogar familiar.

 Por su parte, el hijo mayor permanece en la casa, pero nunca ha llegado a descubrir la libertad que le proporciona el amor de su padre. Solo el amor nos hace libres. Solo el amor nos hace reconocer nuestra dignidad. 

LIBERTAD Y ALEGRÍA  

Al retornar a casa, el hijo menor pide a su padre que lo  reciba como un jornalero más. Seguramente esa es la última tentación. Los verdaderos creyentes no pueden presentarse ante Dios reclamando un salario por su trabajo. 

• Al que regresa triste y pobre el padre lo recibe con los brazos abiertos. Lo viste de fiesta para subrayar su dignidad. Y le entrega el anillo con el que él ratifica los contratos. La alegría por el hijo reencontrado revela la confianza del padre y demanda la responsabilidad del hijo. 

• Y al hijo mayor, que ha permanecido en la casa, el padre le recuerda una doble relación. Es un hijo, con el que el padre comparte todos sus bienes. Y tiene un hermano, al que debe aceptar y recibir como tal. 

A las palabras del hijo menor, el padre no responde con palabras, sino  con los gestos de la fiesta y la alegría. Pero al hijo mayor sí que le dirige una invitación que marca el tono de todo el relato: “Deberías alegrarte porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. 

El Dios, Padre, pródigo de sus hijos Lc 15,1-3. 11-32 (CUC4-25)

En este domingo nos encontramos en el corazón de la Cuaresma, y de alguna manera, en el corazón del evangelio de Lucas, que es la lectura determinante del Ciclo C del año litúrgico. En el corazón, porque Lc 15, siempre se ha considerado el centro de esta obra, más por lo que dice y enseña en su catequesis, que porque corresponda exactamente a ese momento de la narración sobre Jesús. La otras lecturas de hoy simplemente acompañan a la grandeza y radicalidad de lo que hoy se nos comunica en el evangelio. Por eso, el misterio de la reconciliación, diríamos que se expresa maravillosamente en el evangelio de este día: Lc 15,11-32. Esta es una de las piezas maestra de la literatura narrativa del Nuevo Testamento, y una maravillosa historia de amor de padre frente a egoísmos y rencores de hijos. Jesús, ante las acusaciones de los que le reprochan que le da oportunidades a los publicanos y pecadores, cosa que no entra en los cálculos de las tradiciones más exigentes del judaísmo, contesta con esta parábola para dejar bien claro que eso es lo que quiere Dios y eso es lo que hace Dios por medio de él.

2. Se podrían escribir páginas enteras de la narración, de su intriga asombrosa, de los “tempi” narrativos, de su desenlace. Se podría recurrir a hermenéuticas sofisticadas de las formas en las que esto se ha logrado. Del lenguaje y el arte de la misma intriga divina. De hecho hay libros maravillosos que pueden servir no solamente para preparar el texto a nivel literario, exegético, teológico y espiritual (cf v.g. F. CONTRERAS MOLINA, Un padre tenía dos hijos, Estella, Verbo Divino, 1999). Hay textos clásicos de escritores y predicadores que dan en la tecla verdadera de la armonía y la polifonía del texto bíblico. La hermenéutica podría decirnos que no es un texto sagrado, sino de simple humanidad. Pero no es verdad que en boca de Jesús no sea precisamente sagrado: es describir lo divino por lo humano.

3. Es toda una justificación y una defensa incuestionable de Dios, de Dios como Padre. Por eso no es, propiamente hablando, la parábola del hijo pródigo, del hijo que vuelve, del hijo que se arrepiente, aunque esto es muy importante en la narración y en su profundidad simbólica. Es la parábola del Padre, de Dios, que nunca abandona a sus hijos, que nunca los olvida. De ahí que algunos autores, con razón, han señalado que deberíamos comenzar a entender la parábola fijándonos en el hijo mayor; el que no quiere entrar a la fiesta que da el padre por haber encontrado a su hijo. Él, que siempre se ha quedado con el padre en la casa, tiene unos derechos legales que nadie le niega, pero le falta la capacidad del padre para tener la alegría de ver que su hermano ha vuelto. No tiene mentalidad de hijo, de hermano; es alguien que está centrado en sí mismo, sólo en él, en su mundo, en su salvación.

4. El hijo mayor, en el fondo, no quiere que su padre sea padre, sino juez inmisericorde. Porque esto es lo importante de la parábola, por encima de cualquier otra cosa: que se ha organizado una fiesta por un hermano perdido, y no está dispuesto a participar en ella. Jesús está hablando de Dios y es la forma de contestarle a los escribas y fariseos que se escandalizan de dar oportunidades a los perdidos: el Dios que él trae es el de la parábola; el que viendo de lejos que su hijo vuelve, sale a su encuentro para hacerle menos penosa y más humana su conversión, su vuelta, su cambio de mentalidad y de rumbo. Esta es su significación última y definitiva. ¿Estaríamos nosotros dispuestos a entrar a esa fiesta de la alegría? ¿Queremos para los otros el mismo Dios que queremos para nosotros?

Puertas Santas - Puertas Jubilares

Una puerta santa es la puerta de una iglesia que se abre solamente con motivo del Año Santo" (Jubilar). Una puerta es el elemento de la construcción que nos permite acceder a un lugar. En el cristianismo, como se recoge en el capítulo 10 del evangelio de Juan, Jesús se define a sí mismo, simbólicamente, como la puerta que nos da acceso a la vida eterna.


La primera y más antigua de las puertas santas es la de la Basílica de San Juan de Letrán, que fue abierta por el papa Martin V en 1423. en 1499, el rito de la puerta santa se consolidó dentro de las costumbres de los jubileos con la instalación de una de estas entradas especiales en San Pedro por órdenes de Alejandro VI.
El segundo de los papas Borgia también mandó que se abrieran otras dos en las también romanas basílicas de Santa María la Mayor y de San Pablo Extramuros, las cuales estuvieron listas para el año jubilar que se celebró en 1500.

Cuando la Iglesia católica no está en un año jubilar, la puerta santa en Basílica de San Pedro está sellado por un Pared de piedra colocado detrás de la puerta. Entre 1500 y 1974, por cada año de jubileo, el Papa sentado simbólicamente comenzaría a romper la piedra, y los albañiles terminarían el trabajo de quitar el resto. Pero este ritual fue cambiado en 1974 durante el cierre de la Puerta Santa. Esto fue cuando Papa Pablo VI fue golpeado accidentalmente por algunos escombros, y después de eso se simplificaron las ceremonias de apertura y cierre de la Puerta Santa.


La actual Puerta Santa de Basílica de San Pedro fue hecha de bronce y tallada en 1948 por Vico Consorcios. Fue elegido después de que la Iglesia Católica iniciara un concurso para diseñar y reparar las puertas de madera más antiguas para el Jubileo de 1949 a 1950. La puerta se abrió en Nochebuena en 1949, mostrando su 16 escenas bíblicas centrándose en historias de misericordia y perdón. Estas escenas fueron talladas en madera eventualmente reemplazadas por bronce, creando un diseño más duradero.

En el mundo hay muy pocas iglesias con Puertas Santas:

Basílica de San Pedro en el Vaticano, Roma.

Basílica de San Juan de Letrán, la catedral del Papa en Roma.

Basílica de Santa María la Mayor en Roma.

Basílica de San Pablo Extramuros en Roma.

Catedral de Santiago de Compostela en España, cuya Puerta Santa se abre en los años en que el 25 de julio, festividad de Santiago, cae en domingo.

Basílica de Santa María de Collemaggio en L'Aquila, Italia, donde la Puerta Santa se abre anualmente durante la "Perdonanza Celestiniana".

Catedral de Atri en Italia, que también cuenta con una Puerta Santa asociada a tradiciones locales.

Basílica-Catedral de Notre Dame de Québec en Canadá, la única fuera de Europa, cuya Puerta Santa fue inaugurada en 2014.

No obstante, durante los años jubilares se unen miles de iglesias que ya tienen una puerta del perdón o donde se habilita una segunda entrada como puerta para tal efecto. En el pasado año jubilar de 2016 hubo un total de 5523 templos en 885 diócesis donde se pudo ganar el jubileo.

¿Dónde se encuentran los templos jubilares de España? Haz CLIC AQUÍ y te llevaremos a un enlace donde podrás comprobar las iglesias por diócesis en un mapa interactivo.








Un tiempo para la esperanza Lc 13,1-9 (CUC3-25)

 “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos” (Éx 3,7-8). Así suena la voz que oye Moisés  en el desierto.  

Moisés había sido educado en un ambiente politeísta. Al oír una voz que sale de una zarza que arde sin consumirse, pregunta el nombre del dios que decide liberar a los hebreos. Y Dios responde que solo él puede ser reconocido como el dios que se compadece de su pueblo.  

La cuaresma nos invita a recordar nuestros pecados. Pero con el salmo responsorial también nosotros confesamos y proclamamos los atributos que distinguen a Dios: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 102). 

Sin embargo, los hebreos no siempre se mostraron agradecidos a la compasión de Dios.  Según san Pablo, “la mayoría de ellos no agradaron a Dios y sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto” (1 Cor 10,5). Por eso, el Apóstol ruega a los corintios que “el que se crea seguro, se cuide de no caer”. 

LA HORA DE LA CONVERSIÓN

Según el evangelio de Lucas, Jesús se enteró de un hecho que había horrorizado a las gentes.  Unos peregrinos galileos habían sido masacrados en Jerusalén por orden de Pilato. Además, unos obreros habían muerto aplastados por el derrumbe de una torre junto al estanque de Siloé (Lc 13,1-9).

En su tiempo se pensaba que los males físicos respondían al mal comportamiento de quien los padecía. Así que las gentes consideraban como pecadores tanto a los asesinados por la crueldad romana como a las víctimas de una desgracia en el trabajo.  

En realidad, tambien hoy, cuando sucede una catástrofe, muchos se preguntan escandalizados: “¿Qué mal han hecho estas personas para ser castigadas de esta forma?”

Pero Jesús advirtió que las desgracias no siempre atrapan a los más culpables. Si fuera así, muchos de sus oyentes habrían sido asesinados o atrapados por los cascotes de la torre. Jesús sabe que todos somos pecadores y a todos se nos concede todavía la hora de la conversión.

EL FRUTO ESPERADO

En el evangelio de este tercer domingo de cuaresma, se incluye la parábola de la higuera estéril. Hace tiempo que no da fruto, así que el dueño decide arrancarla, pero el viñador intercede por ella. Si las noticias de hoy dan cuenta de la extensión del pecado, todavía se nos ofrece a todos la esperanza del perdón. 

• “Señor déjala todavía este año”. La parábola sugiere que el pecado comporta siempre la esterilidad de la existencia. Sin embargo, se nos concede la oportunidad de reconocer con humildad nuestros pecados. Este es el tiempo para la conversión.

• “Yo cavaré alrededor… a ver si da fruto”. Todavía hay un espacio y un tiempo para la esperanza. No se puede justificar nuestra pereza. La  esperanza exige de nosotros un esfuerzo. La conversión requiere el trabajo del cultivo. 

• “Si no, el año que viene la cortarás”. La esperanza se fundamenta en la misericordia de Dios, pero no puede llevarnos a la irresponsabilidad. Toda crisis nos ofrece la posibilidad de repensar  nuestra vida y tratar de producir el fruto que se espera de nosotros.    

Vivir con sentido siempre Lc 13,1-9 (CUC3-25)

1. El evangelio de Lucas viene hoy a hacer una llamada a la fidelidad de ese Dios salvador de la historia, que se ha jugado todo su prestigio y toda su divinidad con el pueblo. Se narran dos episodios de acontecimientos que ocurrieron, muy probablemente en tiempos de Jesús: unos galileos que el Prefecto romano mandó masacrar mientras ofrecían un sacrificio. Algunos apuntan a la sospecha de tipo político que tenían que ver con el terrorismo zelote, pero no es fácilmente aceptable esta tesis. Sí es importante el dato de que ocurrió mientras ofrecían un sacrificio, un acto religioso. No sabemos a qué se refiere, aunque tenemos noticias de que Pilato (por Flavio Josefo especialmente), responsable directo de la crucifixión de Jesús, fue uno de los políticos más perversos y venales de la administración romana. El otro episodio es mucho más normal, un accidente de trabajo, de tantos como ocurren en la vida, en el trabajo  y ante los que uno se pregunta por qué.

2. ¿Qué pueden significar estos episodios narrados por Lucas? ¿Tiene que ver algo Dios en estos? ¡Desde luego que no! Eso es lo primero que debemos inferir en la lectura del texto ¿Por qué, pues, son narrados? Pues sencillamente para poner de manifiesto que  Dios no es venal como Poncio Pilato y no tiene nada que ver con el accidente de la torre de Siloé del muro que rodeaba la ciudad de Jerusalén; esas cosas pasan en la vida. Eso nos descubre que somos lábiles y que no podemos vivir nuestra vida sin sentido. Todo el conjunto del evangelio de hoy va en esa dirección de una llamada a la conversión y a contar con Dios en nuestra vida. Jesús no ve en los samaritanos sacrificados, ni en los obreros de la torre maldad alguna para ser castigados por ello. No es el anuncio del Dios juez el que aquí aparece. Jesús habla de los “signos” de terror de la vida. Es una lectura realista de lo que ocurre y de lo que siempre ocurrirá, unas veces por la maldad humana y otras porque no podemos dominar la naturaleza. Pero ¿acaso esto no nos debe hacer pensar que debemos estar preparados siempre? ¿Para qué? No diríamos que para morir (aunque pueda parecer que ese es el sentido del texto), sino para vivir con dignidad, con sabiduría, con fe y esperanza. Y si llega la muerte, no nos ha de afanar con las manos vacías.

3. El tercer momento de la lectura evangélica se centra en una especie de parábola sobre la higuera plantada en una viña que, al cabo de tres años, no da fruto y se la quiere arrancar. La parábola de la higuera estéril es de la tradición (cf Mc 11, 12-14.20-26; Mt 21,18-22). Es curioso y original que Lucas se haya decidido por unirla a esos episodios anteriores. ¿Por qué? Para dar a entender que nuestra vida es como un tiempo que Dios permite (el dueño de la higuera) hasta el momento final de nuestra vida. Los Santos Padres entendieron que Jesús era el agricultor que pide al dueño un tiempo para ver si es posible que la higuera saque higos de sus entrañas. Sabemos que la higuera era símbolo de Israel en el AT, concretamente en los profetas. Por tanto resuena aquí, de alguna manera, la interpelación profética a la conversión. Nuestro evangelista le da mucha importancia en su obra al “hoy” y al “ahora” de la salvación. Por eso ese tiempo concedido a la higuera… es para un hoy y un ahora de salvación y de gracia.

4. Las conexiones de estos episodios se establecen en razón de la necesidad de estar siempre en actitud de responsabilidad y preparados para cambiar de vida, para arrepentirse; unas veces porque los hombres perversos aniquilan y otras porque ocurren catástrofes. Jesús, con sus palabras, exculpa a los que han sufrido la maldad de Pilato o la mala suerte del accidente, en el sentido de que no son responsables individualmente de lo que ha sucedido. Esto era importante entonces, donde todo se explicaba en razón de conexiones entre responsabilidad personal y castigo. No, los galileos o los trabajadores de la torre de Siloé no eran peor o más responsables que los que no les sucedió nada. Por el contrario, todos debemos estar siempre en actitud de conversión, porque Dios siempre ofrece oportunidades, como es el caso de la parábola de la higuera estéril. Siempre, con el Dios de la salvación, tenemos oportunidad de convertirnos y de buscar el bien.

Alfabetización digital y analfabetismo espiritual

Ser espiritual es eso: poder enfrentarse al propio silencio, a la soledad, y preguntarse qué quiero hacer con mi vida, para qué estoy hecho, cómo voy a dar sentido al tiempo que se me ha dado

Ganamos terreno en lo digital, pero las sociedades opulentas e hipertecnológicas viven una paradoja: se llenan con lo material y más vacío queda su interior. Nos informamos de todo y nos distraemos permanentemente. Pero la distracción es una manera de huir de un vacío existencial que resulta irresistible.

Vivimos superficialmente en un mundo de estímulo-respuesta: nos estimulan a consumir y consumimos sin tasa. Sin embargo, una persona espiritual detiene ese estímulo y se lo piensa. Este es el fundamento de la libertad. Cuando uno ahonda en lo espiritual, no vive superficialmente y desactiva ciertas prácticas. La falta de cultivo de la dimensión espiritual tiene como consecuencia una pérdida de libertad, de autodeterminación, de autonomía personal. Un desarrollo pleno e integral de las personas requiere un desarrollo armónico de todas sus capacidades, funciones y dimensiones. No se puede desarrollar mucho unas y dejar otras atrofiadas.

Hay, en efecto, mucho analfabetismo espiritual. No hay equilibrio emocional ni espiritual en las personas. Y no son casos aislados, son muchos, incluso con intentos de suicidio. Nos distraemos permanentemente, pero la distracción es un modo de huir del vacío existencial, es una salida por la tangente. Desde las series a la droga, desde el juego a las apuestas o el fútbol, existen tantos mecanismos de evasión que hay muchas formas de escapar al vacío. Y el vacío es irresistible, no se puede soportar: o se enfrenta a él y busca un sentido o se escapa a través de mil mecanismos.

Ser espiritual es eso: poder enfrentarse al propio silencio, a la soledad, y preguntarse qué quiero hacer con mi vida, para qué estoy hecho, cómo voy a dar sentido al tiempo que se me ha dado.

El horror a la nada es terrible: hay quien es capaz de atravesarla y hay quien perece en ella. No siempre tras la noche oscura viene la luz. Por eso la tendencia habitual es fugarse, distraerse. El mundo se cae a trozos y nosotros contamos las anécdotas más estúpidas. Es el carpe diem de Horacio, pero en su versión posmoderna: «No pienses, pásalo bien; al final la vida son cuatro días, hemos vivido tres y mañana ya no estamos».

Si dejáramos hablar al silencio, ¿qué diría? El silencio no es ausencia de lenguaje, sino otro tipo de lenguaje. Lo que los demás ignoran y ni siquiera imaginan aflora en el silencio. Él revela nuestras carencias y debilidades, por eso no lo aguantamos. La persona trabajada en lo espiritual lo busca y convive con él: uno tiene que aprender no solo a tolerarlo, sino amarlo. Al final, resulta cómodo vivir en él, pero de entrada es un poco árido.

Se hacen grandes esfuerzos por eliminar el analfabetismo porque hay millones de personas que no saben leer ni escribir. También se trabaja por erradicar el analfabetismo emocional porque hay personas con grados académicos que no saben controlar sus emociones ni dominar sus sentimientos. Pero existe otro analfabetismo, el espiritual, que atañe a la incapacidad de preguntarse por el sentido de la vida. Por eso el mundo anda a la deriva y es cada vez más injusto e inhumano. Los seres humanos somos los únicos en el mundo capaces de reflexionar sobre nosotros mismos. Somos no sólo autores y actores de nuestras vidas, sino también espectadores para observarla y recrearla.

Al haber dejado de llamar padre a Dios, el hombre contemporáneo ha caído en la «orfandad». «En nuestro tiempo –ha dicho el Papa Francisco– se constatan diferentes signos de nuestra condición de huérfanos. Esa soledad interior que percibimos incluso en medio de la muchedumbre, y que a veces puede llegar a ser tristeza existencial; esa supuesta independencia de Dios, que se ve acompañada por una cierta nostalgia de su cercanía; ese difuso analfabetismo espiritual por el que nos sentimos incapaces de rezar; esa dificultad para experimentar verdadera y realmente la vida eterna, como plenitud de comunión que germina aquí y que florece después de la muerte; esa dificultad para reconocer al otro como hermano, en cuanto hijo del mismo Padre; y así otros signos semejantes.

La misión de Jesús es «apartarnos de la condición de huérfanos y restituirnos a la de hijos», fue «culminada con el don del Espíritu Santo». El Paráclito nos hace entrar además «en una nueva dinámica de fraternidad». «Por medio del Hermano universal, Jesús, podemos relacionarnos con los demás de un modo nuevo, no como huérfanos, sino como hijos del mismo Padre bueno y misericordioso. Y esto hace que todo cambie. Podemos mirarnos como hermanos, y nuestras diferencias harán que se multiplique la alegría y la admiración de pertenecer a esta única paternidad y fraternidad».

Manuel Sánchez Monge (obispo emérito de Santander)
Fuente: El Debate 16-3-2025

Abrir puertas Lc 9,28-36 (CUC2-25)


 

La oscuridad y la luz Lc 9,28-36 (CUC2-25)

 “Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso y vino la oscuridad” (Gén 15,12.17).

Es precisamente en la oscuridad de la noche cuando Dios invita a Abrán a mirar al cielo. Dios le recuerda el tiempo pasado cuando lo llamó y lo sacó de su tierra de Ur. En el presente se encuentra en una tierra que desconocía. Pero Dios le promete un futuro en el que su descendencia será tan  numerosa como las estrellas del cielo. 

Frente a la oscuridad que envuelve a Abrán, el salmo responsorial canta el misterio de la luz que guía a los creyentes: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?” (Sal 26,1).

A los fieles de la ciudad de Filipos san Pablo les anuncia que Jesucristo transformará la humilde condición humana, según el modelo de su condición gloriosa” (Flp 3,21).

LAS COLUMNAS DE LA FE

Esa transformación de nuestra condición humana encuentra su modelo definitivo en la transfiguración de Jesús en lo alto del monte (Lc 9,28-32).  

• Jesús lleva consigo a una montaña a los tres discípulos predilectos: Simón Pedro, Jacob o Santiago y su hermano Juan. El Maestro sube al monte para hacer oración. La iniciativa divina del Maestro antecede y anticipa las decisiones humanas de sus discípulos.

• Mientras oraba, el rostro de Jesús cambió y sus vestiduras se hicieron relampagueantes a los ojos de sus discípulos. El evangelio de Lucas parece sugerir que la oración transforma lo humano y hace percibir la gloria de lo divino. 

 • Junto a Jesús, los discípulos ven a Moisés y a Elías, rodeados de esplendor. Estas dos columnas de la fe de Israel hablan del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén. La gloria que se manifiesta en el monte anuncia el  misterio de la muerte y resurrección del Señor.

 EL HIJO DE DIOS

En la oscuridad de la noche Abrán había oído al Dios que le ofrecía su alianza. Ahora, envueltos por una nube, los discípulos de Jesús oyen una voz que viene de lo alto para revelar la identidad de Jesús y exhortarles a prestar atención a su mensaje.   

• “Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”. La voz que viene de lo alto revela a Jesús como hijo eterno de Dios. Jesús es más que un profeta. Su venida marca la plenitud de las antiguas esperanzas de Israel.   

• “Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”. Además, se anuncia a Jesús como el elegido entre todos los hombres. En él se hace visible la figura del Siervo del Señor, y se cumple la misión redentora que le atribuía el libro de Isaías. 

• “Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”. Por fin, la voz de Dios se convierte en exhortación. Jesús transmite la palabra de Dios. Él es la misma palabra de Dios. Todos los que se encuentren con Jesús han de escucharle con atención.

La Transfiguración desde la oración Lc 9,28-36 (CUC2-25)

1. ¿A dónde nos lleva el evangelio de hoy? Si seguimos el texto en sus inicios: subió al monte a orar. Esto es muy propio de Lucas y siempre en momentos importantes de la vida de Jesús. No hay nombre para el monte en ninguno de los evangelistas (cf Mt 17,1-9; Mc 9,2-10). El evangelista Lucas, a su manera, quiere asomarnos, por un pequeño instante, con los discípulos, a esa vida que no está limitada por nada ni por nadie. Quien escucha, hoy, en este domingo de Cuaresma, este pasaje del evangelio quedará sorprendido, porque no le será fácil entender todo lo que en él acontece. Pero debemos pensar que Lucas, recogiendo la tradición de Marcos, que es el primer evangelista que la asumió de otros, sabe que en su comunidad habrá dificultades para entenderla. De todas formas ha limado un poco su lenguaje y su intención catequética. La Transfiguración es una escena llena de contenidos simbólicos. Es como un respiro que Dios le concede a Jesús en su camino hacia Jerusalén, hacia la pasión y la muerte, con objeto de que alcance a experimentar un previamente la meta. Solo desde la oración, entiende Lucas, es posible vislumbrar lo que sucede en el alma de Jesús. Ese coloquio que Jesús mantiene con los personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, representan la Ley y los Profetas y con ellos se entabla un diálogo en profundidad sobre su “partida” (éxodo), sobre su futuro, en definitiva, sobre su muerte.

2. La Transfiguración, pues, quiere ser una preparación para la hora tan decisiva que le espera a Jesús. Los discípulos más conocidos acompañan a Jesús en este momento, como sucederá también en el relato de Getsemaní, en el momento de la pasión, pero tanto aquí como allí, el verdadero protagonista es Jesús, porque es él quien afronta las consecuencias de su vida y del evangelio que ha predicado. No obstante, aquí los discípulos se ven envueltos en una experiencia profunda, trascendente, que les hace evadirse de toda realidad. Dos personajes, Moisés y Elías, que subieron cada uno en su momento al Sinaí para encontrarse con Dios, ahora se hacen testigos de esta experiencia. La presencia de estos personajes “adorna” la escena, pero no la llenan. En realidad la escena se llena de contenido con la voz divina que proclama algo extraordinario. Quien está allí es alguien más importante de Moisés y Elías, la Ley y los Profetas ¡que ya es decir! En realidad la escena se configura sencillamente con un “hombre” que ora intensamente a Dios para que no le falten las fuerzas en su “éxodo”, en su ida a Jerusalén. Todo en un monte que no tiene nombre y que no hay que buscarlo, aunque la tradición posterior haya designado el Tabor.

3. Todo ha sucedido, según san Lucas, “mientras oraba”. Esto es especialmente significativo. Estas cosas intensas, espirituales, transformadoras, no pueden ocurrir más que en la otra dimensión humana. Es la dimensión en la que se revela que, sin embargo, el Hijo de Dios está allí. Los discípulos han vivido algo intenso, algo que no se esperaban (aunque de ellos no se dice que oren y esa es una diferencia digna de tener en cuenta); pero Jesús, que ha vivido esta experiencia más intensamente que ellos, sin embargo, sabe que debe bajar del monte misterioso de la Transfiguración para seguir su camino, para acercarse a los necesitados, para dar de beber a los sedientos y de comer a los hambrientos la palabra de vida. Su “éxodo” no puede ser como le hubiera gustado a Pedro, a sus discípulos, que pretenden quedarse allí instalados. Queda mucho por hacer, y dejar huérfanos a los hombres que no han subido a las alturas espirituales y misteriosas de la Transfiguración, sería como abandonar su camino de profeta del Reino de Dios. Probablemente Jesús vivió e hizo vivir a los suyos experiencias profundas; la de la transfiguración que se describe aquí puede ser una de ellas, pero siempre estuvo muy cerca de las realidades más cotidianas. No obstante, ello le valió para ir vislumbrando, como profeta, que tenía que llegar hasta dar la vida por el Reino.