“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El
mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto
marcharse”. Los apóstoles contemplaban a su Maestro irse hacia los cielos. De
pronto, una nube se lo quitó de la vista. Y dos hombres vestidos de blanco los
increparon con esas palabras (Hech
1,11).
A los cristianos nos condenan a veces
por mirar a los cielos y despreciar este suelo. Al menos, eso dicen. Pero otras
veces nos acusan de mezclarnos en los asuntos de esta tierra, en la que
compartimos gozos y esperanzas con nuestros vecinos. La clave es el modo como
vivimos la esperanza. El Señor no se ha ido de esta tierra. En ella esperamos su
manifestación.
A
los sesenta años de la muerte de Teilhard de Chardín, recordamos una frase vibrante que nos dejó al
final de su libro “El Medio divino”: “Cristianos,
encargados tras Israel de conservar siempre viva sobre la tierra la llama del
deseo, tan sólo veinte siglos después de la Ascensión, ¿qué hemos hecho de la
espera?”.
EL EVANGELIO Y EL MUNDO
Jesús no quería que la espera se
confundiera con la pasividad del aguardo. Con su ascensión a la gloria de Dios
nos dejaba un encargo inesquivable. El
evangelio que se proclama en esta fiesta de la Ascensión del Señor nos recuerda
el último encargo que Jesús nos dejó: “Id al mundo entero y proclamad el
Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).
• La fe sólo se conserva cuando se
comunica. Creer es crear. Proclamar el evangelio es la primera tarea del que
cree que esa buena noticia de salvación es también el camino para la
humanización de la persona y de la sociedad.
• La esperanza sólo se mantiene cuando
se contagia y nos lleva a la acción. Esperar es operar. Y ponerse en camino
hacia las últimas periferias de la tierra, como repite el Papa Francisco una y
otra vez.
• Y el amor no puede ser verificado si
no se traduce en gestos visibles y en obras concretas. El amor no es sólo un
sentimiento. Es, sobre todo, un compromiso con toda la creación: con el ser
humano y con la casa del mundo en el que vive.
LA FE Y LOS SIGNOS
El evangelio de Marcos concluye con una
anotación en la que se da cuenta de la fidelidad con la que los apóstoles
cumplieron el último mandato del Señor: “Ellos fueron y proclamaron el
Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la
palabra con los signos que los acompañaban”.
• A lo largo de dos milenios, los
discípulos del Señor han llevado el Evangelio de Jesús a todos los rincones de
la tierra. Los discípulos actuales no podemos silenciar esta Palabra.
• Los evangelizadores no estamos solos.
Y no estaremos solos al proclamar el Evangelio. El Señor nos precede y nos
acompaña con su luz y con su fuerza.
• Algunos dicen que los discípulos de
Jesús no hemos hecho nada por este mundo. No es verdad. Ahí están los signos de
convivencia y de progreso en los que se ha manifestado la fe.
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