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Una familia que busca Lc 2,41-52 (Sagrada Familia)
“El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros”. Esta lectura del libro del Eclesiástico se refiere directamente a una sociedad patriarcal (Eclo 3). Pero esas normas reflejan el valor que la familia ha tenido para el pueblo judío en todas las épocas de su historia.
Sin embargo, estas máximas no solo reflejan una concepción social o un código de educación y buenos modales. Recogen lo mejor de la experiencia humana. Así que no pueden ser despreciadas. El respeto al padre y a la madre son prueba de sabiduría.
Además, este texto bíblico se refiere expresamente a Dios. “Al que honra a su madre, el Señor lo escucha”. Es muy importante esa alusión a la divinidad. El amor que se vive en las relaciones familiares es una especie de culto. Amar a la familia es un acto de oración.
Con una hermosa bienaventuranza, el salmo 127 promete el premio de una familia numerosa a los que temen al Señor y siguen sus caminos. Y en la carta a los Colosenses (Col 3,12-21) se exhorta a los fieles a vivir unas armoniosas relaciones familiares, porque esto es agradable al Señor.
ANTICIPACIÓN DEL MISTERIO
También Jesús ha crecido en el seno de una familia, a la que la atención a la voluntad de Dios no le ha ahorrado contratiempos y sorpresas.
• El evangelio que hoy se proclama (Lc 2,13-23) nos recuerda que la familia de Nazaret vivía fielmente enraizada en las prácticas religiosas y sociales de su pueblo. Jesús dirá un día que no había venido a abolir la Ley de Moisés. Los relatos evangélicos de la infancia dan fe del espíritu religioso en el que creció.
• Además, el texto anota que José y María pasaron por los temores y angustias de tantos padres y madres que sienten la pérdida de sus hijos. Jesús afirmará muchas veces que vive la voluntad de su Padre celestial. Este relato de la infancia alude a esa conciencia de Jesús que reconoce y confiesa su íntima relación con el Padre.
• Por otra parte, este relato evangélico anticipa ya el misterio de la pasión y muerte de Jesús. En ambos casos, Jesús permanece tres días “perdido”. En ambos casos es encontrado de nuevo mientras explica las Escrituras: primero por su familia y después por los discípulos de Emaús. Escuchar las Escrituras es la pista para encontrar al Maestro.
EL CRUCE DE PREGUNTAS
Las preguntas son muy importantes en todo diálogo humano. También en los evangelios. En el momento del encuentro de Jesús en el templo de Jerusalén se produce un interesante cruce de preguntas entre María y Jesús.
• “Hijo, ¿por qué nos has tratado así?” Parece que María no llega a comprender los motivos que han podido impulsar a su Hijo. Muchos creyentes dirigien a Dios una pregunta semejante. La oración puede ayudarnos a descubrir los planes del Señor.
• “¿Por qué me buscabais?” Esta es la primera pregunta de Jesús que aparece en el evangelio de Lucas. La búsqueda es una actitud típica de los creyentes. Pero todos los que buscan a Dios han de plantearse alguna vez las verdaderas razones de su búsqueda
• “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Esta segunda pregunta de Jesús se dirige a todos los que creen conocerlo. Jesús confiesa que la Ley de Dios es su casa y que la Casa de Dios es su ley. Su vocación y su misión es estar al servicio del Padre.
La escucha de la Palabra Lc 1,39-45 (ADVC4-18)
“Tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel”. Así comienza el texto del profeta Miqueas que se lee en la primera lectura de la misa de este cuarto domingo de Adviento (Miq 5,1).
Es importante esa alusión a la humildad del lugar de donde ha de surgir el Salvador. Esta profecía será mencionada por los sabios a los que el rey Herodes consulta sobre el nacimiento de un rey misterioso, al que buscan unos magos llegados del Oriente.
En un texto y en el otro, Belén evoca el recuerdo del rey David. Y por tanto, resuena como el símbolo de la esperanza de Israel. Pero Belén es sobre todo la promesa de la justicia, de la paz y de la vida.
Con razón el salmo responsorial convierte aquel recuerdo en una invocación al Pastor de Israel, que se hace especialmente apremiante en el Adviento: “Ven a salvarnos… Ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano, el retoño que tú hiciste vigoroso” (Sal 79).
En la carta a los Hebreos se incluyen unas palabras que subrayan la humildad y la obediencia de Cristo: “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”.
LA BENDITA ENTRE LAS MUJERES
El evangelio de este domingo nos presenta a María que se pone en camino hacia las colinas de Judea, para visitar a su pariente Isabel (Lc 1,39-45). Su encuentro es un pequeño “evangelio”. Las dos mujeres llevan la vida de un bebé en sus entrañas. Una vida que es un don exclusivo de Dios, dadas las condiciones de sus madres.
Por otra parte, el texto nos indica que tanto María como Isabel han sabido escuchar y acoger la palabra de Dios. En ellas la palabra de Dios ha hecho posible lo que parecía imposible. Precisamente por esa disponibilidad con la que se han abierto a los planes de Dios han sido elegidas como mediadoras de la salvación.
Tanto María como Isabel están llenas del Espíritu de Dios. Así le había dicho el ángel a María: “El Espíritu de Dios te cubrirá con su sombra”. Ahora es Isabel la que se nos muestra como llena del Espíritu Santo. Por eso puede proclamar a María como la bendita entre las mujeres y como madre del fruto más bendito de la tierra.
LA VIDA Y LA ESPERANZA
El texto evangélico pone en labios de Isabel la primera bienaventuranza del Nuevo Testamento: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. La fe de María inaugura la nueva era de la salvación.
• “Dichosa tú que has creído”. La creencia de María no refleja una ingenua credulidad. Ante el anuncio del Ángel, ella mostraba sus dudas. No era fácil comprender aquel anuncio. Ni aceptar una responsabilidad tan insospechada. Y, sin embargo creyó.
• “Dichosa tú que has creído”. La creencia de María no obedecía a un vano deseo de sobresalir entre las gentes de su pueblo. El ángel parecía adivinar sus temores. Sospechaba ella lo que aquella maternidad podía costarle. Y, sin embargo creyó.
• “Dichosa tú que has creído”. La creencia de María no se basaba en su propio saber y entender. Se atrevió a manifestar su turbación y las preguntas que bullían en su interior. No era fácil aceptar la misión que se le anunciaba. Y, sin embargo creyó.
La fe de María era una difícil pero sencilla confianza en el Dios que habla y propone horizontes inesperados. La fe de María se apoyaba solamente en la palabra de Dios. Pero ahora su pariente Isabel le profetizaba que lo dicho por Dios se cumpliría.
Alegría y Conversión Lc 3,10-18 (ADVC3-18)
“Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás” (Sof 3,14-15). Es sorprendente esa triple invitación a la alegría que el profeta dirige a su pueblo.
Ahora bien, esa alegría no surge de las satisfacciones inmediatas que todos esperamos de la vida. El pueblo puede alegrarse porque ha sido liberado por Dios de sus enemigos, internos y externos. Al final, Dios puede ser reconocido como el único rey y señor. Es la hora de recordar que Dios ama a su pueblo como un esposo ama a su esposa.
También el salmo responsorial canta la alegría de gozar de la presencia de Dios: “Gritad jubilosos: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel” (Is 12,6).
Y la alegría resuena con tonos de Adviento en la exhortación de san Pablo a los fieles de Filipos: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca” (Flp 4,4-5).
LA CONVERSIÓN CONCRETA
La alegría no brota de las posesiones ni de los éxitos. Requiere siempre esa paz del corazón que sigue a la conversión. El evangelio nos dice que esa conversión es lo que exige Juan el Bautista a todos los que se acercan a escucharle a las orillas del Jordán.
Con todo, la conversión no puede confundirse con un sentimiento íntimo y pasajero. En el texto evangélico que hoy se proclama (Lc 3,10-18), Juan Bautista la resume en tres actitudes concretas, que pueden aplicarse también a todos nosotros:
• Compartir los vestidos y los alimentos con quienes no los tengan. Esta actitud positiva subraya el valor de eso que hace posible la vida y que protege la dignidad de la persona.
• No exigir a los otros más de lo establecido. Este veto, aparentemente negativo, trata de proteger el respeto a la justicia y de hacer posible la armonía en la comunidad.
• No hacer extorsión a nadie. Esta prohibición condena la altanería de los prepotentes que van por el mundo humillando y explotando a los humildes y marginados.
LA LLEGADA DEL MESÍAS
Sin embargo, Juan Bautista no se limitaba a dar normas de conducta, por muy importantes que sean. De hecho, no era un maestro de moral. Había sido enviado para anunciar la llegada del Mesías. Ese era el motivo para la conversión que motivaba su predicación.
• “Viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Juan reconocía su debilidad. Él no tenía la clave de la salvación: anunciaba al Salvador. En realidad, se consideraba menos que un esclavo al servicio del Señor.
• “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Juan bautizaba con agua, pero anunciaba ya un nuevo bautismo de viento y de fuego. Esos elementos, que pueden destruir lo que encuentran a su paso, representan el Espíritu que es el origen de una nueva vida.
• “En su mano tiene el bieldo para aventar su parva”. Juan no podía discernir el bien y el mal. El Mesías traería en su mano el bieldo con el que el labrador separa el trigo de la paja. Solo el Señor puede realizar un juicio definitivo sobre las realizaciones humanas.
Colinas y barrancos Lc 3,1-6 (ADVC2-18)
“Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, y ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios; ha mandado al bosque y a los árboles fragantes hacer sombra a Israel” (Bar 5,7-8).
Esta profecía de Baruc anunciaba el retorno de las gentes de Israel, que habían sufrido la amarga deportación a Babilonia. Con palabras poéticas se anuncia la misericordia de Dios hacia sus hijos. Del Señor es la iniciativa de la salvación. Él hará llanos los caminos del retorno. Y ordenará a los arboles que les den sombra por la rutas del desierto.
Con razon, el salmo responsorial recoge y canta la alegria de aquel pueblo: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (Sal 125,1).
Por su parte, san Pablo reconoce que el Dios que ha abierto a los fieles los caminos del Evangelio llevará adelante su obra hasta el día de Cristo Jesús (Flp 1,6).
LA CONVERSIÓN Y LA ESPERANZA
También al desierto nos lleva el evangelio que hoy se proclama (Lc 3,1-6). En una situación que el evangelio de Lucas trata de situar en la historia, aparece Juan, el hijo de Zacarías. El mismo evangelista cuenta cómo había intervenido Dios en el nacimiento de aquel niño y anticipa el día de su manifestación a Israel (Lc 1-2).
Las gentes se sorprendieron ante aquel nacimiento tan inesperado y ante el nombre que había recibido al ser circuncidado. De hecho, se preguntaban qué habria de ser aquel niño. Seguramente se imaginaban que un día entraría a formar parte del grupo de los sacerdotes, como su padre Zacarías.
Pues bien, andando el tiempo, Juan no aparece en el templo de Jerusalén, sino en la comarca del Jordán. La recorre incansable y predica un bautismo de conversión. Su puesto no está en las estructuras del poder, del culto y de la ley. Juan espera y anuncia la salvación para su pueblo. Pero sabe que las mayores dificultades están en el interior de cada persona.
Su predicación es un eco de las profecías de Baruc y de Isaías (2,12-18). Si en otro tiempo Dios allanaba los caminos para su pueblo, ahora es cada persona quien ha de rebajar las colinas y rellenar los barrancos para facilitar el camino de la salvación. La esperanza es imposible sin la humildad y el compromiso.
EL CAMINO DE LA SALVACIÓN
“Lo torcido será enderezado y lo escabroso será camino llano”. El discurso de Juan no invitaba a la pasividad. Los caminos rectos habían de ser el fruto de la conversión de los que le escuchaban. Pero a la exhortación acompañaba la promesa de la presencia de Dios.
• “Todos verán la salvación de Dios”. Si Lucas comenzaba presentando a los poderosos, el Bautista nos recuerda que la salvación no es un privilegio exclusivo para ellos. La salvación tiene una dimensión universal. Todos los hombres somos llamados a acoger con sinceridad la intervención de Dios en nuestras vidas.
• “Todos verán la salvación de Dios”. Es bien sabido que para la fe de Israel era muy importante la disposición a “escuchar” la palabra de Dios, aunque los peregrinos que subían al templo de Jerusalén deseaban también “ver” el rostro de Dios. El bautista anuncia que la salvación se dejará “ver”. Pero los creyentes hemos de dar un testimonio de ella.
• “Todos verán la salvación de Dios”. En su exhortación Gaudete et exsultate, el papa Francisco nos advierte de la tentación de atribuir la santidad a las propias fuerzas. El Bautista pregona que la salvación viene de Dios. Si en otro tiempo Dios allanaba los caminos para su pueblo, nosotros hemos de allanar los senderos para que Dios pueda llegar a nuestra vida.
La profecía de la esperanza Lc 21,25-28.34-36 (ADVC1-18)
“Suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra”. Ese oráculo divino transmitido por Jeremías (33,14-16) es la promesa fundamental que resuena en este primer domingo del Adviento. Esa profecía alimentaba la esperanza del pueblo de Israel. Y alienta también la nuestra.
• “Suscitaré a David un vástago legítimo”. Como sabemos, el profeta Natán había prometido al rey David que Dios le daría una casa y una descendencia. Pues bien, la fe cristiana ha visto en Jesús la realización de aquella promesa. Jesús es el descendiente de David. Su pueblo lo esperó sin conocerlo. Nosotros estamos llamados a reconocerlo.
• “Hará justicia y derecho en la tierra”. Nuestro mundo nos presenta un panorama de mentira y de engaño, de corrupcion y de muerte. Pero el ser humano necesita palabras y hechos de justicia. El Adviento nos ayuda a recordar que Jesús vino a anunciar el reino de la verdad. Los creyentes estamos llamados a colaborar en su realización.
EL MIEDO Y LA CONFIANZA
En el evangelio que hoy se proclama (Lc 21,25-28.34-36) Jesús anuncia que un día los astros temblarán. Con ello se insinúa que es inútil depositar la confianza en lo que parece más estable en todo el universo. Es evidente que el verdadero creyente no puede atribuir a las cosas creadas un valor absoluto y definitivo.
Es muy interesante la observación de los sentimientos humanos que el texto revela. Ante el temblor de los astros, es decir, de lo que se considera más firme, la reacción espontánea es el temor: “Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros temblarán”.
Sin embargo, ante ese sentimiento, el evangelio contrapone una actitud de confianza: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Con todo, es verdad que la confianza requiere vigilancia y ascetismo. No dejarse embotar por el vicio, mantenerse despiertos y pedir a Dios la fuerza necesaria.
EL QUE VIENE
El texto no se limita a describir ese especáculo cósmico y su efecto sobre las gentes. Es un “evangelio”, es decir, una buena noticia: “Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con gran poder y gloria”. Esa profecía es la razón de nuestra esperanza.
• “Verán al Hijo del hombre”. Estas palabras remiten a la profecía que se encuentra en el libro de Daniel. Pero nos recuerdan que el Señor ya está entre nosotros. Nuestra infidelidad y nuestra pereza nos impiden descubrirlo. La esperanza nos lleva a desear su manifestación.
• Vendrá “en una nube”. La nube es una de las imágenes más habituales para expresar la presencia de Dios. La nube dificulta la vision del horizonte, pero acerca los sonidos. Él Señor está cerca de nosotros, aunque a veces nos resulte difícil percibirlo. Escuchemos su voz.
• Vendrá “con gran poder y gloria”. El Hijo del hombre es el Justo injustamente ajusticiado. Ante los poderes de este mundo se mostró débil e indefenso. Pero ante su gloria actual se ha de doblar toda rodilla. Es el Señor.
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