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Sobre la regla de oro Lc 6,27-38 (TOC7-25)
“Él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”. El rey Saúl, comido por la envidia o por los celos, decidió perseguir al joven David, que lo había consolado y librado del gigante Goliat. Pero David se aceró de noche al campamento del rey Saúl y se llevó su lanza (1 Sam 26,23).
La escena se repite a lo largo de la historia. La fuerza teme a la debilidad y utiliza su poder para satisfacer su envidia y mantenerse en el poder. Pero el joven David se muestra grande en su pequeñez. No quiere vengarse. No daría nunca la muerte al ungido por el Señor.
Para justificar la grandeza del perdón basta la razón religiosa que pregona el salmo responsorial: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas” (Sal 102,8.10).
Nuestra fe nos invita a vivir no según el modelo del hombre terreno. Nos exhorta y nos ayuda a vivir según los ideales del hombre celestial (1 Cor 15,45-49).
CUATRO VERBOS IMPOSIBLES
Tras la proclamación de las bienaventuranzas, el evangelio de Lucas nos recuerda el mensaje fundamental de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”. Cuatro verbos que resumen una propuesta que parece descabellada e imposible (Lc 6,27-38).
Amar a los que nos aman, hacer el bien a quien nos ha hecho bien, prestar dinero para cobrarlo con intereses. Eso es lo normal, lo habitual, lo más razonable de este mundo. Eso lo hacen con frecuencia hasta los más degenerados. Claro que, para seguir comportándonos así, no necesitábamos al Mesías de Dios. ¿Dónde estaría la novedad que todos soñamos?
En un lenguaje oriental, un tanto colorista y exagerado, el texto menciona algunos ejemplos del amor inimaginable que propone el Maestro. Presentar la mejilla al que nos hiere. Dar más que lo que nos piden. No reclamar lo que nos arrebatan.
Y CUATRO ACTITUDES NUEVAS
Dios es compasivo y misericordioso. Imitar esas cualidades suyas es la verdadera sabiduría. Así es el Padre. Y sus hijos solo pueden imitarle con las nuevas actitudes que se concretan en dos prohibiciones y en dos exhortaciones:
• “No juzgar”. No podemos conocer las motivaciones que llevan a los demás a actuar de una forma u otra. No conocemos todas las circunstancias en las que se sitúan sus decisiones.
• “No condenar”. No podemos negar a los demás la oportunidad para revisar su comportamiento y convertirse. Mientras vamos de camino, todos podemos cambiar.
• “Perdonar”. Todos hemos necesitado y necesitaremos una y mil veces el perdón. El papa francisco dice que somos un “ejercito de perdonados”.
• “Y dar”. Estamos rodeados de pobres. Todos podemos dar alimentos y vestidos, oportunidades y medios para vivir. Y podemos dar nuestro tiempo, que es la vida misma.
Evangelio frente a violencia Lc 6,27-38 (TOC7-25)
Este mini-catecismo radical fue muy valorado en el cristianismo primitivo, hasta el s. II. Se recoge en el Evangelio O (de ahí lo toma Mateo y Lucas), y algo también en el Evangelio de Tomás y en Didajé. Se ha dicho que la "regla de oro" es como el elemento práctico que encadena estos dichos, aunque no sea lo más original ya que tiene buenas raíces judías: no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti. Lucas, no obstante, propondrá como fuerza determinante el "sed misericordiosos como Dios es misericordioso". Algunos especialistas intuyen que estas palabras eran como catecismo de los profetas itinerantes. No es el momento de discusiones intrincadas para reconstruir el tenor original de las palabras, de Jesús, tal como fueron vividas e interpretadas en los dos primeros siglos. Desde luego aquí se refleja mucho de lo que Jesús pedía a quien le seguía. Su mensaje del reino de Dios implicaba renuncia al odio, a la violencia y a todo lo que Dios no acepta.
Se trata, junto con las bienaventuranzas, del centro del mensaje evangélico en su identidad más absolutamente cristiana, en exigencia más radical, en cuanto expresa lo que es la raíz del evangelio. Y la raíz es aquello que da vida a una planta; que recoge el "humus de la tierra". Frecuentemente, cuando se habla de radical se piensa en lo que es muy difícil o heroico. Si fuera así el cristianismo, entonces estaríamos llamados casi todos a una experiencia de fracaso. Por el contrario, en las exigencias radicales y utópicas del sermón es cuando el cristiano sabe y experimenta qué camino ha elegido verdaderamente. Y no es lo importante la dificultad de llevar todo esto a la praxis, sino saber identificarse con el proyecto de Jesús, que es el proyecto de Dios.
Por eso mismo, el amor, incluso a los enemigos; el renunciar a la violencia cuando existen razones subjetivas e incluso objetivas para tomar disposiciones de ese tipo es una forma de poner de manifiesto que el proyecto de evangelio se enraíza en algo fundamental. Nadie ha podido proponer algo tan utópico, tan desmesurado, como lo que Jesús les propone a hombres y mujeres que tenían razones para odiar y para emprender un camino de violencia. La sociedad estaba dominada por el Imperio de Roma, y unas cuantas familias se apoyaban en ello para dominar entre el pueblo. La pobreza era una situación de hecho; las leyes se imponían en razón de fuerzas misteriosas y poderosas, de tradiciones, de castas y grupos. El mensaje de Jesús no debería haber sido precisamente de amor y perdón, sino de revolución violenta. Y no es que Jesús no pretendiera una verdadera revolución; su mensaje sobre el reino de Dios podía sonar en tonos de violencia para muchos. Pero ¿cómo es posible que Jesús pida a las gentes que amen a los enemigos? Porque el Reino se apoya en la revolución del amor; así es como el amor del Reino no es romanticismo; así es como el Reino es radical; así es como el evangelio no es una ideología del momento, sino mensaje que perdura hasta nuestros días. Jesús quería algo impresionante, y no precisamente irrealizable a pesar de la condición humana. Es posible que durante mucho tiempo se haya pensado que la práctica del sermón de la montaña o del llano no es posible llevarla a cabo en este mundo y se considere que su utopía nos excusa de realizarlo. Pero utopía no quiere decir irrealizable, quiere decir que está fuera de la forma común en que nos comportamos los hombres.
El amor a los enemigos y la renuncia a la violencia para hacer justicia es lo que Dios hace día y noche con nosotros. Por eso Dios no tiene enemigos, porque ama sin medida, porque es misericordioso (hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos añade Mateo en este caso para ilustrar su comportamiento). La diferencia con Mateo es que Lucas no propone "ser perfectos" (que, en el fondo, tiene un matiz jurídico, propio de la mentalidad demasiado arraigada en preceptos y normas), sino ser misericordiosos: esa es la forma o el talante para amar incluso a los enemigos y renunciar a la venganza, a la violencia, a la impiedad. Ser cristiano, pues, seguidor de Jesús, exige de nosotros no precisamente una heroicidad, como muchas veces se ha planteado; exige de nosotros, como algo radical, ser misericordiosos. Así, pues, la propuesta lucana tiene su propia estrategia: ¿cómo amar a los enemigos? ¿cómo renunciar a la venganza dé quien mi enemigo y me ofende y me hace injusticia? No es cuestión que se imponga porque sí todo esto como precepto. En la pedagogía de Lucas se expresa así: ser cristiano, seguidor de Jesús significa ser capaz de amar incluso a los enemigos, requiere la praxis de "llegar a ser, hacerse, misericordioso, como lo es Dios".
La verdadera felicidad Lc 6,20-26 (TOC6-25)
“Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor… Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza”. Jeremías usauna forma popular de confrontar los valores y los contravalores (Jer 17,5-8).
Quien se apoya en alianzas y compromisos humanos o en los mensajes de la publicidad es como un cardo del desierto, arrancado y arrastrado por el viento. Quien se apoya en Dios será como un árbol plantado junto a las aguas, que conserva su verdor y siempre dará frutos.
Con el salmo responsorial nosotros nos hacemos eco de esta profecía y proclamamos: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor” (Sal 1,1). Es muy importante que ya el primero de los salmos comience con esta bienaventuranza.
Como escribe san Pablo a los fieles de Corinto, la resurrección de Cristo es un buen fundamento para nuestra fe y para nuestra vida (1 Cor 15,12.16-20).
LA ÚLTIMA VERDAD DEL HOMBRE
Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús son toda una revelación del misterio de Dios. Son además una manifestación del espíritu mismo de Jesús. Y son una proclamación de lo que constituye la última verdad del ser humano.
El evangelio según san Mateo sitúa el pregón de las bienaventuranzas de Jesús en el contexto del “Sermón de la Montaña”. El evangelio según san Lucas que hoy se proclama las coloca en el ambiente del “Sermón del llano” (Lc 6,17.20-26). En este caso, como en el oráculo del profeta Jeremías, se contraponen las actitudes morales.
Son bienaventurados y dichosos los pobres, los que tienen hambre, los que lloran y los que son odiados y proscritos por causa del Hijo del hombre. Evidentemente, no se trata de proponer la moral de los esclavos ni de glorificar el dolor y el fracaso.
Hay dos claves para comprender estas frases tan impopulares. Por una parte, Jesús declara que en esas actitudes se cifra la verdadera alegría, que no coincide con la satisfacción inmediata. Además, establece un salto entre el ahora y la recompensa futura ante Dios.
LA SUERTE DE LOS PROFETAS
Frente a las ocho bienaventuranzas que recoge el evangelio de Mateo, el evangelio de Lucas presenta solamente cuatro. Pero recoge también otras cuatro malaventuranzas, que recuerdan los “ayes” o maldiciones que se encuentran en el libro de Isaías (Is 5,8-24).
• ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!” Los que ahora están saciados un día tendrán hambre. Los que ahora ríen un dia llorarán. Jesús se lamenta por los que reciben alabanzas de todo el mundo. Es importante esa contraposición entre el ahora del presente y un día que se sitúa en el futuro, entre lo temporal y lo eterno.
• Tanto las bienaventuranzas como las malaventuranzas coinciden en una motivación importante, que es la diferente suerte que los profetas corrieron a lo largo de la historia. Los que en verdad hablaban en nombre de Dios fueron insultados y perseguidos. Los falsos profetas, que difundían solo aquello que las gentes querían escuchar, no merecen compasión.
Las opciones del Reino Lc 6,20-26 (TOC6-25)
1. Hoy la liturgia, y muy concretamente el evangelio, nos ofrece uno de los textos más impresionantes de la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida y por el que otros han detestado al cristianismo y a Jesús de Nazaret. El texto de las bienaventuranzas de Lucas es escueto, dialéctico, radical. Pero en el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.
2. Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hizo con el sermón de la montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones, viene del hebreo hôy y en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas. Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto. No debemos entrar, pues, en la discusión de si las “malaventuranzas” o lamentaciones son palabras auténticas de Jesús o de los profetas itinerantes cristianos que predicaban con esta radicalidad tan genuina. Hay opiniones muy diversas al respecto. Ahora están en el evangelio y deben interpretarse a la luz de lo que Lucas quiere trasmitir a su comunidad.
3. Jesús hablaba así, casi como las escuchamos hoy en el texto de Lucas, más directo y menos recargado que el de Mateo. Jesús habló así al pueblo, a la gente: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. El pobre es ´ebîôn/´anaâw en hebreo; ptôchos en griego, pauper en latín: se trata de quien no tiene alimento, casa y libertad y en el AT es el que apela a Dios como único defensor. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere, ni puede revelarse en el mundo de los ricos, de poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Las lamentaciones, pues, significan que no intentemos o pretendamos encontrar a Dios en las riquezas, en el poder, en el dominio, en la corrupción; allí solamente encontraremos ídolos de muerte.
4. La teología de la liberación ha sabido expresar estas vivencias para dar esperanza a los pobres del Tercer Mundo. Y la verdad es que la fe más evangélica la viven los pobres que creen; los pueblos más ricos y poderosos están más descristianizados. Es el mundo de los pobres y de las miserias, el que más espera en Jesucristo; en el mundo de los poderosos habita un gran vacío. El evangelio de Lucas hoy, pues, nos propone dos horizontes: un horizonte de vida y un horizonte de muerte. ¿Dónde encontrar a Dios? Todos lo sabemos, porque la equivocación radical sería buscarlo donde El ha dicho que no lo encontraremos. El texto de Jeremías es suficientemente explícito al respecto: ¿como podría crecer un árbol de vida en el mundo de las lamentaciones?.
5. La luz no es lo que se ve, pero es aquello que produce el milagro para que veamos. Y las bienaventuranzas de Jesús son la luz de su predicación del Reino. Con las bienaventuranzas se hará posible ver a Dios; desde el mundo de las lamentaciones nunca encontraremos al Dios verdadero, aunque Él no rechace a nadie. El mundo de las bienaventuranzas nos impulsa a confiar en un Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y, por eso mismo, a cada uno de nosotros nos resucita y resucitará. Pero a ese Dios ya sabemos dónde debemos buscarlo: no en la ignominia del poder de este mundo, sino en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los afligidos y de los que son perseguidos a causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de vida, el Dios de la resurrección. Y esto es así, porque Dios ha hecho su opción, y un Dios con corazón solamente puede aparecer donde está la vida y el amor.
La pesca y la misión Lc 5,1-11 (TOC5-25)
“¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos!” (Is 6,5). Isaías en el templo ha visto la gloria de Dios.
Ante la grandeza del Dios santo, Isaías descubre su propia pequeñez. Confiesa que es un hombre de labios impuros, que comparte la impureza de su pueblo. Sin embargo, a pesar de ese sentimiento de in-dignidad, Dios lo purifica, lo elige y lo envía a anunciar la salvación.
El salmo responsorial refleja la humildad y la gratitud de quien ha tenido la experiencia de la cercanía y de la compasión de Dios: “Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos” (Sal 137,8).
Esa compasión divina es la que da fuerzas a san Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí” (1 Cor 15,10).
UNA PESCA IMPROBABLE
Isaías percibió la grandeza y majestad de Dios en la revelación que tuvo en el templo. A Simón Pedro se le revela la divinidad de Jesús en la barca en la que sale a pescar en el lago de Galilea. Pedro no ve al Dios de los astros del cielo, sino a Jesús de Nazaret. Sin embargo, las palabras de Pedro reflejan también la hondura de su experiencia (Lc 5,1-11).
• “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. El discípulo era sin duda un experto pescador. Sin embargo, tiene que admitir el fracaso de una fatigosa noche de pesca. Al mismo tiempo, manifiesta la confianza que pone en las palabras de un maestro que le ha llamado a la orilla del lago.
• “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. La confianza en Jesús ha dado un fruto que parecía imposible. Ante la extraordinaria captura de peces, Simón cambia el título con el que se dirige a Jesús. Antes de la pesca lo ha llamado Maestro, pero después lo reconoce como el Señor. Frente al poder de Jesús, Simón descubre como Isaías su distancia y su in-dignidad. A pesar de ello, también se siente elegido y enviado.
UNA MISIÓN INSOSPECHABLE
A pesar de la indignidad de Isaías, el Dios Santo lo elige como su profeta. Y a pesar de la conciencia de pecado de Simón Pedro, Jesús lo elige como su apóstol. En ambos casos, a la llamada gratuita corresponde la generosa disponibilidad del llamado.
• “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. Como se puede ver, Jesús requiere la colaboración del amigo pescador, suscita en él un dinamismo nuevo e interpela al mismo tiempo sus capacidades y su confianza. El resultado responde más a la iniciativa de Jesús que a la pericia de Simón y de sus compañeros en el oficio de pescadores.
• “No temas: desde ahora serás pescador de hombres”. Además, Jesús sabe bien que el asombro ante el misterio puede provocar el temor, pero tranquiliza al amigo. Lo que ha hecho hasta el presente se convierte en signo profético para su misión en el futuro. Jesús conoce la historia y las aptitudes del amigo. Las valora y les confiere un nuevo destino.
La palabra de Dios que cambia la vida de los hombres Lc 5,1-11 (TOC5-25)
1. El evangelio nos relata la vocación de Pedro en un pasaje propio de Lucas, distinto de la vocación de los primeros discípulos narrada por Mc 1,16-20; está más próximo de Jn 21,1-11 sobre el momento de las experiencias que tuvieron los apóstoles después de la resurrección de Jesús. Los inconvenientes que Pedro pone a salir a pescar con Jesús y echar las redes en el agua tienen cierto parecido con la objeción de Isaías para desempeñar la misión de profeta. Han estado toda la noche y no han encontrado nada; ahora, casi de día, es más difícil aún, los peces no acuden. Pero en este caso van con Jesús, con el Señor que trae la Palabra viva de Dios. Es eso lo que les hará dejarlo todo para seguirle; dejarán incluso la pesca milagrosa que han recogido para emprender una misión nueva, para pescar a los hombres en el mar de la vida y anunciarles la salvación de Dios.
2. Ciertos detalles del texto son dignos de mención: Jesús está en el lago, y la muchedumbre acude para escuchar la “palabra de Dios” (logos tou theou, que es una expresión que es frecuente en la obra de Lucas: 8,11.21; 11,28, Hch 4,31; 6,2.7; 8,14; 11,1; 13,5.7.44.46; 16,32; 17,13; 18,11). Pero esa palabra de Dios, se va a convertir es una fuerza transformadora que haga que Simón y los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, tengan que dejar de ser pescadores, que estaban asociados (koinoi) en el lago, para seguir a Jesús como “pescadores de hombres”. Lo extraordinario de la pesca también tiene su significado, especialmente porque no era la hora de pescar, por la noche, sino a la luz del día. La orden de Jesús, su palabra, hace posible lo que no es normal. Así sucede, pues, con el evangelio que trasforma el miedo en alegría. Pedro se confiesa pecador, indigno, como los profetas. Pero eso no importa… lo importante es seguir a Jesús.
3. Por lo mismo, en todas las lecturas, vemos cómo se impone la Palabra de Dios, Dios mismo, Jesucristo resucitado, en la vida de todos aquellos que deben colaborar en el proyecto salvífico sobre este mundo y transforma la existencia de cada uno. La Palabra de Dios tiene una eficacia que motiva la respuesta de Isaías, de Pedro y los apóstoles y de Pablo. No eran santos, sino pecadores y alejados de la “santidad divina”. La Palabra, Jesucristo, su evangelio, se impone en nuestra vida, pero no nos agrede: nos interpela, nos envuelve misteriosamente, nos renueva, cambia los horizontes de nuestra existencia y nos lleva a colaborar en la misión profética del evangelio, que es la misión fundamental de la Iglesia en el mundo. Si al principio dan un poco de miedo las respuestas, estas se hacen radicales, porque no es necesario ser santo o perfecto para colaborar con Dios. Hace falta prestarle nuestra voz, nuestro trabajo y todo será distinto. Se nos propone una vida nueva, en perspectiva de futuro, sin cálculos...y todo cambiará, como cambiaron Isaías y como cambiaron Pedro y Pablo. No somos santos, no somos perfectos ¿cómo podremos? Cuando aprendemos a fiarnos de Jesús y de su evangelio; cuando queremos salir de nuestros límites, la Palabra de Dios es más eficaz que nuestras propias razones para no echar las redes en el agua, en la vida, en la familia, entre los amigos, en el trabajo... y seremos profetas, y seremos pescadores.