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Dos orantes antes Dios Lc 18,9-14 (TOC30-25)

   “El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Él no hace acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido” (Eclo 35,12-13). 

Bien sabemos que el tema de la oración aparece en muchas páginas de la Biblia. En este mismo contexto, el libro del Eclesiástico añade: La oración del humilde atraviesa las nubes y no se detiene hasta que alcanza su destino” (Eclo 25,17).

El salmo responsorial reafirma esa convicción al proclamar que “el Señor está cerca de los atribulados y salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él” (Sal 33,19.23).

San Pablo, sabiendo que el momento de su partida es inminente, escribe a su discípulo Timoteo que Dios es un juez justo, que entregará la corona de la justicia a quienes hayan aguardado con amor su manifestación (2 Tim 4,6-8.16-18).

ORACIÓN Y ESPERANZA

En el evangelio de Lucas aparece muchas veces el tema de la oración. En esta ocasión  se nos presenta la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14). En ella se nos dice que la oración revela la interioridad de la persona y la comprensión que tiene de sí  misma.  

• El fariseo observa la Ley del Señor y suele dirigir hacia él su mirada. Pero se atribuye a sí mismo el mérito de esas dos cualidades que lo distinguen. Se gloría de su  moralidad y de su piedad, olvidando que son un don de Dios. Su autosuficiencia le permite juzgar y despreciar a otro, que también dirige a Dios su oración.  

• El publicano se ocupa en la recaudación de los impuestos que el imperio romano exige a sus súbditos. A causa de ello, es considerado por el pueblo como un pecador. Él sabe que solamente en Dios puede encontrar acogida y comprensión. Por eso no puede más que susurrar una oración en la que solo puede implorar la  misericordia de Dios.  

Ante estos dos ejemplos, podemos recordar uno de los proverbios de Raimundo Lulio que resulta muy apropiado para este año jubilar: “Ruega con esperanza y espera con oración”

LA MENTIRA Y LA VERDAD

En su encíclica sobre la esperanza, el papa Benedicto XVI escribió que en la oración, el hombre “debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hombre a reconocerlas también” (SS 33).  

• “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres”. El fariseo cree en sí  mismo más que en Dios. Su oración nos lleva a nosotros a reconocer nuestra autosuficiencia y la frivolidad con la que a veces solemos juzgar a los demás.

• “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración del publicano nos invita a considerar de verdad la seriedad del pecado. Pero también nos lleva a confiar en la misericordia de Dios, que no se cansa de escuchar, acoger y perdonar a los humildes.

La verdadera religión según Jesús Lc 18,9-14 (TOC30-25)

1. El texto del evangelio es una de esas piezas maestras que Lucas nos ofrece en su obra. Es bien conocida por todos esta narración ejemplar (no es propiamente una parábola) del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar. No olvidemos el v. 9, muy probablemente obra del redactor, Lucas, para poder entender esta narración: “aquellos que se consideran justos y desprecian a los demás”. Los dos polos de la narración son muy opuestos: un fariseo y un publicano. Es un ejemplo típico de estas narraciones ejemplares en las que se usan dos personajes: el modelo y el anti-modelo. Uno es un ejemplo de religiosidad judía y el otro un ejemplo de perversión para la tradiciones religiosas de su pueblo, sencillamente porque ejerce una de las profesiones malditas de la religión de Israel (colector de impuestos) y se “veía obligado” a tratar con paganos. Es verdad que era un oficio voluntario, pero no por ello perverso. Las actitudes de esta narración “intencionada” saltan a la vista: el fariseo está “de pie” orando; el publicano, alejado, humillado hasta el punto de no atreverse a levantar sus ojos. El fariseo invoca a Dios y da gracias de cómo es; el publicano invoca a Dios y pide misericordia y piedad. El escenario, pues, y la semiótica de los signos y actitudes están a la vista de todos.

2. Lo que para Lucas proclama Jesús delante de los que le escuchan es tan revolucionario que necesariamente debía llevarle a la muerte y, sin embargo, hasta un niño estaría de parte de Jesús, porque no es razonable que el fariseo “excomulgue” a su compañero de plegaria. Pero la ceguera religiosa es a veces tan dura, que lo bueno es siempre malo para algunos y lo malo es siempre bueno. Lo bueno es lo que ellos hacen; lo malo lo que hacen los otros. ¿Por qué? Porque la religión del fariseo se fundamenta en una seguridad viciada y se hace monólogo de uno mismo. Es una patología subjetiva envuelta en el celofán de lo religioso desde donde ve a Dios y a los otros como uno quiere verlos y no como son en verdad. En realidad solamente se está viendo a sí mismo. Esto es más frecuente de lo que pensamos. Por el contrario, el publicano tendrá un verdadero diálogo con Dios, un diálogo personal donde descubre su “necesidad” perentoria y donde Dios se deja descubrir desde lo mejor que ofrece al hombre. El fariseo, claramente, le está pasando factura a Dios. Esto es patente y esa es la razón de su religiosidad. El publicano, por el contrario, pide humildemente a Dios su factura para pagarla. El fariseo no quiere pagar factura porque considera que ya lo ha hecho con los “diezmos y primicias” y ayunos, precisamente lo que Dios no tiene en cuenta o no necesita. Eso se han inventado como sucedáneo de la verdadera religiosidad del corazón.

3. El fariseo, en vez de confrontarse con Dios y con él mismo, se confronta con el pecador; aquí hay un su vicio religioso radical. El pecador que está al fondo y no se atreve a levantar sus ojos, se confronta con Dios y consigo mismo y ahí está la explicación de por qué Jesús está más cerca de él que del fariseo. El pecador ha sabido entender a Dios como misericordia y como bondad. El fariseo, por el contrario, nunca ha entendido a Dios humana y rectamente. Éste extrae de su propia justicia la razón de su salvación y de su felicidad; el publicano solamente se fía del amor y de la misericordia de Dios. El fariseo, que no sabe encontrar a Dios, tampoco sabe encontrar a su prójimo porque nunca cambiará en sus juicios negativos sobre él. El publicano, por el contrario, no tiene nada contra el que se considera justo, porque ha encontrado en Dios muchas razones para pensar bien de todos. El fariseo ha hecho del vicio virtud; el publicano ha hecho de la religión una necesidad de curación verdadera. Solamente dice una oración, en muy pocas palabras: “ten piedad de mí porque soy un pecador”. La retahíla de cosas que el fariseo pronuncia en su plegaria han dejado su oración en un vacío y son el reflejo de una religión que no une con Dios.

Un concilio juzgó año cadáver de un papa


 

Insistir en la oración Lc 18,1-8 (TOC29-25)

“Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec”. Josué se enfrenta en el llano a  los amalecitas y Moisés ora en el monte por su pueblo (Éx 17,8-13). Un buen ejemplo de colaboración a la hora de llevar adelante los planes de Dios. 

El texto recuerda la fe de Moisés y nos anuncia el papel que Josué ha de representar como  el futuro guía de su pueblo. La imagen de Moisés orando con los brazos en alto evoca la misericordia de Dios y la gratuidad de la liberación.  

El salmo responsorial evoca aquel momento de la historia de Israel para orientar la oración de los creyentes: “Levanto  mis ojos a los motes; ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me vine del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Sal 120,1-2).

San Pablo dice a Timoteo que la Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud para poder llevar a cabo toda obra buena  (2 Tim 3,16-17).

LOS TRES PERSONAJES

También el evangelio subraya el valor de la oración. Para reflejarlo de una forma fácilmente inteligible, Jesús lo expresa en la parábola de la viuda y el juez injusto  (Lc 18,1-8). Los dos personajes encarnan dos tipos humanos de personas, al tiempo que reflejan los atributos de Dios. 

• La viuda era en Israel la imagen más evidente de la pobreza y el desamparo. La  mujer viuda se veía sola y no tenía quien defendiera sus derechos ante la asamblea popular. En este caso, se dice que sus derechos han sido ignorados y pisoteados repetidas veces por los prepotentes.

• Por otro lado aparece el juez al que acude la viuda reclamando justicia. La Biblia evoca varias veces lrectitud de los jueces y el respeto que muestran a la ley y las personas. Pero este juez no merece confianza: “Ni temía a Dios ni le importaban los hombres”.  

• Este juez corrupto ignora a la viuda que le suplica. Al fin el juez accede a escucharla, tan solo para librarse de su insistencia. Por contraposición, se anuncia que Dios escucha la oración de los que le suplican y les hace justicia. Dios es justo y compasivo, misericordioso y fiel.

LA SÚPLICA Y LA INJUSTICIA

Es preciso orar con insistencia. La parábola del juez inicuo que ignora el lamento de la pobre viuda nos lleva también a recordar el tono suplicante de aquella mujer:

• “Hazme justicia frente a mi adversario”. La situación se repite en todo tiempo y lugar. Hoy muchas personas se sienten marginadas en la sociedad, en el puesto de trabajo y aun en su propia familia. Pero tienen derecho a reclamar justica y atención a sus derechos. 

• “Hazme justicia frente a mi adversario”. También la Iglesia, como comunidad tantas veces humillada, puede y debe dirigirse a Dios. De hecho, habrá de implorar su misericordia y su justicia, cuando muchos de sus hijos son calumniados y perseguidos hasta la muerte.

• “Hazme justicia frente a mi adversario”. Muchas personas y comunidades ven pisoteados sus derechos por la injusticia de los poderosos. Pero Dios no es neutral. Pensar en el juicio de Dios es un motivo de esperanza, como escribió Benedicto XVI en su encíclica “Salvados en esperanza”. 

Dios sí escucha a los desvalidos Lc 18,1-8 (TOC29-25)

1. El evangelio de Lucas sigue mostrando su sensibilidad con los problemas de los pobres y los sencillos. En el Antiguo Testamento, las historias entre jueces y viudas, especialmente en los planteamientos de los profetas, se multiplican incesantemente. Son bien conocidos los jueces injustos y las viudas desvalidas (Am 5,7.10-13; Is 1,23; 5,7-23; Jer 5,28; Is 1,17; Jer 22,3). El mismo Lucas es el evangelista que más se ha permitido hablar de mujeres viudas en su evangelio (Lc 2,36-38;4,25-26;7,11-17;20,47; 21,1-4). En lo que se refiere a la parábola que nos propone, no hay por qué pensar que se tratara de una viuda vieja. Eran muchas las que se quedaban solas en edad muy joven. Su futuro, pues, lo debían resolver luchando. Si a ello añadimos que la mujer no tenía posibilidades en aquella sociedad judía, entenderemos mejor los propósitos de Lucas, que es el evangelista que mejor ha plasmado el papel de la mujer en la vida de la comunidad cristiana primitiva y de la misma sociedad.

2. Nos podemos preguntar: ¿quién es más importante aquí, el juez o la viuda? Por una parte la mujer que no se atemoriza e insiste para que se le haga justicia. Pero también es verdad que este juez, a diferencia de los que se presentan en el Antiguo Testamento, llega a convencerse que esta mujer, con su insistencia, puede llegar a hacerle la vida muy incómoda o casi imposible. Lo hace desde sus armas: su palabra y su constancia o perseverancia; no usa métodos violentos, pero sí convicción de que tiene derechos a los que no puede renunciar. Por eso al final, sin convencimiento personal, el juez decide hacerle justicia. La comparación es más o menos como en la parábola del amigo inoportuno de medianoche (Lc 11, 5-8): la perseverancia puede conseguir lo que parece imposible. Pero si eso lo hacen los hombres injustos, como el juez, ¿qué no hará Dios, el más justo de todos los seres, cuando se pide con perseverancia? Es esa perseverancia lo que mantiene la fe en este mundo hasta que sea consumada la historia.

3. Lo que busca la parábola, pues, es comparar al juez con Dios. El juez, en este caso, no representa simbólicamente a Dios, sería absurdo. Pero es de Dios de quien se quiere hablar como co-protagonista con la viuda. Indirectamente se hace una crítica de los que tienen en sus manos las leyes y las ponen al amparo de los poderosos e insaciables. De esto sabe mucho la historia. Dios, a diferencia del juez, es más padre que otra cosa; no tiene oficio de juez, ni ha estudiado una carrera, ni tiene unas leyes que cumplir a rajatabla. Dios es juez, si queremos, de nombre, pero es padre y tiene corazón. De esa manera se entiende que reaccionará de otra forma, más sensible a la actitud de confianza y perseverancia de los que le piden, y especialmente de los que han sido desposeídos de su dignidad, de su verdad y de su felicidad.

4. ¿Tiene que ver algo en este texto el tema de la plegaria, de la oración perseverante? Todo depende del tipo de lectura que se haga y habrá variantes de ello. La verdad es que no podemos reducir el texto y la parábola a una cuestión reivindicativa de justicia. El final del texto es sintomático: “Dios hará prontamente justicia a los que le piden” (v.8). Dios no dilatará el concedernos lo que le pedimos, Dios sí tendrá el corazón abierto a ello. Es una parábola para inculcar la “confianza” en Dios más que en los hombres y sus leyes. ¿Se puede ir por el mundo con esa confianza en Dios? ¡Claro que sí! La respuesta debemos ofrecerla desde nuestra experiencia personal, desde nuestra experiencia cristiana. Y tendrá pleno sentido esta acción de Dios frente a muchas situaciones que debemos vivir en la más íntimo, sabiendo que mientras otros nos despojan de nuestra justicia, de nuestra dignidad y de nuestros derechos, Dios está con nosotros. A muchos es posible que no les valga esta experiencia personal en la que Dios “nos hace justicia”, pero en otros muchos casos será una victoria interior y dinámica de la verdad que buscamos.

La lepra de este tiempo Lc 17,11-19 (TOC28-25)

Naamán, jefe de los ejércitos de Siria, llegó a Samaría buscando remedio para su lepra. No encontró la curación en el rey, sino en un profeta. Obedeciendo a Eliseo, reconocido como el hombre de Dios, se bañó siete veces en el Jordán. Al verse curado, exclamó: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el Dios de Israel” (2 Re 5,13-17).  

La experiencia  nos dice que, aunque parezca poderoso, el ser humano es más vulnerable de lo que se imagina. El relato bíblico evoca la dignidad, la libertad y la generosidad del profeta, que acoge a los necesitados, sean de la raza y religión que sean. Pero el relato habla sobre todo de la fe. Aun siendo pagano, Naamán llega a descubrir el poder de Dios sobre el mal.

Esa  misericordia universal de Dios se refleja en el  salmo responsorial de este día:  “Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios” (Sal 97,3).

Su misericordia y su fidelidad se besan. Como escribe el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo, “Dios permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2,13).

CONFIANZA Y COMPASIÓN

También el evangelio de hoy evoca la plaga de la lepra (Lc 17,11-19). A Jesús llegan un día unos leprosos que vagan por los campos, alejándose de los pueblos y ciudades, según lo prescribe la Ley.

Pero, de alguna manera, han conocido el poder y la misericordia de Jesús.

Desde lejos le imploran a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. La compasión del profeta Eliseo se hace ahora realidad en la persona de Jesús, que los envía a los sacerdotes para que certifiquen su curación y puedan así integrarse  en la sociedad.

• Es cierto que, junto a la misericordia de Jesús, el relato subraya la confianza de los leprosos que acuden a él. En realidad, aun antes de verse curados de su lepra, obedecen el mandato del Maestro y se disponen a ir en busca de los sacerdotes.  

• Además, el relato evangélico anota que, entre los diez que habían pedido su  curación, solo uno de ellos regresa a dar gracias por haberla obtenido. Pero ese que se muestra agradecido es un samaritano, considerado como enemigo y proscrito por los judíos y los galileos.

FE Y GRATITUD

Precisamente a este leproso que regresa para agradecer la sanación se dirigen las palabras de Jesús con las que se cierra este relato:  

• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Es evidente que aquellos leprosos no han sido curados por la Ley de Moisés y por la intervención de los sacerdotes, sino por la fe en el Maestro de la nueva Ley. La sanación refleja la salvación integral que solo puede venir de él.

• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. El relato evangélico nos dice que también el creyente de hoy ha de aprender a pedir y agradecer la sanación integral. Puede dirigirse al Señor en oración. Y debe agradecer al Señor el don gratuito de la salvación.

• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Hoy son  muchos los que se consideran lejos de Dios. Pero también ellos pueden acercarse al que es la fuente de la gracia. La solidaridad en el dolor y en la prueba nos invita a  todos a celebrar y agradecer la salvación universal.