Érase una vez un búho real y una lechuza blanca. Los dos habían crecido en el mismo bosque y su amistad se remontaba al día en que ambos dieron sus primer vuelo en solitario como aves adultas. Casualidades de la naturaleza. coincidieron al descansar en las robustas ramas de un gran roble centenario, justo al lado de la humilde cabaña habitada por una familia de leñadores.
Tras el agradable encuentro y una animada conversación, cada uno voló hacia el que se comvertiría en su particular territorio. Pero desde aquel día se reunían en el afortunado roble cada 24 de diciembre para recordar tan agradable coincidencia. Llegó la fecha y allí se reencontraron de nuevo los dos amigos:
- El bosque -dijo el alegre búho a su amiga lechuza- se ha vestido de fiestra para nosotros. Esa enorme luna llena acompañada de esa infinitud brillante de estrellas allá arriba; ese manto blanco de nieve allá abajo...
- El bosque -dijo el alegre búho a su amiga lechuza- se ha vestido de fiestra para nosotros. Esa enorme luna llena acompañada de esa infinitud brillante de estrellas allá arriba; ese manto blanco de nieve allá abajo...
- Y esa modesta cabaña con su chimenea humeante y con sus cristales empañados que trasluce, todos los años, ese calor tan acogedor -contestó la lechuza-. Otra Nochebuena perfecta ¿No te parece?.
- Si, es cierto. Sabes una cosa. Después de nuestro último encuentro me trasladé a vivir, por prescripción del médico, a una hermosa haya en medio de un parque con unas fabulosas vistas: un gran centro comercial hacia la Osa mayor, variadas torres de viviendas para los humanos hacia donde se levanta el sol y otras tantas hacia donde se acuesta. ¡Qué diferente es la ciudad!.
- Entonces, ¡verías perfectamente cómo vivían la Navidad esos larguiluchos!.
- Sí, con mis dos grandes ojos. Verás. Los que más se ven y aparentan, vneran los clones de una pequeña figura con barba y pelo canos que viste un traje rojo. En su nombre derrochan unos papeles de colores que ganan todos los meses y este mes por duplicado. Pienso que debe exigir muchos sacrificios rituales para calmar su apatito endiosado porque bastantes papeles de ésoso se transforman en cantidades ingentes de alimentos que, aunque pudieran ser consumidos tranquilamente en quince días, son devorados en dos noches y dos días. Los colores que quedan se dilapidan en montañas de juguetes para los polluelos de esos larguiluchos. Y me extrañó mucho que esos pequeños sim plumas encontrasen más entretenidas las cajas que los envolvía que el propio contenido.
- ¡Vamos! Como las águilas culebreras que tragan con "sapos y carretas" con tal de llenar el buche de su mimado egocentrismo. Ya te entiendo. Oye, ¿y los que menos se ven?
- Ésos, como la familia que vive ahí, en la cabaña. ¿Nos asomamos?
Descendieron con su silencioso planeo y, sigilosos, se posaron en la repisa exterior de una ventana de lo que parecía el salón principal. En el interior, el matrimonio con sus dos hijos, sonrientes, se afanaban en dar los retoques finales a un austero nacimiento. Mientras el benjamín, aupado en los brazos de su padre, colocaba en la cuna la figura del Niño Jesús (de madera cuidadosamente tallada) todos juntos entonaban un villancico que hablaba de una noche de paz y amor. De esta noche. Antes de incorporarse a la mesa seguían cruzando miradas entusiasmadas. Una vez en sus asientos, la madre pronunció una breve oración de gracias a Dios por los no muy abundantes dones que iban a compartir. Acto seguido, el mayor de los niños tomó la cesta del pan y repartió un pedazo a cada uno.
En ese instante, los agudos oídos del búho y la lechuza escucharon los sollozos de un recién nacido. Instintivamente rotaron con rapidez sus flexibles cuellos para auscultar el tranquilo bosque. Pero ya no procedían de ese espacio abierto. Retornando de nuevo al salón, sus ojos se agrandaron como platos al notar la intensa luz que ahora lo invadía. Y aún más, cuando sus pupilas enfocaron el portal de Belén. Aquel Pequeñín de madera, milagrosamente, les guiñó con gran complicidad.
- Otra vez que nos ha sorprendido -dijo el búho contento.
- Te extraña. Ese Divino Niño lleva encandilando a los larguiluchos más de dos mil años con su mensaje de amor -respondió embelesada la lechuza.
Y los corazones de las dos aves nocturnas latieron aceleradamente.
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