Tiene por objeto conmemorar la emocionante escena que tuvo lugar en el templo de Jerusalén a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, según el evangelio de San Lucas (2,22-38). A esta fiesta se le llamó de la Purificación de María, recordando la prescripción de Moisés, que leemos tanto en el libro del Éxodo (Ex 13,1-12) como en el Levítico (Lev 12, 1-8). Esta fiesta comenzó a celebrarse en la misma Jerusalén hacia el siglo IV. Poco a poco fue extendiéndose a otras regiones orientales, y en el año 512 el emperador Justiniano ordenó su celebración en todo el imperio griego, ya con carácter mariano. En Occidente: consta que bajo el papa Sergio I (687-701) se celebraba ya. En el siglo VIII se extendió por varios lugares de España, Francia y Alemania, hasta hacerse universal. La bendición de las candelas no aparece documentalmente hasta el siglo x.
Con la reforma del Concilio Vaticano II se le cambió de nombre, poniendo al centro del acontecimiento al Niño Dios, que es presentado al Templo. Naturalmente, con el cambio del nombre no se quiso borrar la presencia de María. El texto evangélico de San Lucas arriba aludido funde dos prescripciones legales distintas que se refieren a la purificación de la Madre y a la consagración del primogénito.
La presencia profética de Simeón y Ana es ejemplo de vida consagrada a Dios y de anuncio del misterio de salvación.
La bendición de las velas es un símbolo de la luz de Cristo que los asistentes se llevan consigo. Prender estas velas o veladoras en algunos momentos particulares de la vida, no tiene que interpretarse como un fenómeno mágico, sino como un ponerse simbólicamente ante la luz de Cristo que vence al pecado y a la muerte
Con la reforma del Concilio Vaticano II se le cambió de nombre, poniendo al centro del acontecimiento al Niño Dios, que es presentado al Templo. Naturalmente, con el cambio del nombre no se quiso borrar la presencia de María. El texto evangélico de San Lucas arriba aludido funde dos prescripciones legales distintas que se refieren a la purificación de la Madre y a la consagración del primogénito.
La presencia profética de Simeón y Ana es ejemplo de vida consagrada a Dios y de anuncio del misterio de salvación.
La bendición de las velas es un símbolo de la luz de Cristo que los asistentes se llevan consigo. Prender estas velas o veladoras en algunos momentos particulares de la vida, no tiene que interpretarse como un fenómeno mágico, sino como un ponerse simbólicamente ante la luz de Cristo que vence al pecado y a la muerte
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