En el pasaje que hoy se ofrece a nuestra meditación se contienen tres promesas de Jesús, que, en el fondo, nos acercan al misterio de la Trinidad de Dios. La primera de ellas se refiere al Espíritu: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”.
El Defensor es el Paráclito, que puede traducirse como Abogado, es decir, el que es llamado en nuestro auxilio (ad-vocatus). Es el Consolador que nos es enviado por el Padre a petición del Hijo. El Espíritu conoce nuestras necesidades, nos defiende del mal que nos amenaza desde fuera y del mal que nosotros escondemos en nuestro corazón.
El evangelio lo llama “el Espíritu de la verdad”. En el diálogo con la Samaritana, Jesús había anunciado que los verdaderos adoradores adorarán al Padre “en espíritu y en verdad”. No pretendía él defender una religiosidad intimista. Preanunciaba el acceso al Padre, no por nuestras propias fuerzas, sino gracias al Espíritu de la verdad.
VER Y VIVIR
El segundo bloque de las promesas de Jesús se refiere a Él mismo. En primer lugar, el Maestro manifiesta su voluntad de permanecer al lado de aquellos a los que ha elegido: “No os dejaré desamparados, volveré”. La llamada inicial de Jesús es firme y definitiva. La fidelidad del discípulo está motivada y apoyada por la fidelidad de su Maestro.
La promesa de Jesús se sitúa en el contexto de un evangelio en el que la vista tiene tanta importancia. “El mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis porque yo sigo viviendo”. El creyente ha recibido el don de unos ojos nuevos. Y, por otra parte, el Señor resucitado será visible en la palabra, en los sacramentos y en la presencia de los hermanos.
Pero la promesa de Jesús incluye la participación del creyente en la misma vida divina, de la que el Maestro es testigo: “Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros”. Jesús comparte la vida del Padre. Y a ese intercambio vital y amoroso son admitidos los que él ha llamado amigos.
AMOR Y MANDATOS
Finalmente hay un tercer bloque de promesas que, como la antífona de un salmo, se repiten al inicio y al final de este pasaje evangélico. Son promesas que vinculan el amor con el cumplimiento de los mandamientos.
• “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. En las relaciones humanas, el amor no es un solamente un sentimiento. Es, sobre todo, un compromiso. En la relación del cristiano con Jesús, el amor se manifiesta en el cumplimiento de los mandatos del Señor.
• “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama”. El amor no consiste sólo en palabras. No basta con aceptar en teoría los mandamientos del Señor. Es preciso ponerlos por obra. Ese cumplimiento es la prueba de la libertad del creyente. Y de su amor.
• “Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a Él”. El mutuo amor entre el discípulo y su Maestro implica también al Padre, que ama a quien ama a su Hijo. Habitualmente se dice que sólo se ama lo que se conoce. El evangelio cambia el orden de los factores. Sólo conoce a Jesús quien lo ama. Ese amor es signo, prenda y camino de la revelación del Señor.
El Defensor es el Paráclito, que puede traducirse como Abogado, es decir, el que es llamado en nuestro auxilio (ad-vocatus). Es el Consolador que nos es enviado por el Padre a petición del Hijo. El Espíritu conoce nuestras necesidades, nos defiende del mal que nos amenaza desde fuera y del mal que nosotros escondemos en nuestro corazón.
El evangelio lo llama “el Espíritu de la verdad”. En el diálogo con la Samaritana, Jesús había anunciado que los verdaderos adoradores adorarán al Padre “en espíritu y en verdad”. No pretendía él defender una religiosidad intimista. Preanunciaba el acceso al Padre, no por nuestras propias fuerzas, sino gracias al Espíritu de la verdad.
VER Y VIVIR
El segundo bloque de las promesas de Jesús se refiere a Él mismo. En primer lugar, el Maestro manifiesta su voluntad de permanecer al lado de aquellos a los que ha elegido: “No os dejaré desamparados, volveré”. La llamada inicial de Jesús es firme y definitiva. La fidelidad del discípulo está motivada y apoyada por la fidelidad de su Maestro.
La promesa de Jesús se sitúa en el contexto de un evangelio en el que la vista tiene tanta importancia. “El mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis porque yo sigo viviendo”. El creyente ha recibido el don de unos ojos nuevos. Y, por otra parte, el Señor resucitado será visible en la palabra, en los sacramentos y en la presencia de los hermanos.
Pero la promesa de Jesús incluye la participación del creyente en la misma vida divina, de la que el Maestro es testigo: “Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros”. Jesús comparte la vida del Padre. Y a ese intercambio vital y amoroso son admitidos los que él ha llamado amigos.
AMOR Y MANDATOS
Finalmente hay un tercer bloque de promesas que, como la antífona de un salmo, se repiten al inicio y al final de este pasaje evangélico. Son promesas que vinculan el amor con el cumplimiento de los mandamientos.
• “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. En las relaciones humanas, el amor no es un solamente un sentimiento. Es, sobre todo, un compromiso. En la relación del cristiano con Jesús, el amor se manifiesta en el cumplimiento de los mandatos del Señor.
• “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama”. El amor no consiste sólo en palabras. No basta con aceptar en teoría los mandamientos del Señor. Es preciso ponerlos por obra. Ese cumplimiento es la prueba de la libertad del creyente. Y de su amor.
• “Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a Él”. El mutuo amor entre el discípulo y su Maestro implica también al Padre, que ama a quien ama a su Hijo. Habitualmente se dice que sólo se ama lo que se conoce. El evangelio cambia el orden de los factores. Sólo conoce a Jesús quien lo ama. Ese amor es signo, prenda y camino de la revelación del Señor.
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