“La grandeza
de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el
sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como
para la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es
capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y
sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana”. Así ha
escrito Benedicto XVI en su encíclica “Salvados en esperanza”.
Los que sufren eran en tiempos de Jesús los
leprosos. “Impuro, impuro!” Así tenía que gritar el
leproso para que nadie se le acercara. Para que nadie se contagiara con su
tremendo mal. Según el libro del
Levítico (13, 44-46), el leproso no sólo
era un enfermo repugnante. Era también una persona abandonada por la sociedad.
“Vivirá sólo y tendrá su morada fuera del campamento”. Aun estando vivo, era obligado a vivir como
un muerto. El leproso, como un día lo será el apestado, es el icono más
elocuente del marginado.
Pero el problema es más grave aún si se tiene en
cuenta el aspecto religioso. Ya se sabe
que para la mentalidad hebrea primitiva, el mal físico se relacionaba
inmediatamente con el mal moral. De forma espontánea se pensaba que el enfermo
era un pecador. Así que el leproso debía de ser un pecador notable. Por tanto,
parecía merecer el rechazo social.
EL ESCÁNDALO DEL GESTO
Ya al principio del evangelio de Marcos, se nos
recuerda el encuentro de Jesús con un leproso (Mc 1, 40-45). El relato nos
ofrece algunos detalles importantes.
- En primer lugar, el leproso conserva un resto de
autoestima. Toma una iniciativa que revela su propia dignidad. Y su fe. A pesar
de todas las prohibiciones de su tiempo, decide acercarse a Jesús. Y dirige al
Maestro una plegaria llena de confianza: “Si quieres puedes limpiarme”.
- Además, el evangelio anota que “sintiendo lástima,
Jesús extendió su mano y lo tocó”. Es muy significativa esa enumeración. Sentir
lástima y compasión era y es el primer paso para reconocer el valor de la
persona. Al extender la mano, se expresa la voluntad de convertir el
sentimiento en acción. Y tocar al leproso era mucho más de lo que se podía
esperar del Maestro.
- En tercer lugar, el evangelio incluye una frase
desconcertante. El leproso queda curado. Por toda la comarca se difunde la
noticia del hecho y del modo. La curación
produce admiración. Pero el tocamiento es escandaloso. Al tocar a un
leproso, Jesús asume su mal y el miedo que el mal produce. Por eso “ya no puede
entrar abiertamente en pueblo alguno”.
Con todo, la esperanza de los desesperados es más
fuerte que las prohibiciones de los satisfechos. Jesús se ha convertido en un
marginado. Y por eso acuden a él todos los enfermos y todos los proscritos.
Y LA LIMPIEZA QUE SALVA
En el centro del relato se escucha la voz de Jesús:
“Quiero, queda limpio”. Esta decisión del Señor nos interpela y requiere de
nosotros una profunda reflexión.
• “Quiero,
queda limpio”. Con esas palabras Jesús
cura al leproso que se acerca hasta Él. El gesto del Maestro va acompañado por
una palabra luminosa y eficaz. El gesto hace evidente la voluntad del que actúa
y la fuerza de la palabra. Y la palabra da sentido al gesto de Aquel que se
hace cercano al enfermo.
• “Quiero, queda limpio”. También hoy, Jesús se
muestra acogedor al que acude confiado a implorar su gracia y su misericordia.
Él nos limpia de nuestros males y sobre todo de nuestro mal moral. Com-padece
con el que padece y asume sobre sí la marginación y el escarnio que pesa sobre el débil.
• “Quiero, queda limpio”. He ahí una consigna para la
Iglesia de todos los tiempos. Salvando las distancia, esa decisión es un modelo
para nuestra comunidad cristiana. Hemos sido enviados a liberar a los que
sufren, aun a costa de cargar con su segregación y con la persecución de que
son objeto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario