Eliseo, Moisés, Elías, la Sabiduría. Durante cuatro domingos consecutivos, la liturgia nos ha ido presentando tres grandes personajes de la historia de Israel, más la personificación de la sabiduría. Tres testigos de la fe y un ideal de vida que nos han ilustrado sobre el hambre y el pan, sobre las carencias humanas y la respuesta divina.
Hoy se cierra el ciclo con la evocación de Josué (Jos 24), el elegido por Dios para suceder a Moisés e introducir a su pueblo en la tierra prometida. Pero hoy Josué no es el explorador que regresa con Caleb, trayendo a su gente los racimos primeros de aquella tierra. No es el guerrero que vence las batallas. No es el estratega que cruza el Jordán.
Josué se nos presenta hoy como un testigo de la fe, como un profeta. Casi un predicador, que invita a su pueblo a asumir una opción fundamental. ¿Adorar a los dioses de los extranjeros o adorar al Dios que lo ha sacado de la esclavitud? Esa es la alternativa. Él y su familia ya han optado por servir al Señor. Y el pueblo promete seguir su elección.
CARNE Y ESPÌRITU
Esa situación se nos hace asombrosamente actual en un momento en el que muchos creyentes dudan de su fe. Es decir, dudan del Dios que les ha entregado el don de la fe. Y del Mesías en el que habían de creer. Se parecen a aquellos discípulos de Jesús, que juzgaron inaceptable su discurso sobre el pan de la vida (Jn 6, 60-69).
En el evangelio que hoy se proclama, Jesús afronta esa situación. No son los jefes de los judíos los que lo critican. Son “los discípulos” los que se escandalizan de sus palabras y “vacilan”. A ellos –y a nosotros- se dirige abiertamente Jesús, estableciendo una distinción entre la carne y el Espíritu.
• La carne no es el compuesto orgánico que hemos de alimentar cada día. La carne es una dimensión de nuestra existencia. Una actitud. Esa que juzga de las cosas con criterios de inmediatez y de interés. La carne refleja nuestros cálculos y nuestra mezquindad. De ella dice Jesús que “no sirve de nada”. No es capaz de captar la verdad de la entrega del Señor.
• El Espíritu no es un fantasma. Es el viento de Dios que creó el mundo y dio vida al ser humano. Es el aliento divino que habló por los profetas. Es la presencia misma de Dios que nos guía por los caminos de la verdad y del amor. Del Espíritu dice Jesús que “es quien da vida” y nos hace comprender que las palabras del Maestro “son espíritu y son vida”.
MENSAJERO Y MENSAJE
El evangelio señala que muchos discípulos abandonaron a Jesús. Y que él se dirigió a los Doce preguntando: “¿También vosotros queréis marcharos?” Jesús, hijo de María, interpela a los suyos como Josué, hijo de Nun interpelara a los hebreos. En ambos casos se plantea la opción fundamental. Ahora es Pedro quien responde con una doble confesión:
• “Señor ¿A quien vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. En medio de la algarabía de las palabras de los hombres, habla el que es la Palabra misma de Dios. Entre tantas palabras efímeras y enfermizas, las palabras de Jesús brotan de la vida sin principio y llevan a la vida sin final.
• “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. En el mundo de hoy se establece con frecuencia un abismo entre el saber y el creer, entre la ciencia y la fe. El apóstol de Jesucristo sabe y cree que Jesús es el Mesías. Del enviado de Dios proviene la posibilidad de la realización integral del hombre y de lo humano.
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