El primer domingo de Adviento
repite las ideas que veníamos meditando durante las dos semanas anteriores. Se
diría que el nuevo año litúrgico empalma directamente con el final del año
anterior. El eslabón que une esos dos
extremos es la esperanza. La pequeña y tenaz esperanza que supera el temor ante
la caducidad de las cosas de este mundo.
En muchas culturas antiguas los
astros eran objeto de adoración. De ellos dependía la vida. Eran lejanos e
inaferrables. Y sin embargo, su luz iluminaba a los hombres y marcaba el ritmo
de la vida y de los tiempos. No podemos extrañarnos de ellos. También hoy hay
mucha gente que mira a los astros tratando de leer en ellos su propia suerte.
Además, en nuestro tiempo, se
suele calificar como astros y estrellas a quienes sobresalen en el mundo del
espectáculo. Son personas que atraen las miradas de los demás. Se crean
perfumes que llevan su nombre. Las gentes tratan de imitarlas en la forma de
vestir. Y hasta en las opciones religiosas que las caracterizan.
SE ACERCA VUESTRA LIBERACIÓN
El evangelio que hoy se proclama (Lc 21, 25-28.34-36) anuncia
que un día los astros temblarán. Con ellos se insinúa que es inútil depositar
la confianza en lo que parece más estable en todo el universo. El verdadero
creyente no puede atribuir a las cosas creadas un valor absoluto y definitivo.
Es muy interesante la observación
de los sentimientos humanos que el texto revela. Ante el temblor de los astros,
es decir, de lo que se considera más firme, la reacción espontánea es el temor:
“Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le
viene encima al mundo, pues los astros temblarán”.
Ante ese sentimiento, el
evangelio contrapone una actitud de confianza: “Cuando empiece a suceder esto,
levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”. Es verdad que la
confianza requiere vigilancia y ascetismo. No dejarse embotar por el
vicio, mantenerse despiertos y pedir la
fuerza necesaria.
Pero nadie se esfuerza por nada y
para nada. El evangelio concluye dirigiendo la mirada hacia la venida del Hijo
del Hombre. La manifestación del Señor de la historia nos libera del temor,
orienta nuestra esperanza y nos proporciona una razón más que suficiente para
la rectitud moral, para la vigilancia y la oración.
EL HIJO DEL HOMBRE
• “Suscitaré
a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra”. Esas
palabras de Jeremías (33, 14-16) son la
promesa clave de este primer domingo del Adviento. Este tiempo litúrgico nos
recuerda que nuestra vida está marcada por el signo de la esperanza.
•
“Suscitaré a David un vástago legítimo”. El profeta Natán había prometido al
rey David que Dios le dará una casa y una descendencia real. La tradición cristiana
ha visto en Jesús la realización de aquella promesa. Jesús es el descendiente
de David que los siglos esperaron. Y cuya venida anunciamos y preparamos cada
día.
• “Hará justicia y derecho en la tierra”. La experiencia nos dice
que en nuestro mundo parecen triunfar la impostura y la corrupción, la maldad y
la mentira. Pero nuestros corazones no se dejan seducir. Anhelamos
un futuro de libertad y derecho, de justicia y de paz. Pero ese amanecer
ha de ser don de Dios y fruto de nuestra responsabilidad.
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